martes, 19 de julio de 2011

Que hemos de contar en nuestro apostolado con la sabiduría y el poder de Dios

El Evangelio no es cualquier libro.

Es mucho más que un libro.

Mira lo que dice el apóstol, en Romanos 1, 16:

"Evangelio... poder de Dios para la salvación de todos los que creen"

Ya sabemos bien por qué hemos de oir, leer, aprender, meditar, memorizar, predicar el Evangelio. Porque confiere el poder, la fuerza de Dios, que necesitamos para alimentar nuestra debilidad.

Pero, ¿de Quién se dice que es fuerza de Dios?

De Cristo:

Observa:
"Cristo es fuerza de Dios y sabiduría de Dios " (1 Cor 1, 24)

Luego si el Evangelio tiene el poder de Dios, es porque tiene a Cristo. Y si tiene a Cristo, tiene también la sabiduría de Dios, como nos dice 1 Cor 1, 24.

El Evangelio tiene, pues, sabiduría divina, no sabiduría humana.

Nada tiene de humano saber de sabios. Porque el Evangelio es saber de Dios, y mira lo que dice Dios mismo del saber de los sabios:

"Destruiré la sabiduría de los sabios" (Is 19, 14)

¿Por qué dice Dios "destruiré la sabiduría de los sabios"?

Porque quiere que en el Evangelio de su Hijo, en su Palabra, sólo exista Su sabiduría, que es Cristo.

Lo explica el apóstol a continuación:

"Ya que el mundo por su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina Sabiduría, Dios quiso salvar a los creyentes por la locura de la predicación" (1 Cor 1, 21)

Por eso no encontramos al sabio en el Evangelio. Por eso dice el apóstol: "¿Dónde está el sabio?" (1 Cor 1, 20)

En el Evangelio no encontramos al sabio y su ciencia humana, porque en el Evangelio encontramos la sabiduría de Dios que es Jesucristo.

Por tanto, nosotros los cristianos, al predicar la sabiduría y el poder de Dios, predicamos una cosa: a Cristo crucificado, "pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden, mas para los que se salvan es poder de Dios" (1 Cor 18)

Es decir, la predicación de la cruz es poder de Dios para los que se salvan.

La predicación de la cruz tiene poder y sabiduria de Dios, pues es la predicación de Cristo mismo.

Para los que se pieden es necedad, porque no encuentran sabiduría humana, que es lo que buscan.

Pero para los que se salvan, no con poder humano, sino con poder divino, es sabiduría verdadera.

Fíjate cómo Dios Nuestro Señor no elige a sabios para predicar la cruz de su Hijo. Elige a gente humilde, a necios a los ojos del mundo. Porque esos necios son necios en cuanto al saber de sabios, pero tienen la sabiduría divina en cuanto al saber de Dios.

Es lo que ocurre con nuestro apostolado.

Queremos predicar el Evangelio a los que nos rodean. Hagámoslo como quiere Dios.

Con el poder de Dios, que es Cristo crucificado.

¿Y... cómo se llama el poder de Dios en nosotros? Se llama Gracia. La Gracia es la Vida de Cristo crucificado operante en nosotros, con su fuerza y su poder.. Por tanto, hagámoslo en Gracia. Es necesario para contar con el poder de Dios.

Queremos predicar el Evangelio a cuantos nos rodean: parientes, amigos, conocidos... hagámoslo como Dios quiere.

Con la sabiduría de Dios, que es Cristo crucificado.

Así nos lo enseña el Concilio con palabras firmísimas, que no dejan lugar a dudas:

"La obra para cuyo cumplimiento han sido elegidos por el Espíritu Santo transciende todas las fuerzas humanas y la humana sabiduría" (Presbyterorum ordinis, 15)

Nuestro apostolado, y su eficacia, trasciende todas las fuerzas humnas, porque necesita la fuerza de Dios que es la Gracia de su Hijo.
Trasciende asimismo la sabiduría humana, porque necesita la sabiduría de Dios que es la Palabra de su Hijo

Gracia y Palabra. Gracia y Evangelio. Gracia y verdad, que nos trae Jesucristo (Jn 1, 17)

Por todo esto, en nuestro apostolado con la familia, amigos, conocidos, trabajo, etc., etc., hemos de seguir los pasos de los apóstoles y los santos, que predicaron la cruz de Cristo, predicación que cuenta con el poder de Dios y la sabiduría de Dios.

Nosotros predicamos el Evangelio, Palabra misma de Cristo Crucificado, que no es cualquier libro humano, sino Palabra y Poder de Dios.

Por eso nosotros, los cristianos del siglo XXI, hemos de decir como el apóstol:

"nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judìos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la locura de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres" (1 Cor 23-25)

Es más fuerte la predicación, el apostolado, así, como nos enseña el apóstol en la Palabra de Dios, a la manera apostólica, es decir, a la manera bíblica y tradicional, como nos enseña la Iglesia, que brotó de la misma Cruz del Señor.

Hemos de huir, por tanto, en nuestro apostolado, de discursos brillantes y elocuentes a la manera de los sabios de este mundo, que quieren cautivar con discuros originales y persuasivos. Sólo contaremos, así, con poder humano. Así restaremos eficacia al poder y la sabiduría de la cruz de Jesús.

No confiemos en nuestras palabras, sino en la Palabra de Dios. No en nuestra sabiduría. Sino en la locura de Dios.
No confiemos en nuestras fuerzas, sino en la fuerza de Dios. Que es debilidad a los ojos de los fuertes de este mundo.

Y sigamos el consejo del apostol:

"Yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fue para anunciaros el misterio de Dios con sublime elouencia o sabiduría, pues no me precié de saber entre vosotros otra cosa sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté ante vosotros débil, con temor y mucho temblor. Mi palabra y predicación no fue con persuasivos discursos de sabiduría, sino con manifestación del Espíritu y poder, para que vuestra fe se fundara no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios" (1 Cor 2, 1-5)

No lo dudemos. El Evangelio, la Palabra de Dios, bíblica y tradicional, según el Saber de Dios en su Magisterio eclesiástico, tiene la fuerza y el saber que necesitan cuantos nos rodean. Basemos en ello nuestro apostolado.

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

lunes, 18 de julio de 2011

De cómo hemos de orar en todo tiempo

La cuestión es simple. Los cristianos hemos de seguir a Jesús adonde quiera que vaya.

¡Es Nuestro Señor!

O lo que es lo mismo: hemos de unirnos a Él en todo momento, siempre y en todo lugar, sin cesar y sin parar. Porque TODA nuestra vida es Suya. ¡Alabado y bendito sea nuestro dulce Salvador!

Porque unirnos a Él no es sino tratar con Él tan íntimamente que nos identifiquemos totalmente con nuestro Amado. (¿Hay dicha mayor?) Lo que no es sino ORAR en todo tiempo.

Así pues, seguir a Jesús adonde quiera que vayamos con Él, y orar, es prácticamente lo mismo. Cuánto más queramos identificarnos con el Señor (ser santos), más hemos de orar.

Hemos de orar, pues, para no dejar de estar abrazados a Jesús, nuestro Amado Salvador y Redentor, Esposo de nuestra alma, fuente de toda nuestra alegría.

Pero... ¿Cuánto hemos de orar?
La Escritura nos lo dice en 1 Tesalonicenses 5, 17: "orad sin cesar".
Sin cesar significa sin parar.

El apóstol Pablo nos lo explica:
"Todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en el Nombre del Santo Señor Jesús" (Colosenses 3, 17)

El apóstol no nos dice qué significa orar sin cesar, pero sí nos dice cómo hacer TODO lo que hemos de hacer.

Mas, si hemos de orar todo el tiempo, ¿qué otra cosa podremos hacer?

Los cristianos sólo hemos de hacer UNA COSA: Orar. Y la forma de orar todo el tiempo nos la explica el apóstol:
"Todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en el Nombre del Santo Señor Jesús"

Vemos claro que un cristiano ha de orar todo el tiempo, que todo lo que debe hacer es orar, y que por tanto todo lo que haga que no sea oración debe CONVERTIRLO EN ORACIÓN. ¿Cómo? haciéndolo todo en nombre del santo Señor Jesús. Hacerlo todo en Nombre de Cristo. Orar todo el tiempo. Es lo mismo.

¿Qué significa esto?

Significa orar sin cesar con nuestras acciones. Hacerlo todo con espíritu de oración.

El espíritu de oración no es sino el espíritu de Cristo. Por tanto, todo hemos de hacer con el Espíritu del Señor. A la manera del Señor.

Es vital por tanto dedicar un tiempo largo y exclusivo a adquirir el espíritu de oración de Cristo. Para que el trato exclusivo con el Señor nos dé fuerzas para poder decir y hacer todo en su Nombre.

Está claro que los laicos, que vivimos en el mundo, no podemos vivir entregados exclusivamente a la oración.

La única forma de orar sin parar es convertir nuestros quehaceres y ocupaciones en motivos de oración.

Un MOTIVO DE ORACIÓN es cualquier cosa hecha en Nombre de Jesús el Señor. Por tanto, todo es motivo de oración.

Nuestra vida entera, pues, puede ser motivo de oración.

El primer motivo de oración es para decir y hacerlo todo por Cristo, no por nosotros.
Porque nadie puede ir al Padre sino por Él. Cristo es el único Camino (Juan 14, 16)
Si todo lo que digo y hago durante la jornada lo hago por Jesús, todo lo que digo y hago llegará a Dios y será grato a Él. Mis palabras y acciones se harán camino de unión con Dios. Trato íntimo con Él. Y ¿qué es orar, sino tratar íntimamente a Dios?
El segundo, es para decir y hacerlo todo con Cristo.
Porque el Señor mismo nos dice en Juan 15, 5. "Sin Mí no podéis hacer nada".

Y para estar con Él hay que estar en gracia. Y no perderla por nada del mundo. Con Cristo en nosotros por la Gracia, todo lo haremos para gloria del Padre, pues todo lo que hace Cristo da gloria al Padre.
Esto no son simples palabras hermosas. Es una realidad indiscutible.

Mientras permanezcamos fuertes en la Gracia, Cristo mismo estará con nosotros y todo cuanto hagamos con Él dentro tendrá un valor infinito, fuente de bienes para nuestro prójimo por la Comunión de los Santos.

Todo cuanto digamos o hagamos sin Él no vale absolutamente para nada en orden a nuestra salvación. Vale más, y hace más bien a cuantos nos rodean, un pequeño acto de virtud con Cristo, que un sin fin de obras de beneficiencia o solidaridad sin Él. Por eso, todo lo bueno natural que pueda hacer una persona en pecado mortal no le aprovecha para nada, no transciende el ámbito concreto de su vida material, y nada vale en orden a su salvación.

Y el tercero es para decir y hacerlo todo en Cristo.
Dentro de Él. Identificados con sus sentimientos. Christianus alter Christus. El cristiano es otro Cristo, por gracia. El deseo del Señor es que seamos uno con Él (Juan 17, 21)
De forma que podamos decir como el apóstol nos enseña: Mihi vivere Christus est. Mi vida es Cristo (Filipenses 1, 21) Porque ya no soy yo quien vivo, sino Cristo quien vive en mí" (Gálatas 2, 20)
Y todo cuanto hagamos será oración. Porque todo cuanto hace Jesús es oración al Padre.

Oremos sin cesar
Veamos con qué palabras nos lo dice la Escritura:

(Mt 7,7-8): Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.

(Mt 26,41): Velad y orad para no caer en la tentación.

(Lc 21,34-36): Tened cuidado: no se os embote la mente con los agobios de la vida... Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza.

(Hech 2,42): Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.

(Rm 12,12): Que la esperanza os tenga alegres, estad firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración.

(1Co 10,31): Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios.

(Ef 6,18): Orad en toda ocasión con la ayuda del Espíritu. Tened vigilias en que oréis con constancia por todos los santos.

(Col 3,17): Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

(Col 4,2): Sed constantes en la oración; que ella os mantenga en vela, dando gracias a Dios.

(1Tes 5,17-18): Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión.

Jesús, Amado mío, todo lo hago por Ti.

Podría morir ahora mismo, si Tú lo quisieras, porque tanto es el deseo que tengo de estar abrazado a Ti, que todo cuanto deseo es estar contigo.

Es por tu amor. ¿Qué quieres que haga en tu Nombre? ¿Qué quieres que diga en tu Nombre?
Jesús, ayúdame a hacerlo todo con tu Espíritu.
Jesús, te amo!!

Todo quiero hacerlo contigo, Amado mío, Esposo de mi alma, ¡te amo con todo mi corazón y con todas mis fuerzas!

Todo lo hago por Ti.

Por eso, todo cuanto hago es TUYO. No dejo de pensar en ti

Mi vida es Tuya.

Vierte tu Gracia en mí y desbórdame, de forma que todos mis pensamientos sean tuyos.

Por eso, en todo cuanto digo o hago está tu Nombre en mis labios. Porque tú eres la luz de todos mis sueños y la única senda de mis días. En ti espero, y te amo, Señor, y todo cuanto hago, hasta el último latido de mi corazón, es Tuyo

¡Alabado sea tu Santo Nombre por siempre, Señor!

Señor y Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo, y te pido perdón por los que no creen, ni adoran, ni esperan, ni te aman.

¡Bendito y alabado seas, Señor de mi corazón!

martes, 12 de julio de 2011

Que no debemos temer la persecución del mundo

Vemos a diario que hay personas a nuestro alrededor que hacen cosas contra la Ley de Dios y defienden lo que hacen. Ellos no aceptan que es la Ley de Dios lo que violan. Hablamos con ellos, porque queremos que hallen la paz de Cristo. Y a menudo nos asalta el temor de suscitar rechazo en ellos.

Queremos llevar la salvación de Cristo al mundo, pero tememos al mundo. Queremos dar de la Gracia de Cristo al mundo, para que el mundo se salve por la Gracia. Pero tememos al mundo. Queremos la luz para las tinieblas, el gozo para las tristezas de la gente. Pero tememos al mundo. Queremos poner la Vida de Cristo donde hay muerte. Pero el mundo nos acobarda y no nos escucha.

Sin embargo, nada hemos de temer, porque Cristo siempre vence. Cree en Él y vencerás. No tengas miedo al martirio, que es la gran victoria de la luz sobre las tinieblas.

Ya lo decía el beato Juan Pablo II: No tengamos miedo!

Lo mismo dice Jesús (Marcos 5, 36):

No tengas miedo, tan sólo cree.

Y es que el temor filial a Dios, que brota del caudal de la fe, es el principio de la sabiduría y causa de la fortaleza, arma y vigilancia de nuestro combate cristiano, y vacuna segura contra todos los miedos mundanos.

El miedo al mundo, cuando se agranda y nos domina, es por falta de fe, y puede llevarnos a huir de la cruz salvadora, luminosa, de la Verdad y la Gracia de Cristo.

A muchos queremos decirles que lo que hacen es malo, pero puede a menudo más en nosotros el temor a ser rechazados, a ser odiados, a ser burlados, a ser ignorados, a ser puestos en evidencia, que la caridad. Y suavizamos entonces el mensaje para que no se ofenda nadie, y evitamos la cruz y ellos siguen pecando igual que antes. No queremos que piensen mal de nosotros.

Recordemos entonces qué pensaban de Jesús y esto nos ayudará a ser más valientes, más mansos y humildes, pero más valientes en nuestro apostolado.

En el Evangelio de Juan 7, 5, explica el sentir general acerca de Jesús, el Hijo de Dios, el Hombre Celestial (1 Cor 15, 47):

" sus propios hermanos no creían en él

Ni los parientes del Señor (pues a esto se refiere la Escritura con "hermanos", no a hermanos carnales, sino a parientes, según la forma de hablar judía) ni sus parientes creían en Él.

Nos quejamos nosotros de que nuestros familiares, amigos, conocidos, compañeros del trabajo no nos tienen en cuenta, que nuestro apostolado parece estéril, que no escuchan nuestros consejos....

Fijaos cómo trataban al Hijo de Dios, Salvador del Mundo. ¿Querían otorgarle honores, darle premios, nombre miembro honorario de los ateneos, escribirle laudatios y hacerle homenajes? Ni mucho menos. Fijaos lo que dicen de Él algunos de Jerusalén que pasaban por donde estaba Jesús predicando:

«¿No es este aquel a quien quieren matar? (Jn 7, 25)

Nosotros nos quejamos de que nos miran a veces mal. No queremos aparentar ser buenos apóstoles de Cristo porque pueden criticarnos, burlarnos, despreciarnos. Pueden contestarnos mal, no tenernos en cuenta....

Y ahora te preguntas: pero, ¿por qué odiaban tanto al Señor, si Dios es Amor, y es perfecto?

El propio Jesús lo dice:"

El mundo me aborrece porque yo declaro que sus acciones son malas" (Jn 7, 7)

No lo dudemos, entonces. Por mucho cuidado mundano y sutileza que empleemos para aconsejar a nuestros hermanos (sean familiares, amigos, conocidos, compañeros del trabajo... quien sea) y hacerles ver que esto o aquello que hacen es malo, les destruye, y va contra la ley de Dios y ponen en peligro la salvación de su alma;

por mucha falsa prudencia que empleemos, no lo dudéis, el mundo nos odiará porque declaramos que sus obras son malas, y porque lo declaramos en Nombre de Cristo, al que odiaron antes que nosotros, cuando vino al mundo como luz, para salvar al mundo en tinieblas.

Pero pasará otra cosa. A pesar del rechazo del mundo, mira lo que pasará. Lo mismo que sucedió al Señor, a los apostóles:

Muchos de la multitud creyeron (Juan 7, 31)

Si hablamos siempre en su Nombre, la multitud nos odiará, el mundo nos perseguirá, pero muchos creerán en el Señor, muchos se convertirán. Si hablamos con la ardiente caridad humilde de Cristo, muchos se convertirán.

No os quepa duda, sin embargo, de que si nuestro discurso está aguado, es tibio, adulterado, para que el mundo nos aplauda y vea lo tolerantes que somos; el mundo no nos perseguirá, nos hará honores, escribirá discursos de bienvenida y homenajes, nos darán premios y medallas. Pero muchos no se convertirán. Nuestro apostolado será infecundo y seremos como sal sosa que sólo sirve para ser pisada.

Por eso, hemos de seguir los pasos de nuestro Señor, porque somos hechura suya. Y sólo así cuanto haremos dará fruto, y daremos de su Vida, y en abundancia.

Sólo así muchos de esos que nos rodean dejarán de hacer lo que les destruye y aleja de la Vida.

Hagámoslo todo en Su Nombre y no temamos la persecución del mundo, antes bien considerémosla una bendición. Mira la persecución del mundo contra Jesús. Dura ya dos milenios. Y sin embargo contempla la inmensa multitud de santos que le dan gloria, que salvan al mundo, que aman al mundo, que salvan almas. Mira las maravillas que hace el Señor en el alma humana, en las familias, en las sociedades que no reniegan de su Nombre.

Mira las maravillas que ha hecho Dios por medio de su Hijo.

Podremos decirle lo mismo que sus discípulos le dijeron a Él:

«Señor, ¡hasta los demonios se nos someten en tu Nombre!». (Lucas 10, 17)

Laus Deo!!

jueves, 7 de julio de 2011

Lo que Dios nos da

«Misterio verdaderamente tremendo, y que jamás se meditará bastante, el que la salvación de muchos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del Cuerpo místico de Jesucristo, dirigidas a este objeto,» (Mystici Corporis 1943,19).

El alma del apostolado es la ofrenda personal. Es obra de la Gracia. Ofrendarse a Cristo por la conversión de los demás, y en bien de la iglesia, abrirnos a la Gracia por completo, para que la Gracia nos sacralice, nos haga ofrenda a Cristo. Es la Gracia la que nos santifica y nos hace ofrenda.

Seamos como arcilla, dejemos que la Gracia divina modele a Cristo en nosotros en bien de los demás.

¿No sabes que lo que tú quieres hacer no importa? Lo que importa es lo que Dios quiere hacer en ti. Déjale hacer. Que Dios haga en ti lo que él quiera, te cueste mucho o te cueste poco, te cueste la vida, el dinero, los medios, la salud, el descanso... cueste lo que cueste, no lo que tú quieras, sino lo que quiere el Señor.

Atentos a la Gracia, dejemos que la Gracia nos empuje a hacer lo que Dios quiere, nunca lo que nosotros queramos. Lo que santifica no es lo que nosotros damos a Dios, sino lo que Dios nos da, es decir, la Gracia divina. No queramos ser alfareros de nosotros mismos.

Es terrible el error semipelagiano, por el que creen que seremos santos más por lo que damos a Dios, que por lo que Dios hace y realiza en nosotros. Pues no es lo que damos, sino lo que recibimos, lo que nos santifica.

Si presto oídos a lo que Dios quiere que yo haga, recibo la Gracia divina que me infunde para hacer su voluntad, y hago todo lo que Él quiere con la fuerza que viene de Él, no con mi fuerza, no con mis planes, no con la eficacia de mis programas. Dios quiere que abramos las manos y recibamos de Él.

Tantos hay en la Iglesia que andan perdidos y desorientados, pensando que es vital lo que ellos hacen... Dios me pide esto y debo hacerlo. ¿Acaso no sabéis que la santidad no viene del hombre, de lo que hace el hombre, sino de lo que Dios nos da, de lo que hace Dios con nosotros? Hagamos única y exclusivamente lo que la Gracia nos empuja a hacer, es decir, la Voluntad de Dios. Sea heroico, sencillo, normal y corriente, poquita o mucha cosa. Lo que Dios quiere que hagamos, lo que NOS DA HACER.

Hay cristianos que quieren vivir una vida cristiana, pero no quieren una perfecta santidad, un total abandono a la acción de la Gracia divina en ellos. Ellos quieren esto y lo otro... pero la santidad no consiste en invertir grandes medios y programas para hacer lo que yo creo por la Iglesia, sino en dejarme transformar por la Gracia de Cristo y hacer única y exclusivamente lo que Dios quiere y por su Gracia me comunica. Y a lo mejor lo que Dios quiere no tiene nada que ver con lo que yo quiero hacer por Dios.

miércoles, 6 de julio de 2011

De aquello que Dios quiere de ti, y que conseguirá si le dejas

Si Dios Todopoderoso quiere una cosa de ti, ¿dejará acaso de conseguirla, si le dejas? ¿Acaso el Señor de cielo y tierra no puede conseguir cuanto quiere?

Sólo necesita que le digas libremente: hágase. Sí. Fiat. Acepto. Trabaja en mí cuanto quieras y como quieras.

Y te prepara para la obediencia y te mueve a decirle: --Amén, sea Tu Voluntad.
Si tu corazón sigue latiendo, es sin duda porque Dios lo quiere. Si no lo quisiera, ¿por qué iba a mantenerte con vida? ¿Crees que si Dios Todopoderoso no quisiera mantenerte en este mundo no te habría hecho ya desaparecer?


Sin embargo, sabes que Dios quiere una cosa de ti. Por esta cosa te da la vida y te la conserva. Por Él y sólo por Él puedes vivir y te mueves y existes. ¿Acaso no va a conseguir esa cosa de ti, si se lo propone y tú le dejas?

¿Quieres saber qué es esto que Dios Todopoderoso quiere de ti?

Te lo dice en su Sagrada Escritura en 1 Tesalonicenses 4, 3:

"Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación".

Preguntarás: ¿Por qué quiere Él precisamente esto?
La respuesta es: Porque Dios es Santo.


Nos saca de la nada para darnos de lo Suyo, que es su Caridad, con la que quiere modelarnos a imagen y semejanza suya. Quiere participar su Amor Santo con nosotros. Porque quiere que seamos como Él es.

Como Él es santo, quiere que seamos santos y nos da de Su santidad. Así nos lo dice en la Escritura:

Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo (Levítico 19, 2)

¿Cómo podríamos ser como él, nosotros, pobres criaturas mortales, si no nos diera de lo Suyo, que es ser todo Caridad?

Es un don. Su santidad de amor es algo que nos da. ¿Cómo?

Por el Sacramento del Santo Bautismo, que nos da su Vida Santificante, con la fe, la esperanza y la caridad, con todos sus dones, por los que nos unimos día a día a Él.

La participación de la santidad divina es una herencia que recibimos por el Bautismo y que hemos de aumentar por la oración y la vida sacramental, por la fe que opera con la caridad de Dios en oración continua y perseverante.

Fíjate en esto. Cuando recibimos una herencia es porque alguien ha fallecido.

¿Quién es el que ha fallecido , que nos deja en herencia la Caridad de Dios?
Jesucristo.

Jesucristo es Quien ha muerto, y resucitado al tercer día, para dejarnos en herencia la vida divina, que es la Gracia. El Hijo ha muerto en la Cruz para que tú y yo recibamos en herencia la santidad participada de Dios que nos hace santos como el Padre es Santo.

Te sorprenderá esto, pero es así.

Por el Bautismo recibimos como don heredado de Cristo una participación de la santidad de Dios. Ahora nos queda, día a día, minuto a minuto, aumentar esta participación de Gracia crucificándonos con Él.

Una herencia en la Cruz de Cristo. Herederos en el Señor Crucificado. Unidos a su cruz, somos herederos con Él. Por la cruz los sacramentos nos abren a la acción transformante, santificadora de Dios.

Así se cumple la Escritura:

Romanos 8: 16 El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. 17 Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.

""Fíjate. Jesucristo quiere lo mismo que el Padre. El Padre dice:

Sed santos porque yo, el Señor tu Dios, soy santo (Lev 19, 2).

El Hijo nos dice: sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo. (Mateo 5, 48)

Lo que quiere el Padre, pues, es lo mismo que lo que quiere el Hijo, pues el Hijo viene a cumplir en todo la voluntad del Padre. A darse como herencia a nosotros, para que hagamos, como Él, la voluntad del Padre. Y si Cristo hizo la voluntad del Padre en la cruz, nosotros imitando al Hijo hacemos la voluntad del Padre en nuestra propa cruz, que por incorporación bautismal es la misma cruz del Hijo

Toda vida cristiana es aumento de la Gracia bautismal y don bautismal que aumenta en la cruz de cada día, que es la cruz divinizante del Hijo, que recibimos en herencia. Cuando unos padres llevan a su hijito pequeño a bautizar a la iglesia, piden al Señor la vida santa del Padre, que es la Gracia de Cristo Crucificado.

De igual forma el catecúmeno que pide el bautismo lo que pide es ser santo.

Mira cómo lo explica el beato Juan Pablo II en Novo millenio ineunte, 30:

""Preguntar a un catecúmeno, “¿quieres recibir el Bautismo?”, significa al mismo tiempo preguntarle, “¿quieres ser santo?”

Cuando unos padres llevan a su hijo a la iglesia, para que reciba el bautismo, lo que hacen es ofrecérselo a Dios, y expresar que quieren que su hijo cumpla la voluntad de Dios, que quieren un hijo santo, y que harán todo lo posible para que aumente en él esa santidad que piden a la Iglesia, y que la Iglesia les da de Dios por el sacramento que se ha abierto en la Cruz.

Porque todos los sacramentos se abren en la Cruz del Señor. Es la Puerta de la Gracia, por la que entramos en Vida Santa de hijos de Dios.

Y es que nuestra condición de bautizados nos eleva a un plano completamente diferente al resto de las criaturas mortales. Nos eleva a la condición de hijos y herederos de la vida divina. Nos eleva pues al plano sobrenatural.

Por esto, nuestro apostolado, nuestra pastoral, nuestra vida de fe... todo debe girar en torno a esta herencia sobrenatural que recibimos en el Bautismo y que hemos de alimentar sin fin por la oración y los sacramentos hasta la perfección de la caridad, que es ser santos.

Así Dios nos mantiene caminando en Gracia y haciendo Su voluntad. Esta es la cosa de nosotros que Dios Todopoderoso quiere conseguir. ¿Dejará acaso de conseguirla, si nosotros le dejamos?

Este caminar en voluntad de Dios no es sino luminoso caminar crucificado, pues caminamos gozosamente en Cristo. Es caminar como hijos de Dios por mediación de la Iglesia. Porque, ¿qué puede ser, sino un grandísimo misterio, esta Iglesia que nos da la santidad divina por el sacramento? Cuando nos damos cuenta de que Dios quiere que seamos santos como Él, nos damos cuenta de lo que es su Iglesia, Cuerpo de su Santo Hijo, Fuente de Vida Filial Abundante.

Descubrimos la Iglesia como donante de Gracia santificadora, como sacramento universal de obediencia filial, que es obediencia de cruz, acción del Espíritu del Padre y del Hijo, en comunión de voluntades, por la que recibimos la herencia de la vida divina.

Así nos lo enseña el beato Juan Pablo II en el mismo documento:

""Descubrir a la Iglesia como “misterio”, es decir, como pueblo “congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, (15) llevaba a descubrir también su “santidad”, entendida en su sentido fundamental de pertenecer a Aquél que por excelencia es el Santo, el “tres veces Santo” (cf. Is 6,3).

""Confesar a la Iglesia como santa significa mostrar su rostro de Esposa de Cristo, por la cual él se entregó, precisamente para santificarla (cf. Ep 5,25-26). Este don de santidad, por así decir, objetiva, se da a cada bautizado. Pero el don se plasma a su vez en un compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana:

"“Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1Th 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor”. (16)

Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo--, que por su muerte nos ha hecho herederos de la santidad divina

Gracias Padre, porque nos quieres santos y nos haces santos por la Gracia de tu Hijo, participación crucificada de tu misma perfección.

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI