lunes, 28 de febrero de 2011

Sobre caminos de sanación para los males que afligen al Pueblo de Dios

1. MUCHOS MALES AFLIGEN AL PUEBLO DE DIOS

Los males que afectan a muchos sectores y fieles de la Iglesia de hoy son muchos. ¿Cuántos bautizados han dejado de alimentarse de la Santa Eucaristía, de hacer oración y ayuno, de vivir en pobreza voluntaria, de purificarse de sus pecados por el sacramento de la confesión? Abortos, adulterios, anticoncepción masiva, promiscuidad juvenil...apostasías...son el pan cotidiano. Es de ciegos no verlo.
A riesgo de que nos llamen negativos o pesimistas, creemos necesario diagnosticarlos. Porque amamos a la Iglesia. Porque queremos la salvación de las almas. Porque queremos que los obispos, los sacerdotes, los catequistas, los fieles se den cuenta de la necesidad que tenemos de sanación. De salud en el orden de la verdad (doctrina) y en el orden de la Gracia (vida cristiana).

¡Debemos ser valientes y darnos cuenta de esto! No vivamos alejados de la realidad, como si en el Pueblo de Dios no se hubieran extendido perversas enfermedades que piden sanación.

Una sanación que, digámoslo claro, sólo puede venir de Cristo y de su Iglesia. Por esto decimos desde aquí, fuerte y claro, que los males que sufre la Iglesia de hoy reclaman un nuevo cristocentrismo, una primacia total de la Gracia y de la libertad humana en sinergia con ella, y el abandono inmediato de todo error y desviación.

Vamos a expresarlo de forma contundente: sin Cristo y su doctrina verdadera, la criatura humana queda en tinieblas. Sin la doctrina cristiana verdadera, bíblica, tradicional, según el Magisterio Apostólico, quedamos entenebrecidos. Los graves errores que se difunden masivamente en las iglesias particulares conducen, no nos engañemos, al olvido de Dios.

Porque las desviaciones doctrinales graves generan graves deficiencias en la vida cristiana, que degeneran en el olvido de la primacia absoluta de la Gracia, es decir, en el olvido de Dios.

Así nos Lo enseña, con voz solitaria y profética, el Magisterio de la Iglesia:

"por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida" (Gaudium et Spes 36).

Queda oscurecida. Y quedar a oscuras en plena batalla contra el poder de las tinieblas es cosa bien dramática.

2. EL DEMONIO UTILIZA LA ESCRITURA (Y LA FALSA EXÉGESIS) PARA DIFUNDIR SUS ENGAÑOS Y PERDER A LOS FIELES

El príncipe de la mentira usa la Escritura para sembrar el olvido de Dios y de su fuerza, que es Cristo, y deja profundamente debilitadas a las iglesias particulares (y a los fieles que caen en sus seducciones al dejarse guiar por falsos profetas.

No olvidemos esto: el demonio, príncipe de la mentira, conoce muy bien la Escritura.

Ya intentó engañar a Nuestro Señor con ella. Hemos de saber que el diablo utiliza las Letras Sagradas para engañar al Pueblo de Dios. Así, hemos estar precavidos y vigilantes en aquellas ideas que se transmiten en los cursos y aulas bíblicos, en los talleres telógicos, desde donde el maligno difunde sus errores y tienta (especialmente con el humano-centrismo y su materialismo práctico, pelagiano y arriano) a los fieles con la soberbia humano-céntrica y la devaluación de la necesidad absoluta de la Gracia.

Algunos dudan de que estemos en guerra contra los demonios y sus potestades. Pero es el propio Concilio Vaticano II quien, proféticamente, nos lo recuerda:

"A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo". (GS 37)

3. PARA DARNOS CUENTA DE LOS ENGAÑOS DEL MALIGNO HEMOS DE CENTRARNOS EN CRISTO Y NO EN EL HOMBRE

La vida espiritual de los católicos debe dejar de estar centrada en el hombre, en los valores del hombre, en los esfuerzos del hombre, en las ideas, lecturas, estudios, ideaciones del hombre. Sólo Cristo puede salvarnos y traer una nueva salud a la Iglesia de hoy. Sólo así descubriremos qué es y qué necesita el ser humano.

Necesitamos de forma absoluta a Cristo. La sociedad enferma de hoy necesita absolutamente de la Gracia sacramerntal, de la oración, de los consejos evangélicos.
Necesitamos, especialmente los laicos, vivir en pobreza voluntaria y dichosa, en castidad celeste, en obediencia abnegada y fervorosa. Hasta que no nos demos cuenta de esto, seguiremos dando palos de ciego y perdiendo el tiempo miserablemente. Vivamos alabando al Señor, en una constante petición de Gracias, firmes en la fe y la paciencia sobrenatural.

El Concilio Vaticano II nos dice fuerte y claro qué es lo único que puede aportarnos luz y fuerza:

"
Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre" (GS 10)

Luz y fuerza. Es decir, doctrina verdadera (la apostólica) y Gracia.

Esta enfermedad del antropocentrismo que olvida a Dios (y al olvidar a Dios pierde la esperanza, que es recuerdo de sus promesas) fue diagnosticada certeramente por el CVII:

"como enfermo y pecador, (el hombre) no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad. Son muchísimos los que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara percepción de este dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Otros esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad y abrigan el convencimiento de que el futuro del hombre sobre la tierra saciará plenamente todos sus deseos " (GS 10)

Es un materialismo práctico que deja al hombre tarado en su vida. La expresión durísima, y certera del Concilio, hará pensar a muchos. El hombre, seducido por el mundo material, efímero, terrestre, sin Cristo, queda tarado en su vida espiritual: ciego, oscurecido, sin inteligencia sobrenatural ni fuerza divina, a la espera del solo esfuerzo humano una liberación imposible en orden a la satisfacción de sus deseos.

Esta mundanización extrema, o materialismo práctico, es responsabilidad de cada cual (GS 19) y efecto, asimismo, de dos males gravísimos que afectan a muchas iglesias locales:

la doctrina errónea o defectuosa, y la vida cristiana deteriorada por los males del pelagianismo, semipelagianismo y demás imperfecciones de toda vida espiritual centrada en lo humano, impidiendo la perfección, frenando las vocaciones, y obstaculizando el camino del Señor.

Así nos lo enseña, de nuevo, Gaudium et Spes, dando en el clavo de lo que ocurre hoy, decenios después de su promulgación:

Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión (GS 19).

4. POR ESTO NECESITAMOS DE LA VERDAD DE LA DOCTRINA APOSTÓLICA Y DE LA ACCIÓN TRANSFORMADORA DE LA GRACIA

El remedio del ateísmo hay que buscarlo en la exposición adecuada de la doctrina y en la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros (GS 21)

Así de claro lo afirma el Concilio: necesitamos una exposición correcta de la doctrina e integridad en el orden de la Gracia (es decir, en la vida de la Iglesia) para vencer el ateísmo y sus derivados.

1.- Los males del Pueblo de Dios necesitan sanación, y esta sanación sólo puede venir de Cristo: de su Magisterio y de sus Sacramentos de Salud.

2.-Hay que desterrar de las catequesis, publicaciones, y medios de formación de las iglesias locales, la idea de que con un simple humanismo antropocéntrico podemos sanar al ser humano o a las sociedades

3.-La perfección en la vida de la Gracia (santidad) y la perfección en la doctrina (obediencia plena al Magisterio apostólico) son los medios por los que Cristo puede actuar a través de nosotros y propiciar la conversión de los alejados, renovar las vocaciones y atraer hacia el Señor la vida de los pueblos.

5. PRIMERAS CONCLUSIONES A MODO DE COMIENZO

Graves desviaciones doctrinales producen graves deficiencia en la vida cristiana.

Queremos que los obispos usen de su autoridad e impidan los sacrilegios en los sacramentos y la extensión masiva de los errores en las homilias, catequesis y publicaciones diocesanas.

El príncipe de la mentira usa de la Escritura y su exégesis, a través de la actividad teológica o catequéticas de fieles o pastores extraviados, para perder a la gente:

"herirá al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño" (MT 26, 31)

Es necesario, por esto, usar de la autoridad apostólica para reunir el rebaño disperso, fomentar la unidad en la verdad por la caridad, e impedir que el demonio se sirva de la sabiduría mundana de los ilustrados para confundir al Pueblo de Dios.

Si con humildad miramos hacia lo alto y nos centramos en Cristo, recuperaremos la verdadera noción del hombre y haremos posible que el Señor nos sane.

Aprendamos el papel de la Gracia divina en nuestra vida, en nuestra vocación. Nuestra vocación a la santidad, seamos laicos o sacerdotes, o religiosos, no consiste en una altruísta acción del hombre, no es fruto de que seamos o no generosos con el Señor. Es fruto gozoso y feliz de su llamada, de su Gracia, de su elección, a la que hemos de decir sí movidos por la Gracia misma.

Hagamos penitencia, ayunos, mortificaciones corporales y espirituales, practiquemos la limosna heroica y vivamos en pobreza voluntaria. Sólo así podremos comunicar a Cristo, atraer a los demás a Cristo, renovar nuestras iglesias con nuestra santidad de vida.

Afirmemos pues la primacía absoluta de la Gracia, y de la libertad humana en sinergía con ella, subordinada (que no coordinada, sino subordinada a la Gracia del Señor). Porque:

"no me elegísteis vosotros a Mí, sino que yo os elegí a vosotros" (Jn 15, 16)


LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

sábado, 26 de febrero de 2011

Pensamientos acerca del verdadero humanismo.

Hay un humanismo verdadero y otro falso. El primero es cristocéntrico, bíblico, tradicional, centrado en la Gracia. El segundo es pelagiano, mundano hasta el tuétano, falso e inútil.

Sobre el humanismo humano-céntrico: el hombre por encima de Dios mismo. El hombre se hace a sí mismo columna y fundamento de sí mismo, como si pudiera sanarse él solo a base de esfuerzo, valores humanos, lecturas, programas pedagógicos, terapias de autoayuda y objetivos didácticos...
Es la soberbia primigenia institucionalizada. El hombre quiere suplantar a Dios.

El humanista antropocéntrico no cree que es la Iglesia, y no la humana criatura, "la columna y el fundamento de la verdad" (1 Timoteo 3, 15)

No sabe el hombre centrado en sí mismo que está enfermo y que sin Cristo todo es mentira.

Impresiona que, salvo algunas voces aisladas, sea el Magisterio maternal de la Iglesia la única voz solitaria que clama en el desierto contra los males del humanismo humano-céntrico, es decir, del humanismo liberal y sus valores pelagianos. La Iglesia es Luz, ciudad en lo alto del monte.

Una sociedad sin Dios es un mundo aberrante. Esta es la certeza clásica, bíblica, tradicional.

Tengamos a Dios y nada temamos del mundo. Omnia possum in eo qui me confortat.

Un mundo sin Dios no es más que la Morada del Leviatán. Sus leyes son leyes de muerte: abortos, adulterios, promiscuidades, perversiones, explotación de los pobres, lujos, vanidades y culto al sexo.

Nosotros no somos del mundo, somos de Cristo, y por la Gracia poseemos la alegría perfecta de la castidad y el gozo vivificador de la Palabra.

El Nihilismo y su humanismo vacío se expanden como la sombra calcinante de Mordor sobre la Tierra Media, y no ven que existe una batalla contra el poder de las tinieblas. Pero muchos, aun así, no creen que estemos necesitados de héroes santos que se sacrifiquen como corderos. Nosotros sin embargo nos encaminamos valientes hacia el peligro, armados sobrenaturalmente, al mando de Cristo, nuestro Capitán, que siempre vence.

Hay cristianos mundanos que viven como si no estuviéramos en guerra contra el demonio, el mundo y la carne. Ellos están a gusto disfrutando: vacaciones lujosas, deportes, comidas en restaurantes de lujo... en el mundo no pasa nada. Todo va bien.

No mencionan nunca a Cristo para no molestar a los que no soportan a Cristo, ni defienden los derechos sociales y públicos de Dios. Sólo cuentan para ellos los derechos humanos. Están desarmados en la batalla, no saben ni siquiera que estamos en guerra y que nuestra armas luminosas, mansas y perfectas son la pobreza, la obediencia y la castidad.

Los derechos del Creador, que se explicitan en la Ley Natural, deben ser respetados. Nosotros afirmamos la Majestad y Soberanía del Señor sobre todo lo creado: individuos y sociedades.

Queremos que Cristo reine. Que Cristo nos salve. La sociedad esta perdida sin la Gracia.

Cristo es Señor Soberano y Salud no sólo de los individuos, sino también de las sociedades, de los pueblos, de las familias, de las empresas, de los colegios, de los hogares... Un mundo sin Dios es un mundo entregado al mal.

Hablemos al mundo de hoy como se habla en la Escritura y en la Tradición. No con el lenguaje del mundo secular. Con el lenguaje del Magisterio apostólico. Que nuestras palabras sean las de Cristo, la de los apostóles, la de los santos, la del pueblo cristiano.

No olvidemos que el mundo es enemigo de Cristo, y que para salvar al mundo debemos liberarnos previamente de sus seducciones. "Quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios" (Sant 4, 4)

Amar al mundo es traspasarlo del Evangelio de Cristo, y no abandonarlo a su suerte.

El Magisterio apostólico habla claro en estos tiempos. Concilio Vaticano II:

"si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombre pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras" (GS 36, c)

No seguir el juego al humanismo humano-céntrico. No utilizar sus esquemas mentales, sus conceptos, sus valoraciones.

No son los grandes hombres, ni los partidos, ni los programas, ni los valores humanos, ni las estrategias políticas o sociológicas, ni la introducción de cristianos en el mundo de la cultura... lo único que puede salvar esta sociedad es Cristo y su Gracia.

Urge recuperar, vivir, asimilar, predicar la doctrina apostólica sobre la Gracia.

Darnos cuenta de su primacía absoluta y de la necesidad radical de los sacramentos, de la oración, del ayuno... de la pobreza voluntaria y ejemplar. Cristianos voluntariamente pobres, orantes, fervorosos, marianos hasta la médula, que ayudan y dan limosna heroica, son los cristianos que necesita nuestra Iglesia y nuestra sociedad.

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI



miércoles, 23 de febrero de 2011

Preparémonos dichosos para el odio del mundo

La Sagrada Escritura nos dice lo que Jesús quiere que hagamos:

"no hagáis lo que queréis" (Gálatas 5, 17)

Nos dice el Espíritu Santo que no hagamos lo que nosotros queremos. ¿Por qué? Porque no somos de nosotros mismos, sino de Cristo, y hemos de hacer solamente lo que quiere Cristo que hagamos. En definitiva: no debemos querer nada por cuenta propia.
Estábamos en poder del mundo, de la carne y del demonio. Cristo, sin embargo, ha pagado con su sangre, nos ha rescatado, y ahora somos de Él.

Cuando estábamos en el mundo, éramos del mundo, y nuestro querer era el querer del mundo.

Ahora somos de Cristo.

Debemos darnos cuenta de esto. ¿Por qué? Porque hasta que no nos demos cuenta seremos prisioneros del mundo y haremos lo que nosotros queremos, no lo que quiere Cristo.

Y es que debemos amar a Cristo con todas nuestras fuerzas, por encima de todo, y no debemos amar al mundo, ni desearlo, ni dejarnos seducir por su fascinación. De lo contrario, el Amor del Padre no estará en nosotros.

1 Juan 2:
15 No amen al mundo ni las cosas mundanas.
Si alguien ama al mundo,
el amor del Padre no está en él.
16 Porque todo lo que hay en el mundo
–los deseos de la carne,
la codicia de los ojos
y la ostentación de la riqueza–
no viene del Padre, sino del mundo.
17 Pero el mundo pasa, y con él, sus deseos.
En cambio, el que cumple la voluntad de Dios
permanece eternamente.

Cuando ya no deseamos gozar del mundo, somos superiores a él.
La impudicia, la lujuria, la indecencia, la deshonestidad, las riquezas, el lujo, la frivolidad, los bajos instintos... todo esto lo hallamos en las imágenes del mundo, que se ofrecen a nuestros ojos día a día.

Pero nosotros, los cristianos, debemos ser superiores a este ambiente de pecado que nos rodea, independientes de sus tribulaciones, y alzarnos como águilas, por la Gracia, por encima de sus fascinaciones .

Si hacemos lo que hacen todos, si vamos a lo que van todos, si vemos lo que ven todos...¿cómo podremos ser de Cristo, si nos hacemos así del mundo, y por él, del demonio y de la carne?

Dice San Cipriano: "Nada puede ya apetecer, nada puede desear de este mundo visible quien es superior al mundo"
Y nuestro Señor:
Sabed que el mundo me ha odiado" (Jn 15, 18)

¿Por qué odia el mundo a su Salvador? Porque habla de que sus obras son malas y da testimonio de esta verdad (Jn 7, 7)

Hablemos de las obras malas del mundo, y nos odiarán como a Cristo. ¡Alegrémonos, gloria a Dios, de que el mundo nos odie! Sólo así podremos salvarlo.

Afirmemos con voz fuerte y clara la infinita maldad de las obras de este siglo: la perversidad de la anticoncepción, del aborto, de la fornicación, de la corrupción estatal de la juventud, de la sodomía, de toda relación antinatural, del adulterio, del divorcio, del lujo desorbitado, del derroche, del consumismo hedonista, del gasto inmoral en diversiones, viajes, cuidado y mimo excesivo del propio cuerpo...

hablemos de todo esto y el mundo nos odiará como odiaron a Nuestro Señor, porque daremos testimonio de la verdad, y declararemos las obras malas del mundo, como hizo nuestro Señor.

A nosotros, a nuestra carne, le gustaría estar a bien con el mundo, que nos elogiaran, que nos recocijaran, aplaudieran, citaran, estimaran, consultaran, agasajaran.... pero no hemos de hacer lo que queremos, sino lo que quiere Cristo.
Y Cristo quiere que demos testimonio de la Verdad, porque somos suyos, y hemos, como él, de decirle al mundo que sus obras son malas.

No tengamos miedo al martirio.
No tengamos miedo a la cruz. ¡Gloria a Dios!
Por el martirio seremos perfectos y santos en el amor de Cristo, Nuestro Amado.

La alegría pertenece a los mártires; la cabeza avergonzada y la angustia pertenecen a los que callan a Cristo y pactan con el mundo, y no le dicen al mundo que sus obras son malas.
Sólo así viviremos eternamente.
Ya nos lo ha dicho la Escritura en 1 Juan 2:

16 Porque todo lo que hay en el mundo
–los deseos de la carne,
la codicia de los ojos
y la ostentación de la riqueza–
no viene del Padre, sino del mundo.
17 Pero el mundo pasa, y con él, sus deseos.
En cambio, el que cumple la voluntad de Dios
permanece eternamente.

Y es que solamente así podremos ser sal del mundo. Salvarlo. Ayudarlo. No dejarlo abandonado a su suerte. Anunciemos a Cristo el Salvador y dispongámonos para el martiro, que es nuestra gran victoria, porque sólo Cristo y su Gracia vencen:

18 Si el mundo los odia,
sepan que antes me ha odiado a mí.
19 Si ustedes fueran del mundo,
el mundo los amaría como cosa suya.
Pero como no son del mundo,
sino que yo los elegí y los saqué de él,
el mundo los odia.
20 Acuérdense de lo que les dije:
el servidor no es más grande que su señor.
Si me persiguieron a mí,
también los perseguirán a ustedes;
si fueron fieles a mi palabra,
también serán fieles a la de ustedes.
21 Pero los tratarán así a causa de mi Nombre,
porque no conocen al que me envió.
22 Si yo no hubiera venido
ni les hubiera hablado,
no tendrían pecado;
pero ahora su pecado no tiene disculpa.
23 El que me odia, odia también a mi Padre.
24 Si yo no hubiera hecho entre ellos
obras que ningún otro realizó,
no tendrían pecado.
Pero ahora las han visto,
y sin embargo, me odian a mí y a mi Padre,
25 para que se cumpla lo que está escrito en la Ley:
Me han odiado sin motivo.
26 Cuando venga el Paráclito
que yo les enviaré desde el Padre,
el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre,
él dará testimonio de mí.
27 Y ustedes también dan testimonio,
porque están conmigo desde el principio.
16 1 Les he dicho esto para que no se escandalicen.
2 Serán echados de las sinagogas,
más aún, llegará la hora
en que los mismos que les den muerte
pensarán que tributan culto a Dios.
3 Y los tratarán así
porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
(Juan 1, 15)

Oremos sin cesar, mortifiquémomos, corporal y espiritualmente, en la carne y en el espiritu; ayunemos, demos limosna heroica, oremos sin cesar por las almas esclavas del mundo, para que se salven por la fe en Cristo y la Vida Sacramental de su Cuerpo. Seamos superiores a este mundo por la Gracia, para poder iluminarlo, conducirlo a Cristo y salvarlo. No seamos como el cristiano que ama al mundo, que pacta con él por temor al martirio. Seamos como Cristo, que se ofreció hasta la muerte, y muerte de Cruz, para la salvación de todos.

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI!!

sábado, 19 de febrero de 2011

De la negación de uno mismo para la identificación con Cristo

A todo aquel que quiera seguirle, Jesús dice una cosa sorprendente:

"Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga" (Marcos 8, 34)
A oídos del mundo de hoy esto suena escandaloso.

¿Cómo encajan estas palabras los psicólogos de la autoestima, con su terapia de autoafirmaciones y autoreivindicaciones? A la propia asertividad del hombre carnal de este siglo, Jesucristo habla fuerte y claro de lo que deben hacer sus discípulos: renunciar a sí mismos. Tomás de Kempis nos enseña, según la tradición espiritual del medievo, lo que supone la negación de uno mismo:

El siervo de Jesús, es decir, su discípulo, pregunta:
"Señor, ¿cuántas veces debo negarme a mí mismo, y en qué cosas he de renunciar?"

Y el Señor le contesta:
"Siempre y a todas horas, tantos en las cosas grandes como en las pequeñas. Nada excluyo: quiero hallarte despojado de todo" (Cap. 37, 3/4)

San Juan de la cruz explica esta negación como desapropiación, anonadamiento propio:

"...de parte de su espíritu ha de caminar desapropiada y como aniquilada. De donde, instruyéndonos e induciéndonos nuestro Señor en este camino, dijo por san Marcos, 8 aquella tan admirable doctrina, no sé si diga tanto menos ejercitada de los espirituales cuanto les es más necesaria"

Es decir, sobre estas palabras impresionantes de Jesús, escandalosas a los ojos del hombre de hoy, tan ansioso de autoafirmarse y realizarse en todo cuanto hace, San Juan de la Cruz dice que es poco ejercitada por los espirituales, y que sin embargo les es necesaria. Tan necesaria, que el Señor la pone en forma condicional: si quieres seguirme, entonces niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme.

Para seguir a Nuestro Señor, por tanto, hay que tener la propia vida como si no fuera nuestra (desapropiada) y como aniquilada. No dice San Juan de la Cruz aniquilada, sino como aniquilada, es decir, negada, renunciada.

La negación de sí mismo coincide, en la doctrina ascética tradicional, con la abnegación. Es la virtud sobrenatural de la abnegatio sui (propiamente: negación de sí mismo) De nuevo la Imitación de Cristo nos ilustra espiritualmente sobre el sentido de esto:

"El Señor: 1. Hijo mío, en la medida en que te apartes de ti puedes acercarte a Mí. (...) Negarte a ti mismo interiormente es causa de la unión con Dios.
2. Quiero que aprendas la verdadera abnegación de ti mismo y tu entrega a mi voluntad, y eso sin queja ni réplica de resistencia"

Apartarse de uno mismo. ¿Con qué objeto? para unirnos con Dios: para entregar a Él nuestra voluntad, como dice el Kempis. Es decir, desapropiarnos de nuestra voluntad y entregársela al Señor. "Vende tu voluntad" dice el Doctor Místico. Que no queramos ni realicemos con ella sino lo que quiere el Señor, a Quien que hemos de entregar la potencia de nuestro obrar y nuestro propio querer. La hemos dejado como aniquilada para nuestro propio apetito, porque la hemos entregado totalmente a Dios. ¿Por qué? Porque, como nos dijo anteriormente la Imitatio Christi, hemos de renunciar a nosotros mismos siempre y a todas horas.

Es el plan sobrenatural de autonegación de los santos. Nada tiene que ver este como aniquilamiento con el aniquilamiento budista. La nada budista es demoníaca, porque pretende crear un vacío artificial que excluya a Dios mismo , en donde sólo quede lugar para la propia naturaleza herida, glorificada; nada ha de llenarla.

La nada de la abnegación cristiana es un paso ascético, un medio sobrenatural de divinización por la acción totalizadora de la Gracia, un camino purgativo de perfección, no un fin, sino un paso para que la Gracia sobrenatural posea y llene completamente al que renuncia si mismo. El objetivo es seguir a Cristo, no quedarse en el vacío, sin Cristo, es decir, muerto, aniquilado verdaderamente.

En su himno a la negación de sí misma de Santa Ángela de la Cruz encontramos ecos del himno a la caridad de San Pablo, y no es causualidad. La Santa quería, efectivamente, hacer notar, sorprendentemente, que haciendose nada por Cristo, Cristo se le entregaría totalmente y ella sería, así, toda caridad sobrenatural, toda Cristo. He aquí las palabras de la Santa, escandalosas para el mundo de hoy:

"Dios mío, dame Gracia para cumplir el propósito de reducirme a la nada.
La nada calla.
La nada no se disgusta.
La nada no se disculpa.
La nada no se justifica.
La nada todo lo sufre.
La nada del pecado es la verguenza, la confusión; nada merece, más que el infierno, nada se le debe, sólo el infierno.
La nada, en fin, en la criatura, es la humildad práctica" (Apuntes de ejercicios y retiros, 1887)

Y todo esto para qué? "Para ser toda caridad" Toda caridad. Es decir, toda Cristo.

Esta es la humildad práctica que nos permite ser todo caridad: reconocer que somos nada sin Dios. Anonadarnos, para que sea Cristo Quien viva en nosotros.

"Vivo, pero no yo, sino que es Cristo Quien vive en mí" (Gálatas 2, 20) Vivo, pero no yo. Es decir, me he negado, me he hecho nada, para que Cristo viva totalmente en mí, y así poder decir:
"No hago inútil la Gracia de Dios" (Gálatas 2, 21)

¿Cómo puede no hacer inútil la Gracia de Dios? Liberando su camino por el alma que quiere santificar y llenar de caridad. Porque así no encuentra nada que le estorbe. Así el alma puede llenarse de Gracia y dar caridad, ser toda caridad, como quería Santa Ángela de la Cruz.Todo un apostolado, para los tiempo que corren.

Hablar a los cristianos mundanos, a los hombres carnales, de que renuncien a lo suyo, que lo suyo es poca cosa, nada, comparado con lo que Dios puede darles. Qué gran misión. Que se reduzcan, para que aumente la Gracia. Que sepan que solamente Cristo es capaz de llenarnos, si nos vaciamos de nosotros primero; de nuestros proyectos, afanes, planes propios, miserias, apegos, grandilocuencias, soberbias...

Que todo el mundo sepa que lo humano no debe ser ensalzado ni glorificado como si pudiera ser algo por si propio. Sino desapropiado, anonadado, para que el Señor se apropie de nosotros, nos haga suyos, y viva en nosotros totalmente por la Gracia, y en la Caridad, para las salvación de las almas y santificación propia.

Lo que el Señor, por tanto, nos está pidiendo como condición para seguirle, es esa humildad práctica de que hablaba Santa Ángela de la Cruz, que conduce a reconocer la propia miseria, y la grandeza del amor de Cristo. A esto se dedicaba León Bloy, en medIo de una apabullante pobreza material; a exaltar la poquedad y miseria de nuestras propias fuerzas, y la grandeza de la vida sobrenatural.

"Me propongo, sobre todo, practicar una forma de apostolado, demostrando la miseria sorprendente y el ridículo infinito de todo lo que se opone a Dios". (Mis Diarios, 1913, 1915)

Esta es la condición: eliminar de nuestra vida todo lo que se opone a la Gracia de Cristo, de forma que sea el Señor quien nos modele y haga en nosotros su obra, por nuestra humillación de pura nada, de simples siervos, inútiles sin su Gracia.

Así el Altísimo, no lo dudemos, podrá hacer maravillas en nosotros.

¡¡Que nada le estorbe!

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI



Acerca del santo desprendimiento de todo lo caduco y terreno

1. Hemos de desprendernos de todo lo terreno que vive en nosotros para identificarnos completamente con Cristo, comenzando por desprendernos de nuestro viejo yo, de nuestra propia parte. Morir a uno mismo y morir al mundo forman parte de la misma muerte. Hemos de desprendernos de nosotros mismos y del mundo. Porque el mundo vive en nuestra parte, en nuestra carnalidad, que es participación del mundo y no de Cristo. Apegos, aficiones, sueños y anhelos personales, tendencias naturales, fruiciones intelectuales y propios gustos.... forman parte de nuestro yo caduco y terrenal.

2. Hemos de mantener nuestra atención en la gloria de Dios, y no pensar en lo que sentimos, queremos, deseamos. Des-atendernos. No prestarnos atención, y que nos sea indiferente el gusto o dis-gusto con que hacemos las cosas. Nuestro propio yo vive del mundo, y el mundo está en él. No seamos terrenos, aborrezcamos nuestra parte, como dice Santa Catalina de Siena, de forma que por el desprecio de nuestra egoísta carnalidad caduca brille en nosotros la gloria de lo eterno.

3. Permanezcamos en combate diario contra nuestras tendencias naturales. Aprovechemos las pequeñas ocasiones del día para vencernos y ganar autodominio. Conocerse bien uno mismo es más importante que saber mucho o ser un erudito en cualquier ciencia, incluída la teológica.

4. Conocamos los propios vicios y debilidades y erradiquémoslos con la Gracia sacramental, practicando la virtud contraria. No es posible adelantar en virtud si mantenemos apegos desordenados que nos esclavizan, o si no procuramos con la Gracia de Cristo desarraigar pequeños errores, defectos, gustillos que infectan nuestra vida espiritual porque nos mantienen atados al mundo.

5. La mejor manera de practicar la libertad interior es desprenderse interiormemente por completo de todos los bienes de la tierra y renunciar totalmente a todo cuanto no sea vivir para glorificar a Dios en todo y amarle sin medida en todo. Para combatir estos vicios propios y defectos el arma más útil es el examen particular de San Ignacio. Y no querer ni desear absolutamente nada salvo el aumento de caridad en todo lo que hacemos y un mejor servicio del Señor en todos nuestros movimientos.

5. Tengamos por escoria todos los bienes de este mundo. Para identificarnos con Cristo sólo debemos desear identificarnos con Cristo, de modo que sea Él quien viva en nosotros. Hagamos nada la parte nuestra, para que sea todo la parte del Señor. Digamos como en Lamentaciones 3, 24, que el Señor es nuestra parte. La parte propiamente nuestra debe desaparecer como quiere el Santo Señor Jesús: niégate a ti mismo, niega tu parte, para que sea Yo quien viva en ti, para que tu parte no sea la tuya sino la Mía.

6. San Roberto Bellarmino explica así la negación de uno mismo:
"Hay muchos que se preocupan a sí mismos por sí mismos, y actúan como animales privados de razón. Buscan las cosas de este mundo, estiman solo aquellas cosas que complacen los sentidos, alimentan sus deseos carnales, y son avaros, impuros, glotones e intemperados.
"Otros llevan una vida puramente humana, y se mantienen encerrados en sí mismos, como aquellos que se esfuerzan por escudriñar los secretos de la naturaleza, o descansan satisfechos dando preceptos de moral.
"Otros, se alzan sobre sí mismos, y con la especial ayuda y asistencia de Dios llevan una vida que es más angelical que humana. Estos abandonan todo lo que poseen en este mundo, y negando su propia voluntad, pueden decir con el Apóstol: "Somos ciudadanos del cielo" (Ph 3,20).
"Emulando la pureza, la contemplación, y la obediencia de los ángeles, llevan una vida de ángeles en este mundo. Los ángeles nunca son ensuciados con la mancha del pecado,
"ven continuamente el rostro de mí Padre que está en los cielos" (Mt 18,10),
y liberados de todo lo demás, son enteramente absortos en cumplir la voluntad de Dios.

7. El Catecismo Romano nos explica este desprendimiento total de todo lo terreno:
Las cosas de la tierra distan tanto de la verdadera felicidad, que quien quiera alcanzar la eterna bienaventuranza debe necesariamente apartar de ellas su deseo y amor. Está escrito:
No améis al mundo ni a lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él la caridad del Padre. El mundo pasa, y también sus concupiscencias (1Jn 2,15-17).
"Aprendamos, pues, a despreciar las cosas caducas y convenzámonos de que es imposible conseguir la felicidad en esta vida, donde estamos, no como ciudadanos, sino como peregrinos y forasteros (1P 2,11).
"Aunque también aquí, en la tierra, podemos poseer la felicidad negándonos a la impiedad y a los deseos del mundo y viviendo sobria, justa y piadosamente en este siglo, con la bienaventurada esperanza en la vida gloriosa del gran Dios y de nuestro Salvador, Cristo Jesús (Tt 2,12-13).
"Por no querer entender este lenguaje, muchos, alardeando de sabios, pensaron que la felicidad se ha de buscar en las cosas de la tierra; se hicieron necios y cayeron en gravísimas miserias, trocando la gloría del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen del hombre corruptible (Rm 1,21-22).

8. Nuestros vicios y defectos nos separan de la vida unitiva porque forman parte del mundo en nosotros. Dios no nos quiere tal como somos, sino perfectos como Él lo es. Liberarnos interiormente de todo apego y deseo mundano es abrir la puerta a nuestro anonadamiento. En nuestra nada propia puede el Señor hacer su todo, su parte, su heredad, y hacernos santos para mayor gloria suya.


LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

jueves, 17 de febrero de 2011

Jesús siempre delante

Rogarle a Jesús que vaya siempre delante mía.

Estar impaciente siempre por darle gloria y contentarle.

La santidad consiste en esto, principalmente. Pues creo que coincide en todo punto con la glorificación del Señor en todo cuanto pensamos, hacemos, imaginamos, sentimos y anhelamos. Vivir, así, en oración permanente.

Rogarle que vaya siempre delante nuestra, de forma que allá donde vayamos, Él nos preceda en todo.

Renunciar a todo lo exterior:

No comprar nunca nada para mí.
No querer tener nada mío.
No pensar en nada que no sea Jesús, y que me sea indiferente si Jesús me agasaja o tiene a bien hacerme sufrir un tiempo en bien de mi humildad, para hacerme más pobre, de forma que ni su consuelo sensible avaricie y ambicione.

Renunciar al mundo presente y unirme totalmente al Amado. Sólo así podré traer un poco de luz a este mundo, y ayudar a alguien a salvar su alma.

Espíritu de pobre. No querer tener nada, ni gozar nada, ni dejar de sufrir algo en nada.

Tener sólo a Jesús, Amado de mi alma, mi Bien y mi todo.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Todo en su Santo Nombre

Lectura: De la mediocridad y de los mediocres en la Iglesia actual, del siervo de Dios José Rivera Ramírez, sacerdote de Toledo en proceso de beatificación. No termino de sintonizar con el estilo de este texto, pero sus ideas son muy importantes y acertadas.

La mediocridad enorme que ha invadido la Iglesia en los años postconciliares es un hecho evidente, que procede de la devaluación de la Gracia, del pelagianismo y del arianismo, sin duda.

José Rivera define la mediocridad como no sentirse interpelado fuertemente por el Amor de Dios que sigue al hombre en cada instante de su vida, buscando una respuesta en él, una respuesta obediente que tiene consecuencias eternas.

El mediocre no es sino el cristiano adámico, el hijo de Adán que cree que no necesita de un terapéutica sobrenatural, que cree que no necesita un Salvador, sino un modelo ético, inmanente, humano y nada más que humano, carnal hasta la médula.

Pero la perfección y la excelencia personal coinciden con la glorificación del Señor en todo cuanto hacemos. Es decir, con la santidad.

Después he estado reflexionando profundamente sobre esto: ¿dónde buscamos la santidad?
No la busquemos en lo que hacemos, sino en Aquel por Quien es santo lo que hacemos. Aquel que nos da de su Santidad para que santifiquemos cuanto somos y hacemos en su Nombre.

Cristo glorifica a su Esposa. Yo glorificaré la Casa de mi gloria (Is 60, 7) En cuanto somos habitantes de su Casa por la Gracia, somos glorificados en el Hijo.

El Espíritu Santo glorifica al Hijo en los santos y en las obras en Gracia de los santos. De aquí la importancia de una vida eximia, de una vida virtuosa en perfecta obediencia a la Voluntad del Padre: Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para viendo vuestras obras buenas glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos (MT 5, 16)

El Espíritu Santo glorifica al Hijo en nosotros para que nuestras obras de obediencia glorifiquen al Padre

Con las sanrtidad de nuestras obras de Gracia glorificamos a Dios con la misma gloria que Él realiza en nosotros por la Iglesia. Este es el único sentido de la vida de un cristiano, no tiene otro:

Debéis hacedlo todo para gloria de Dios (1 Cor 10, 31)

El Apóstol dice todo, hasta algo tan simple y corporal como comer o beber, pues también hemos de glorificar al Señor con nuestro cuerpo.

Y ¿cómo glorificar en todo al Señor? haciendo todo en Gracia y en su Santo Nombre.

Alabado sea por los siglos de los siglos.


LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

sábado, 12 de febrero de 2011

Sin la Gracia estamos perdidos

Pienso que la causa de los males que nos afligen es principalmente la devaluación de la Gracia, que no es sino devaluación de Cristo y sobrevaloración del hombre.

Sin la Gracia no podemos hacer nada (Juan 15, 5), estamos perdidos, la sociedad está perdida.

El cristiano adámico confía únicamente en la naturaleza de su humanidad para hacer el bien, incluso para supuestamente seguir a Jesús; centra en lo humano y lo temporal su labor espiritual, apostólica y política, pone sus esperanzas en la acción antropocéntrica.
Pero como todo bien procede de la Gracia de Cristo, todo cuanto hace se vuelve vano y estéril.

Es una forma de cristianismo humana, demasiado humana. No cree en la necesidad del rescate redentor de Cristo, confía en la naturaleza adámica del ser humano, en su supuesta "salud", y pretende, optimista incurable, la autocuración, la autoayuda, la autoregeneración por la ética, las ideas, los valores de Jesús, el programa ético del Evangelio... Pero no la Gracia del Evangelio, que dispensa la Iglesia.

Para este tipo de cristianismo humanista, Cristo no es el Salvador, sino el modelo ético. Por esta razón, el cristiano que no cree en la absoluta necesidad de la Gracia queda a expensas de su naturaleza de hijo de Adán, perturbado en sus potencias espirituales, profundamente enfermo, y aunque no incapacitado totalmente para el bien natural, sí profundísimamente herido, esclavo del demonio y hecho inmundo, como dramáticamente dice Trento. Se mantiene lejos de los Sacramentos, y por tanto es como una higuera estéril, se desanima, no da fruto sobrenatural, se marchita y se vuelve sal sosa.

Así, el cristiano adámico es el que cree que no necesita de la Gracia salvadora del Señor, porque querer es poder, y todo es cuestión de proponérserlo y cambiar los esquemas mentales.

Cuando falta la Gracia, porque los sacramentos pasan a segundo plano (es decir, porque la Iglesia pasa a segundo plano, y no al primero, donde debe estar siempre)

entonces falta toda acción eficaz, se olvida que el único eficaz es Cristo, y se pacta con los poderes de este mundo para utilizar su fuerza material, con las consecuencias desastrosas que conocemos: infidelidad, apostasía, desviaciones de todo tipo, cismas, herejías, sectas, y se termina cayendo en las manos de las falsas y dañinas doctrinas de autocuración orientalistas que nada curan y nada sanan y nada ayudan, sino al príncipe de este mundo en su tarea infatigable de perder a las almas ingenuas, pobres almas, que todo lo confían en sus propias fuerzas.... sin darse cuenta que su padre es Adán.

viernes, 11 de febrero de 2011

En la hora de la ignominia

Hoy he estado muchísimo tiempo en oración, y me ha sabido a muy poco. El Señor se me presentaba a la mente con toda su Humanidad, y me decía, con tristeza:

Estoy triste porque muchos no quieren acompañarme a la Cruz. Quieren venir a Cenar conmigo, a estar en mi fiesta, pero cuando llega la hora de la ignominia se van.

Entonces sentí una fuerza muy grande que me empujaba a abrazarme a mi Jesús, y le decía en la oración, como en lágrimas, que yo iba a seguirle por todas las callejuelas espantosas del Via Crucis, y le acompañaría, día a día, momento a momento, hasta el Calvario.

Esta semana el Señor me ha hecho padecer mucho por los que no le aman. Me lo repetía una y otra vez en la oración: Ámame sólo a Mí, y comparte conmigo todo lo que me hacen sufrir los que no me aman.

Si no quieres la cruz, es que no me amas, y te amas únicamente a ti.

En los momentos libres del trabajo he estado meditando sobre esto: si amo a Jesús no puedo dejar de identificarme con Él por la Gracia de la mortificación y los padecimientos por los que no creen en Él, ni le adoran, ni le esperan, ni le aman,

y la forma de estar a su lado es padeciendo como propias las ofensas que recibió y recibe, y hacerme víctima por Él, con Él y en Él.

Por esto lo que quiero es desaparecer, para que Él aparezca en mí y se quede y me llene todo. Y yo no sea sino el cuenco de su Agua, y pueda dar a tantos de beber, que tantos hay sedientos y sin esperanza.

Quiero despedirme de todo apego a criatura o afición visible, y quedarme a secas en perfecta pobreza, sin nada para mí salvo ese todo que es su Gracia y el Amor invisible del Señor.


Alabado sea por los siglos de los siglos.

jueves, 10 de febrero de 2011

Meditaciones diversas del día de hoy

I

Esta mañana, en oración, se me representaba Jesús mentalmente, y me decía: no quieras tanto lo que te concedo, sino a Mí, que soy Quien te agasaja y regala sin que lo merezcas. Pues he también de retirarte mi mano, para que sufras y me agasajes y regales tú a Mí". Yo le decía: Es verdad, mi Jesús, que no te merezco. A continuación me estremeció mucho el sufrimiento de Jesús por los que no quieren amarle y le ofenden, y vinieron a mi mente unas palabras tremendas: alejarse deliberada y voluntariamente de Cristo y rechazar definitivamente su Espíritu es el mayor mal que puede cometer un hombre.

Le prometí al Señor que iba a rezar y mortificarme mucho por la conversión de los pecadores, como quería la Virgen de Fátima. Y diciéndole esto al Señor, imaginándomelo mentalmente, notaba en mí crecer una fervorosa confianza. Así que relacioné la convicción de entregarme como hostia viva a Jesús, y no quererme yo a mí mismo en sus regalos, con esta tan aguda confianza, y me comprometí a quererle sin mirar si me agasaja o no de aquí en adelante, si me concede gozo o dolor, consuelo o desconsuelo, fervor o desierto.

II. Todas las cosas que antes amaba, aun teniendo color, han perdido color para mí: las ciencias antiguas, como la Botánica;´las grandes obras de arte; los grandes tesoros de la música.... He comprendido cuánta vanidad se esconde en el gusto adámico de las cosas bellas, cuánta gula espiritual.No hace mucho, acabando de comulgar, percibí que el Señor me decía: todas estas cosas que amas te tienen atado. ¡No quieres morir, para no despedirte de ellas! No ves que morir sea una ganancia.

Y es que ninguna de las cosas visibles es medio proporcionado y real de unión. Tan sólo la propia Vida del Señor, que se hace inherente por la Gracia sacramental y la oración unitiva, nos identifica con Cristo. No por ello son malas. Son buenas. Pero tan sólo en una fase primera de nuestra unión con el Señor. Todo pierde color y sabor cuando se contempla al Señor.

III

Dios Todopoderoso me ha concedido el aceptar vivir como quiere Cristo: «como peregrinos y forasteros» (1Pe 2,11) en este mundo, sirviendo de instrumento para salarlo y darle sabor sobrenatural. Me doy cuenta que estamos sumergidos en una batalla de proporciones inauditas. Y yo sé a qué ejército quiero pertenecer, y a qué bandera seguir hasta la muerte.

Nuestras armas sean las que enseña la doctrina apostólica: oración impetratoria, ayuno, continencia y abstinencia, limosna, mortificación de la carne y de los sentidos, negación de uno mismo... y todo en el gozo que pedir al Señor, porque de Él procede. Con estas armas y armadura la victoria será de Cristo, con Quien nos ha de identificar el Espíritu por la Gracia de este sacramento universal de identificación con el Señor que es la Iglesia.

Como peregrino y forastero ( 1 Pe 2, 11): "no améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo" ( 1 Jn 2, 15)

El Concilio Vaticano II enseña: «toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas» (GS 13b).

«A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final» (37b).

Hay falsos profetas, maestros del error, que quieren perder almas. Debemos estar alerta contra ellos, amarlos y rezar por ellos, pero advertidos de su voluntad perversa, como nos advierte claramente la Sagrada Escritura:

«Saldrán muchos falsos profetas y extraviarán a mucha gente» (Mt 24,11; cf. 7,15-16; 13,18-30. 36-39 «Resisten a la verdad, como hombres de entendimiento corrompido» (2Tim 3,8), son «hombres malos y seductores» (3,13), que «no sufren la sana doctrina, ávidos de novedades, que se agencian un montón de maestros a la medida de sus propios deseos, y hechos sordos a la verdad, dan oído a las fábulas» (4,3-4).

IV

1 Juan 2:

18 Hijos míos,
ha llegado la última hora.
Ustedes oyeron decir que vendría un Anticristo;
en realidad, ya han aparecido muchos anticristos,
y por eso sabemos que ha llegado la última hora.

19 Ellos salieron de entre nosotros,
sin embargo, no eran de los nuestros.
Si lo hubieran sido,
habrían permanecido con nosotros.
Pero debía ponerse de manifiesto
que no todos son de los nuestros.

20 Ustedes recibieron la unción del que es Santo,
y todos tienen el verdadero conocimiento.

21 Les he escrito,
no porque ustedes ignoren la verdad,
sino porque la conocen,
y porque ninguna mentira procede de la verdad.

22 ¿Quién es el mentiroso,
sino el que niega que Jesús es el Cristo?
Ese es el Anticristo:
el que niega al Padre y al Hijo.

23 El que niega al Hijo no está unido al Padre;
el que reconoce al Hijo también está unido al Padre.

24 En cuanto a ustedes,
permanezcan fieles a lo que oyeron desde el principio:
de esa manera, permanecerán también
en el Hijo y en el Padre.

25 La promesa que él nos hizo es esta: la Vida eterna

Catecismo 672:

El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio, pero es también un tiempo marcado todavía por la "dificultad" (1Co 7,28) y la prueba del mal que afecta también a la Iglesia e inaugura los combates de los últimos días

Y el Magisterio pontificio de Pio XII:
34. Ciertamente, el odio contra Dios y contra los que legitimamente hacen sus veces es el mayor delito que puede cometer el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y destinado a gozar de su amistad perfecta y eterna en el cielo

V

El Señor me dado sufrir mucho por las personas que no quieren a Cristo, que se dejan seducir por maestros de error. He visto el abismo espantoso a que conduce la negación de Cristo y de su Espíritu. Sus frutos los vemos a diario: genocidio de nonatos en el vientre materno, adulterios, fornicaciones, apostasías y divisiones, dramas humanos de todo tipo.

En un retiro al que hace poco asistí enseñaban que un cristiano debe estar alegre. No dudo de su conveniencia, ni de que la alegría perfecta es don del Señor. Y lo pido, porque es fruto de la Gracia y no conquista mía. Pero yo sé que el Señor quiere que padezca sobrenaturalmente y me ofrezca por los pecadores, porque, como dijo la Santísima Virgen en Fátima:

"Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, y especialmente cuando hagáis un sacrificio: Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María". Y tomando un aspecto muy triste, la Virgen añadió: "Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique y rece por ellas".

miércoles, 9 de febrero de 2011

El más grande testimonio

Fuera de Ti, Señor, nada deseo. Porque fuera de Ti todo son tinieblas.

Tu doctrina, en la Gracia de tus sacramentos, es la luz que conduce a la Vida.

Santa Ángela de la Cruz no se cansaba de repetir:

Sólo a Vos quiero, Señor, y fuera de Vos nada apetezco.

Nada querer ni desear sino a Dios mismo. Luz de nuestra vida.

Saber que, cuanto hemos de hacer, Dios nos lo dará hacer. Y que nos enseñará cómo, ilustrándonos con el Logos luminoso de su Hijo, en el Espíritu.


Para saber qué hemos de hacer necesitamos luz. Nosotros, en especial los laicos, estamos en el mundo. Necesitamos saber dónde encontrar la luz que necesitamos para andar correctamente en él sin ser de él, sin andar en sus sombras.

Respondio Jesús: mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo (Jn 9, 3 y 5)

Por esto el mundo no puede iluminar al mundo.
Porque sólo Cristo es Luz.

Los valores del siglo, por muy buenos que parezcan, no son Cristo. Acudamos únicamente a Aquel que es luz. La Iglesia es luz del mundo. Porque su Cabeza lo es. Y si recogemos esta luz del Cuerpo visible del Señor, nosotros mismos la portaremos, seremos nosotros mismos la luz de cuantos nos rodean.
Vosotros sois la luz del mundo (Mt 5, 14)

Pero si enarbolamos los valores, las palabras, los conceptos, los esquemas del tiempo y el espacio que hemos de iluminar, ¿cómo podremos hacerlo, si el mundo no puede iluminar al mundo?

No queramos ni deseemos, por tanto, otra luz que la que porta la Iglesia, intemporal y eterna.

Así sabremos qué hemos de hacer con nuestra vida: qué pasos dar, adónde no ir, qué caminos evitar...porque conducen a las tinieblas.

Recibimos la luz, que no es nuestra, sino de Cristo, para iluminar, porque nosotros no tenemos luz propia para iluminarlo. Ni existen sabios entre nosotros, los seres humanos, con luz propia.

Es el Santo Nombre de Jesús la única Fuente de Luz, el Sol que ilumina.

Por esto, cualquier cristiano que dé testimonio de la doctrina apostólica de la Iglesia, recibida de Cristo, es luz del mundo. Y puede iluminar a cuantos andan en tinieblas acerca de qué querer y desear hacer con sus vidas.

¿En orden a qué? En orden a Dios, meta de toda vida.

Iluminar a cuantos nos rodean de forma que vean claro que deben seguir su camino hacia Dios, y salvarse, y no condenarse, es el más grande testimonio que el Señor nos concede dar.

El grande testimonio es mostrar la Luz que conduce a la Vida.

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

lunes, 7 de febrero de 2011

Gracias de hoy

Durante el trayecto en tren de hoy, por la mañana temprano, he estado releyendo pasajes especialmente lúcidos de algunos libros del P. Iraburu. Diagnostica la enfermedad espiritual de muchos con exactitud: el mundo ha penetrado en numerosos ambientes cristianos y los ha vaciado de sacralidad. Cristianismo descristianizado: subjetivismo, humanismo materialista, nestorianismo, arrianismo, pelagianismo...etc., etc. Como antiguamente, pero de forma masiva.

Reflexión: los cristianos no debemos dejar el mundo a su suerte, debemos salarlo, no endulzarlo, sino salarlo. Sin ser del mundo, pues somos de Cristo, hemos de padecer mucho para salvarlo y trasfigurarlo por el sufrimiento sobrenatural. Me he dado cuenta de que nada podré hacer por mis semejantes sin hacerme varón de dolores.

Luego, antes de llegar al colegio, oración. Pido y suplico las virtudes.

Vuelvo a pensar en el cristianismo descristianizado que invade muchas almas. Son almas que buscan donde no deben buscar, que no encuentran a Cristo aunque sí encuentren, de alguna manera, la religión cristiana, pero no a Cristo: encuentran valores humanos, empeños solidarios, proyectos fraternos y toda una programación de objetivos y contenidos de humanización. Pero no a Cristo. Y sin su Gracia todo se queda en pasos a un lado y a otro que nunca se orientan hacia lo alto de la cumbre.

La fila de jacarandas, como siempre, me recuerda que estoy en esta efímera tierra para realizar una misión. El día que el Señor me llame no me importará alejarme de todas las cosas bellas de este mundo visible: las plantas, las aves, las obras de Arte. Lo visible, aunque bueno, es efímero. Sólo Cristo sacia mi sed.

Procuro pasar el día entero pensando en su humanidad: imagino que está mi lado, que le toco la túnica sin que Él se de cuenta, que le beso los pies y me da la fuerza que necesito. Le pido que me dé amarle con toda mi alma y no estar un sólo momento sin pensar en Él.

El día transcurre con sus ruidos y sus disonancias, también con buenos sonidos, hermosas melodías y alguna que otra recompensa. Yo pienso todo el día en amar mucho a Jesús. El sentimiento de indigencia, ¡cómo lo calma el Señor! He aprendido a ser eficaz en algunas materias a base de pedirle la eficacia a Aquel que siempre vence.

Tras la comida, cerca del centro de trabajo, le ruego mucho al Señor que me haga santo, que me dé el poder perdonar a este o a aquel, que ilumine mi inteligencia, que quite de mi vida cierto defecto, que me dé fuerza para corregir esto y aquello, que me dé humildad.

Entonces comprendo que la Inmaculada, a la que nada más levantarme de la cama, por la mañana, pido me conduzca a su Hijo, me está atrayendo a su Corazón y que todo el pensamiento puesto en el Santo Señor Jesús se lo debo a Ella.

sábado, 5 de febrero de 2011

Caminos de Salvación en lo más profundo del bosque

1. Sirvamos con temor y temblor la Gracia de Cristo, permaneciendo emboscados del mundo, habiendo escapado de sus corrupciones (2 Pe 2, 20) No firmemos pacto alguno con el Leviatán, porque al príncipe de este mundo no hay contrato alguno que le calme y satisfaga, sino el de la pérdida de nuestras almas. Embosquémonos, demos por perdida nuestra vida a este siglo, vivamos aquí a la manera del que habita un refugio de Gracia en el bosque gris del mundo, perdidos a este tiempo.

No comamos los frutos de este mundo, despreciemos sus goces, sus sueños sembrados como hongos sobre cádaveres nonatos de inocentes.

2. No aceptemos las fórmulas equívocas de un cristinanismo descristianizado. A cuantos estamos inmersos en iglesias locales debilitadas por la soberbia desobediente al Magisterio, la devaluación pelagiana de la Gracia, la extensión masiva del error antropocéntrico, nos queda la perseverancia sobrenatural, el ardoroso fervor, las nobles armas de Cristo (Ef 6 , 12-18), la oración impetratoria y los divinos sacramentos. Dejemos a un lado del camino, donde reina el señor del bosque, a todos los maestros del error, a los embaucadores de sombras, a los sofistas ladrones de almas. Fieles a la Palabra del Señor, permanezcamos firmes y leales a su Cuerpo y a la Piedra en que se edifica el Reino de la Luz, que se construye en Pedro.

3. Tomemos a los santos y a los niños por intercesores, a los obedientes, a los sencillos, a los justos, a los que tienen espíritu de pobres. Pidamos intercesión a aquellos que son del agrado del Señor, aquellos cuya conducta refulge como una ciudad en lo alto del monte. Sabemos que los niños, los obedientes, son los más gratos al Señor. Tomémoslos como intercesores, pues el Señor escucha a los niños, y no a los sabios de este mundo.

4. Oremos por todos los que desconocen o no quieren conocer al Señor de la Vida. Demos la vida por la salvación de los pecadores, a la manera del Hijo de Dios. Sacrifiquémonos por la conversión de aquellos por los que lloró la Inmaculada:

"Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, y especialmente cuando hagáis un sacrificio: Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María". Y tomando un aspecto muy triste, la Virgen añadió: "Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique y rece por ellas".

5. No pongamos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles, pues la visibles son temporales, pero las invisibles son eternas (2 Cor 4, 18). Del optimismo naturalista, de la mirada ingenua y complaciente hacia las realidades sensibles, del humanismo que todo lo ve bien excepto el sufrimiento, liberemos nuestra mente y voluntad. No nos conformemos a este mundo (Rm 12, 2). Pues solamente quien no es de este mundo puede transformarlo y restaurarlo en Cristo,

sólo quien está perdido para el mundo puede salvar y traer luz al mundo, puede impregnarlo de Aquel que ya lo ha vencido y se ha entregado en rescate. No tengamos miedo a no ser como todos, como el mundo entero lo es. Sólo estamos de paso y somos forasteros en este bosque. Nuestra patria es el cielo, en que vivimos por la Gracia, y somos ciudadanos celestes.

Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe (1 Jn 5, 4)

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

miércoles, 2 de febrero de 2011

Amar a Dios es cumplir sus mandamientos

¿En qué consiste el amor a Dios?

Y en esto consiste el amor: en que vivimos conforme a sus mandamientos” (2 Juan 6)

La Escritura nos enseña qué es el amor a Dios. Dice el Señor:

El que ha recibido mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama” (Juan 14, 21)

El que los ha recibido es el que acepta la autoridad de Cristo, que se hace explícita en Pedro, en que edifica el Señor su Cuerpo visible, que es la Iglesia.
Pues sólo aquel que acepta que Cristo gobierne y tome el mando de su vida, acepta lo que Cristo le manda, aunque le cueste la vida.

Son mandamientos porque obedecerlos es amar. Quien obedece es el que recibe ese mandato de la boca del Señor, que es la Iglesia, y los guarda, es decir, los cumple y permanece en ellos.

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Juan 14, 15)

Guardar los mandamientos es cumplir y hacer que permanezca en nosotros la voluntad de cumplirlos, para permanecer así en el amor al Señor, que es la Vida.

Si no permanecemos en los mandamientos, permanecemos en lo contrario, en el no-Amor al Señor, es decir, en la muerte.

Quien no ama permanece en la muerte” (1 Juan 3, 14)

Cumplir lo que nos manda el Señor, y permanecer en el deseo de seguirlo cumpliendo, nos proporciona el gozo de su Vida.

Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado” (Juan 16, 24)

Pidamos al Señor el amor que queremos darle para gozar de su Vida cumpliendo sus mandamientos. Pues. ¿qué podremos dar nosotros, que no nos haya de dar Él primero?