jueves, 27 de octubre de 2011

"Pedidle al Señor por mí"

"Quiero, por tanto, renovar hoy –como lo hace San Pedro—, mi amor a Cristo, que nos hace capaces porque El es la fuente del amor. El es quien “nos amó primero”.

El me pone a vuestro servicio y me vincula a vosotros, a quienes ya quiero servir abnegadamente con el corazón del Buen Pastor. Confío plenamente en El pues, quien me toma entre sus manos, también, con ternura, “me cubre con la palma de su mano”, que es lo que hacemos cuando bendecimos. Yo se que de su amor incondicional nos podemos fiar.

Pedidle al Señor por mi para que sea fiel a su Iglesia, que no es nuestra sino suya. Que sepa conduciros hacia el Dios vivo, y transmitiros la fe, que es el gran tesoro para este mundo y para nuestro tiempo. Rogadle que me conceda ser prudente y vigilante, que busque la verdad para mirar a cada uno con libertad de espíritu y sin prejuicios. Yo le pido ser humilde y cercano, para transmitir la bondad de Dios, la relación viva con Jesus, el dialogo con El, y la gracia de sus sacramentos"



(De la homilia de la toma de posesión de nuestro Obispo)

lunes, 24 de octubre de 2011

HOMILIA DE D. RAFAEL ZORNOZA EN CEUTA

23 de octubre 2011

Queridos hermanos

“La caridad y sólo la caridad salvará al mundo”, decía el Beato D. Orione. Y añadía J. Maritain: “si, hace falta un diluvio de caridad”. Esta es precisamente la gran revelación que escuchamos este domingo de boca del mismo Señor en este día en que inicio aquí mi ministerio episcopal entre vosotros.

Os SALUDO a todos los aquí presentes
- Al Sr. Vicario General, Cabildo de la catedral, sacerdotes presentes
- A los Religiosos y religiosas, consagrados,
- A las autoridades civiles, Excmo. Sr. Presidente Alcalde de Ceuta, autoridades militares…
- Etc

El ministerio del obispo
He sido enviado a vosotros representando a Cristo, el Buen Pastor, para enseñar la fe, santificar y guiar al pueblo santo de Dios. Cristo resucitado, que vive para siempre y está presente en su Iglesia por la acción del Espíritu Santo, constituye al obispo para hacerse presente como Padre y Pastor. Me presento a vosotros confiado en el Señor para un oficio que ha sido llamado “oficio de amor” (San Agustin).

Mi agradecimiento al Santo Padre, Benedicto XVI, por su confianza, a quien expreso aquí mi obediencia y afecto, pues el preside en la caridad a todas las iglesias.
Os abrazo a todos. Quiero hacer mías vuestras preocupaciones y problemas, vuestras satisfacciones y gozos, vuestras esperanzas y luchas.

Dice Santo Tomás de Aquino que “nadie es pastor digno más que si llega a hacerse uno con Cristo por la caridad”. Ruego, por esto, vuestra oración. Yo le pido al Señor ser humilde y cercano para transparentarle a El, único obispo y pastor de nuestras almas, a quien se dirigen los pasos de nuestra peregrinación en esta vida. Pedidle que sea fiel a su Iglesia, que no es nuestra sino suya, no para atar a los hombres, ni buscar poder o prestigio personal sino para conduciros hacia el Dios vivo, para transmitir la fe, que nos ha sido entregada no sólo para nosotros, sino para los demás, para este mundo y nuestro tiempo. Orad para que me conceda la prudencia humilde y vigilante para buscar la verdad con y lucidez y mirar al mundo y a los hombres con libertad de espíritu y sin prejuicios. Que sepa transmitir la bondad de Dios que nos llega por una relación viva con Jesucristo, dialogando con El, asociándonos a El en sus sacramentos, y en su liturgia, hasta ser verdaderos discípulos.

Fidelidad a la vida y misión de la Iglesia

Puedo decir con San Pablo (cf 1Tes 1,5ss) que conozco vuestra fe que “ha resonado en todas partes”, que servís al Dios vivo y verdadero aguardando la venida de su Hijo Jesús
desde el cielo. Habéis seguido también el ejemplo del Señor acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así “llegasteis a ser un modelo entre los creyentes”. Esto es, que queréis ser fieles viviendo la vida cristiana con esfuerzo y la predicáis el evangelio, y celebráis con gozos la vida de Dios en los sacramentos, en la liturgia, que os llena su caridad.

El evangelio de hoy nos relata la pregunta de aquellos interesados en hacer la voluntad de Dios. Es, ciertamente, la pregunta constante de quienes nos interesamos por Dios. Continuamente nos preguntamos ¿qué quiere Dios, cual es su voluntad? ¿qué quiere de mi? Jesus responde: “Amarás al Señor con toda tu alma y todo tu ser”, y, con la misma fuerza, “amarás al prójimo como a ti mismo”. Quiere decir con ello que Dios me ama y que es el amor de Dios lo que explica nuestra vida, toda nuestra existencia. Está mostrando lo esencial de nuestra vida está en el diálogo de amor que establece Dios con el hombre, al que creó por amor y para amar, a su imagen y semejanza, y que toda la existencia, la esencial relación con Dios y la relación entre nosotros se desarrolla en este campo, y es en el donde se realiza la vida, o, de lo contrario, queda frustrada.

La predicación y vida de la Iglesia entera responde, por tanto, a los deseos más íntimos del corazón del hombre, a su verdad más plena, y nunca nos deja indiferente, siempre “conecta” con nosotros. En Cristo Jesús, Nuestro Señor, vemos realizada la respuesta mejor, porque toda su vida está movida por el amor al Padre y por su amor a los hombres, hasta el extremo de entregarla por completo, hasta morir por nosotros por amor.

Verdaderamente podemos comprender ---conociéndole, escuchándole, y siguiéndole---, que nuestra perfección moral va unida a esta aspiración y a su ejemplo, algo que, por otra parte, es ciertamente imposible de conseguir por nuestras propias fuerzas, si somos conscientes de nuestro pecado y confusión, pero que se hace posible si somos sostenidos por El con su gracia salvadora, con esa fuerza divina que gratuitamente concede a quienes confían el El, a quienes entran en su vida, reciben el bautismo y viven injertados en El.

“Al atardecer de la vida te examinarán sobre el amor”, dice San Juan de la Cruz. No basta, por tanto, cumplir los preceptos (y menos aún enredarse en disquisiciones bizantinas sobre ellos, como hacían aquellos fariseos). Es necesario por consiguiente que entremos en el “alma” de Cristo, en su estilo, allí donde se nos ofrece unidad a ser, donde la persona humana recupera su aspiración más alta y puede ver cumplidos sus deseos más profundos, en aquel lugar donde se ensamblan la mente y el corazón, los deseos y las obras, la mejor intención y su realización.

Un mundo necesitado del amor de Dios

Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social, a nivel político, económico, en la cultura, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción. El amor es la forma más alta y más noble de relación de los seres humanos entre sí. Por eso debe animar todos los ámbitos de la vida, debe estar presente en todas las relaciones sociales. Sólo la caridad puede cambiar completamente al hombre y, al mismo tiempo, representa el mayor mandamiento social, que espeta al otro y sus derechos, exige la justicia y promueve simultáneamente la misericordia, promueve la solidaridad.

Por todo ello, este mandato del Señor Jesús cuyo ejercicio constituye propiamente la identidad del cristiano nos presenta la gran ayuda de la Iglesia al hombre contemporáneo. La sociedad contemporánea, que advierte y vive profundamente una nueva necesidad de sentido y desea conocer del sentido de su vida, de su acción y de su muerte, puede encontrar en Dios el sentido último de su existencia. La caridad es el signo distintivo de los discípulos del Señor (cf. Jn 13, 35), y somos los cristianos quienes debemos ayudarles a hacerlo si vivimos nuestra misión, tal y como se expresa en el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes 41). Jesús nos invita a vivir fundamentados en su amor, a ser testigos de su amor en el mundo, a ordenar en el amor todas las cosas para conducir nuestras vidas a la perfección personal y social, a conducir la historia hacia el bien.

Un anuncio renovado de la Buena Noticia del evangelio

Comienzo mi pontificado celebrando esta Eucaristía, un acto de culto cristiano, cuya referencia imprescindible es la entrega de Cristo en la cruz. No puede separarse la liturgia cristiana del culto de la vida, pues una entrega supone y exige la otra.

Dios nos pide que amemos a los demás con un amor concreto y verdadero, no interesado; superar el interés, la utilización del otro, el racismo, el desprecio. Quiere que seamos capaces de compartir los dolores y los gozos de la vida cristiana (cf. 1Tes). Ahora bien, para poder para amar y servir a Dios hemos de adquirir la libertad que supone abandonar los ídolos ---como pedía Moisés a su pueblo en el Sinaí (cf Ex 22,20ss)--- .

Este es mi mayor deseo: me gustaría que viviésemos dando gloria a Cristo de modo eminente, dispuestos a vivir la civilización del amor, ---de la que el hombre contemporáneo se aleja con el laicismo, el relativismo moral, el secularismo, infectado hoy por una pandemia de egoísmo que en su origen prescinde de Dios porque piensa que sobra en su vida---. Una vez más el amor al prójimo, el bien del hombre y la sociedad se enfrenta a la idolatría. Los ídolos nos subyugan siempre. Valorar al otro como a uno mismo, respetar su vida, su persona y sus derechos sin distinción de lengua, raza o religión, supone servir al amor que nos eleva, y aceptar la locura escandalosa del amor de Dios, hacerla nuestra y contagiarla a los demás.

Esta es la nuestra misión más noble: evangelizar. Para eso, con la palanca del amor más acuciante, debemos entregarnos superando la mediocridad y ---cada uno en su vida y responsabilidad personal---, mostrar al mundo la sabia experiencia de los santos, cómplices del amor de Dios al servicio de una nueva sociedad.

Pero he aquí que se necesita un anuncio renovado de Cristo, incluso para los bautizados. Algunos viven como si Cristo no existiese, y otros incluso repiten los gestos y los signos de fe, especialmente a través de las prácticas de culto, sin que se corresponda con ellos una acogida del contenido de la fe y una adhesión a la persona de Jesús. Nuestra existencia personal no puede construirse prescindiendo del horizonte de la fe, sin incidencia en las relaciones interpersonales, sociales y civiles, o relegada al ámbito privado.

Ha de intervenir en el juicio y en los comportamientos de modo patente, puesto que, si Dios ha perdido la centralidad que le corresponde en el hombre, en consecuencia, el hombre mismo ha perdido su lugar. Es cada vez más urgente hacer entender al mundo que silenciar el deseo de Dios arraigado en lo más íntimo no puede ayudar a la verdadera autonomía del hombre.

La nueva evangelización debe sostener en nosotros el deseo de progresar hacia una pastoral que se haga cargo de los problemas que están presentes en la sociedad y por tanto, que afecten a la comunidad cristiana. Tenemos la gran oportunidad de interpretar nuestro presente y actuar en este momento histórico para hacer extraordinaria lo que es cualquier actividad ordinaria de la Iglesia.

Este debe ser nuestro compromiso de amor, un compromiso que será eficaz, teniendo a la vista vuestras experiencias pastorales que son expresión de una dinámica en constante crecimiento: las parroquias, los movimientos antiguos y los nuevos, las diversas órdenes religiosas, las asociaciones, codo a codo, sin caer en la trampa de la fragmentación o la división.

La eucaristía que celebramos nos une en el amor que es fuente de comunión para vivir como una familia, en armonía de todos los carismas y en la fuerza de la donación, para ser testigos ante el mundo de que “Dios es amor” (1Jn 4,8) y tiende su mano a todos, a los más necesitados, para que lleguen a experimentar el consuelo de la caridad y la luz de la fe.

Ofrecimiento final


Me pongo a disposición de todos vosotros. Suplico vuestra oración, vuestra ayuda y consejo para guiar a la Iglesia de Cristo como el Buen Pastor, para que sea siempre vínculo de unidad y de comunión como ejercicio de amor (servitium amoris), recuerdo y referencia del criterio del evangelio, que es la Buena Noticia de Dios.
San Daniel y sus compañeros mártires fueron testigos del amor de Dios entregando su vida. Me encomiendo a su intercesión y pido a María, la Virgen, Nuestra Señora de Africa, nuestra patrona, que ha hecho vida con su humilde docilidad a la gracia la encarnación del Hijo de Dios, que guíe mis pasos y fortalezca mi corazón para serviros con prudencia, hasta dar la vida por vosotros. AMEN

sábado, 22 de octubre de 2011

Homilía del nuevo Obispo de Cádiz, Mons. Rafael Zornoza Boy, en su toma de posesión en la Catedral de Cádiz

Hoy ha sido un día de gracia. En un emocionante acto eucarístico nuestro nuevo obispo, don Rafael Zornoza, ha llenado el corazón de todos los que estábamos en la Catedral de Cádiz acompañándole a él y a nuestro anterior obispo, d. Antonio.

Ha sido una homilía maravillosa, extraordinaria. Resalto con negrita o cursiva algunas cosas que me parecen muy especialmente importantes de ella.

Homilía del nuevo Obispo de Cádiz, Mons. Rafael Zornoza Boy, en su toma de posesión en la Catedral de Cádiz

He aprendido nada más llegar esa copla vuestra, que canta:
A Cái no le llaman Cái
que le llaman relicario,
porque tiene por patrona
a la Virgen del Rosario

Quiero que sea para ella mi primer saludo poniéndome bajo su amparo y protección y ofreciéndole mi persona y ministerio. La visité nada más llegar y esta tarde, con la Salve, le ofreceré la bula papal de mi nombramiento y, con ella, mi persona y ministerio. Os encomiendo también a vosotros, al maternal cuidado de la Virgen María.

1 Saludo al Sr. Nuncio Apostólico de Su Santidad en España, al Sr. Arzobispo Metropolitano de Sevilla, a los Sres. Arzobispos y Obispos.

Saludo con especial gratitud a D. Antonio Ceballos, pastor de esta diócesis durante los últimos dieciocho años, queridísimo de todos, de bondad ejemplar, que ha dejado aquí su vida y su corazón, gobernando con acierto, con celo y mansedumbre. Esta será siempre su casa, D. Antonio, porque también la tiene en los corazones de todos y, aunque se aleje un tiempo de aquí, deseamos tenerle siempre cerca para gozar de su amistad y consejo.

Saludo cordialmente a las autoridades civiles, militares y académicas; A las autoridades autonómicas, a la Sra. Alcaldesa y la corporación municipal. etc. Gracias por su presencia.

Os saludo afectuosamente a todos los diocesanos de Cádiz y Ceuta: al C. Consultores, al Cabildo de la Catedral, a todos los sacerdotes, consagrados, religiosos y religiosas, seminaristas, laicos, asociaciones, movimientos, hermandades. También a los medios de comunicación y a quienes participan en esta retransmisión, especialmente a mi madre enferma y a los monasterios de clausura.

Bienvenidos también cuantos habéis viajado desde Getafe y Madrid para acompañarme, vicarios, sacerdotes, familias, jóvenes, seminaristas. Muchas gracias. Mi saludo para vosotros con especial cariño.

2 Me presento ante vosotros como el que viene en el Nombre del Señor. No tengo más credenciales. Dios me ha conducido hasta aquí después de una intensa y gozosa vida sacerdotal y unos años de obispo. He dicho “sí” al Señor cuando El me lo ha propuesto por medio del Santo Padre, a quien corresponde el cuidado de todas las Iglesias, como dije “sí” cuando me llamó al sacerdocio, y cada vez que me ha pedido otros servicios ministeriales. Así he caminado en mi vida dejándome conducir por Dios en la docilidad que prometí –como todos vosotros, sacerdotes y consagrados— al comienzo de mi ministerio, con la satisfacción contínua y la experiencia de que El nunca defrauda, que llena de gozo el corazón de los que le sirven.

3 Gracias, por tanto, en primer lugar, al Santo Padre que ha puesto su confianza en mi humilde persona. Transmita, Sr. Nuncio, a Su Santidad Benedicto XVI mi agradecimiento y fidelidad. Espero, con la ayuda de Dios, no defraudar a la Santa Iglesia, y servirla como el Señor espera de mí.

4 Hemos escuchado en el evangelio un diálogo cautivador entre Jesús Resucitado y el apóstol San Pedro, una conversación realista en la que Pedro se entrega humildemente al Señor, a pesar de su amor deficiente, y Cristo le pide que apaciente sus ovejas. El apóstol deja la vida sus manos y se pone enteramente al servicio de Dios. Me parece una escena especialmente elocuente en esta celebración eucarística, donde se dice que celebramos mi “toma de posesión”. Esta expresión canónica a mí personalmente me lleva a pensar en la toma de posesión más importante de mi vida, la que la determina hasta el día de hoy. Fue aquel momento en que, con el gesto de las manos extendidas, el obispo que me ordenaba me impuso las manos invocando sobre mí la fuerza del Espíritu Santo.

El Señor puso su mano sobre quienes recibíamos las sagradas órdenes, como diciendo: este es mío; y somos suyos. Desde entonces, sencillamente la vida ya no me pertenece. Dios, que me la dio, la tomó para una misión universal, eclesial. Y ahora me entrega a vosotros, Me parece que más que tomar esta diócesis en propiedad para mí, soy yo quien se entrega a vosotros y sois vosotros quienes tomáis posesión de mí.

Quiero, por tanto, renovar hoy –como lo hace San Pedro—, mi amor a Cristo, que nos hace capaces porque El es la fuente del amor. El es quien “nos amó primero”. El me pone a vuestro servicio y me vincula a vosotros, a quienes ya quiero servir abnegadamente con el corazón del Buen Pastor. Confío plenamente en El pues, quien me toma entre sus manos, también, con ternura, “me cubre con la palma de su mano”, que es lo que hacemos cuando bendecimos. Yo se que de su amor incondicional nos podemos fiar.

Pedidle al Señor por mi para que sea fiel a su Iglesia, que no es nuestra sino suya. Que sepa conduciros hacia el Dios vivo, y os transmitir la fe, que es el gran tesoro para este mundo y para nuestro tiempo. Rogadle que me conceda ser prudente y vigilante, que busque la verdad para mirar a cada uno con libertad de espíritu y sin prejuicios. Yo le pido ser humilde y cercano, para transmitir la bondad de Dios, la relación viva con Jesus, el dialogo con El, y la gracia de sus sacramentos.

5 Esta iglesia de Cádiz y Ceuta tiene una antiquísima historia llena de frutos de santidad, con profundas raíces cristianas que están patentes en sus santos, en su espléndida piedad popular y en su patrimonio artístico. En ella encuentro una fuerte llamada para imitar a sus pastores santos, y a la responsabilidad de profundizar en la fe de los apóstoles y de los mártires que nos han precedido —como San Germán y San Servando— para acrecentar nuestra vida cristiana y responder con fidelidad a la misión que el Señor nos confía hoy.

Desde la era apostólica en que llega a nosotros la fe hasta el Beato Juan Pablo II,contemporáneo nuestro cuya fiesta celebramos hoy, podemos contemplarla unidad de la Iglesia en su historia, que constituye ese “nosotros” de la fe por el que nos reconocemos como “un solo cuerpo” (Rom 1,3), y participamos en el “yo” de la Iglesia que es sacramento de Cristo vivo en el mundo, con su misma vida administrada en sus misterios por los pastores, con la misma verdad. Aun parece que escuchamos al Papa Beato que nos dice, Duc in altum, “rema mar adentro”, y que nos sigue invitando a ser santos, a ser amigos de Cristo, quien camina a nuestro lado y guía a la Iglesia hacia la plenitud de la verdad y de la vida.

La voz de nuestro querido Juan Pablo II es acorde con los santos patronos del siglo II, y con San Daniel y sus compañeros mártires, y con la del Beato José Diego de Cádiz, y San Francisco Javier y San Juan de Ávila, apóstol de Andalucía y próximo doctor de la Iglesia. Nuestra vida, nuestro corazón y nuestras palabras están en continuidad armónica con todos ellos para mostrar a Cristo Redentor del hombre, siempre actual, el mismo “ayer, hoy y siempre”, y que responde con su eterna novedad a quien busca la vida para siempre.

6 No soy capaz de decir en este momento qué caminos pastorales concretos haremos juntos, que objetivos debemos compartir, pero es evidente que debemos profundizar en nuestro seguimiento de Cristo.

Por tanto creo que acierto si os propongo ya desde ahora, como nuestra gran meta, evangelizar.

La Iglesia entera renueva hoy su esfuerzo por una nueva evangelización promovida por el Santo Padre y esperada con ilusión por todos, para una sociedad que pierde la esperanza cuando olvida sus raíces cristianas. Por lo que sé, coincide con vuestros recientes planes pastorales y el impulso del Sínodo Diocesano de hace diez años.

“¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz!” (Is 52,7). Una sociedad herida por el nihilismo posmoderno no puede ser esperanzada. Donde reina la nada no puede haber alegría por algo, no hay futuro, ni eternidad ni gozo. La vieja Europa devastada por las trágicas guerras del s.XX recuperó sus bienes, pero no sus coordenadas para vivir. Ni siquiera la sociedad del bienestar ha podido ocultar su vacío. La agobiante crisis económica ha puesto de manifiesto otra, la más profunda y determinante: la falta de valores, el imperio del egoísmo y, en suma, la pérdida de Dios.

A nosotros, cristianos de este pueblo, nos pueden faltar recursos, medios, etc,…; cualquier cosa menos esperanza. Ser cristianos nos impide caer en el desánimo, si estamos “arraigados en Cristo, y firmes en la fe” (Col 2,2). Lo nuestro, lo típicamente cristiano, es la esperanza, y con ella, el ánimo (virtus), el gozo, no sólo de vivir y de experimentar que tenemos futuro, que Dios nos ama y espera —(¡El sí que cree en nosotros!)—, sino de ser portadores de la Buena Noticia para el mundo, la que saca de las crisis, la que crea una nueva humanidad, la que necesita el mundo abatido y menesteroso que nos rodea. Y de esta misión no podemos desertar. Quisiera, por tanto, desde ahora, renovar y alentar la esperanza cristiana, porque el mensaje del evangelio es el mensaje del futuro, la respuesta de Dios a la búsqueda del hombre de hoy. Nada tan oportuno y necesario, nada tan verdadero.

En la cultura secularizada del mundo occidental se tiende a hacer desaparecer a Dios de la conciencia pública, se desvanece el carácter singular de la persona de Cristo y se duda de los valores predicados por la Iglesia. Este es hoy nuestro desafío, un reto providencial que debe hacernos reaccionar con ilusión, lejos de la resignación y del desaliento. El mundo nos pide hoy más que antes que seamos testigos, que demos razón de nuestra fe, que mostremos nuestro gozo por ser seguidores de Jesucristo, que vive resucitado, que nos ha robado el corazón y que nos enseña en la Iglesia la razón última de las cosas, puesto que es la Verdad y la Vida.

Hermanos: “Que la esperanza os tenga alegres” (Rm, 1,14). Es urgente comunicar la alegría que nace de la fe y de la experiencia del amor de Dios. “¡Grita jubiloso, porque Dios ha visitado a su pueblo!” escuchábamos al profeta Isaías. Las personas necesitan hoy ser llamadas de nuevo al objetivo último de su existencia; en su interior hay una profunda sed que sólo Dios puede saciar con su amor infinito. Sin Dios, que nos da lo que nosotros por nosotros mismos no podemos alcanzar (cf. Spe salvi, 31), nuestras vidas están realmente vacías. Cada persona necesita cultivar una relación con Cristo, que ha venido para que tengamos la vida en abundancia (cf. Jn 10,10). La meta de toda nuestra actividad pastoral y catequética, el objeto de nuestra predicación, el centro mismo de nuestro ministerio sacramental ha de ser ayudar a las personas a establecer y alimentar semejante relación vital con “Jesucristo nuestra esperanza” (1 Tm 1,1).

7 Pero ¿qué debemos hacer? Lo primero, a mi entender, es “ser”: ser lo que somos, vivir a fondo lo que el Señor nos ha concedido ya. Es preciso restablecer la primacía del ser sobre el hacer, más aún, la primacía de la gracia, que es principio esencial para una programación pastoral (Cf. Past Greg 12). Seamos verdaderamente creyentes, amigos del Señor, coherentes, fieles de Cristo, cristianos. Queridos sacerdotes, religiosos, laicos; jóvenes, adultos, ancianos o niños; casados, consagrados o solteros; vivamos nuestra vocación con santidad. Es decir, vivamos intensamente nuestra fe, ahora que comenzaremos este “año dedicado a la fe” que acaba de proponer el Santo Padre para “recordar la belleza y la centralidad de la fe, la exigencia de reforzarla y profundizarla a nivel personal y comunitario”(Benedicto XVI, Angelus 17.10.2011). Seamos hombres nuevos y testigos del Señor, “amigos del Hijo de Dios que nos da la vida y la vida en plenitud” (id., Porta fidei, 2).

Ser cristianos es compartir una relación con Dios que transforma la vida, y nos proporciona una profunda fraternidad, una nueva humanidad, una la voluntad firme de servir a Dios a favor del hombre, una vida que es apertura a todos y que transforma el mundo o quiere transformar al mundo según las ideas del Creador. Y quien se deja transformar por Cristo, abre su corazón a la universalidad, a la preocupación por todos, a un amor que no tiene barreras.

8 En cualquier situación social, política, o económica, tendremos que luchar por mostrar la presencia de Dios en el mundo, que hace crecer lo humano cuando acepta que el hombre es imagen de Dios. Podemos expresar con nuestro ejemplo, fácilmente visible en una cultura que se deshumaniza, que vivir cristianamente nos hace más humanos, más libres, si estamos anclados en la verdad, aunque contradiga la moda del momento, o la confusión del relativismo. Por eso, con una firme conciencia cristiana, debemos ser promotores de una caridad generosa, capaces de compartir los bienes, los trabajos, y hasta la vida con los necesitados, los que no tienen trabajo, los emigrantes, los enfermos… y ser defensores de los derechos de todos. Debo decir, por tanto, que me alegran sobremanera las noticias de vuestra caridad y la atención a los necesitados, en especial a los emigrantes, porque muestran la calidad de vuestra vida cristiana.

9 Hay que continuar haciendo todo lo que se pueda para aliviar las dimensiones humanas, morales y espirituales de la actual crisis económica. Cuando hablamos de desempleo recordamos enseguida el número de los parados, pero ellos no son un número, sino gente que sufre y que está herida en su dignidad humana (cf. Car inVer n.25).

Nuestra Iglesia está al lado de los pobres, sirve a los que no tienen trabajo y les ayuda a superar sus necesidades; hace ya grandes esfuerzos por alimentar a los hambrientos y dar refugio a los sin techo. Y debemos seguir haciéndolos, pues no podemos desfallecer, porque es un escándalo la pobreza general y la gran falta de trabajo de nuestra sociedad, que debe exigirnos a todos colaborar para encontrar modos eficaces para promover el bien común en la vida social y económica. Es el momento de cada uno asuma su propia responsabilidad personal o institucional para crear puestos de trabajo y vencer la pobreza que hace estragos. Y reconozcamos a la luz de Dios —como lo hace la Doctrina Social católica—. que para construir una sociedad más justa, el hombre de hoy debe salir se su relativismo moral y superar la cultura del egoísmo y de la muerte. Que la pobreza haga brillar más en nosotros la riqueza del amor de Dios. Recordemos, además, –con palabras de la Beata Teresa de Calcuta— que nadie tiene mayor pobreza que quien no saber amar.

Os invito a vivir la “fantasía de la caridad” –como indicaba el Beato Juan Pablo II— para hacernos profetas del amor de Dios y mostrar a todos la belleza de la vida cristiana —también a los alejados de la Iglesia—, porque la felicidad que buscamos tiene un nombre y un rostro: el de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre que nos ama y nos busca.

10 Celebremos por tanto nuestra fe. Cristo el Señor, que resucitado vive para siempre, se hace presente en esta santa liturgia que nos une en comunión con Dios y con toda la Iglesia, presidida por este indigno siervo suyo, pero que por la sacramentalidad de la Iglesia, por la fuerza del Espíritu, es sucesor de los apóstoles y representante del Señor. Pidamos por intercesión del Beato Juan Pablo II quepueda gastar mi vida y serviros como Aquel que “no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Pues mi oficio y autoridad es un servicio a la unidad y a la comunión que solo se concibe como un servicio de amor (cfr. Chr Dom 16), al servicio de Dios y al servicio de los hombres. AMEN.

+ Rafael Zornoza
Obispo de Cádiz
Catedral, 22 de octubre de 2011

miércoles, 19 de octubre de 2011

Qué aceptar y qué no

Piensas qué hacer, qué decisión tomar, qué camino escoger...

Dudas sobre qué aceptar, qué rechazar, qué elegir para ti o tu familia....

A qué decir sí, a qué decir no...

¿Qué debes hacer?

En la Escritura viene el criterio decisivo.

El criterio de elección .

Nos lo dice en Jn 3, 27:

"No debe el hombre aceptar para sí nada que no le haya sido dado de lo alto"

martes, 18 de octubre de 2011

De estrellas y torrentes

Por la mañana muy temprano, camino de la estación, iba rezando el Rosario bajo las hojas de la pequeña fila de árboles, muy consolado y con tremendo fervor, y parecíame que el Señor me estaba golpeando el corazón con toda su fuerza divina como si pretendiera arrancármelo para ponerme el suyo, como diciéndome:

"Doy mis gracias a los que la mendigan con sus lágrimas"

Bajo la gran hilera de acacias, hacia el andén, pasaba las cuentas de ébano con verdadera pasión.

Luego, en el tren, lectura de san Alfonso María de Ligorio: "Práctica del amor a Jesucristo". De pronto, al salir en mi estación, como un torrente de devoción y vida. Lágrimas por Cristo. Mis pecados. Cristo en la cruz. Sus llagas abiertas como grandes flores, como volcanes, como estrellas.

Una confianza muy grande, de pronto, traspasó todas mis miserias, mis vanidades, mis apegos y mis carencias; traspasó todo el bronce, todo el durísimo espesor del pecado, y deshizo los temores y las viejas cortezas de carnalidad como rompiéndose en luz, desde una fuente antigua, muy nueva, siempre fresca y limpísima.

Un alegría fontal, como llegada de un venero inmarcesible, se derramaba sobre mi vida como una fuente de esperanza inquebrantable, y se abría bajo mis pies a medida que me aproximaba al trabajo.

Y ya no me dejó el Señor hasta infundirme una enorme gratitud por todas las antiguas humillaciones.

viernes, 14 de octubre de 2011

Y no por esfuerzo

Nuestra debilidad y flaqueza nos abruma.

Quisiéramos ser distintos y vencer los miedos, cobardías, imperfecciones.

Sabemos que la santidad es la obra de Cristo en el ser humano, a través de su Cuerpo, que es la Iglesia.

Por eso, pedimos a Dios que haga en nosotros su obra.

Y ¿cómo será su obra? ¿De qué depende?.

Jesucristo el Salvador nos lo dice.

"Hágase en vosotros según vuestra fe" (Mt 9, 29)

Qué sería de mí si el Señor hubiera dicho:

"Hágase en vosotros según vuestra voluntad".

Porque yo tengo mi voluntad herida por el pecado. Y el bien me cuesta más que me cuesta el mal. Aunque no quiera.

Pero el Señor conoce mi debilidad, y por eso me dice y nos dice:

"Hágase en vosotros según vuestra fe".

La fe que Él mismo me ha dado por su Cuerpo, que es la Iglesia.

La fe que es don, regalo inmerecido, gratuito.

La fe que tenemos porque el Señor nos la ha traído por la cruz.

Y no por esfuerzo, sino por Gracia.

Y cuando tu Gracia nos inunde, Señor, con ella podremos esforzarnos hasta lo indecible, con ella vendrán los mil trabajos luminosos y las proezas sin cuento. Entonces sí que habremos de esforzarnos en Ti, Señor.

Pero esforzarnos con la fuerza de Dios que es Cristo Jesús, que rehabilita nuestra voluntad perdida y la fortalece como sólo Él sabe.

¿Quedarnos quietos entonces?

No, Señor, sino moviendonos cuanto tú nos muevas, y no negando la potencia de tu brazo en nuestra alma.

LAUS DEO

miércoles, 12 de octubre de 2011

Toda nuestra esperanza

Una y otra vez caemos en la misma sima y tropezamos con la misma piedra. Y nos desanimamos.

Pero hemos de tener esperanza.

¿En qué?

La Imitatio Christi nos dice en qué no hemos de ponerla:

"No debe poner su esperanza en cosa alguna de la tierra" (L I, c 12,1 )

En cosa alguna de la tierra:

es decir,
...ni en el amor, ni en el dinero, ni en la salud, ni en la familia, ni en los jóvenes,

...ni en la lotería, ni en un nuevo gobierno, ni en un partido político nuevo,

...ni en unos fabulosos y atractivos programas pastorales, ni en una nueva titulación, ni en los viejos planes ni en las nuevas ideas, ni en los teólogos de fama ni en grandes manifestaciones, ni en la naturaleza humana ni en una nueva declaración de intenciones...

En cosa alguna de la tierra.

Hemos de poner toda nuestra esperanza en UNA SOLA COSA, y esa cosa apropiárnosla y aferrarnos a ella.

Una sóla cosa que no viene de cosa alguna de la tierra, sino que viene de lo alto.

Es lo único que debemos apropiarnos, de forma que apoyemos toda nuestra existencia en ella, y construyamos nuestra casa en su roca.

TODA nuestra esperanza.

Ya nos lo dice el Bautista:

"No debe el hombre apropiarse nada que no le venga de lo Alto" (Jn 3, 27)

Sólo debemos pues hacer propiamente nuestra una cosa. Una cosa que viene de lo alto.

Veamos cuál es.

La Palabra Divina nos lo dice con claridad.

"Poned toda vuestra esperanza en la Gracia de la Revelación de Jesucristo". (1 Pe 1:13)

En la gracia, en la vida sobrenatural que trae la Palabra de Cristo, la Verdad de Cristo.

No hay nada en la faz de la tierra ni en la propia naturaleza del ser humano que nos traiga la gracia, salvo Cristo Salvador por su Palabra .

Mas, ¿dónde encontramos la Palabra de Jesucristo, nuestro Salvador, la Palabra en que hemos de poner toda nuestra esperanza y edificar sobre ella nuestra vida, nuestra familia, nuestros planes, nuestros caminos y saberes y quehaceres?

En aquella que la guarda en su corazón y la custodia, y con amor la distribuye.

Aquella que a imagen de la Madre de Cristo conserva el Misterio de toda esperanza en su seno:

la Iglesia, Madre de Gracia a imagen de María.

La Iglesia de Cristo, maternal Sacramento de Esperanza para el mundo.

Por esto, porque sólo en la Gracia de Cristo hemos de poner nuestra esperanza para no caer en la mismas simas y no tropezar con las mismas piedras una y otra vez, ya sabemos dónde depositar toda nuestra confianza.

Sabiendo esto, hemos de dedicarnos a todo aquello que aumenta en nosotros la Vida de Cristo.

A la oración continua. A la contínua oración de alabanza, petición y adoración. A la vida sacramental. Al estudio de la Palabra. Al santo apostolado de la Palabra de Dios. A la Santa Eucaristía, que es la fuente misma de nuestra salvación por gracia.

Y no busques más en qué poner tu confianza.

Porque lo has encontrado.

domingo, 2 de octubre de 2011

No nos preocupemos

Nos preocupa cómo hablar de Jesús y de su Iglesia sin que nos rechacen.

Qué hemos de decir para que nuestro oyente

no se asuste, ni se moleste, ni se indigne, ni se escandalice,
ni nos llame intransigentes, radicales, intolerantes...

sino que

nuestra palabra interese, nos acepten, les cautive nuestro mensaje, les convenza....

Pero primero hemos de tener en cuenta que no hemos de pretender crear nosotros el discurso, como si fueran nuestras palabras, nuestro discurso, o su brillantez lo decisivo,

ni cuanto ideemos, inventemos y programemos sea lo determinante.

Porque no, no es así.
Aceptemos lo que nos dice Jesús acerca de esto:

"no os preocupéis de cómo habéis de hablar o qué váis a decir: lo que debáis decir se os dará a conocer en ese momento, porque no seréis vosotros los que hablarán, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará en vosotros. (Mt 10, 19:20)

En segundo lugar hemos de comprender que el mundo odia a Cristo, su Salvador. ¿Por qué? El mismo Jesús nos lo explica en Jn 7, 7:

"el mundo me odia a Mí porque declaro que sus obras son malas"

Por esto, Jesús nos dice:

"Os odiarán a vosotros por causa de mi Nombre" (Mt 10)

Nos odiarán por ser de Cristo y no del mundo.

Pero algunos no nos odiarán, sino que se convertirán por la palabra de Cristo y el poder de Dios a través nuestra.

Por tanto, despreocupémonos de lo que hemos de decir por nosotros mismos, y de que nos acepten o no.

Y sólo entonces seremos instrumentos de Cristo.

No nos preocupemos. La Palabra Divina así nos lo dice en Filipenses 4, 6:

" No os preocupéis por nada".

Si predicamos a Cristo como Él quiere, nada debe inquietarnos. La paz de Dios será derramada sobre tu corazón y el mío. ¿Cómo es posible, si nos odian, si no nos comprenden, que nos inunde la paz de Dios? ¿Así podemos estar en paz?

Nosotros no lo comprendemos, porque no comprendemos del todo la misteriosa paz de Dios, que alegra y serena nuestras almas sobrenaturalmente como sólo el Señor sabe y puede. Porque

" la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado vuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús" (Flp 4, 7)

Así pues, hablemos de Cristo como Cristo quiere y nada temamos. ¡El Señor es fuerte!