Parece que la gracia puede ser buscada y hallada por iniciativa del ser humano, y que por ello es el ser humano quien primero busca y halla y luego viene la gracia.
Por el contrario, es la gracia misma la que mueve al ser humano a buscarla libremente y hallarla.
"Si alguno dice que la gracia de Dios puede conferirse por invocación humana, y no que la misma gracia hace que sea invocado por nosotros, contradice al profeta Isaías o al Apóstol, que dice lo mismo: He sido encontrado por los que no me buscaban; manifiestamente aparecí a quienes por mí no preguntaban [Rom. 10, 20; cf. Is. 65, l]." (Denz 176)
Parece que somos nosotros los que comenzamos la obra buena, y luego la gracia nos ayuda y Dios nos confirma en nuestra iniciativa personal.
Por el contrario, no somos nosotros los que comenzamos nuestra obra buena, sino el Señor, que sin preceder mérito nuestro, da comienzo en nosotros y con nosotros nuestra acción libre y saludable.
"También profesamos y creemos saludablemente que en toda obra buena, no empezamos nosotros y luego somos ayudados por la misericordia de Dios, sino que El nos inspira primero -- sin que preceda merecimiento bueno alguno de nuestra parte -- la fe y el amor a El, para que busquemos fielmente el sacramento del bautismo, y para que después del bautismo, con ayuda suya, podamos cumplir lo que a El agrada. De ahí que ha de creerse de toda evidencia que aquella tan maravillosa fe del ladrón a quien el Señor llamó a la patria del paraíso (Lc 23,43), y la del centurión Cornelio, a quien fué enviado un ángel (Ac 10,3) y la de Zaqueo, que mereció hospedar al Señor mismo (Lc 19,6), no les vino de la naturaleza, sino que fué don de la liberalidad divina." (Denz 200)
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