La jornada en la Ciudad Terrena termina con Cristo atravesándola de parte a parte como una luz silenciosa a lo largo de un bosque.
A un lado y otro del camino emergen peligrosas setas de falsa belleza apetecible, flores exóticas, caminos aparentes de ilusiones que nos distraen del puro Ágape...
Pero el Señor es celoso y nos quiere para sí, nos aparta de todo lo fantasmagórico y nos conduce hacia la catedral sumergida en la Ciudad celeste.
Y entonces calamos hondo en el acontecer y los instantes florecen como azahares deshilachados hasta su última harina. LAUS DEO
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