Señor mío y Dios mío, me conformo con seguirte, detrás tuya,
a duras penas, tras tu manto, o tras tu sombra. Tal vez en un momento del
camino mires hacia atrás, y tu Mirada se cruce con la mía, y entonces yo sabré
vivir al fin, y no me importará el silencio, ni la sombra, ni las esperas
largas, muy largas, de lo que nunca viene.
Pues tu mirada es mi vida, Señor, y en ella soy fuerte y
resplandezco en tus ojos, como si nunca hubiera sido pecador, como si nunca
hubiera desesperado, como si ahora y siempre te hubiera merecido, Señor, por lo
que nunca te he dado.
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