Parece que Dios espera a que le abramos la puerta, y se disponga por sí sola nuestra voluntad a recibirle.
Por el contrario, el Señor no sólo no espera, sino que prepara nuestra voluntad y la cambia de mala en buena, y le da la fuerza para oírle llamar y le queramos abrir y de hecho le abramos.
Concilio de Orange, Can. 4. Si alguno porfía que Dios espera nuestra voluntad para limpiarnos del pecado, y no confiesa que aun el querer ser limpios se hace en nosotros por infusión y operación sobre nosotros del Espíritu Santo, resiste al mismo Espíritu Santo que por Salomón dice: Es preparada la voluntad por el Señor [Prov. 8, 35: LXX], y al Apóstol que saludablemente predica: Dios es el que obra en nosotros el querer y el acabar, según su beneplácito [Phil. 2, 13].
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