domingo, 4 de diciembre de 2011

Que el lenguaje de los valores es antropocéntrico y subjetivo y no sirve para expresar la Ley Moral

En la entrada anterior hemos visto la estrecha relación que existe en el lenguaje de los valores y el espíritu de cuantificación
Nos ayudará mucho a entender la naturaleza del problema si comprendemos qué son exactamente los valores.

Podemos definirlos así: los valores son cuantificadores de relevancia.

En los test de medición de personalidad usados en psicoterapia, por medio de unos items valorados con términos cuantitativos: nada, mucho, poco, bastante, etc., se mide qué es lo importante en la vida de una persona y se hace una escala de relevancia que determina sus valores. El índice de relevancia es lo que determina qué es un valor y qué no lo es: si la amistad, o la solidaridad, el arte o las relaciones sociales, la familia o la vida independiente y solitaria...o incluso la religión. La importancia que ésta pueda o no tener es igualmente medida y reducida a un grado menor o mayor de relevancia.

La ética de los valores posee un lenguaje de relevancia subjetiva que es totalmente inadecuado para expresar la esencia de la Ley Moral, fundamentada en la Ley Divina y no en cuantificaciones subjetivas de relevancia.

Es cierto que en algunos documentos del Magisterio de la Iglesia se emplea el término "valores cristianos" y otros parecidos. Lo hace, por ejemplo, Juan Pablo II. Pero aquí la intención del Papa no es usar en sí mismo el lenguaje de los valores, sino clarificar los prejuicios de la sociedad descristianizada y utilizar sus conceptos para iluminar la mente y producir la metanoia. El uso de estas expresiones está inserto en un contexto de lenguaje bíblico-tradicional, y en un marco semántico de exposición de verdades que aislan el concepto y lo reconducen.

En el fondo del lenguaje moral de los valores subyace la visión antropocéntrica de la técnica, que substituye a la visión teotrópica, y convierte la moral en un saber antropotrópico al servicio del hombre, y no al servicio de Dios.

La moral de los valores no es más que la tecnificación de la ética ajeno totalmente a la existencia objetiva de la Ley Moral . Por esta razón, su desarrollo ha ido estrechamente unido al de la piscología y la sociología, desvinculándose por completo de la Teología moral.

Si se considera al ser humano como el centro de todo, desplazando al Verbo de ese lugar, los valores morales cobran independencia de la Palabra del Creador, es decir, de su ley ordenadora, y se orientan hacia la voluntad del hombre y no hacia la voluntad de Dios.

Este es precisamente el proyecto de Friedrich Nietzsche, una trans-valoración de todos los valores, un cambio hacia la voluntad humana de poder, que coloque lo humano en el centro de todo. Y para ello, los valores han de liberarse del Logos, han de hacerse independientes, han de separar su mirada del centro real, que es el Logos, y no el hombre. Han de transmutarse.

Al des-centrarse la moral del Logos, la Ley Moral se diluye en la subjetividad y la moral se vuelve existencialista, experimental, subjetiva, irracional... la subjetividad de la experiencia personal pasa a un primer plano, en detrimento de la absoluta objetividad de la ley divina.

Si el Logos deja de ser el centro de todo, el hombre pierde su propio logos, y se vuelve siervo de sus apetencias, de sus valoraciones, de su opinión, se vuelve esclavo de su propio criterio, de lo que considera relevante

Sin embargo, la Revelación nos enseña qué es lo absolutamente relevante para el hombre.

A esta Palabra ordenadora del Verbo autorrevelándose, el lenguaje de los valores responde potenciando el concepto de derechos, en contraposición al de deberes.

"Los valores son derechos, los derechos son valores". El deber que tenemos para con Dios, sintetizado en la ley natural, en los mandamientos, es puesto en suspenso en función de si es relevante o no para la vida humana actual, en su tendencia antropotrópica.

De forma que la ley natural queda postergada y rechazada en base a su poder normativo objetivo, y se subordina a lo que para el hombre es importante, subjetivándose según patrones de relevancia personal.

Ante todo esto, hemos de afirmar, siguiendo la doctrina de la Iglesia, que la norma suprema de la vida humana es la ley divina, objetiva, eterna y universal:

"Dignitatis humanae, 3. Todo esto se hace más claro aún a quien considera que la norma suprema de la vida humana es la misma ley divina, eterna, objetiva y universal, por la que Dios ordena, dirige y gobierna el mundo y los caminos de la comunidad humana según el designio de su sabiduría y de su amor. Dios hace partícipe al hombre de esta su ley, de manera que el hombre, por suave disposición de la divina Providencia, puede conocer más y más la verdad inmutable. "

La éticidad de nuestros actos, pues, no puede fundamentarse desde un valor particular, sino desde la Ley Moral creada por Dios, fin último de los actos humanos libres.

La ordenación teotrópica del ser humano es así el único fundamento de la moralidad, el único sentido de sus actos y la única relevancia posible y total de su existencia.

La vida moral no consiste, pues, en un sistema de cuantificaciones de relevancia subjetiva,

sino en la libre aceptación del orden con que Dios dirige hacía Sí a los seres humanos

No hay comentarios:

Publicar un comentario