Que Dios Creador disponga formas y organismos con sabiduría, y que por el pecado del hombre esta disposición se altere,
es tan lógico como misterioso.
Pero que Dios mismo sude sangre y se deje ultrajar como lo hizo...
esto hace saltar los goznes del mundo.
No hay palanca que pueda levantar un peso como éste, salvo la Gracia.
Y esos ultrajes, ese sudor de sangre, nos hacen comprender la gravedad de la alteración.
Y la grandeza infinita del Remedio.
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