La tensión perfectiva que suscita la gracia en el hombre renacido,
supone que el alma ya no puede convivir con su pecado, le resulta
insoportable,
de forma que o lo acalla en la conciencia
aprisionándolo, haciendo enmudecer la voz de Dios en él y regresando a
la sombra anterior,
o expulsa su pecado mediante el
arrepentimiento y la reparación por el sacramento de la penitencia, y aumenta así la gracia todavía más, en
un proceso de repugnancia progresiva al mal y aborrecimiento del
pecado, hacia la perfección interior.
Así pues la encrucijada es esta:
o aplastar la conciencia, o aumentar la gracia.
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