Tras la Caída el ser humano vive sumergido en un vertiginoso Espíritu de Huída, cuyo carácter sonoro es el ruido y la disonancia.
En el arte del mundo caído el silencio es una vía de escape, un alto artificial en el camino de los ruidos y las manchas sonoras.
Porque es un silencio vacío, y no la escucha de una "Presencia a la que se atiende" , (como dice D Javier Sánchez Martínez en un reciente post).
Frente al arte y el silencio caído, el arte y el silencio de la Liturgia Divina.
En la polifonía litúrgica hay silencios que equivalen a bellas consonancias,
y bellas consonancias que cumplen el papel de silencios.
En la Liturgia, belleza y silencio son equivalentes.
La belleza de la consonancia equivale a la paz del silencio porque procede de Dios.
La música clásica de la apostasía sin embargo suena a ruido de maquinaria.
Como la pintura irracional y feísta, que parece ruido plástico.
Es el Espíritu de Vértigo que hunde al hombre Caído en un mundo de disonancias y disarmonías.
Frente a esto, la paz silenciosa y consonante de la Iglesia, que es esencialmente paz litúrgica, el ámbito del silencio y de la consonancia armónica, de la belleza plástica y de la armonía de las formas estéticas.
Lo que el silencio sacro contribuye a conseguir
es a encontrar en Dios un principio de estabilidad,
gracias al cual se detenga en nosotros el vertiginoso espíritu de huída original,
y hallemos la paz de que nos habla la Escritura:
""Aequiesce in Domino, et spera in Eo". (Sal Vulg 36, 7)
Aquiétate en el Señor, y espera en Él.
Un principio de estabilidad:
el único, la Gracia de Nuestro Señor Jesucristo, en cuya cruz el mundo detiene su huída y el ruido se disipa.
Stat crux dum volvitur crucis.
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