En el blog longinos-opinionesdeunconverso.blogspot.com/ he leído una buena reflexión sobre el tema de la felicidad que creo da en el clavo de algunos aspectos de este problema.
Es un asunto de importancia. Confieso que me he preguntado a menudo qué relación tiene este tema con el de la vida cristiana y su fin, la santidad.
A raíz de la lectura de esta entrada de Longinos he estado reflexionando toda la mañana sobre ello. Y he lanzado una mirada al mundo descristianizado de hoy.
Un mundo en que la cruz es escándalo y horror. Un mundo en que la enseñanza verdadera de la Iglesia es vista como una cruz.
Si lanzamos una mirada a la sociedad que nos rodea, ¿qué observamos? El imperio de la subjetividad: la búsqueda de la felicidad subjetiva, entendida como gratificación emocional y contento de la voluntad propia en el presente acontecer terreno; es un empeño universal, obsesivo. Todo el mundo quiere ser feliz (conseguir sus sueños) a toda costa.
Es un asunto de importancia. Confieso que me he preguntado a menudo qué relación tiene este tema con el de la vida cristiana y su fin, la santidad.
A raíz de la lectura de esta entrada de Longinos he estado reflexionando toda la mañana sobre ello. Y he lanzado una mirada al mundo descristianizado de hoy.
Un mundo en que la cruz es escándalo y horror. Un mundo en que la enseñanza verdadera de la Iglesia es vista como una cruz.
Si lanzamos una mirada a la sociedad que nos rodea, ¿qué observamos? El imperio de la subjetividad: la búsqueda de la felicidad subjetiva, entendida como gratificación emocional y contento de la voluntad propia en el presente acontecer terreno; es un empeño universal, obsesivo. Todo el mundo quiere ser feliz (conseguir sus sueños) a toda costa.
Realizar sus sueños, sus anhelos, vivir aquello que le hace sentirse mejor, aquello con lo que se identifica. Es lo contrario del imperativo del Señor: negarse a sí mismo.
La ética de hoy está subordinada a la idea de felicidad subjetiva inmanente. Es decir, proyectada sobre el tiempo terreno. Porque es la subjetividad el principio que rige la vida de la persona.
La ética de hoy está subordinada a la idea de felicidad subjetiva inmanente. Es decir, proyectada sobre el tiempo terreno. Porque es la subjetividad el principio que rige la vida de la persona.
La Iglesia, sin embargo, nos enseña a no dejarnos guiar por el sentimiento y su anhelo de contento subjetivo y terrenal, sino por Dios, y su proyecto de dicha objetiva y eterna, de destino final dichoso para el hombre, más allá del sufrimiento subjetivo que pueda causarle realizar en vida dicho plan.
El sufrimiento se mira con horror.
La renuncia, el sacrificio se mira con horror.
La ley natural objetiva y universal, que pone trabas de conciencia a hacer cosas que nos contentan, se mira con horror. La conciencia se mira con horror.
El sufrimiento se mira con horror.
La renuncia, el sacrificio se mira con horror.
La ley natural objetiva y universal, que pone trabas de conciencia a hacer cosas que nos contentan, se mira con horror. La conciencia se mira con horror.
La cruz que hemos de abrazar, para a continuación negarnos a nosotros mismos y seguir a Cristo, se mira con horror.
Lo que me contenta es lo bueno. Dios no puede querer que no consiga mis sueños. Este es el pensamiento universal de la sociedad del bienestar y sus valores mundanos. También existe una espiritualidad mundana, adulterada, que consiste en proclamar la gloria de ser subjetivamente feliz y borrar la noción objetiva de pecado. Dios es el garante de nuestros deseos, no el legislador supremo. Legislamos nosotros en base a aquello que deseamos.
Si algo me contenta, no es pecado. Este es el fundamento subjetivo de toda valoración errónea. Porque se subordina el concepto de felicidad a estado subjetivo de felicidad.
Veamos algunos ejemplos de este tipo de falsas deducciones.
Si yo quiero ser feliz, ¿por qué voy a estar siempre abierto a la vida en mis relaciones conyugales? Tener uno o dos hijos me dará más felicidad que tener seis: menos trabajo, menos gasto, menos disgustos, más calidad de vida. Es mejor atiborrarme de anticonceptivos. Los anticonceptivos garantizan mi calidad de vida, es decir, mi felicidad. Luego los anticonceptivos son buenos y la enseñanza de la Iglesia es errónea.
Si yo quiero ser feliz, ¿por qué prolongar el sufrimiento de los enfermos sin esperanza de curación, a los que tengo que cuidar, lavar, cambiar, dar la medicación, atender durante la madrugada...? Es mejor una inyeccción. Así no sufren ni los enfermos ni sus cuidadores. Atender a un viejecito que ni siquiera me reconoce, y que vive como un vegetal, no es calidad de vida. Hay que poner fin a esta situación de infelicidad. Luego la eutanasia es buena, y la enseñanza de la Iglesia es errónea.
Si yo quiero ser feliz, y me enamoro profundamente de otra mujer que no es mi esposa, y puedo ser feliz con ella, ¿por qué vivir amargado con mi mujer, si puedo ser feliz? Luego el adulterio es bueno, y la enseñanza de la iglesia es errónea.
Si yo quiero ser feliz, ¿por qué tener un hijo no deseado, que sólo va a traerme disgustos, quebraderos de cabeza, sufrimiento? Es mejor abortar. Luego el aborto se debe permitir.
Etc. etc., etc.
Es decir, abunda en la mentalidad de hoy esta forma de razonar. Es una ética eudemónica, es decir, cuyo fundamento de valoración es la felicidad subjetiva que aporta.
Sin embargo, no hay que ir muy lejos en la lectura de la Escritura, o la vida de los santos, o las mismas y verdaderas enseñanzas de la Iglesia, para constatar que el camino de vida que nos recuerda la conciencia y nos propone Cristo es otro radicalmente distinto.
Nuestra vida no nos pertenece. Por tanto, el Plan de vida de nuestra felicidad no nos pertenece. Pertenece a Dios. Es Dios quien determina lo que puede o no hacernos felices. Dios, no nuestra subjetividad
Dios nos ha creado, redimido, conservado la vida hasta el día de hoy.
Si nuestro corazón late, es porque Dios quiere.
Nuestra vida de criatura pertenece a Dios. Nuestra felicidad pertenece a Dios. Dios es nuestra felicidad. Si se la robamos a Dios, y la proyectamos sobre las criaturas, ocurre el misterium iniquitatis, el pecado. Quitamos a Dios del centro de nuestra vida y nos ponemos a nosotros mismos como legisladores.
Dios nos crea según un Plan providente, en el que nuestra vida ocupar un lugar propio. Dios tiene algo previsto para cada uno de nosotros en orden a nuestra plena unión con él en su seno amoroso.
Las leyes objetivas que rigen nuestro ser (Ley natural) están dispuestas para realizar ese Plan de dicha eterna (no de efímero contento terrenal) Si ponemos cortapisas, el Plan fracasa, fracasamos nosotros.
Y creo que, por el misterio del pecado, el hombre puede ser aparentemente feliz en esta vida haciendo fracasar el plan de Dios. Será feliz en su subjetividad, pero no será dichoso. No será objetivamente feliz.
En la entrada de Longinos comentada al principio se hace referencia a una importante palabra: la dicha.
La dicha no es la felicidad.
La dicha no es sino la consecución de un bien. Dicha es lo mismo que destino bueno. Ese destino es el Cielo.
Si nuestro corazón late, es porque Dios quiere.
Nuestra vida de criatura pertenece a Dios. Nuestra felicidad pertenece a Dios. Dios es nuestra felicidad. Si se la robamos a Dios, y la proyectamos sobre las criaturas, ocurre el misterium iniquitatis, el pecado. Quitamos a Dios del centro de nuestra vida y nos ponemos a nosotros mismos como legisladores.
Dios nos crea según un Plan providente, en el que nuestra vida ocupar un lugar propio. Dios tiene algo previsto para cada uno de nosotros en orden a nuestra plena unión con él en su seno amoroso.
Las leyes objetivas que rigen nuestro ser (Ley natural) están dispuestas para realizar ese Plan de dicha eterna (no de efímero contento terrenal) Si ponemos cortapisas, el Plan fracasa, fracasamos nosotros.
Y creo que, por el misterio del pecado, el hombre puede ser aparentemente feliz en esta vida haciendo fracasar el plan de Dios. Será feliz en su subjetividad, pero no será dichoso. No será objetivamente feliz.
En la entrada de Longinos comentada al principio se hace referencia a una importante palabra: la dicha.
La dicha no es la felicidad.
La dicha no es sino la consecución de un bien. Dicha es lo mismo que destino bueno. Ese destino es el Cielo.
Felicidad es un estado subjetivo de contento emocional y sentimental. Pero si este contento pasajero y efímero esta separado del Plan providente de Dios, de la dicha (el bien) que Dios tiene pensada para nosotros desde toda la eternidad, se quedará en sólo eso, un gozo pasajero, que al morir, en el más allá, acompañará la eterna frustración de un Plan desbaratado.
La dicha es un bien objetivo que espera al ser humano en la otra vida (la Gloria) y que es anticipado en este (la Gracia)
Y por esta dicha hay que sacrificarlo todo, hasta la propia felicidad.
La felicidad mundana excluye la cruz. Pero sabemos, por Cristo, que la cruz es el camino de nuestra dicha.