lunes, 29 de agosto de 2011

De cómo el Padre nos atrae hacia Sí por medio de su Hijo, con el Espíritu del Amor de ambos

Recordemos cómo estábamos antes.

Pero antes... ¿de qué?

De convertirnos.

¿En qué situación estábamos antes de convertirnos?

Nos lo dice la Escritura al reflejar la tremenda desolación de Jerusalén:

3 Estamos huérfanos, sin padre (Lam 5, 3)

Es la orfandad en que nos sitúa el pecado.

De pequeños nos bautizaron. Poco a poco fuimos creciendo en cuerpo, conocimiento y facultades. Poco a poco nos fuimos alejando más de Dios. Hasta que nos alejamos totalmente y pasamos a encontrarnos en la situación que nos advierte la Escritura:

Estábamos huérfanos, sin padre (Lam 5, 3)

O acaso tal vez hemos tenido la suerte de unos padres cristianos, que nos llevaban a Misa, que nos llevaban a confesar, que nos enseñaban las oraciones de siempre, de siglos de adoración... un día el mundo nos sedujo definitivamente y nosotros nos dejamos seducir,

rechamos la gracia de Dios y decidimos el pecado mortal. Basta con uno. A éste vinieron otros, y a esos otros otros más y así nos situamos en un estado de pecado habitual, muertos a la gracia, con la conciencia oscurecida por los engaños del mundo.

Y no nos acordamos de Dios hasta que un amigo, o tal vez un suceso providencial, nos hizo darnos cuenta de la voz de Dios, que nos llamaba desde la puerta de su Casa:

--¡¡Volved! ¡Venid a Mí, que soy vuestro Padre! Daos cuenta, hijos míos, de que estáis muertos por vuestros delitos, y que os envío a mi Hijo amado para que os traiga de vuelta a mi Morada.

Estábamos huérfanos, sin Padre.

No es que Dios dejara de ser Padre. Es que nosotros por el pecado expulsamos su gracia. Y si somos hijos de Dios, es por ella. Cuando perdemos la gracia nos situamos en un plano de orfandad, de soledad, de oscuridad, a solas con nuestras fuerzas naturales. Lo primero que el pecado ataca es la conciencia de la filiación divina. El maligno se hace dueño de nosotros y quiere que nos sintamos solos, huérfanos, desamparados, desatendidos, sin Padre, sin Madre, sin Hermano, sin el Amor de ambos que es su Espíritu. Es el comienzo de las depresiones, las tristezas, las vaciedades, las preocupaciones.

Así lo explica el beato Juan Pablo II:

""El pecado original no es sólo la violación de una voluntad positiva de Dios, sino que también (...) tiende a abolir la paternidad (divina)" (Cruzando el umbral de la esperanza)

Pero el Padre quiere ser Padre. No quiere abandonarnos. Y habla una Palabra que nos llama,


una Palabra maravillosa que nos habilita para volver,


y esa Palabra es su Hijo. Por Quien volvemos y regresamos a Dios. Alabado sea. ¡No nos desampara! ¡No nos abandona! Es la más grande dicha del mundo: no somos huérfanos.

"" Porque el benignísimo Señor excita y ayuda con su gracia a los errantes, para que puedan llegar al conocimiento de la verdad, y a los que trasladó de las tinieblas a su luz admirable (1Tm 1), los confirma con su gracia para que perseveren en esa misma luz, no abandonándolos, si no es abandonado (Denz 3014)

Dios no nos abandona. Vamos errantes. Pero nos llama, nos convierte, si se lo pedimos, para hacernos volver.

Fíjate como nos ama: si le abandonamos, y vagamos perdidos y sin padre por el mundo, sabe que para nosotros es imposible volver a Él. Tan perdidos estamos. Tan solos estamos. Pero no nos desampara. Nos induce con su gracia a desear ser buenos hijos suyos, a volver a su Morada,

nos mueve a amar a su Hijo para poder ser nosotros hijos.

Que nos convirtamos de nuevo, que dejemos la deprimente orfandad del pecado y tengamos de nuevo un Padre, no depende en primer lugar de nosotros sus hijos adoptivos, sino del Padre, que nos llama constantemente a través de palabras y hechos providenciales, y en segundo lugar, subordinadamente, de nosotros sus hijos, de que nos dejemos ser movidos por la Gracia de su Hijo, que nos manda con el poder del Amor de ambos, que es su Espíritu, por el cual nos convertimos. Así nos lo explica el Doctor Universal:

""que el hombre se convierta (se vuelva) a Dios no puede ocurrir sino bajo el impulso del mismo Dios que lo convierte"

Que volvamos no puede ocurrir sino bajo el impulso mismo del Padre que nos atrae a su Hijo, por el que volvemos a ser hijos.

Es triste el pecado. Pero es infinitamente luminosa y plena, y perfecta la virtud que procede de Dios. Y esa Virtud es Cristo.

RECAPITULEMOS

Cuando pecamos nos volvemos hacia el Maligno. Nos convertimos a él. Salimos de la Casa del Padre y tomamos una dirección contraria a Dios: la dirección del mal. --No hablo de pecados leves, sino de pecados que dan muerte, pecados que alejan en dirección contraria de Dios, que nos vuelven al Maligno y nos hacen de él, según lo dicho en la Escritura:

"quien comete pecado es del Diablo" (1 Jn 3, 8)

Dios nuestro Señor, sin embargo, cuando nos ve caídos y perdidos, y marchándonos de su Casa, nos atrae hacia Él llamándonos al arrepentimiento, a la conversión, a volver a Él; como buen Padre que es, sale a la puerta de su Casa, y nos manda a su Hijo que pronuncia su palabra: ¡Volved! ¡Volved!

Mas sabe también que aunque le escuchemos, y queramos volver, no vamos a tener fuerzas para darnos la vuelta, resistir la atracción del nuevo imán que nos atrae, que es el Demonio, del que nos hemos hecho suyos.

Sabe que aunque queramos volvernos y regresar no vamos a poder, POR LA INCAPACIDAD NATURAL DE NUESTRA VOLUNTAD HUMANA, DE HIJOS DE ADÁN, según lo dicho por el apóstol en Romanos 7:

18 porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo.

19 Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.

Así que nos manda su fuerza, que es Cristo Jesús, Nuevo Adán, por cuya gracia de cruz nos hacemos hijos de Dios.. Y con Él sí que podemos.

Ya no estamos huérfanos, sin Padre.

Jesus, su Hijo, viene a nuestro encuentro, nos alcanza, nos convence por medio de su Cuerpo de Gracia, de su Sacramento de Conversión, que es la Iglesia de su Espíritu, nos convoca, nos congrega, nos llama de parte del Padre, nos convierte, nos incorpora a su Iglesia, que es Morada de Filiación, Fuerza en Cristo, Receptáculo sacramental de la Divina Paternidad,

Casa del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15) y ahora sí que podemos libremente volvernos a Dios. Porque de andar errantes, sin padre, pasamos a morar en la Casa del Dios vivo, que está fundada sobre roca.

Sé humilde.

Si pecas, andas perdido, errante, sin fundamento, sin Padre. Tú sólo no puedes, ha de llamarte el Padre.

Así nos lo enseña el propio Jesús en el Evangelio de Juan, capítulo 6:

44 Nadie puede venir a Mí,
si no lo atrae el Padre que me envió

Y el Padre te llama por medio del Cuerpo Crucificado de su Hijo, que es la Iglesia, tu Madre, POR CUYO SACRAMENTO EL PADRE REALIZA EN NOSOTROS SU PATERNIDAD EN CRISTO JESÚS.


Somos hijos de Dios al incorporarnos POR PURA GRACIA al cuerpo de su Hijo. Y si el Padre es Padre de su Hijo, es Padre nuestro, que somos


miembros sacramentalmente vivos de su Hijo Amado


por la incorporación a su Cuerpo, que es la Iglesia.


La Iglesia es, pues, el Sacramento de la Paternidad Divina. El Padre nos atrae hacia Sí por medio de ella.

Alegrémonos, hermanos, profundamente, para siempre. Somos hijos de Dios, no estamos solos.


A Él toda la gloria en Cristo, con la virtud del Santo Espíritu que nos pronuncia la llamada del Padre, por su Hijo:

¡Volved a Mí!


Ya nunca más habrá noche en tu vida. Tienes Padre.

sábado, 20 de agosto de 2011

Con Cristo y como Cristo

Lectura de la bella Homilia del Santo Padre en la Almudena. Muchas gracias vendrán por las palabras del Papa en España. Sin duda, lo que la Iglesia necesita, sobre todo nuestra Iglesia: el giro teotrópico radical, a la raíz que es Cristo, en que nos enraizamos para dar fruto eterno.

"os preparáis para ser apóstoles con Cristo y como Cristo, para ser compañeros de viaje y servidores de los hombres"

Apóstoles como Cristo, a su Imagen de Hombre Celestial (1 Cor 15, 47)

Dice el Santo Padre que aprendamos, para configurarnos con Cristo, a desprendernos del mundo.

"aprended de Aquel que se definió a sí mismo como manso y humilde de corazón, despojándoos para ello de todo deseo mundano"

Configuración con Cristo, liberación de las sugestiones del mundo para salvarlo... la espiritualidad bíblica y tradicional que ha de restaurarse, tras decenios de secularismo.

Después me he dedicado a releer algunos pasajes del Diario de León Bloy.


Contempla el alejamiento de Dios de la sociedad occidental y anuncia lo que vendrá sobre esta sociedad por el desprecio de Cristo:

"Ríos de sangre, miserias infinitas..."

Ríos de sangre... de sangre de inocentes nonatos en el vientre de sus madres...

A menudo observa como distintivo de la apostasía occidental, el que el mal y el maligno se presenten con apariencia buena, trastoquen el bien por mal, y lo malo se disfrace de pseudobelleza. Y cómo uno de los actos primeros del mal es atacar a los indefensos, a los niños, a los tullidos, a los enfermos, a los que hace aparecer como enemigos y culpables.

La apostasía, pues, lo que hace es transmutar los valores: la inocencia deviene en culpabilidad, en problema, en obstáculo que hay que salvar. Para el mundo apóstata, la muchacha que quiere preservar su virginidad es una idiota a la que hay que dejar de lado o ensuciar cuanto antes; el tullido, el síndrome de dawn, el nonato, son signos del Mundo de lo Indeseado, que hay que borrar del mapa para seguir siendo felices.

En diciembre de 1913 hace un diagnóstico certero en pocas palabras de la falsedad de la

literatura burguesa:
"El fondo de la literatura moderna se halla en esta blasfemia: el espíritu mata y la letra vivifica.

De nuevo me impresiona la maravillosa y gran Misión que se propone con sus libros:

"Me propongo practicar una especie de apostolado, demostrando la miseria sorprendente y el ridículo infinito de todo lo que se opone a Dios".

Y a un amigo que le habla de sus tristezas y vacíos , le dice lo que desea para él:

"Yo quisiera que usted se fundiese en lágrimas a los pies de Jesús" Le dice que Dios es Quien alivia los sufrimientos, a través del arrepentimiento, de forma que:

"Déjese encontrar por Él. Entonces, le hará llorar de tal modo que usted ya no podrá sufrir más"

Y nuestras lágrimas por Jesús nos guiarán hacia la dicha eterna.

***

Tras León Bloy he repasado algunas cosas de De Lubac, tal y como me recomendó el buen D. Javier Sánchez.

No me resisto a copiar este párrafo sobre la obediencia sobrenatural en la vida del cristiano:

“Pero, en toda ocasión, sea que el hombre que manda en nombre de Dios tenga razón o esté equivocado, esté ciego o sea clarividente, lo mismo si sus intenciones son puras o embrolladas, tenga o no en su interior afán por la justicia,

"desde el mismo momento en que este hombre está investido de legítima autoridad y no obliga a nada malo, sabe (el cristiano) que siempre obrará mal si le desobedece”;

“No hay sofisma, ni apariencia de bien, ni convencimiento de poseer la razón que pueda velar a sus ojos el resplandor de las dos palabras con las que San Pablo propone a nuestra imitación a Cristo: factus obediens.

A continuación de este rato de lectura y meditación hube de cumplir con mis obligaciones familiares, recordando en Cristo y como Cristo que la alegria sobrenatural es un don de Dios que hay que pedir. Así que a eso me atuve, sin dejar que nada me perturbase sino las risas de mis hijas o las palabras de mi esposa, dándole gracias a Dios por haberme convertido, para que yo me convirtiese (Lamentaciones 6, 21)

Luego, medito sobre el voluntarismo.
Qué difícil lo ve todo, en el camino de la santidad, el cristiano voluntarista.

Suelen ser personas con deseo sincero de perfección, buenos cristianos, que se encuentran con el escollo de un exceso de confianza en su propia voluntad.

Cuánto cuesta esto... qué difícil es aquello.. qué esfuerzo más grande supone lo otro...

La sobrevaloración de la voluntad es un problema. Porque no es sino un desplazamiento del centro de gravedad de la vida espiritual. Hubo un tiempo en que yo entendía que cuanto más cuesta un acto, más meritorio es. Ahora veo claro que es un error.

La vida del cristiano no es sino la obra de la Gracia en la persona que libremente, movido precisamente por Vida de Cristo, deja hacer a Dios en su vida y hace lo que Dios mismo quiere que haga, cueste lo que cueste, sea fácil, difícil, heroico o simplemente cotidiano


La vida cristiana no es sino la obra sacramental de la Gracia. Porque todo es Liturgia viva.


Laus Deo Virginique Matri

martes, 16 de agosto de 2011

Contemplación

Se me presentaba el Señor en la mente como sufriendo mucho, recién herido. Me decía las palabras de Juan 15, 5, sin Mí no puedes hacer nada, y lo veía en la cruz haciéndome sitio junto a él, en otra cruz, pero mohosa, infecta, llena de pus. Me pareció una cruz horrible, espantosa, pero sentía un impulso irresistible de alzarme a ella y darle besos y crucificarme a Su lado.

Entonces la cruz cambió, como si se transfigurara, la vi como inundada de azul marino, pura claridad, como si resonara dentro de ella el mar por donde anduvo Jesús.

Por la mañana he estado pensando en esa espantosa cruz mohosa y virulenta, y cómo se transformó en completa frescura y luminosidad, cuando quise abrazarla. El maligno nos infunde miedo a la cruz, pero sabemos que aunque en el mundo existen sufrimientos, dolores, temores, todo es fácil de sufrir por amor a Jesucristo.

Y pienso que con su Gracia no es lo más esforzado lo más meritorio, sino lo que contiene más Amor de Caridad, más fervor y sobrenaturalidad. Más obediencia.

Lo más obediente a la Gracia es lo más meritorio, por misericordia.

Cuando paso mucho tiempo en oración desaparece el esfuerzo. Todo es suave, el yugo ligero.

Hace años pensaba que lo más costoso es lo más meritorio. Ahora comprendo mi error. Lo que contiene más caridad es lo más meritorio, sea costoso o suave.

Esta mañana, por la calle, ayudando a un familiar. Plaza de Abastos, supermercados, compras de cada día. Pero el prosaísmo del mundo no me afectaba. Yo iba todo el tiempo en oración. Con un deseo impetuoso de abrazar a Jesús, de amarle, de besarle los pies, de llorar de dicha, de incontenible ternura...

Comprendí que el Señor me estaba agasajando y confortando. El otro día le pedí un poco de sufrimiento. Ahora comprendo que quiere agasajarme, y que lo que yo quiera, por creer más meritorio, no es lo que Él quiere...

Sólo importan los planes que Él tenga, lo que Él quiera hacer con nuestra vida.



Laus Deo Virginique Matri








jueves, 11 de agosto de 2011

¡Conviértenos, Señor, y nos convertiremos!

En el capítulo 5 de las Lamentaciones, ante el pecado, abandono y calamidad del Pueblo de Dios, exclama el profeta:

21 ¡Vuélvenos hacia ti, Señor, y volveremos!

No dice el autor sagrado, a secas: "volveremos a Ti". Sino: Vuélvenos a Ti, Señor, y volveremos.

En la Vulgata dice:

21 converte nos Domine ad te et convertemur

Es decir, conviértenos, Señor, y nos convertiremos a Ti.

Pide al Señor que les convierta. ¿Es que acaso ellos no pueden convertirse por sí mismos, ellos solos? ¿Tiene el Señor que convertirles primero a ellos, para que puedan convertirse a continuación?

Así es. La iniciativa y el poder son siempre del Señor.

Por eso piden que les vuelva a Él. Que cambie la dirección de sus pasos. Están perdidos, desolados por sus pecados. Alejados del Señor. Y no dicen: nos volveremos a Ti, sino:

Vuélvenos a Ti, y entonces, una vez que Tú, Señor, nos conviertas, nos vuelvas a tu seno, a tu abrazo misericordioso, a tu Poder, nos tomes del brazo, cambies la dirección torcida de nuestros pasos, y nos vuelvas hacia tu Divino Rostro, entonces, y sólo entonces podremos volver a Ti.

Piden al Señor les haga desear la conversión.

Lo mismo hace la Iglesia. Pues si nos convertimos, es porque la Iglesia, Nuestra Madre, por nosotros, pide al Señor que nos convierta.

Esto mismo hace la Iglesia. De hecho, estas palabras de las Lamentaciones son palabras de la Iglesia. El profeta habla por ella, por nosotros. Pedimos al Señor nos haga desear convertirnos para poder convertirnos. Porque el deseo de volver a Él es obra suya en nosotros, por la Iglesia.

En la Divina Liturgia de Pascua de Resurrección, por ejemplo, pedimos a Dios Todopoderoso atienda los deseos santos que Él mismo ha infundido en nosotros con su gracia:

""Oh Dios que en el día de hoy, por medio de vuestro Unigenito Hijo, vencida la muerte, nos habéis abierto las puertas de la eternidad, oid favorablemente nuestros deseos, que Vos mismo habéis inspirado en nosotros con vuestra gracia" (Oración tras el Introito )

Como si dijéramos: Escucha nuestro deseo, Señor: queremos volver a Ti. Hemos pecado. Hemos tomado otra dirección, hacia el Maligno. Pero Tú has hecho que queramos volver libremente nuestros pasos hacia tu Nombre, hacia tu Casa, Señor, de la que nos hemos alejado por el mal que elegimos esclavizados por el Demonio. Ya que nos has infundido este deseo de volver a Ti, escúchalo, y concédenos que podamos volvernos a tu divino Amor.

¡Es Dios Nuestro Señor Quien siempre da el primer paso!

¡Bendito sea y alabado por los siglos de los siglos! Cuánto nos ama, de qué manera, que no espera a que nosotros, mendigos de su gracia y de su palabra, le pidamos lo que sólo Él puede darnos pedir.

Es Él Quien nos desea primero.

Para que nosotros nos convirtamos con esa fuerza teotrópica que Él invierte en nuestra recuperación, en nuestra conversión. Todos nuestros pasos hacia Dios son movidos, sustentados, suscitados y mantenidos en dirección teocéntrica por Él, Y A LA VEZ, gracias a ésta acción teotrópica suya, --o mejor dicho cristocéntrica--, nosotros libremente somos movidos por Él al movernos nosotros: Vuélvenos a Ti, para que podamos volvernos a Ti.

No nos movemos solos hacia Dios Nuestro Señor, ni solos ni autónomamente, sin su impulso divino y amorosísimo, de pura misericordia. Nos movemos hacia él libremente, propiamente, humanamente, pero de forma sobrenatural, auxiliados y animados por Él, libremente por su causa. En un movimiento que es luminosamente nuestro porque Él nos da que así sea: dichosa y hermosamente nuestro lo que es Suyo.

Si somos verdaderamente libres, salvíficamente libres, es por obediencia sobrenatural, que perfecciona nuestra naturaleza. Por ductilidad libre. Por gracia. ¡Paradoja sublime, grande, grandiosa del Amor de Dios!

Por eso pide la Iglesia, por la Escritura: conviértenos, y nos convertiremos.

Como si dijera: danos lo que queremos darte, para que podamos dártelo.

Es decir: convertirse es un acto sacramental, ECLESIAL, profunda y libremente humano, auténticamente humano, razonable aunque misterioso y supra-inteligible, inspirado por Dios mismo, inaccesible a nuestras fuerzas meramente humanas pero humanizante, posible por la gracia y auténticamente humano, en que lo humano llega a plenitud por divinización.

¿Dios lo hace todo, entonces?
No, nosotros hemos de colaborar. Él nos da el poder colaborar. Nos mueve a colaborar.

¿Dios nos obliga a creer en Él con una gracia irresistible? No, habilita nuestra libertad para que podamos elegirle voluntariamente movidos por la gracia. Podemos no querer colaborar y rechazar la gracia. Podemos negarnos a colaborar.

Pero es Dios mismo Quien nos da el poder colaborar libremente:

Así lo enseña de forma inerrante el Magisterio de la Iglesia, recogiendo esta verdad de la Escritura y de la Tradición:

""Confesamos a Dios por autor de todos los buenos efectos y obras y de todos los esfuerzos y virtudes por los que desde el inicio de la fe se tiende a Dios, y no dudamos que todos los merecimientos del hombre son prevenidos por la gracia de Aquel, por quien sucede que empecemos tanto a querer como a hacer algún bien

""Ahora bien, por este auxilio y don de Dios, no se quita el libre albedrío, sino que se libera, a fin de que de tenebroso se convierta en lúcido, de torcido en recto, de enfermo en sano, de imprudente en próvido.

""Porque es tanta la bondad de Dios para con todos los hombres, que quiere que sean méritos nuestros lo que son dones suyos, y por lo mismo que El nos ha dado, nos añadirá recompensas eternas.

""Obra, efectivamente, en nosotros que lo que El quiere, nosotros lo queramos y hagamos, y no consiente que esté ocioso en nosotros lo que nos dio para ser ejercitado, no para ser descuidado, de suerte que seamos también nosotros cooperadores de la gracia de Dios. Y si viéramos que por nuestra flojedad algo languidece en nosotros, acudamos solícitamente al que sana todas nuestras languideces y redime de la ruina nuestra vida (Ps 102,3) y a quien diariamente decimos: No nos lleves a la tentación, mas líbranos del mal (Mt 6,13) (Denzinger, 248)

Conviértenos, Señor, y nos convertiremos día a día, constantemente, en este camino hacia tu Plenitud, de la que recibimos gracia sobre gracia.

Conviértenos para que nos convirtamos a Ti y seamos liberados por tu gracia del poder del maligno, del mundo y de la carne.

Queremos (y este deseo Tú nos lo has infundido) que la Vida de tu Hijo Jesucristo nos transforme por el poder de su Espíritu de Amor, nos santifique, nos haga dichosos. Porque Tú, Señor, sabes hacer felices a tus hijos.

Algo muy grande, ¡muy grande!, pues, ocurre en una conversión.

Algo maravilloso, en que obra el amor de Dios Padre por nosotros, mediante su Palabra de Vida que es su Hijo, con el poder del Espíritu Santo, y a través de su Iglesia, Sacramento de Conversión.

Algo muy grande ocurre, algo por lo que nuestro entendimiento y voluntad, movidos eclesialmente por la Gracia del Logos, Verbo de Dios, hallan su propio esplendor de hijos de Dios.

¡Señor, no nos abandones!

Dios Padre Todopoderoso, Padre nuestro, todo se lo debemos al Cuerpo de tu Hijo. Todo se lo debemos a Cristo. Bendito seas, Señor Dios Todopoderoso, que nos conduces a Ti infundiéndonos este deseo tan grande y ardiente de amar a tu Hijo Jesucristo, con el Amor del Espíritu.

Laus Deo Virginique Matri

martes, 9 de agosto de 2011

Seamos fuertes, porque el Señor es Fuerte

La Sagrada Escritura, en el libro de Josué, nos da una maravillosa lección de parte de Dios de cómo ha de ser nuestra fortaleza. De cómo llegaremos a ser verdaderamente fuertes.

Pero fuertes, ¿para qué?

Para salvarnos y santificarnos, según lo dicho en 1 Pe 1, 5:

"la fuerza de Dios por medio de la fe protege para la salvación"

Con ella afrontamos la batalla diaria contra nuestros tres enemigos: demonio, mundo y carne, y vencerlos y ser santos.

Porque hemos de recordar en primer lugar que nosotros, los cristianos, tenemos un maravilloso mandato del Señor que cumplir: ser santos. ¿Por qué?

Nos lo dice el Señor:

"porque Yo soy santo" (Lev 19, 2)

El libro de Josué nos enseña que hemos de ser firmes y valientes, constantes y audaces para mayor gloria suya, y nos enseña el por qué, enlazado con las palabras del Señor en el levítico llamándonos a santidad.

Sed fuertes, nos dice Nuestro Señor, porque Yo soy Fuerte y Yo estoy con vosotros.

Es decir, si nos manenemos firmes en la fe con la firmeza de Dios, que sobrenaturaliza nuestra propia firmeza natural, seremos verdaderamente fuertes. Si somos fuertes con fortaleza solamente humana, sucumbiremos al demonio, al mundo y a la carne.

Dios no nos dice en el libro de Josué: --sed fuertes, porque dentro de vosotros está la verdadera fortaleza,

sino:

--sed fuertes porque Yo estoy con vosotros y yo soy el Fuerte.

Nos alimenta, por Gracia inmerecida, gratuita y misericordiosa, con su Fortaleza, que es Cristo,
de forma que podamos decir con el apóstol:

"Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Fil 4, 13)

Pero volvamos al libro de Josué, capítulo 1.

Fijaos en qué situación se encuentra. Moisés ha muerto. Él debe hacerse cargo de su Pueblo, y conquistar la Tierra prometida venciendo a temibles enemigos. El Señor le dice que sea fuerte y valiente, pero fijáos cómo se lo dice, no glorificando las cualidades meramente humanas propias de Josué, sino prometiéndole su Divina Asistencia y el auxilio de su Poder:

""2 “Mi servidor Moisés ha muerto. Ahora levántate y cruza el Jordán con todo este pueblo, para ir hacia la tierra que yo daré a los israelitas.

3 Yo les entrego todos los lugares donde ustedes pondrán la planta de sus pies, como se lo prometí a Moisés.

4 El territorio de ustedes se extenderá desde el desierto y desde el Líbano hasta el Gran Río, el río Éufrates, y hasta el Gran Mar, al occidente.

5 Mientras vivas, nadie resistirá delante de ti; yo estaré contigo como estuve
con Moisés: no te dejaré ni te abandonaré.


6 Sé valiente y firme: tú vas a poner a este pueblo en posesión del país que yo les daré, porque así lo juré a sus padres.

7 Basta que seas fuerte y valiente, para obrar en todo según la Ley que
te dio Moisés, mi servidor. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, y así tendrás éxito en todas tus empresas.


8 Que el libro de esta Ley nunca se aparte de ti: medítalo día y noche, para obrar fielmente en todo conforme a lo que está escrito en él. Así harás prosperar tus empresas y tendrás éxito.

9 ¿Acaso no soy yo el que te ordeno que seas fuerte y valiente? No temas ni te
acobardes, porque el Señor, tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas
”.


Vemos que el Señor nos dice que seamos audaces y valientes y no vacilemos ante el mal porque Él está con nosotros, Fuente de todo Bien.

No desprecia nuestra fortaleza humana, sino que la perfecciona y sobrenaturaliza.

Igualmente nos dice que meditemos día y noche su Palabra (como nos dice en el Salmo 1) y que actuemos fielmente (obedeciéndole en todo ) .

Es decir, la meditación de la Palabra de Dios, y la obediencia y ductilidad a la Gracia, son fuente de fortaleza.

Así pues, siendo fieles a las mociones de la Gracia y asiduos a su Palabra, sobre todo en la Liturgia y la oración constante,

venceremos y seremos santos como es Santo nuestro Señor,

no porque seamos muy heroicos por nosotros mismos, sino porque Dios es Fuerte y Santo y está con nosotros por la Gracia de Cristo, que es la potencia santificadora de Dios

«Sólo en Dios se repone de mi alma, de Él viene mi salvación; sólo Él es mi roca, mi salvación, mi ciudadela, no he de vacilar» (Sal 62, 2-3);

«A los que esperan en Yahvéh él les renovará el vigor, subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40, 31).

El Señor nos pone en guardia contra la glorificación de nuestras propias fuerzas:
«Así dice Yahvéh: No se gloríe el sabio por su sabiduría, ni el valiente por su valentía» (Jer 9, 22).

Podemos vencer, pues, porque el mismo Dios Todopoderoso nos manda vencer y nos asegura que está con nosotros, con todo su Poder --que es Cristo--a nuestro servicio para la edificación de su Reino .

Demos gracias al Señor nuestro Dios que nos fortalece y santifica por su Palabra. Y no tengamos miedo. Tan sólo... ¡creamos!

"Porque todo el Plan de Dios se fundamenta en la fe" (1 Tim 1, 4)

Laus Deo Virginique Matri

lunes, 1 de agosto de 2011

Que el humanismo cristiano es el único y verdadero humanismo, en que no prevalece el hombre sino Dios

La Santa Escritura de Dios nos enseña en el Salmo 9, 20 cuál es la esencia del humanismo cristiano:

ne praevaleat homo.
Que no prevalezca el hombre (Sal 9, 20)

Anteriormente, en el mismo versículo, ha dicho:

Exsurge, Domine!
Álzate Señor!


Y luego de pedir al Señor que se alce, dice: ne praevaleat homo.
La Vulgata dice: non confortetur homo. Para significar que el hombre tampoco ha de gloriarse de sus propias fuerzas, ni robustecerse con sus fuerzas humanas, ni confortarse con sus propias energías, que no son sino nada, una falsa fortaleza, una falsa gloria, una falso consuelo que no conforta.

Lo meramente humano no debe prevalecer en el hombre. ¿Para qué? para que no se alce el hombre, sino Dios, y así el ser humano, hombre y mujer, sean humanos, luminosamente humanos, verdaderamente humanos según el Plan de Dios.

Para que Dios se alce en el ser humano y éste encuentre consuelo, sea confortado y verdaderamente fortalecido.

Hemos de saber, pues, una cosa.

Nos la dice el mismo salmo, en el versículo 21: sciant gentes se homines esse: sepan los hombres que son solamente hombres.


Sepamos lo que somos sin Dios. Solamente criaturas contingentes. Solamente briznas de paja, que arrebata el viento. No dioses, solamente hombres inclinados al mal, esclavizados por el Maligno que nos arrebató la Gracia originariamente, dejándonos heridos, débiles, enfermos de muerte. A su merced. No totalmente esclavos, pero esclavos. No totalmente muertos, pero enfermos de muerte.
Solamente somos hombres. Mortales, débiles, aquejados de fragilidad, inclinados al mal, heridos originariamente, es decir, de forma radical; muertos por nuestros pecados....


¿Cómo sentirnos fuertes, poderosos, consolados, confortados, autoglorificados, si sólo somos... humanos?

¡Dios es el Fuerte, Dios es el Consolador, Dios es Quien conforta, Dios es Quien ha de ser glorificado, Dios es Quien ha de PREVALECER en nosotros!

ne praevaleat homo. ¡Exsurge, Domine! ¡Álzate, Señor, en nosotros!

Así y sólo así seremos consolados, confortados, glorificados. Si Tú, Señor, prevaleces, no nosotros. ¡Alabado seas, Señor de cielo y tierra, Redentor y Salvador nuestro! ¡Bendito seas! Porque sólo en Ti somos verdaderamente humanos y es humano cuanto hacemos e ideamos en tu Nombre.

Esta es la esencia del humanismo cristiano.

Pero alguno preguntará:


¿Cómo se alza Dios en nosotros, para que podamos ser verdaderamente nosotros?
Dios se alza en nosotros por Cristo y solamente por Él. Por la Gracia de Cristo Dios se hace fuerte en nosotros, nos conforta, nos hace nacer de nuevo, nos consuela, nos hace ser lo que hemos de ser. Por esta razón que el Magisterio de la Iglesia dice acerca del misterio de lo que somos:

""El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado...
En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado" (Gaudium et Spes, 22).

Dios, para prevalecer en nosotros, se hace verdaderamente uno de nosotros
, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado.

De esta forma, cuando decirmos a Dios Todopoderoso que prevalezca en nuestra vida, que se alce en nosotros, lo que le estamos diciendo es que sea su Hijo Quien lo haga. Y lo hace por la Iglesia, por su Cuerpo. Sacramentalmente.

Queremos, pues, que Cristo prevalezca sacramentalmente en nosotros, para que en nosotros se esclarezca el misterio de lo que verdadermente somos.


Porque si Cristo trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, nosotros, si estamos en Él, con Sus fuerzas, podremos trabajar con Sus manos, pensar con Su inteligencia, obrar con Su voluntad identificándonos plenamente con él por la Gracia, de forma que se cumpla en nosotros la Palabra de Dios y digamos con el apóstol:

20 y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Gál 2)

Observa cómo es el ser humano en que lo solamente humano prevalece: una criatura muerta por sus pecados, enferma por el pecado original, terriblemente esclavizada por los deseos de su carne y combatida por el mundo, el demonio y su concupiscencia.


Observa sin embargo qué es el ser humano en que lo divino (Cristo) prevalece: una nueva criatura luminosa y eternamente viva por la Gracia de Dios, en la que Dios prevalece para gloria Suya, y que es lo que debe ser: imagen del Hombre celestial que es el Hijo de Dios (1 Cor 15, 47)

Imagen, icono del Hombre Nuevo.

Hombres y mujeres nuevos en su propia esencia por la Vida Nueva de Cristo, que hace nuevas todas las cosas. Él mismo, que es el Alfa y Omega, el principio y fin de todo, se lo dice al ser humano:

"Mira, yo hago nuevas todas las cosas" (Ap 21, 5)

Cristo, el Hijo del Hombre, que es fuerza por la que Dios prevalece y se alza, hace nuevas todas las cosas, y también hace nuevo al hombre, hombre y mujer.

Cristo hace nuevo al ser humano con la fuerza de Dios
. Cristo es pues la esencia del humanismo cristiano, que es un humanismo nuevo. Distinto. Radicalmente distinto. Tan distinto que es NUEVO. Porque Cristo hace al hombre y la mujer, en su masculinidad y femineidad concretas y renovadas por la Gracia, nacer de nuevo. Gratuitamente, inmerecidamente.

Por esto mismo el humanismo cristiano habla, ante todo, de Cristo, para esclarecer el misterio del ser humano. El humanismo cristiano no se apoya, no se conforta, no se complace en el estudio del hombre viejo. No quiere que prevalezca el hombre.


Mira lo nuevo. Mira a Cristo. Mira al hombre nuevo, imagen del Hombre celestial. Mira que todos los hombres descubran a Cristo para que todos los hombres puedan ser hombres nuevos en que Dios prevalece.


Fíjate cómo nos enseña esto la Escritura:

Isaías 43, 18-19:

18 No se acuerden de las cosas pasadas,
no piensen en las cosas antiguas;
19 yo estoy por hacer algo nuevo:
ya está germinando, ¿no se dan cuenta?

No nos acordemos del hombre viejo. Cristo nos hacer nacer de nuevo cada día con su Gracia y así y sólo así somos verdaderamente humanos.


Una cultura nueva, un arte nuevo, un pensamiento nuevo es posible en Cristo. Una cultura en que no prevalece el hombre. Una cultura en la que Dios prevalece en Cristo, por Él y en Él, y que precisamene por ello es verdaderamente humana.


Este es el humanismo en que creemos los cristianos. Por el cual cantamos, a pleno pulmón, y con toda nuestra alma:


Non nobis, Dominem, non nobis, sed Nomine tuo da gloriam.


¡Señor, no a nosotros, no a nosotros, sino a tu Nombre sea dada la Gloria! (Sal 113 b, 1)





LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI