jueves, 30 de junio de 2011

La fuerza de Dios

En 1 Samuel 2:9 la Santa Escritura nos dice algo impresionante:

"el hombre no triunfa por su propia fuerza".

Los cristianos sabemos que triunfamos por la Gracia, no por nuestro propio poder, sino con el poder del Altísimo.

Tanto es así, que con la fuerza de Dios, que es Cristo, (¡y no nosotros!) ocurre algo insólito a ojos del mundo:

--los cobardes cobran un valor inusitado, los audaces según la carne son humillados.

Nos lo vuelve a decir la Escritura, en el Canto de Ana.

"4 El arco de los valientes se ha quebrado,
y los temerosos se ciñen de vigor (1 Samuel 2:4)

Pido al Señor su fuerza, que es Cristo, para que me ciña los lomos con la firmeza de la fe y me dé la victoria contra Goliat.

Sólo necesito tres o cuatro piedras y el poder del Todopoderoso.

martes, 28 de junio de 2011

La conversión o la muerte

Párate un momento y escucha.

La Imitación de Cristo te dice algo impresionante:

"si no te conviertes a Dios, serás un desdichado dondequiera que estés y a cualquier parte que vayas" (Kempis, 22, 1)

Si no te haces violencia seguirás en tu movimiento de inercia, de hastío en hastío y de insatisfacción en insatisfacción. No dejarás de moverte buscando aquí y allá sin encontrar nada que te sacie realmente.

Detente ante la cruz de Cristo y deja que la Gracia te clave a ella. Esa cruz te da la Vida a través de la Iglesia.

No pongas tu esperanza en cosa alguna de esta tierra, y mucho menos en ti mismo.

La Escritura te dice dónde debes ponerla:

"Poned toda vuestra esperanza en la gracia de la revelación de Jesucristo" (1 Pedro 1, 13)

Por tanto, si toda nuestra esperanza ha de estar en la Vida de Cristo en nosotros, no dudes postrarte ante el Señor, con humildad, sintiendo que no eres nada y que de nada en nada vas e irás hasta que no te conviertas a su Palabra, a su Revelación en Cristo.

Porque Cristo nos trae la verdad, con su alegría perfecta, y la fuerza sobrenatural para vivirla y practicarla ( Juan 1, 17)

Así pues, ten por seguro lo que te dice el Kempis:

"si no te conviertes a Dios, serás un desdichado dondequiera que estés y a cualquier parte que vayas"

Esta conversión no te vendrá porque alcances por ti mismo una opinión favorable. Es un don, que pidieron tus padres a la Iglesia cuando te bautizaste. Por el que Dios Todopoderoso ha inserto en ti la fe teologal, por la que respondes sí al Señor y te conviertes libremente a su Palabra, movido por la gracia divina.

Pero has de ser humilde. No creerte capaz, por ti mismo, de alcanzar la gracia que ha de conceder el Señor por su misericordia, para purificarte y hacerte nacer de nuevo en cada confesión. Pues ya eres ciudadano del Reino celestial, por el Bautismo. Ahora puedes nacer de nuevo, trabajosamente, por el Sacramento del Perdón.

Confesar tus pecados al sacerdote es un primer paso en la perfecta alegría de la cruz. Naces trabajosamente. De forma que una luz nueva aparece ante ti. La luz de la Gracia, que te reconcilia con Dios, de forma que te conviertes a su misericordia, y dejas que te santifique iluminando tu vida y sobrenaturalizándola.

Pasas de ir sin rumbo a caminar derecho.

Puedes convertirte y por la cruz ser santo, y alcanzar la visión de Dios en la gloria, que es tu patria. Pero si no ambicionas la santidad, renunciarás la cruz y perderás la fe.

Pues no te quepa duda que convertirte y crucificarte con Cristo es lo mismo, en orden a tu alegría perfecta, a tu paz interior, a tu equilibrio, a tu salud. No hay conversión sino por la cruz de Cristo, y no hay cruz sino para la santidad, que es Vida inagotable y camino perfecto en Comunión de los Santos.

Has de ser humilde y postrarte ante Aquel del que recibes hasta el latido de tu corazón.

Por ti mismo no puedes. Te lo dice Jesús: "Nadie puede venir a Mí si el Padre que me ha enviado no le atrae" (Juan 6, 44).

Puedes por la Gracia, que te hizo imagen del Hombre Celestial, que es Cristo (1 Corintios 15, 47).

"Hechura Suya somos, creados en Cristo Jesús" (Efesios 2, 10).

Tu conversión es posible porque eres hechura del Hijo del Hombre por el Bautismo. Tus padres se lo pidieron a la Iglesia, y el Cuerpo de Cristo irradió en tu ser la gracia del Todopoderoso y te separó del mundo para hacerte sacerdote común y víctima. Tu bautismo te hizo miembro del Pueblo Santo de Dios, que es peregrino y forastero en esta tierra.

"Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús" (Filipenses 2, 5)

Si pides al Señor te dé asumir la condición humilde de Cristo serás humilde a la manera de Cristo, por la oración constante y confiada.

Y Cristo, que es humilde por su obediencia de cruz, te hará humilde en su propia cruz, que es la tuya de cada día.

Y notarás, crucificado con Él, el gozo del espíritu, la mansedumbre del Cordero, la claridad del Río de la Vida.

Pídele al Señor te conceda hablar como el apóstol:

"Estoy crucificado con Cristo" (Gálatas 2, 19)

Voy a decirte algo que tal vez no entenderás.

Si no te crucificas con Cristo serás un desdichado. Irás de derrota en derrota, de vacío en vacío, y no has de pararte nunca buscando felicidad donde nunca has de encontrarla.

Porque la encrucijada reside en aceptar el Plan luminoso y perfecto de Dios para tu vida, en que has dar en plenitud y perfección, o caer sin rumbo y no dejar de fracasar.

"¡La santidad o la muerte!"

Es el lema en que el beato Marcelo Spínola resume todo cuanto estoy intentando decirte.

Por esto no te predico la felicidad o la tranquilidad de los bienes efímeros de la tierra. Te predico a "Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles y sabiduría de Dios para los llamados" (1 Corintios 1, 23-24)

Porque en Cristo crucificado no vivirás tú, sino Cristo en ti. Para que se cumplan las Escrituras y alcances el Plan amoroso de Dios, que quiere colmarte de infinitos dones:

"Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí." (Gálatas 2, 19-20)

domingo, 26 de junio de 2011

De cómo la paz no puede darla el mundo sino Cristo

Anhelamos vivir en paz.

Pero la paz que anhelamos no es una paz que pueda darnos el mundo.

A veces la buscamos en el mundo, y no creemos lo que nos dice Jesús:

"27 Les dejo la paz,
les doy mi paz,
pero no la doy como la da el mundo". (Juan 14)

No encontraremos jamás en este mundo la paz que anhela nuestro corazón. Porque la paz no la da el mundo, sino Cristo, que la da de otra forma.

El Magisterio de la Iglesia nos explica:

"".Es necesario que la paz reine en los corazones. ""

Es, pues, una paz interior. Una paz que penetra el corazón, que es sede de la voluntad. La paz de Cristo es la paz de la voluntad, del querer. Pues cuando sólo se quiere a Cristo se vive en perfecta paz.

Sigue el Magisterio Pontificio de Pío XI:

"Y no hay semejante paz si no es la de Cristo; y la paz de Cristo triunfa en nuestros corazones (Col 3,15) ; ni puede ser otra la paz suya, la que Él da a los suyos (Jn 14 Jn 17) , ya que siendo Dios, ve los corazones (1R 16,7) , y en los corazones tiene su reino. ""

No hay una paz semejante a la de Cristo. Por eso, si por la gracia nos asemejamos a Cristo, la paz del Hijo de Dios será la nuestra por razón de semejanza.

A continuación dice Pío XI:

""Por otra parte, con todo derecho pudo JESUCRISTO llamar suya esta paz (...) sellándola con su propia sangre""

Es una paz sellada con la propia sangre de Jesucristo.

Es por tanto una paz crucificada, la paz que mana como Río de Gracia de la propia Cruz de Cristo.
La paz que nos da Cristo es pues una paz de Cruz. Sellada, guardada, protegida, asegurada por la sangre que mana del Costado del Señor. Porque del sacrificio del Señor, que sufrió la violencia del mundo, mana nuestra paz. Él asume la violencia del mundo para que nosotros tengamos la paz que brota de su sacrificio.

Es decir, de nuesta justificación en Cristo brota la paz, en que hallamos todo lo que anhela nuestro corazón, y para simpre, porque es una paz sellada por el sacrificio del Señor. Dios Todopoderoso nos dará la paz del Señor siempre que la pidamos y le seamos fieles.

El profeta Isaías nos lo enseña. De la justicia de Dios, que nos reconcilia con Él, brota la paz en que nos sentimos sanos y salvos en Cristo.

""17 La obra de la justicia será la paz,
y el fruto de la justicia, la serenidad
y la seguridad para siempre. (Isaías 37
)

Que es como decir: la obra de la cruz que nos justifica es nuestra paz, que no es otra cosa sino la reconciliación con Dios, estar en estado de amistad, y no enemistad, con Dios, por la gracia ganada por Cristo con su sangre.

Pero la justicia de Cristo, cuya obra es nuestra paz con Dios, no es la justicia del mundo. Por eso la paz verdadera brota no de la justicia humana sino de la justicia de Dios, que no es sino la caridad.

La paz de Cristo es paz de justicia divina, es decir, de caridad.

Así nos lo enseña Pío XI:

""la caridad que es la virtud apta por su misma naturaleza para reconciliar los hombres con los hombres

Para restablecer la justicia entre Dios y el ser humano era necesario algo más que la humana justicia, era necesaria la misma caridad de Cristo. Y como la virtud de la caridad cristiana es infundida por Dios en el corazón, es decir, en la voluntad, por esto mismo se dice que la paz de Cristo anida en el corazón y es paz de los corazones, de las voluntades.

Leámoslo en palabras de Pontífice:

""El reino de la paz esta en nuestro interior. Por tanto, a la paz de Cristo, que, nacida de la caridad, reside en lo intimo del alma, se acomoda muy bien a lo que SAN PABLO dice del reino de Dios que por la caridad se adueña de las almas"

Por esto la paz que anhelan nuestros corazones no es sino la caridad misma de Cristo, que pacifica lo más íntimo de nuestra alma.

Y ¿cómo la pacifica? Extendiendo en ella la Gracia de Cristo, de forma que el reino de Dios, que es Reino de paz, se adueñe del alma.

Mas, ¿qué es el Reino de Dios sino la Gracia?

La Gracia de Cristo obra la paz en nosotros generando en nuestra alma el Reino de Dios por acción de su caridad.

Como conclusión, lo que más hemos de temer es perder la Gracia, pues al perderla desaparece la paz de nuestros corazones.

Lo que es lo mismo que decir que el pecado, que nos privada de la Gracia, es el mayor enemigo de la paz.

Y que combatiendo el pecado luchamos por la paz. Y que no hemos de temer nada en el mundo, sino el pecado.

Por esto el Señor cuando nos dice:

"27 Les dejo la paz,
les doy mi paz,
pero no como la da el mundo". (Juan 14)

Nos dice a continuación:

""No se turbe vuestro corazón ni se acobarde" (Juan 14,27)

Y la conclusión es que NADA hemos de temer en el mundo si estamos en paz con Dios (en Gracia) por Cristo. Así nos los recuerda Pío XI con impresionantes palabras:

""la paz de Cristo no se alimenta de bienes caducos (de los bienes del mundo), sino de los espirituales y eternos, cuya excelencia y ventaja el mismo Cristo declaró al mundo y no cesó de persuadir a los hombres. Pues por eso dijo:

""¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde el alma? o ¿qué cosa dará el hombre en cambio te su alma? (Mt 16,26) . Y enseñó además la constancia y firmeza de animo que ha de tener el cristiano: ni temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma, sino temed a los que puedan arrojar el alma y el cuerpo en el infierno (Mt 10,28) .

Que vivamos en todo momento sin miedo, seguros y tranquilos como ciudadanos del Reino de Dios, serenos y confiados en Aquel que con su sangre selló la paz de nuestros corazones.

¡LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI!

sábado, 25 de junio de 2011

Sólo Cristo me satisface

He llegado, por la misericordia de Dios, a un punto en que sólo me siento bien haciendo oración. Nada me atrae, todo me hastía salvo tener el pensamiento puesto en Cristo Nuestro Señor.

A veces no siento nada y no me consuela hablar con Jesús. Sin embargo un fuego muy grande me devora y aun cuando estoy seco estoy ardiendo con el amor que me da. A veces Dios Todopoderoso me concede que me sea indiferente que el Señor me consuele o no. Me dá muchas ganas de amarle y abrazarme a Él, y le pido que entre en mí y que me ponga a un lado, para que mi miseria quede cubierta por su gracia. Y entonces siento una dicha inexplicable y como un deseo de morir y de salir de este mundo.

Sólo quiero que me santifique a la manera que Él quiera, con dolor, gozo, sequedad o consuelo. Sólo quiero lo que Él quiera. A veces me asaltan miedos y temores y malos apegos y comprendo que el Señor ha de trabajar aún mucho en mí.

Me levanto con deseos de orar y me acuesto con deseos de orar. Todo lo hago en su Nombre. Cuando peco me manda el Señor un dolor tan grande que se me quitan las ganas de volver a pecar en toda mi vida.

Pero como vuelvo a pecar y a ofenderle, porque soy un miserable, vivo en un gozoso humillarme.

He dejado de confiar en mí mismo, y no espero de mí sino maldad e iniquidades. Toda mi confianza la tengo puesta en la gracia del Señor (1 Pe 3, 15).

No tengo ningún deseo de distraerme con algo del mundo, aunque sea lícito y bueno. El Señor me ha dado un deseo avasallante de pensar en Él.
Sufro mucho por el mundo. Veo a la gente prisionera de sus sugestiones, de sus quehaceres, de sus gustos y deseos y de sus imaginaciones. De la esclavitud del mundo me ha liberado la gracia de Cristo, pues

donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2 Cor 3, 17)

Cuanto más terrenal, más esclavo de mi propia voluntad. Cuanto más celestial, más libre con la voluntad de Cristo.
Realmente este deseo de ser libre a imagen del Hombre celestial (1 Cor 15, 47) que es Cristo, no procede de mí. Ni aunque pudiera elegirlo procedería de mí.

Comprendo que las buenas obras que hago, es el Señor Quien me las dá hacer. Y que las obras malas que hago es mi propia voluntad su agente y su motor. De forma que lo malo de mi vida es absolutamente mío y lo bueno de mi existencia absolutamente del Señor.


Conforme a la enseñanza de su Palabra:

"Dios es Quien obra en vosotros el querer y el obrar" (Fil 2, 12-13)

Tengo una confianza plena, una completa seguridad en que Cristo quiere santificarme y lo hará si yo le dejo hacerlo y no le pongo las trabas de mi propia voluntad, inclinada radicalmente al pecado.
Conforme a lo que está en la Escritura:

4 Es Cristo el que nos da esta seguridad delante de Dios, 5 no porque podamos atribuirnos algo que venga de nosotros mismos, ya que toda nuestra capacidad viene de Dios.

Señor, no me abandones en mi iniquidad, antes bien complácete en mí por tu misericordia y hazme un hombre nuevo.


LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

jueves, 23 de junio de 2011

De cómo nuestra conversión es don de la Gracia

El Evangelio de Juan, 6, dice algo sorprendente:

"44 Nadie puede venir a Mí, si no lo atrae el Padre que me envió"

¿Cómo es, entonces, que seguimos creyendo muchos católicos que somos nosotros, por propia iniciativa, con nuestras solas fuerzas, los que vamos al Padre y nos convertimos? Para muchos, que desconocen la doctrina de la gracia, convertirse es cuestión de decidirlo, de tener una feliz idea, de autoconvencerse, de alcanzar una opinión favorable o positiva, y ya está. Pero no, convertirse no es, en sí, cuestión de autoconvencimiento,

sino de obediencia y ductilidad a la Gracia, que envía a través del Espíritu nuestro Padre que está en los cielos, por los méritos de Cristo.

Convertirse es confiar en Dios, antes que convencerse uno mismo.
Conozco quien se ha convertido sin terminar de comprender. ¡Para comprender y autoconvencerse hay que creer primero!
Hay, pues, que confiar en Aquel que nos llama a creer su Palabra, aunque no la entendamos mucho o poco o regular. Porque mira: Dios te ama, ve que estás perdido, que andas dando tumbos, en un mundo de errores y pecados y tropiezos, y que te crees encima muy feliz.

Y he aquí que empieza a llamarte, y a llamarte una y otra vez, a hablarte al oído, a través, tal vez, de una Misa a la que fuiste por casualidad, de un amigo que te cuenta la palabra de Dios, de un hecho providencial que te hace escuchar su Voz, y le respondes sí, hágase en mí, aunque no entiendas nada y no sepas sino que quieres creer porque Dios te está atrayendo hacia Sí constantemente, y te hace ver el vacío de tu vida y la fragilidad de todas tus aspiraciones.

Te das cuenta de que tú, por tí mismo, no puedes sanarte ni curar tus heridas interiores, y que estás enfermo y no puedes tú mismo alcanzarte la medicina, que es Cristo. Necesitas la Gracia.

Que el Padre te llame, como no deja de llamarte.

¿Por qué? Porque nadie puede ir al Señor si antes el Padre no lo lleva a Él.

Lo dice el propio Jesús:

44 Nadie puede venir a Mí, si no lo atrae el Padre que me envió

Don de Dios, pues, es que alcemos verdad y justicia. No es don del discurso persuasivo que oímos, sino del poder de Dios, que obra por Su Palabra.

Así lo dice el Magisterio de la Iglesia:

"Don divino es el que pensemos rectamente y que contengamos nuestros pies de la falsedad y la injusticia; porque cuantas veces bien obramos, Dios, para que obremos, obra en nosotros y con nosotros»" (Denz 379)

Sigamos con el Magisterio. Fijaos qué palabras más claras:

"392 Dz 195 Can. 22. «De lo que es propio de los hombres. Nadie tiene de suyo, sino mentira y pecado. Y si alguno tiene alguna verdad y justicia, viene de aquella fuente de que debemos estar sedientos en este desierto, a fin de que, rociados, como si dijéramos, por algunas gotas de ella, no desfallezcamos en el camino» "

Si alguien se convierte, y pasa a tener verdad donde antes tenía error, no lo tiene "de suyo", ni por él mismo. Ni porque sea muy inteligente, ni por que haya reflexionado mucho, ni porque sea convencido por elocuentes discursos.

¿De dónde procede eso que tiene, una vez convertido? De la divina Fuente de Gracias que es Cristo. Porque propio no tenemos "sino mentira y pecado". ¿Por qué? Porque todo bien viene de Dios. Cuando hacemos lo bueno, hacemos lo que Dios quiere. Si nos convertimos, es porque Dios nos atrae y aceptamos libremente, obedecemos, hacemos Su voluntad, no la nuestra.

Y la hacemos voluntariamente, con la gracia de obediencia que Él mismo nos envía para habilitar nuestra libertad.

Fíjate en esto: con gracias de obediencia nos da el Señor la verdadera libertad. Cuanto más le obedecemos, más libres somos.
Nuestra voluntad no se activa en libertad de elección de verdad y justicia si el Padre, primero, no la activa y mueve y mantiene abierta y en marcha.

Así lo explica el Magisterio de la Iglesia.

"393 Dz 196 Can. 23. «De la voluntad de Dios y del hombre. Los hombres hacen su voluntad y no la de Dios, cuando hacen lo que a Dios desagrada; mas cuando hacen lo que quieren para servir a la divina voluntad, aun cuando voluntariamente hagan lo que hacen, la voluntad, sin embargo, es de Aquel por quien se prepara y se manda lo que quieren»

Porque el Señor nos otorga que le amemos le amamos, porque recibimos su don, que es nuestro amor a Él, y no le negamos. Y ese amor no procede de nuestra voluntad natural, sino que es don de Dios inmerecido y gratuito.

"395 Dz 198 Can 25. «Del amor con que amamos a Dios. Amar a Dios es en absoluto un don de Dios. El mismo, que, sin ser amado, ama, nos otorgó que le amásemos." Podrá objetarme alguien que qué pasa con nuestro libre albedrío. Y yo contesto: el pecado original no lo destruyó totalmente, pero lo dejó enfermo y maltrecho, de forma que necesita absolutamente de la Gracia.396 Dz 199

Y así, conforme a las sentencias de las Santas Escrituras arriba escritas o las definiciones de los antiguos Padres, debemos por bondad de Dios predicar y creer que por el pecado del primer hombre, de tal manera quedó inclinado y debilitado el libre albedrío que, en adelante, nadie puede amar a Dios, como se debe, o creer en Dios u obrar por Dios lo que es bueno, sino aquel a quien previniere la gracia de la divina misericordia

En resumen, Dios comienza nuestra conversión, la continúa y la termina con el don de la perseverancia final. ¿Cuál es, entonces, nuestra parte?
Nuestra parte es la santa, feliz y luminosa obediencia a la Palabra de Dios, por la que confiamos en Él.

Por la obediencia a la Gracia de Cristo, que nos envía el Padre, creemos en Cristo. Por la obediencia a la Gracia queda reparado el libre albedrío. Por la obediencia somos poderosamente libres, verdaderamente libres

Es de justicia decir que el acto supremo de la libertad es la obediencia al Padre, a imagen de Cristo El Padre, para convertirnos, cuenta con nosotros, y para contar con nosotros habilita sobrenaturalmente por la Gracia nuestro libre albedrío, de manera que nos hace capaces de elegirle libremente y aceptar sus gracias de conversión, con las que nos atrae.

"383 Dz 186 Can. 13. De la reparación del libre albedrío. El albedrío de la voluntad, debilitado en el primer hombre, no puede repararse sino por la gracia del bautismo; lo perdido no puede ser devuelto, sino por el que pudo darlo. De ahí que la verdad misma diga: Sí el Hijo os liberare, entonces seréis verdaderamente libres

Por tanto, la conversión es un acto libre que podemos realizar por Gracia, y que mueve nuestra voluntad de forma que aceptamos la Palabra de Dios dicha por Jesús, con la que

Él nos atrae con el Espíritu.
Podemos decir que nuestra conversión libre a Cristo es, verdaderamente, un don de Dios.


Laus Deo

miércoles, 1 de junio de 2011

De la necesidad de combatir el pecado, y no sólo sus consecuencias

Miramos a nuestro alrededor y vemos las consecuencias del pecado: hambre, pobreza, maltrato, marginaciones, abandonos, atentados contra la vida, contra la familia, corrupciones e infidelidades... Cáritas, Manos Unidas y tantos otros movimientos y asociaciones intentan paliar las consecuencias de esta quiebra moral. Y su labor es encomiable y necesaria.

Pero existe otra tarea aún más necesaria que las acciones sociales de la Iglesia. Esa tarea es la predicación de la Verdad, el Apostolado de la verdad y de la Gracia que nos trajo Cristo (1 Juan 17) para rehabilitar nuestra amistad con Dios. Este apostolado es la necesidad más urgente. Siempre lo ha entendido así la Iglesia.
¿Por qué?

Sublata causa, tollitur effectus. Porque quitada la causa, desaparece el efecto.


Siendo la causa de tantos males que afligen a la sociedad de hoy la ausencia de Gracia y de verdad, es decir, la enemistad del hombre con Dios y su permanencia en las tinieblas del error, la tarea más urgente es predicar la Gracia que rechaza el pecado y la verdad que explica qué es el pecado y convence acerca del bien y del mal.

La acción de la Iglesia no puede limitarse a paliar benéficamente las consecuencias del pecado mediante la obra social y humanitaria. Que es necesaria, pero incompleta. La misión de la iglesia es combatir la raíz del problema, que es el pecado. Quitada la causa del mal, desaparecen sus consecuencias. Por eso el apostolado es tanto más necesario cuanto más graves son los efectos humanos del pecado.

La Escritura nos explica esto haciéndonos comprender que es nuestra enemistad con Dios, la causa del pecado tanto externo (malas obras) como interno (malos pensamientos) la raíz de los males. Así nos lo dice el Apóstol:
21 Antes, a causa de sus pensamientos y sus malas obras, ustedes eran extraños y enemigos de Dios. (Colosenses 1)
Por lo que inferimos que para eliminar los pensamientos malos y las acciones malas que causan tantas situaciones de maldad y de injusticia en nuestra realidad, hemos, en primer lugar, de recuperar la amistad con Dios, actuar como hijos suyos y no como extraños. Así lo explica el beato Juan Pablo II, en la audiencia de 7 de septiembre de 2005:
Por eso, debemos modelar continuamente nuestro ser y nuestra vida según la imagen del Hijo de Dios (cf. 2Co 3,18), pues Dios "nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido" (Col 1,13). Este es el primer imperativo de nuestro himno: modelar nuestra vida según la imagen del Hijo de Dios, entrando en sus sentimientos y en su voluntad, en su pensamiento.
Vemos claro que, sin la Gracia ni la Verdad, no podemos reconciliarnos con Dios para poner fin a nuestros pecados interiores y exteriores, Con la Gracia que fluye de los sacramentos, de la oración, de la vida en Cristo, modelamos nuestra vida interior y exterior a imagen del Hijo de Dios: sobrenaturalizamos nuestros sentimientos, nuestro pensamientos, nuestra potencia de acción.

Es más, hemos de darnos cuenta de que modelar nuestra vida a imagen del Hombre Celestial, que es Cristo Jesús (1 Cor 15, 47) es no sólo eliminar de nuestra vida los pecados interiores y exteriores graves que causan las injusticias, sino cumplir con el fin mismo para el que hemos sido creados.

Fijaos lo que se dice aquí. Que Dios mismo nos creó para modelarnos a imagen de su Hijo y darle gloria, como su Hijo se la daba. Así nos lo enseña el Compendio del Catecismo
¿Para qué fin ha creado Dios al hombre? (CEC 358-359) Dios ha creado todo para el hombre, pero el hombre ha sido creado para conocer, servir y amar a Dios, para ofrecer en este mundo toda la Creación a Dios en acción de gracias, y para ser elevado a la vida con Dios en el cielo. Solamente en el misterio del Verbo encarnado encuentra verdadera luz el misterio del hombre, predestinado a reproducir la imagen del Hijo de Dios hecho hombre, que es la perfecta «imagen de Dios invisible» (Col 1,15)
Por consiguiente, si el ser humano tiene un sentido, un fin, y no lo sigue ni lo persigue interior y exteriormente, suceden todo tipo de calamidades y se producen toda serie de males. La única forma de evitar eso es dar a conocer al ser humano cuál es su fin, para qué ha nacido, para que vive.

De aquí procede la urgente necesidad de la evangelización. Porque si el hombre se convierte en imagen del Hijo de Dios, queda eliminada la causa de los males, que es ser imagen del demonio, como el hombre carnal lo es; estar enemistado con Dios y vivir de forma mala, esto es, "antidivina", mundana, pecaminosa, de forma contraria a aquella para la cual fue creado en justicia y santidad quebradas por el pecado.

Es por esto, no lo dudéis, que aunque Cáritas y Manos Unidas y todas las asociaciones y movimientos de ayuda material y social al prójimo que sufre son muy buenos, necesarios e importantes, más importantísimo aún es evangelizar,

porque hacer que el ser humano se convierta es hacer que se abra a la acción de la Gracia en él, es decir, a dejar que la vida del Hijo le transforme en imagen Suya, en ciudadano de la Patria celeste, libre del mundo, del demonio y de la carne que imperan en la ciudad terrena y sus estructuras de pecado, y que aborrece el pecado porque es amigo íntimo de Dios.

La Escritura nos enseña, por todo lo dicho, dónde hemos de poner toda nuestra esperanza a la hora de luchar contra las consecuencias del pecado. Poned toda vuestra esperanza en la Gracia de la Revelación de Jesucristo (1 Pedro 1, 13)Es decir, en la Vida Nueva y en la Verdad que Él nos trajo (Juan 1, 17) De forma que la Gracia elimine el deseo de pecar, y eliminado el pecado desaparezcan sus efectos.

Pues quitada la causa, su consecuencia desaparece. Hambre, maltrato, pobreza, adulterios e infidelidades y corrupciones y abortos y todos los males que nos rodean son consecuencia del pecado, que es enemistad con Dios. Si el hombre se hace amigo de Dios por la Gracia y la verdad de Cristo, cesan los efectos del pecado, cesan todos los males descritos. De aquí que evangelizar es la primera y más importante de forma de combatir contra las injusticias que nos afligen.

Así lleva tiempo enseñándolo el Magisterio de la Iglesia, que nos advierte de la verdadera causa de los males de este siglo, que no es sino el rechazo de Dios.
Quién ignora, efectivamente, que la sociedad actual, más que en épocas anteriores, esta afligida por un intimo y gravísimo mal que, agravándose por días, la devora hasta la raíz y la lleva a la muerte? Comprendéis, Venerables Hermanos, cual es el mal; la defección y la separación de Dios: nada mas unido a la muerte que esto (San Pío X, e supremi apostolatus)
Adelante, hermanos, ¡no tenemos tiempo que perder en el anuncio de Cristo! Combatamos la causa de todos los males, que es el pecado, por el que el ser humano se enemista con Dios y se hace amigo del malvado.


LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI