sábado, 31 de julio de 2010

Cuando soy débil

Los cristianos somos atletas que nos gloriamos de ser débiles.
Atletas que cuanto más débiles se reconocen, más fuertes son.
Esto nos dice el apóstol: "Pues cuando flaqueo, es cuando soy fuerte" (2 Corintios 12, 10)
Corramos, reconociéndonos débiles, para alcanzar la santidad. Pero corramos de tal manera que alcancemos el premio (1 Corintios, 9, 24)
Así lo alcanzamos: cuando corremos con una fuerza que nos es nuestra, porque es Suya.

Y de qué premio nos habla el Espíritu Santo, a través del apóstol! De un premio inmarcesible.
Como atletas que disciplinan su cuerpo y se abstienen de todo para obtener una corona incorruptible, así hemos de luchar, de correr esta carrera (1 Corintios 9, 25).

A la manera de atletas de Cristo, cuya fuerza no proviene de ellos mismos, sino de Aquel que les envía a la carrera y les provee de todo cuanto necesitan para ganarla.
Gloriémonos, pues, de nuestra debilidad (2 Corintios 11, 30) para que la fuerza de Dios, que es Cristo, nos empuje hacia la meta. Dios nos nutre de sí, nos alimenta de su Pan de Fuertes, que es Cristo, a través de su Cuerpo.

Escuchad lo que nos dice nuestro Señor, Jesús, en 2 Corintios 12, 9: "Te basta mi gracia, pues mi fuerza se hace perfecta en la flaqueza".
La fuerza de Dios, el Santo Señor Jesús, es nuestra Fuerza, la Gracia que nos basta para correr y ganar ese premio incorruptible.

lunes, 26 de julio de 2010

Anunciación


Humana flor
y mar lejano, pasas,
frescor suave,

sobre lo esplendoroso.

Tu estancia florece, tiempo
azul, con el brotar azul
de los albaricoques.

Quiero cantar tu alma
desde lo más profundo,
en que la Voluntad del Padre
se enciende sobre nosotros
como el romper de olas
surgidas desde ti.

Resuena en mí
la hondura que florece,
canto y Madre, sueño y sol,
María,

erguida en tu primavera.

jueves, 22 de julio de 2010

La más candente Cima

Nosotros amamos la Jerarquía
de la Luz, la ordenación que la Verdad
instaura en las cosas:

Amamos la Autoridad
con que brotan las flores,
de la que surge un mundo
de tonante obviedad.

Amamos las cosas oscuras
a salvo de la opinión,
en cuya sombra abrasarnos en llamas
de gozosa claridad.

Amamos la dureza
de la forma a fuego puro,
en cuyo yunque descubrir
la verdadera Forma:

Pues si es Verdad y Luz
la sangre verdadera
del verdadero sangrar.

Y si es pureza y jerarquía
la candente formación
del verdadero Formar,

la realidad total que amamos
es la preciosa Realidad
que es Una y Trina y fulge Toda
y forja en nosotros nuestro Amar,

Y forja a fuego puro nuestro ser:

Aquel que realizamos con temblor y hondura
en la más candente cima del Sangrar:

La más candente cima del Saber.





martes, 20 de julio de 2010

SOBRE EL DESTINO DEL MUNDO


Sobre unos dientes enormes de acero
caminan los niños que no nacerán.
Se vuelven sus filos rojizos
hacia la carne del alma nonata.

Devoran las olas del mar
con fauces de un tiempo insaciable,
como un vacío
de espinas de presa y de caza
que interna maldito
su sombra hacia Dios.

Como un silencio de ramas no blancas
en cuyo seno no brota jamás el Milagro,
transcurre su luz
hacia el destino del mundo.


A las víctimas del aborto

viernes, 16 de julio de 2010

Un tesoro escondido

Esta es la historia de una carta. Una historia que sucedió en Navidad. Yo vivía inmerso en la fiebre consumista de esos días, sufriendo una rutinaria depresión que sentía como normal en mi vida. Tenía veintipocos años, y había sufrido tanto en mi infancia que la Navidad se me aparecía como un insulto. Este era el razonamiento: Celebrar la Navidad es propio de gente que no ha sufrido.

Aún no conocía a mi esposa. De hecho, no conocía apenas a nadie. Con este ánimo se me ocurrió irme unos días fuera de la ciudad, a un pueblo de la sierra, solo, para olvidarme de todo y dedicarme a leer. Así, llené mi maletín de piel marrón con libros de poesía y de filosofía, hice la maleta, y me marché de allí.

Me alojé en una modesta pensión en la que apenas paraba, dedicado como estaba a leer y releer poesía por los miradores de aquel camino de enebros y plátanos centenarios, en la placidez de piedra de aquellas plazas vetustas de pueblo. Me impresionaba la belleza arquitectónica de sus callejuelas, por las que parecía no pasar el tiempo técnico de hoy, y el ambiente navideño arcaico y provinciano que reinaba en aquel lugar. Parecía que la sociedad consumista y las navidades de papá Noel no hubieran llegado todavía a aquel pequeño municipio azul.

También me sorprendió la delicadeza y ternura del rostro de la muchacha que limpiaba las habitaciones de la pensión, con la que me crucé por el pasillo un par de veces. Debía tener unos dieciséis años. Llevaba los útiles de limpieza con la cabeza baja y su cuerpo esbelto y erguido, apenas oprimido aún por aquella vida de esfuerzo y monotonía.

Una noche me encontraba bastante triste, no sólo por algunos problemas concretos y oscuros que me hacían sufrir, sino por una insatisfacción personal profunda acerca de mi propia existencia. Entonces, escribí un pequeño poema que reflejaba ese estado de ánimo y me dormí. A la mañana siguiente, muy temprano, me levanté y fui a pasear por el pueblo. Era mi último día allí.
Recorrí las calles húmedas de rocío. Estuve recordando y recordando escenas dolorosas de mi vida, que no podía apartar de la mente. Me asomé a una balaustrada que, en la plaza del ayuntamiento, daba a un precipicio de magnolios en flor y cedros gigantescos.

No pude evitar que saltaran lágrimas a mis ojos. En algún momento, una golondrina voló cerca de mí y se detuvo ante mis ojos, a un palmo... parecía que volaba junto a mi corazón, para comunicarme algún mensaje del Cielo.

Volví mis pasos hacia la pensión. Eran las cuatro de la tarde, y llevaba todo el día fuera, ni siquiera había comido. Cuántas cosas habían pesado sobre mí... En la habitación guardé los papeles y libros, ropa y demás. Cerré la maleta, pagué la habitación y me dispuse a salir hacia la estación de autobuses.

Mientras esperaba el autobús abrí el bolsillo lateral de la maleta, tomé un libro de poemas de Hölderlin, y leí:

Donde hay peligro
crece lo que nos salva
.

Subí al autobús y emprendí la marcha hacia la ciudad. Oscureció muy pronto. Las colinas cobrizas de la sierra, salpicadas de olivos, me parecían vestidas por medias de luto, medias sobrias y austeras que cubrían piernas de arena de oro puro y tierras lunares de cultivo; cuadro dorado y de plata, en un marco de madera de siglos de arado, sudor viril, mujeres que sufren y saben trabajar la hoz.

De pronto, una golondrina cruzó frente a mí por la ventanilla del autobús; parecía casi detener su vuelo, durante el movimiento, para acompañarme en el viaje.

Entonces sentí un impulso de abrir el bolsillo lateral derecho de la maleta... introduje la mano... buscando tal vez un libro... y encontré...un sobre.
¡Un sobre desconocido!

Qué extraño, quién lo habría escondido allí. Alguien había estado registrando mis cosas, se había atrevido a abrir la maleta... abrí el sobre.

Era una carta escrita a máquina, con muchas faltas de ortografía, pero mensaje muy claro. La leí:

He estado leyendo tus poemas. Son tristes, pero nobles. Te he estado observando, y veo en ti un alma sufriente que busca, sin saberlo, algo que ya ha encontrado; la vida es hermosa, pero te empeñas en permanecer en tus mismos errores de siempre, y eres esclavo de tu dolor. Debes alzar el vuelo como una golondrina, sin que te perturbe nada. ¿Cómo? Es Navidad. Olvídate de las tiendas, de las gentes que compran y compran, del consumismo, de la vulgaridad de la televisión y de tantas cosas...encuéntrale a Él, el verdadero Tesoro, EL Niño Dios. Viaja con tu espíritu a Belén, acompaña a los pastores y a los Magos y a los ángeles a visitar al Redentor. Este es el regalo de Navidad que te ofrece alguien que te ha estado observando sin que tú lo supieras. Busca el tesoro, y verás todo de una manera nueva.

Era increíble. ¿Quién era aquella misteriosa enviada del cielo que había introducido aquella carta en mi maleta? De repente, la imagen de la muchacha de la limpieza vino a mi mente. Y comprendí. Aquellas veces que me crucé con ella por el pasillo, que la miré sin mirarla; algo especial había en su semblante, algo especial emanaba de ella... de ella emanaba Jesús.

Y me di cuenta de todo: del cariño gratuito con que limpiaba mi cuarto, del cuidado con que arreglaba y ordenaba los papeles de mi mesa, cómo me doblaba la ropa, sin tener por qué... del amor que ponía en su trabajo... sin obligación alguna de hacerlo.... por mí.

Me sentí culpable por tanta amargura monótona y vetusta como la plaza de la fuente de aquel pueblo. Aquella muchacha tan joven y trabajando tanto, tal vez, seguro había sufrido más, mucho más que yo. Era obvio, por sus incorrecciones ortográficas, que no tenía estudios; causaba indignación los malos modos que el dueño de la pensión gastaba con ella... y el poco respeto que le guardaban los clientes de la hospedería:

—Niña—le gritaban—tráeme el whisky.
—Niña, caliéntame el plato, que está frío.
—Niña, a ver si arreglas más rápido mi cuarto, que tengo cosas que hacer...

Y esta niña delicada y doliente me había aconsejado a mí, me había indicado el camino que debía seguir para salir del pozo en que me encontraba, como ese agua que el poeta decía que nunca, nunca desemboca.

Cuando llegué a la ciudad fui a la primera iglesia que encontré y me arrodillé frente al Señor. Bajo el altar, una imagen grande del Niño me miraba con ojos de indecible bondad, de entrañable amor. Era el tesoro escondido, el tesoro cierto y oculto que encontré en el campo, que encontré en un sobre.

Intenté rezar un Padrenuestro, pero no me acordaba. Desde que hice la primera comunión no había pisado una iglesia. Miré a los ojos de María, y me entraron ganas de llorar, pues me pareció ver en ella el rostro de la muchachita de la limpieza de aquella pequeña y perdida pensión, en un pequeño y olvidado pueblo de la sierra.

Y recé, con toda mi alma, mientras daba gracias al Dios de Belén...Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo...

lunes, 12 de julio de 2010

Cosas pequeñas y heroicas

Cosas pequeñas, Señor, son las que Tú tenías destinadas para mí. Creí estar llamado a cosas grandes y heroicas, pero era otro el camino que ideaste para mí.

La voz que en la mañana se despide con ternura; esa voz querías para mí. La dulce flor que un pequeño tiesto brota, esa flor querías para mí. La tierna mirada a unos niños que sufren y que anhelan... Esa mirada querías para mí.

Cosas que nunca se entienden ni se aceptan si no es con tu Gracia. Esas cosas querías para mí.

Las largas esperas de nueve meses y los largos sueños del bebé que duerme. Las suaves palabras de una madre que en su corazón todo lo tiene y se abre. Esas palabras, esas esperas querías para mí.

Cosas pequeñas, Señor, son las que Tú tenías destinadas para mí. Creí que estaba destinado a cosas grandes y heroicas, y ¡así ha sido! Tus cosas, Señor, tus cosas. Con ellas me has complacido, grandes cosas me has dado, Señor, pequeñas rosas en su tiesto azul, que riegas Tú, que eres su savia y su Luz. Pequeñas cosas heroicas con ojos de niña que llora, con ojos de esposa que adora, cosas grandes y heroicas bajo este sol del hogar, que todo lo alumbra y lo dora. Una empresa muy grande, ¡grandiosa!

Pues quiero seguirte. Adonde Tú vayas quisiera ir yo. Otros irán delante de mí, más cerca de Ti. Yo me conformo con seguirte, a paso lento, enredado en estas cosas, pequeñas, difíciles, heroicas. No puedo aspirar a otras. A lo mejor, en un descuido, alcanzo a tocarte, a rozar tu vestido y a mirarte, o a decirte: aquí estoy, mira, he intentado realizarlas aquí, detrás de Ti, en esta casa y a esta hora.

Cosas pequeñas y heroicas, Señor, que hago por Ti.

¡Teselas de tu mosaico infinito, inconmensurable, sin fin!

sábado, 10 de julio de 2010

Todo en Cristo

Habitamos en una esperanza. A nuestra lado, risas, la vida que pasa, la gente, con sus inquietudes, sus ambiciones, sus proyectos, sus bienes, sus secretos, sus deseos ocultos....

Permanezcamos en nosotros mismos, mirando directamente a Cristo. Permanezcamos en Cristo.

Muchos habitan en deseos, nosotros en esperanza. A nuestro lado, lágrimas, la vida que pasa y sigue pasando, la gente, con sus increencias, sus sueños incumplidos, sus alegrías, sus deseos abiertos a la luz del día y de la noche.

Nosotros permanezcamos en Cristo, nuestro único deseo, nuestro único sueño, nuestra única quietud, nuestro movimiento, nuestra alegría.

Nada queramos, deseemos, gustemos, sino a Él.

Mortifiquemos cuanto de terreno haya en nosotros (Colosenses 3, 5) en perfecta alegría sobrenatural, en gozo indestructible. Y todo cuanto hagamos de palabra o de obra, solos o entre la multitud, hagámoslo en el nombre del Señor Jesús (Colosenses 3, 17)

jueves, 8 de julio de 2010

Cristo, Voz

No podemos quedarnos callados. Creí, y por eso hablé (Sal 115, 10) ¿En qué creímos? Creímos en cuanto la Iglesia nos enseña que el Señor nos reveló. Si no creímos todo, no creímos, sólo opinamos, y si opinamos no hablaremos de Cristo. La Gracia antecede a nuestra palabra. Creí significa acepté la voz del Señor, me inundó su Gracia, por eso hablé. Si no creemos todo, no hablamos todo, no transmitimos todo Cristo. Cada vez que anunciamos la verdad del Señor le hemos creído previamente.
Confiar en Cristo antece a todo hablar de Cristo.
Sabemos que somos de barro, que el mal nos tienta y nos empuja. Pero hemos de hablar de Cristo a un mundo en tinieblas, en que el ser humano consiente y accede a ser barro, y se gusta siendo barro, y no quiere revestirse de luz.
Si no creemos de antemano a Cristo, no podremos anunciar a Cristo; creerlo totalmente, como Él quiere. Y Él quiere que creamos siendo miembros vivos de su Cuerpo, donde su Voz se oye con nitidez. Es en la iglesia donde oímos la Voz total de Cristo vivo, allí le oímos litúrgicamente, allí le creemos porque le oímos sacramentalmente.
La Liturgia es Voz sacramental del Verbo.
Hemos de hablar de Cristo a un mundo en tinieblas.,pero sólo podremos pronunciar la voz de Cristo si le creemos totalmente. Si no creemos una sola coma de la verdad eclesial de su Voz, hablaremos con lengua mentirosa. Señor, libera mi alma de los labios inicuos y de la lengua mentirosa (Sal 119, 2)
Que todo cuanto anuncie de Ti, Señor, se corresponda con todo cuanto me dices en la Iglesia, Cuerpo vivo de tu Voz, y diga tu verdad completa, sin traba, sin mancha, sin merma. Tal como Tú me la dices por la Gracia que antecede a todo hablar.

miércoles, 7 de julio de 2010

Cristo, Fulgor

La Transfiguración ocupa el centro mismo del Evangelio. Su destello equilibra verdaderamente la Historia y la Escritura. El fuego de la unción enciende la Zarza Nueva que es Cristo.

Lo humano del Verbo refulge. No lo hace con luz ajena, sino propia. San Juan Damasceno nos enseña que el fulgor transfigurado de Cristo abre los ojos de los discípulos del Señor, los hace videntes.

Como Zarza Nueva, el Verbo se inflama para que veamos. Para que sepamos que en Él habita corporalmente la plenitud de la Divinidad (Col 2,9)

Nuestro Señor avanza. Sube el monte. Quiere, ante nosotros, traducirse a sí mismo. Quiere transparentar Quién es. Lo quiere Dios Uno y Trino, y por quererlo Dios, Jesús sube al monte y avanza hacia la traducción a luz pura de su realidad: es Dios. Miremos su divinidad.

Jesús avanza hacia el Padre y el Espíritu dibuja iconos de este encuentro en el semblante de todos los que le confesamos. Es el Paráclito quien viste al Señor de Luz, de blancor inusitado, absoluto, divino.

Moises y Elías se inclinan ante tanta Luz. "Hagamos tres tiendas". Ebrios de luz, queremos asentarnos en la realidad de Jesús, asentar nuestro cuerpo y alma en lo que vemos, en aquello que nos hace videntes, y gustarlo...

Ebrios de Luz, queremos entregar nuestra vida y revestirnos de su Amor.

sábado, 3 de julio de 2010

Oda a un momento de lectura en tu regazo

Como el hijo que al leer
apoya su pequeño brazo
en el regazo de su madre,
y unido a ella en su tacto

prosigue hasta el final
de la tarde su lectura,
así contemplo yo en tu abrazo
mi vida prolongada en la tuya.

Es un momento entrelazado
a otro momento, un transcender,
azul, a otro momento; una palabra que no es

sino un silencio de infinita levadura;
una Escritura de inefable precisión
que una misma carne se pronuncia.
Me he levantado con un deseo muy intenso de estudiar la Escritura. Así cumplo en mí la Voluntad de Dios, que quiere que sus hijos la mediten día y noche ( Sal 1, 2) Después de desayunar con mi esposa echo un vistazo a la prensa. Es fácil observar cómo se propaga la nada, cómo el mal domina en casi todos los aspectos de la vida tecnificada de hoy. Sólo allí donde se ora, donde está en comunicación con Dios, Uno y Trino, por Cristo, desde María, el mal se aparta, las tinieblas se disipan, los malos deseos del Maligno se enredan en su propia maldad y podemos ver la Luz que mana, como un Río de Vida, del trono de Dios y del Cordero (Ap 22, 1-2)

Señor, Tú eres mi ciudadela contra el mal (Sal 30, 3), para mi salvación. Mudaste mi dolor en gozo (Sal 29, 12).

Contemplando a mis hijas, pienso que el máximo bien que puedo desear para ellas es la santidad. Y me prometo hablarles de Cristo siempre, para que escuchen a Cristo a través de mi boca. Les enseño pasajes de la Escritura para que lo memoricen y afloren en su mente el día de mañana.

viernes, 2 de julio de 2010

Cristo, Savia



Movido por el Espíritu, el salmista nos dice que el justo crecerá como una palmera, se alzará como cedro del Líbano (Sal 91, 13). Pero no en cualquier suelo, sino en la casa del Señor (Sal 91, 14 )

La casa del Señor es la Iglesia, columna y fundamento de la Verdad (1 Tim 3, 15) Por el Bautismo, nos planta el Espíritu en los atrios fértiles del Dios Vivo, en ese suelo nutriente que es su Cuerpo, para que crezcamos como palmeras que fructificarán aun en la senectud, y estarán llenos de savia y verdor (Sal 91, 15)
La vida del Señor es la Gracia, esa savia sobrenatural que nos alza como cedros del Líbanos, la fuerza que nos hace erguir la cabeza (Sal 3, 4 )

Movido por el Espíritu, el salmista nos dice que la persona lejana de Dios prospera como cedro frondoso, pero un cedro que se ve al pasar, pero no se ve al volver a pasar; tan pronto está como no está, lo buscamos y no lo encontramos (Sal 36, 35-36)

Nosotros, en Cristo, no seremos como esos árboles fantasmas que están y luego no están, como árboles que caminan sobre las tinieblas.
Seres eternos en su suelo, como palmeras de Gracia que enraízan en Él, nutriente perfecto de todo verdor, origen y fundamento de todo bien.
Y lo seremos plantados en ese suelo nutriente que es la Iglesia, sacramento universal y seguro de todo verdor.

jueves, 1 de julio de 2010

Cristo, camino del justo


El Señor levanta a los caídos (Sal 145, 10)
Si has caído, no temas, mantente firme en la verdad (Ef 6, 14). El Señor te tiende la mano y te levanta, pues ama a los justos (Sal 145, 8)

Cristo ama a los justos. Cuando se ama a alguien, se le defiende. Es por su amor a ti que el Señor te defiende, te levanta si caes. Te levanta liberándote, pues da libertad a los cautivos (Sal 145, 7). Si has caído, es porque no eres perfecto, no eres libre, tu pie tropieza en el camino. De aquello que te hace tropezar Cristo te libera y te dice: en marcha, y te protege si te calzas los pies para anunciar el Evangelio (Ef 6, 5)

Calzados los pies para anunciar el Evangelio de Cristo (Ef 6, 15) estamos inmersos en una marcha en que Cristo es defensa, escudo, camino de avance, no de tropiezo y caída. Frente al camino de las tinieblas, el camino del Evangelio de la paz, que es el camino de la luz, donde si caes, Cristo te levanta. Es el camino de los justos.

Cristo vino al mundo a salvar a los pecadores (1 Timoteo 1, 15) Los pecadores no son sino aquellos que van caminando por el camino y caen. A estos vino a salvar el Señor. No es justo sino el que peca y quiere que Cristo le salve y le ayude a no caer más, a no pecar nunca más. El justo es el pecador al que sus pecados atribulan , pues ama a Dios y su pecado le duele.
Tú, si tropiezas y caes, sabes que Cristo te levanta. ¡Cálzate las sandalias del Evangelio, y vive!