miércoles, 7 de julio de 2010

Cristo, Fulgor

La Transfiguración ocupa el centro mismo del Evangelio. Su destello equilibra verdaderamente la Historia y la Escritura. El fuego de la unción enciende la Zarza Nueva que es Cristo.

Lo humano del Verbo refulge. No lo hace con luz ajena, sino propia. San Juan Damasceno nos enseña que el fulgor transfigurado de Cristo abre los ojos de los discípulos del Señor, los hace videntes.

Como Zarza Nueva, el Verbo se inflama para que veamos. Para que sepamos que en Él habita corporalmente la plenitud de la Divinidad (Col 2,9)

Nuestro Señor avanza. Sube el monte. Quiere, ante nosotros, traducirse a sí mismo. Quiere transparentar Quién es. Lo quiere Dios Uno y Trino, y por quererlo Dios, Jesús sube al monte y avanza hacia la traducción a luz pura de su realidad: es Dios. Miremos su divinidad.

Jesús avanza hacia el Padre y el Espíritu dibuja iconos de este encuentro en el semblante de todos los que le confesamos. Es el Paráclito quien viste al Señor de Luz, de blancor inusitado, absoluto, divino.

Moises y Elías se inclinan ante tanta Luz. "Hagamos tres tiendas". Ebrios de luz, queremos asentarnos en la realidad de Jesús, asentar nuestro cuerpo y alma en lo que vemos, en aquello que nos hace videntes, y gustarlo...

Ebrios de Luz, queremos entregar nuestra vida y revestirnos de su Amor.

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