martes, 31 de agosto de 2010

Santa Indiferencia

Las horas pasan y nos son tenidas en cuenta. Transeunt et imputantur, reza en la torre del reloj de aquella plaza. Nos recuerda que cada hora que se va podemos ser más o menos santos, a la medida de nuestra configuración con Cristo.

El tiempo se sucede como un río, que va a dar al mar, como canta el poeta en las Coplas a la muerte de su padre.

No hace mucho escribí unos versos en la iglesia, frente al Santísimo:

Entretando descendemos,
perecemos,
mas si en Cristo
nos transformamos,
en Vida infinita
rompemos,
desembocamos.

Mantengámonos firmes, ceñidos los lomos con la verdad, revestidos de la justicia (Efesios 6, 14)

Vayámonos identificándonos con Él, entretanto descendemos. Que nos arrastre el Río de su Vida.
Profundamente inmerso en esta corriente , durante la Consagración en la Santa Misa, pedía al Señor me hiciera su siervo, me obligara a ser otro Cristo, ipse Christus, alter Christus.

No quiero ser río congelado que se detiene entre las peñas; no quiero descansar, sino romperme en olas de Vida hacia Ti, mi Señor.

Los errores se suceden, pero también la lucha. Qué importa todo, salvo alcanzar tu Mar de Luz, la Inmensidad de tu Gracia.

Que cuanto no me acerque a tu Santo Océano de Gloria me resulte indiferente, Señor. Que sólo así puede importarme todo, sólo así tendré deseo de perfección.

Hazme santo, Señor. Que no me importe nada, sino la santidad.

Te entrego el derecho que tengo a sentarme un momento y estar tranquilo. No quiero sino trabajar por Ti.

Transeunt et imputantur!

Las horas pasan, y no quiero que me encuentres detenido, descansando mientras a ti te entregan a la Cruz.

El tiempo pasa, y no vuelve.

Que siempre me encuentres volviendo a Ti, desembocando en Ti, trabajando por Ti, sin importarme nada en el mundo sino tu Gloria.

miércoles, 25 de agosto de 2010

La moral de situación

Este error consiste en afirmar que el hecho de que un acto sea bueno o malo no lo determina una ley universal e inmutable (la ley moral) sino que se debe valorar en base a la situación personal (afectiva, anímica, histórica, cultural, etc.) en que el individuo se encuentre.

Se recurre a este error para justificar acciones malas cuando se dice, por ejemplo:

-En tu situación, eso no es pecado.
-Para ti, en este momento, eso está bien.
-Teniendo en cuenta las circunstancias, tuviste que hacerlo.
Etc., etc.

Juan Pablo II corrigió este error, advirtiendo que "existen actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto. Estos actos, si se realizan con el suficiente conocimiento y libertad, son siempre culpa grave" (Reconciliación y penitencia, 18).

Nunca, por tanto, es lícito realizar acciones intrínsecamente malas, por muy delicada que sea la situación de la persona; de esta manera, acciones malas que se justifican apelando a la situación personal del individuo, son siempre ilícitas: por ejemplo, abortar.

La moralidad de un acto no depende del estado anímico de la persona que realiza dicho acto. Depende de un valor objetivo: su adecuación o no a la ley moral.

Es más, hay situaciones en que debemos sacrificarlo todo, incluída la propia vida, con tal de no realizar una acción mala, sean cuales fueren las circunstancias en que nos encontremos.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Falsas ideas sobre moral

A nuestro alrededor se difunden algunas ideas falsas respecto a la moralidad de los actos humanos que debemos ser capaces de advertir.

Creo que las más importantes, por masivas, son cuatro:
1.- Moral de actitud.
2.- Moral de situación.
3.- Moral de autonomía.
4.- Moral de mínimos.

MORAL DE ACTITUD
Este error consiste en afirmar que lo fundamental es la actitud general de la persona, no sus actos aislados. Se afirma que lo importante es que la persona adopte una opción fundamental de creencia en Dios, de compromiso, y que el cristianismo no es una moral puntual de hechos en sí, sino una forma de vida en actitud de amor.

A este error hay que oponer lo siguiente:

Los actos concretos que realizamos cada momento, cada día, tienen una enorme relevancia para nuestro proceso de perfeccionamiento moral, porque Dios quiere, además de nuestra buena actitud de compromiso con Él, las buenas obras que lo corroboren(Sant. 3, 17-18)

Por otra parte, la libertad humana está herida por las huellas del pecado original y ofuscada por la concupiscencia. Por esto, es necesario ir enderezando nuestra voluntad a Dios mediante actos libres que hagan de la fidelidad puntual a sus mandamientos un acto constante de entrega.

El Magisterio de la Iglesia desautorizó la moral de actitudes en "Reconciliación y Penitencia", 17, de Juan Pablo II, afirmando que: "se comete, en efecto, un pecado mortal también cuando el hombre, sabiendo y queriendo, elige, por cualquier razón, algo gravemente desordenado".

No basta la actitud de amor a Dios, hay que confirmarla constantemente con obras, enderezándonos perseverantemente a Él mediante la realización de actos buenos que confirmen en el espacio y el tiempo de nuestra vida mortal nuestra obediencia a Sus mandamientos.

En definitiva, la opción fundamental de amor a Dios no justifica la realización de actos malos puntuales, pues el acto malo es un rechazo de Dios.

Las personas no nos decidimos por Dios en un solo acto y opción, sino en multitud de actos que realizamos en el tiempo y el espacio de nuestra existencia continua, y así lo largo de todas las encrucijadas morales de nuestra vida, en que hemos de elegir a qué Señor servimos con nuestros actos.

Cualquier acto humano es un acto moral, y por ello todo cuanto hagamos supone un motivo de elección. Que sea Cristo, siempre, la razón de nuestros actos.

sábado, 14 de agosto de 2010

Nuevos aciertos de la virtud

Substine et abstine. Soporta y abstente. Quema deseos, anhelos vehementes en tu interior, acostúmbrate a arder, a renunciar, a perder, a partirte la quilla cerca de la costa del mundo, en el temporal, para arribar al puerto del Cielo, tu puerto perfecto y único. Que te sea indiferente perder o ganar, excepto el alma, en una pura indiferencia sobrenatural. No te acomodes a este mundo. Acostúmbrate a no tener cuanto deseas de él, cuanto anhelas de la tierra durante el día o la noche. Vive sólo de Cristo, desea sólo a Cristo, gana sólo a Cristo, y nunca lo pierdas por nada del mundo.

Age quod agis. Haz bien cuanto hagas. Sé recio en tu perfección, bravo en tu hacer, soldado de la voluntad de Dios. No tengas tu alma a los pies de otra tarea que aquella que tienes entre manos, no te toque el crepúsculo y compruebes, entre tus manos, la nada, la sombra de lo omiso, la elipsis del mal. Mira que sólo cuanto está perfectamente hecho educa y tiene fondo de verdor, en que pueda prosperar, potente y sólido, la Luz de toda sustancia.

Non est qui faciat bonum non est nec unus (Sal 15, 3 ) No hay quien haga el bien, no hay ni uno solo. Y no te importe; antes bien, yérguete, empújate al bien, no te vengas abajo porque ni uno solo se apreste contra el mal y al Padre alce el rostro diciéndole: mi corazón está a punto para Ti, mi Señor. Que no te importe estar solo y caminar solo; antes bien, prepara tu alma y tu cuerpo para un combate que durará mientras vivas. Que si te oprimen con burlas o te amenazan con afrentas, más seguro y firme en Cristo estarás, y más sereno que todos los amaneces del mundo.

domingo, 8 de agosto de 2010

Plegaria del pobre de espíritu


El salmo 101 (Vg.) comienza anunciando qué somos cuando, conscientes de nuestra poquedad, dirigimos humildemente nuestra mirada a Dios : Oración del pobre cuando se hallare angustiado y derramare su súplica ante el Señor (Salmo 101, 1)

Es decir, somos pobres, y estamos enfermos.

Cuando nuestro corazón busca al Dios vivo somos el pobre que derrama su plegaria a los pies de Cristo. Nos reconocemos enfermos, y necesitamos el Pan de Salud Eterna.

San Jerónimo nos recuerda, en su comentario de este salmo, que el Señor nos escucha y nos dice: Bienaventurados los pobres de espíritu (Mateo 5, 3)

Somos pobres cuando aceptamos que nos falta todo cuando no tenemos a Cristo. Quien no siente que le falta todo, es decir, Cristo, es rico. Porque cree que todo lo tiene.

El pobre recuerda sus pecados pasados, su riqueza pasada. Recuerda que creía tenerlo todo y no tenía a Cristo. Y siente angustia y clama al Señor y le suplica con toda su alma: No apartes de mí tu rostro (Salmo 101, 3).

Seamos pobres. Digámosle a Cristo: Señor, no tengo nada. No apartes de mí tu rostro, quiero tener tu mirada, tu mirada es mi salvación, que Tú me mires es mi esperanza y mi salud.

Tenemos hambre.

Como la ceniza en vez de pan (Salmo 101, 10). Cuando somos avaros de espíritu amasamos nuestro pan con ceniza, y enfermamos porque ese pan de tierra no alimenta. Y con llanto mezclaba mi bebida (Sal 101, 10) dice el salmista; nada nos satisface, ni el pan ni la bebida de dolor, que nunca calma la sed.

Ahora miro cuantas cosas hice y veo mi pobreza, y dirijo al Señor Jesús mi plegaria: dame de tu Comida y tu Bebida, para que me nutra de tu eternidad. Digo esto, Señor, porque considero mi pobreza sin Ti, que nada tengo si no te tengo a Ti.

Pues necesito la fuerza de Dios para permanecer en pie. Cuantas veces me levante sin tu Alimento de Vida, volveré a caer. Después de haberme levantado, volviste a abatirme (Sal 101, 11)

Sé lo que quiere el Señor: mantenerme en pie no con mis fuerzas, sino con la Suya. Porque no tengo nada que llevarme a la boca que me de auténtica fuerza, y soy pobre. Y es así, desde esta pobreza, como puedo clamar: aliméntame, Señor mío y Dios mío, y seré bienaventurado.

martes, 3 de agosto de 2010

Cristo, mi Señor


Cristo es el Señor. No cualquier señor. Es el Señor que ama a sus siervos y da la vida por ellos.
Cristo es el Señor.

Es verdad que Cristo es amigo, pero es Señor.

Es verdad que Cristo es hermano, pero es Señor.

Yo quiero amar a Cristo con reverencia, besar sus sandalias, el polvo que pisa. Quedarme a esperarle, a atenderle, frente a Él.

Me arrodillo ante el Señor porque le debo la Vida, mi vida está en sus manos, el latido de mi corazón, el pulso de cada día.

El amor que profeso a quien amo, se lo debo a Él. Como todo.
Pues nada puedo hacer sin Él (Juan 15, 5)
Cristo es todo.
A un lado del camino quiero esperarle. Donde no me vea a mí mismo, para no gloriarme sino de amarle a Él.