domingo, 27 de marzo de 2011

El Via Crucis por la Vida, un momento de Gracia para nuestra Iglesia local

En nuestra diócesis ha habido un momento de Gracia. Y es que hemos actuado, este sábado, en un fervoroso Vía crucis por la Vida, como hijos de Dios, conscientes de que la salvación de los males que padece nuestra sociedad procede de la Gracia divina; hemos dejado de confiar en la efectividad puramente natural de movilizaciones neutrales y laicas donde no se pronuncia el nombre del Santo Señor Jesús, y hemos hecho lo que el Señor quiere que hagamos, es decir, que acudamos a Él buscando salvación y ayuda para los males que nos afligen.

Jeremías 17, 5:

5 Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor! 6 Él es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. 7 ¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza!

El Via crucis de este sábado por las calles del Pópulo, con la cruz del Papa, ha sido un momento de Gracia para nuestra Iglesia, porque hemos comprendido que sólo el Señor nos puede ayudar.


Ha sido un momento de Gracia porque hemos dejado atrás una forma de luchar por buenas causas que estaba llamada a la esterilidad. Esta falsa idea: las causas de la ley natural se pueden combatir con medios puramente naturales, nos tenía confundidos.


Hemos comprendido la necesidad radical de poner toda nuestra confianza en el Señor, y no en cuanto podamos hacer, promover, concienciar, manifestar o programar con medios puramente humanos y naturales.


Y es que la victoria es siempre de Cristo, que es el que vence. No nuestra. Sólo venceremos en Cristo vencedor.


Debemos creer absolutamente que el Señor y sólo Él puede salvar nuestra sociedad, que Su fuerza sana, libera, purifica, humaniza verdaderamente. Debemos creer que desde planteamientos naturalistas, neutros, profanos, humanocentristas, no podremos humanizar nada, y que sin la ayuda del Señor y su Gracia todo seguirá igual y empeorará. Porque no hay humanismo sin Gracia. Porque ningun humanismo puede salvar lo humano. Sólo Cristo es Salvador. Sólo Cristo humaniza y libera. El hombre adámico reside en las tinieblas de su enfermedad congénita. Sólo Cristo es Luz. Sólo Cristo sana.


Por esto el Via Crucis del sábado marcará un hito en nuestra diócesis. Porque hemos puesto nuestra confianza en el Señor de la Vida para la causa de la vida y todas las causas que emprendamos en Su nombre, por Él, con Él y en Él.

«Bendito el Señor, que escuchó mi voz suplicante; el Señor es mi fuerza y mi escudo: en él confió mi corazón; me socorrió, y mi corazón se alegra y le canta agradecido» (Sal 27,6-9).

miércoles, 23 de marzo de 2011

Arrepiéntete y no peques más, y vive en el Señor

Arrepiéntete y vive. La doctrina sacramental de Cristo te hace Vivir en Gracia por la fe. Te proporciona el gozo curativo del arrepentimiento. Sanas y comienzas de nuevo en esperanza de salvación.

La doctrina del mundo, sin embargo, es deprimente. Porque pecar y vivir alejado de Cristo es deprimente. Empecinarte en pecar es deprimente. No estés tranquilo. Cuestiona la doctrina del príncipe de este mundo, que te dice que peques y confíes, a la vez, en una hipotética salvación, por más que las sombras te dominen por dentro. De la alegría perfecta de la penitencia a las tinieblas del pecado hay un abismo.

Hay muchos que quieren encajar la doctrina de este mundo en la doctrina de Cristo. Pero, ¿acaso este mundo -dicen- tiene doctrina?
Sí que la tiene. La elabora su oscuro príncipe, y consiste en afirmar el bien como mal y el mal como bien, creando en las almas la falsa tranquilidad de una salvación segura por más que se haga el mal sin arrepentimiento: No me va a pasar nada, sólo existe esta vida, no hay nada después de la muerte, en el último momento Dios me inyectará el arrepentimiento de urgencia y no me condenará....

El príncipe de este mundo te dice: "tranquilo" No puedes condenarte, relájate. Pero Cristo dice: estad en vela, orad sin cesar, estad vigilantes... que Dios es misericordioso, pero tú eres libre y puedes pecar contra el Espíritu de Dios y rechazar esa misericordia y eso no se te podrá perdonar, porque es irremisible. Dios no te va salvar sin tu consentimiento.

Es escandaloso para muchos que muchos se puedan condenar. ¿Cómo, si Dios es misericordioso? Pero, ¡qué más quisiera el Señor que perdonarles! El padre no abraza al hijo hasta que vuelve y dice he pecado contra el Cielo y contra Ti. Si el hijo no vuelve, si permanece en tierra extraña dilapidando la herencia; si el hijo no quiere volver, ¿cómo podrá abrazarlo el Padre?

¿Qué dice la Escritura?

"Dichosos los muertos que mueren en el Señor" (Apoc 14, 13)

Mira, la Escritura no dice: dichosos todos los muertos. No. Sé que esto hiere tus oídos. Pero lo dice la Escritura: dichosos los muertos que mueren en el Señor.

Los que no mueren en el Señor, sino en sus pecados, esto es, en el príncipe de este mundo, no serán dichosos. ¿Vas a apelar a la paciencia del Señor para poder seguir pecando sin arrepentirte hasta que mueras? Así no puedes morir en el Señor.

Es en el día de la muerte cuando el Señor te pagará según tus obras en Él, es decir, en su Gracia. Después de muerto pasó el tiempo, sólo te queda la noche, la noche terrible y oscura. Noche en que ya no podrás trabajar para salvarte, porque tu tiempo habrá pasado y no se trabaja de noche, sino de día.

"Tengo que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar" (Jn 9, 4)

Mira qué claro lo dice el Espíritu por la Escritura Santa:

"Porque es necesario que todos seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo durate su vida mortal, el bien o el mal" ( 2 Cor 5, 10)

¿Cómo es que se ha extendido entre muchos buenos cristianos la vana tranquilidad en la propia salvación y la ajena? ¿Dónde está el fervoroso celo por las almas, el empuje misional celoso y ardiente, para que ningún alma se pueda perder?

Mira lo que dice el Señor: no te dice: relájate, no te preocupes.

Dice: "Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del Hombre" (Mt 24, 44)

No puedo comprender que no nos preocupe la salvación o perdición de las almas de tantos que nos rodean, tantos que viven, hoy día, abandonados a vidas tenebrosas y pecados de toda índole: abortos, infidelidades, fornicaciones, corrupciones, adulterios... ¿Cómo podemos quedarnos tan tranquilos?

Mira, por muchas cosas malas que hayas hecho, te espera una bendición insospechada. Sólo necesitas arrepentirte. Por el sacramento, Dios se reconclia contigo. Su misericordia es grande. Te abraza. Tu vida cambia y se transforma. Te incendia su Caridad luminosa y tu vida se purifica y amas verdaderamente.

Ardes de amor al Señor y ya nada te inquieta, porque el sacramento te ha reinstaurado en la Gracia, y te ha hecho ciudadano de la Ciudad celestial. Caminarás, entonces, de puro gozo en puro gozo, y aun en medio de las penalidades de esta vida no te abandonará la dicha de la Vida del Señor, si permaneces firme, sujeto a la la verdad, revestido de la armadura de la justicia (Ef 6, 14)

Pero si nos perdemos en una vana seguridad de salvación universal la vida espiritual y el celo apostólico se detiene. Perdemos ansias de apostolado. Sin celo por salvar almas la misión de la Iglesia se detiene. Tanto da una cosa que otra. Terminaremos pensando que sólo importa este mundo y estar tranquilo. No seamos tan negativos, nos diremos. Es esta la doctrina del mundo: hay que estar tranquilos y despreocuparse del más allá. No nos merecemos el infierno.

Pero a nosotros la caridad de Cristo nos urge, nos empuja a la salvación de las almas. Porque sabemos que existen pecados de muerte para el que no se arrepiente y cae la noche sobre él.

Nosotros aprendemos de los apóstoles a substituir esa falsa tranquilidad por la virtud teologal de la esperanza, que hace brotar la alegre confianza en el Señor.

"esperanza de vida eterna, prometida desde toda la eternidad por Dios que no miente" (Tit 1, 2)

Pero date cuenta de esto: esa esperanza tiene un Nombre, el Nombre del Santo Señor Jesús:

"Pablo, apóstol de Cristo Jesús, por mandato de Dios nuestro Salvador y de Cristo Jesús nuestra esperanza" (1 Tim 1, 1)

Abandona la doctrina del mundo que te dice que lo malo que haces es bueno. Pareces feliz, pero no lo eres. No te basta ser bueno a tu manera humana, desmasiado humana, porque sin Gracia, (por la fe que opera en Caridad), no puedes salvarte por bueno que seas.

Sólo serás feliz siendo ciudadano del Reino de Dios, anticipado por la Gracia en esta ciudad del mundo, del que no somos ciudadanos, pues somos de Cristo y su Ciudad Celeste.

Acude a Cristo y vive por su sacramento penitencial.

No te confíes, no te pierdas los frutos del Espíritu ni te cierres a la salvación. Espera en Cristo, que si le buscas y le amas arrepentido y en Gracia, no te abandonará, pues siempre cumple sus promesas. Y que esa esperanza destruya tu vana tranquilidad. Vuelve al Padre a ser dichoso y no peques más.

Dios te busca para abrazarte. Arrepiéntete y vive.

jueves, 17 de marzo de 2011

Que sólo Cristo y no otro es Agua de Vida, y que sólo a Él debemos nuestro apostolado

En oración se me presentaba Jesús pidiéndome de beber, sediento, crucificado, martirizado. No podía dejar de mirarlo, cubierto de llagas por mí. Y Él no dejaba de mirarme a mí. Porque Jesús nunca deja de mirarnos.

--Dame de beber--volvía a decirme.

--Mi vida entera te daría, Señor, pero, agua, ¿qué agua puedo darte que te sacie, Amado Jesús mío, si Tú y no otro eres el Agua de Vida? Dámela Tú a mí, dame de tu Agua Divina, Señor, yo no tengo agua, yo no soy fuente de agua viva, eres tú, yo no soy manantial que salta hasta lo eterno y limpia y purifica todo cuanto existe, eres Tú-.

Y entonces el Señor me abrazaba y me decía:
--Ven a Mí, así es como me das de beber, reconociéndome a Mí como Agua Viva de tu ser, reconociéndote desierto, sequedad, cisterna rota; reconociéndome a Mí, tu Salvador, tu Río de Agua Eterna.

37 El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, poniéndose de pie, exclamó:
«El que tenga sed, venga a mí; y beba.
38 quien que cree en mí», como dice la Escritura:
de su seno brotarán manantiales de agua viva.
(Juan 7)

A continuación, se me representaba junto al pozo, hablando a la samaritana, sentado, sereno, enseñando con palabras más bellas que cualquier palabra humana.

"Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
7 Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber»." (Juan 4)

Jesús está fatigado y dice: dame de beber.

¿Cómo damos de beber a Jesús, si Él es agua de Vida?.

Jesús nos responde en sus palabras a la samaritana:

«10 Jesús le respondió:
Si conocieras el don de Dios
y quién es el que te dice:
“Dame de beber”,
tú misma se lo hubieras pedido,
y él te habría dado agua viva». (Juan 4)

Es decir, si reconocemos el don de Dios, sabremos reconocer en Aquel que nos pide de beber al Dios Vivo, y entonces le pediremos de beber a Él PORQUE HABREMOS COMPRENDIDO QUE DE NOSOTROS MISMOS NO PUEDE BROTAR SINO AGUA MUERTA. Que el Agua de Vida nos es dada por Dios, que es un don.

Jesús nos pide de beber para que le reconozcamos como el Agua de Salvación, la frescura eterna, la pureza cristalina que transforma nuestra vida. Jesús nos pide de beber para que le reconozcamos y pidamos a Él de su agua reconociendo la nada de nuestra propia agua.

¿Y cómo nos pide de beber? Suscitando en nosotros ansias de apostolado, celo por la salvación de las almas, ánimo incansable de corrección fraterna en la caridad a todos cuantos no conocen su doctrina.

No somos nada, Señor, no tenemos agua que pueda satisfacerte, eres Tú el agua de vida y por tanto somos nosotros los que hemos de pedirte de beber a Ti.

Si creemos en Él, de nuestro seno brotarán manantiales de Agua Viva, y con ese Agua, que es su misma Agua, su propio Espíritu, podremos dar de lo suyo, no de lo nuestro; podremos darle de beber con su misma Agua al dar de beber a todo aquel que tenga sed de verdad, sed del Señor.

Damos de beber al Señor cuando damos de Su Divina Agua a todo aquel que tiene sed de verdad. Saciendo la sed de verdad del prójimo, con nuestro apostolado, saciamos la sed del propio Jesús.
Demos el Agua que brota de nosotros por la Gracia, dando testimonio saciamos la sed del Señor.

Y es que el Santo Señor Jesús crucificado nos quiere suyos, nos quiere de Él, crucificados con Él. Jesús quiere el Agua Viva de nuestro testimonio, de nuestro martirio.

Tiene sed de su propio Espíritu en nosotros, llevándonos a la cruz como atraídos, empujados por una gran ola martirial de apostolado auténtico, pobre, casto y obediente. Quiere que le reconozcamos como Dueño y Señor y comprendamos que somos nosotros los que tenemos que pedirle el Agua a Él, pedirle Su Agua de Eternidad. Reconocerle de forma que sacie nuestra sed es ser suyos y ser de su cruz.

Cristo tiene sed del reconocimiento martirial, apostólico de sus hijos; quiere que compartamos su misma suerte, que le confesemos en pobreza voluntaria, castidad fulgurante y perfecta, obedencia sobrenatural a su Gracia y a su Palabra; ¡Qué bienaventuraza, que dicha sobrenatural y perfecta!

Porque quiere para nosotros la Vida Eterna y la suprema dicha de la cruz. Quiere atraernos a su Río de Vida y que nos arrastre. ¿No consiste en esto su Divina Liturgia? En que somos arrastrados libremente por su Corriente de Fulgor y nacemos de nuevo cada instante en Cristo.

Cristo nos da el apostolado para que saciemos la sed de un mundo sediento de verdad. Y es que el apostolado no lo fabricamos nosotros con agua humana.

"por medio de Jesucristo nuestro Señor recibimos la gracia del apostolado para predicar la obediencia de la fe, a gloria de su Nombre" (Rm 1,5)


LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

miércoles, 16 de marzo de 2011

Es el Señor Quien nos elige

1. ¿Existen palabras humanas, lecturas, metáforas para propiciar la conversión más eficaces que la propia Palabra de Dios? Sin duda que no, porque su autor es Dios mismo, que quiere, más que nosotros mismos, que nos convirtamos a su Verbo, y sabe mejor que nosotros las palabras que necesitamos oir o leer.

2. No son nuestras lecturas o reflexiones, sino la palabra de Dios, la causa verbal de nuestra conversión, porque es el Señor Quien nos elige y atrae hacia sí por la escucha o lectura de su Palabra.

Juan 15, 16:
No son ustedes los que me eligieron a mí,
sino yo el que los elegí a ustedes,
y los destiné para que vayan y den fruto,
y ese fruto sea duradero.

3. ¿Cuál es la imagen bíblica y tradicional del cristiano? La de una persona diferenciada por la Gracia del resto de las personas del mundo. El hombre, la mujer, el Pueblo de Cristo son sagrados, han sido sacralizados por el Espíritu del Señor, sellados por la irradiación transformante de la divina Santidad de Dios. De hombre carnal que habla palabras carnales pasa por la Gracia a ser hombre de unción que habla palabras sagradas, palabras espirituales, propias del que es habitante, ya en la tierra, de la Ciudad celeste
4. No es posible para el cristiano secularizar su vida sin perder su esencia sacra, que no es sino su ciudadanía celestial por la Gracia. Por eso estar inmerso en las realidades seculares nunca puede suponer ser mundanos.

5. Si necesitas alimentarte de la Escritura y de la Tradición, y tu lenguaje toma de ellas sus expresiones, su vocabulario, sus giros conceptuales, no te quepa duda de que vas por buen camino, el Camino del Señor.

6. Dios nos "santifica en la verdad
" (Jn 17, 17). No nos santifica en las doctrinas de tal o cual teólogo de moda o de la cultura secular. La verdad nos posiciona frente a esa puerta estrecha que es el Umbral de la Gloria.

7. La fe - dice el Apóstol - es por la predicación, y la predicación por la Palabra de Cristo (Rm 10,17). Es la Palabra Divina (no cualquier palabra humana) la que nos proporciona el Verbo necesario para propiciar la conversión, el descubrimiento de la Verdad, de la cual da testimonio Cristo y de la cual nosotros, que somos de Cristo, y no del mundo, debemos dar testimonio.

8. Ningún otro Nombre nos ha sido dado bajo el cielo por el que podamos ser salvos que el Nombre del Santo Señor Jesús. El objetivo del diálogo ecuménico es siempre propiciar la conversión a Cristo el Salvador. Sólo Cristo es Verdad.

domingo, 13 de marzo de 2011

Ser pobres según el mundo

En Juan 4, 42, la Santa Escritura nos dice:

"Estamos convencidos de que Éste es de verdad el Salvador del mundo".

Esto lo dicen los samaritanos después que el Señor se quedara con ellos dos días (Jn 4, 40),
porque se lo rogaron (4:40)
y creyeron en Él (4:39).

De este pasaje deducimos que el mundo es algo que necesita un Salvador, que ese Salvador es Cristo, y que hay que creer en Él para estar convencido de la indigencia del mundo.
Pero, ¿por qué el mundo necesita de un Salvador? La Escritura Santa nos responde en 1 Juan 5, 19:

"Nosotros sabemos que somos de Dios, y que todo el mundo está bajo el poder del maligno".

Hay cristianos que han basado su apostolado en avisar a los que admiran la ciudad terrenal de los peligros de poner su corazón en ella, y no darse cuenta del por qué de sus terribles sucesos internos y sus malignas estructuras de pecado.

"Todo en este mundo es inexplicable sin la intervención del demonio. Los que tienen en cuenta habitualmente a este enemigo pueden entrever" el por qué de las cosas (León Bloy, agosto 1894)

Al decir que el mundo entero está bajo el poder del demonio, no nos referimos sólo al mundo pecador, constituído por el reino del pecado y los hombres que viven apegados a él, cometiéndolos y moviendo a otros a cometerlos.

Nos referimos también al mundo natural, víctima del pecado primigenio, sacudido por las fuerzas del mal, y que espera también su restauración en Cristo. Pues aunque la creación es buena, por haber sido creada por Dios, está enferma de muerte, por el pecado humano.

No, no somos como todo el mundo, no podemos serlo. "Nosotros sabemos que somos de Dios" (1 Jn 5:19).

Así pues, hemos de responder a quienes nos pregunten si el mundo es bueno o malo, que el mundo es malo porque está todo él bajo el poder del maligno.

Y a la pregunta, ¿quién es bueno?
Respondemos "sólo Dios es bueno" (Marcos 10, 18)

Santo Tomás enseña que somos buenos por participación de la bondad de Dios, del cual procede todo bien:

"Así, cada cosa puede ser llamada buena por bondad divina como principio primero, ejemplar,
efectivo y final de toda bondad" (Suma, Ia, 6)

Y dice Boecio en el libro De hebdomad.:

"Todo lo que proviene de Dios es bueno por participación". Por lo tanto, no por esencia propia.

Sólo Dios es bueno, dice el Señor. Nosotros, los cristianos, en la medida en que seamos del mundo seremos malos,

y en la medida en que seamos de Dios seremos buenos por participación, (es decir, por Gracia y libertad en sinergia).

Por esto hemos de independizarnos del mundo visible, tanto del mundo pecador, como del mundo creatural herido, no depender de él, y la forma de no depender de él es no querer tener nada del mundo, y tenerlo todo de Dios. Sólo así podremos impregnar de la luz del Evangelio las realidad temporales, como quiere el CVII.

Es decir, querer ser pobres de mundo es necesario para ser perfectos, estar alegres, ser dichosos en el Señor, y en virtud de esta perfección salvar el mundo por el Evangelio. No querer gozar en exceso del mundo: espectáculos, diversiones, televisión, lujos, placeres vanos, riquezas...seducciones hedonistas en general, que apartan del camino del Señor y nos vuelven al pecado.

La pobreza voluntaria de mundo es aconsejada por Jesús para ser santos, y Él mismo la pone en práctica. Pues Jesús mismo se declara más pobre aun que los animales:

Las raposas tienen madrigueras y las aves del cielo tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tienen donde reclinar su cabeza (Mateo 8, 20)

La pobreza voluntaria, el espíritu de pobre es bienaventuranza de perfección. Puede ser que debamos tener cosas, para cumplir nuestra misión en el mundo. Pero hemos de tenerlas como si no fueran nuestras, y tenerlas únicamente en tanto en cuanto nos conduzcan al fin verdadero, que es la santidad, como enseña San Ignacio.

En resumen, acerca de lo anterior podemos decir:

El espíritu de pobreza evangélico es un medio de independizarnos del mundo para ser más y más de Cristo. No un fin, sino un medio de independencia de lo mundano, que nos permite abrirnos más a la bondad de Dios, de forma que no apetezcamos nada del mundo visible de la ciudad terrenal cuyo príncipe es el malo, y todo del mundo invisible de la Gracia de la Ciudad De Dios, cuyo príncipe es Cristo.

De esta fuente procede la alegría perfecta, la serenidad, la paz del corazón, el gozo profundo de las cosas de Dios.

La separación del mundo pecador es realizada por la Gracia, que nos hace de Cristo. La separación del mundo creatural es realizada por la pobreza evangélica.

Renunciamos a poseer con el corazón, no porque los bienes creados sean malos, sino porque no tener nada del mundo en el corazón nos hace libres y perfectos. Si tenemos cosas, tengámosla en cuanto nos sirven para ser santos, como si no fueran nuestras, con responsabilidad, pensando siempre en la limosna heroica y la urgente caridad, en el ayuno feliz y gozoso; como si no las tuviéramos. La posesión de las riquezas aparta el corazón de Dios, pues vuelve el corazón a los tesoros del mundo. Y ya sabemos que donde está tu corazón está tu tesoro:

Lc. 12:
19 No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban.
20 Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben.
21 Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.

Terminemos con unas palabras del Doctor de la Gracia:
San Agustín, en De sermone Domini, 2, 13:
"Debe despreciar todas las cosas del mundo aquél que atesore para sí tesoros en el cielo. Pues cielo y la tierra pasarán.
"No debemos, pues, colocar nuestro tesoro en lo que puede pasar, sino en lo que permanece siempre.

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

miércoles, 9 de marzo de 2011

Anotaciones sobre León Bloy

León Bloy es el anti-Nietzche. El defensor de Dios, en un mundo que quiere olvidar a Dios. En el tren me dedico a estudiar sus Diarios, un testimonio carismático del que siempre se obtienen enseñanzas.

Impresiona la pobreza extrema en que vivió. En una anotación, su esposa Juana sale a buscar desesperadamente alguna ayuda económica para poder comprar alimento para sus hijas. Están desesperados. No encuentran nada. Va a pedirle ayuda al Señor a la iglesia. Al llegar a casa cuenta a su marido esta visión:

"Martes de Carnaval. Juana regresando de la iglesia: recordándole a Jesús nuestra extrema indigencia, le decía: Dadme lo que hay en vuestra Mano, abrid vuestra Mano. Entonces, Él ha abierto SU MANO y he visto que estaba perforada".


Bloy critica el cristianismo mundano y liberal de la sociedad burguesa. Parece un calco de hoy. Critica la fuerza destructiva de los lugares comunes teólgicos alejados del Magisterio, la perversidad de las ideologías, los ambientes sin fervor, sin deseo de santidad.

El mundo cristiano "tópico" de hoy, en multitud de ambientes, como en la época de Bloy, (aunque en mayor medida, sin duda), está muy alejado de los sacramentos, y por ello sufre delirio de pequeñez, de mediocridad, de normalidad. Un ansia de no distinguirse, un deseo vulgar y mundano de ser como todo el mundo. No es más que ese horror al martirio y complicidad con el mundo que él tanto denuncia en sus escritos.

Frente a esto, sin embargo, despuntan hijos y movimientos de la Iglesia con verdadero fervor de santidad, con heroísmo sobrenatural, conscientes del papel decisivo de la Gracia. Esos ambientes donde reinan aún los clichés teológicos liberales y mundanos, con todo su pelagianismo crónico y soberbio, me resultan sofocantes, me ahogan, busco en ellos, desesperado, el olor sacramental de Cristo y la Tradición siempre nueva y joven de la Iglesia.

Síntomas de regeneración eclesial: amor a María, a la penitencia, a la pobreza voluntaria, al ayuno, a la oración contínua, en la centralidad del Santo Sacrificio.

Otra idea que le he leído: Nuestros muchos pecados nos dejan a la intemperie, desnudos, avergonzados y ateridos. Pero he aquí que llega la cálida Gracia de Nuestro Señor Jesús y nos cubre, nos viste y nos ampara. Y nos proporciona, finalmente, la armadura de Dios.

Hay muchos, "muchos que viven de lugares comunes y de burradas", como dice Bloy. Y muchos de estos muchos mueren sin haber sido capaces de liberarse de tópicos y disparates. ¿Cómo podrían sin el Logos? Y es que solamente el Espíritu de la Iglesia, es decir, el Espíritu Santo, nos proporciona inteligencia para las cosas espirituales y la verdadera percepción del orden moral.

Meditado luego, en el tren, sobre la felicidad. Escribe en sus Diarios:
La felicidad es el Martirio, la dicha suprema de este mundo, el solo bien envidiable y deseable. ¡Ser cortado a trozos, ser quemado vivo, tragar plomo derretido POR AMOR A JESUCRISTO! (Septiembre de 1905)

Esto se conecta con otro pensamiento suyo, de 1902:

No queda nada, excepto lo que hemos hecho o sufrido por Dios.

También me impresiona cuando afirma que él, lo único que quiere, es tomarse en serio el cristianismo, y todo le hastía excepto la santidad.

En 1895, enero, escribe sobre la acción de la Gracia:

"En general, estoy sobre todo expuesto a asquearme de mis propios esfuerzos, tan seguro estoy de que Dios obra todo (lo bueno) en mí".

Llega el tren a mi destino. Guardo el libro en el maletín y comienzo a rezar el Rosario mientras camino hacia el colegio. Pido a la Santísima Virgen me libere de mí mismo y me haga gritar, como gritaba Bloy, que Jesús debe ser amado sin tasa y sin medida.

Alabado sea por los siglos de los siglos