jueves, 28 de abril de 2011

Sobre el pecado original y la presencia del mal en la naturaleza

El mal en la naturaleza es efecto del pecado original.

No importa que este mal ya existiera, en forma de depredación, muerte, enfermedad, violencia, etc., antes o después de la aparición del hombre. Una causa "posterior en el tiempo" puede producir efectos "anteriores a la causa" en la cronología.

Es lo mismo que, cuando en un plano completamente distinto, decimos que María fue preservada del pecado original en virtud de los méritos de la Pasión de su Hijo. Una Pasión que aún no había sucedido en el tiempo sirvió para preservar del pecado original a la Madre del Señor en su concepción.

Es decir, una causa puede producir un efecto anterior a sí misma.

Hay causas que producen efectos en un sentido no sucesivo espaciotemporalmente.

Como, en otro sentido, la oración retrospectiva, que puede cambiar, por así decir, el pasado.

Por ejemplo. Cuando operaron a mi madre, hace años, a las diez de la mañana, yo quería rezar para que todo saliera bien. Pero no me acordé, distraído por el ajetreo del trabajo en el colegio en que daba clases, y recé a las doce, después de rezar el Ángelus, cuando aún no sabía nada de esa operación.

Tenía mucho sentido que yo rezara a las doce para que hubiera salido bien la operación que se produjo a las diez, porque sabía que el Señor sabía que yo a las doce iba a rezar por lo que sucediera a las diez. El Señor, que lo sabe todo, puede responder a las diez a la oración que yo le dirijo a las doce. Porque Él lo sabe todo, y es independiente del tiempo y del espacio.

Creo que bajo este punto de vista se puede interpretar que exista el mal en la creación anteriormente a la aparición del ser humano en la Tierra.


Un amigo agnóstico hace poco hizo a mi anterior reflexión este contra-argumento:

"Si el pecado original fue causa de un efecto anterior en el tiempo, que vició la creación, cuando Adán y Eva cometieron el pecado, la creación sería ya la creación afectada por el pecado, y no el paraíso. Sin embargo sabemos que Adán y Eva estaban en un Edén".

A esto se puede contrargumentar así:

Ante una presencia sobrenatural muy patente de Gracia, ante una gran irradiación de Gracia, la depredación y la crueldad animal, y todos los males físicos y naturales, se pueden paralizar y suspenderse, produciendo una especie de paraíso por acción de la Gracia.

La creación, por tanto, siendo buena, comienza sin embargo afectada por el pecado original no producido aún, como efecto anterior a la causa. Continúa así hasta la creación del hombre, en que por efusión presente de Gracia se produce una comunión profundísima, extraordinaria, que produce una edén por Gracia.

Sucede el pecado, y con él la pérdida de la Gracia, que afecta al hombre, que "se vuelve al polvo".


El jardín edénico puede contemplarse como obra conjunta de la Gracia y la naturaleza, y no como algo puramente creatural. Esta unión extraordinaria de Gracia y Naturaleza pudo producirse perfectamente en el decurso temporal de una creación ya desordenada por pecado aún no producido, pero que iba a producirse, según conocía la mente omniscente de Dios.


Dios tiene poder suficiente para frenar el mal y por irradiación de Gracia crear al hombre en un edén repleto de milagros de paz y armonía (en un mundo que sin Gracia está desordenado por obra del pecado).

Este lapsus de Gracia, que detiene el mal natural, puede contemplarse en la vida del Señor y de los santos:

es el caso de Jesús deteniendo la tormenta o caminando sobre las aguas, o los leones que no devoran a Daniel, o de Pedro que camina en las aguas mientras tiene fe y confía en el Señor, o del navío que no naufraga porque tiene un santo entre la tripulación, o las fieras que escuchan amansadas la predicación de San Francisco de Asís, o el león que acompaña dulcemente a San Jerónimo, etc., etc..

Es decir, ante la majestad de la Gracia, del poder de Dios Omnipotente, la creación queda suspendida de sus poderes malignos consecuencia temporal del pecado; esto pudo suceder en la Creación del hombre


El pecado original produjo esa pérdida de Gracia que afectó a la Creación, aunque fuese posterior como causa al efecto producido. Fue un mal extendido por el mundo y sus criaturas en previsión de la pérdida futura de Gracia por el pecado.

"Mientras permaneciese en la intimidad divina el hombre no debía ni morir ni sufrir" (Catecismo, 376)

El concepto de edén no se puede separar, por tanto, del de Gracia. Es naturaleza y ser humano en colaboración íntima con Dios.

Por esto, porque paraíso sin Gracia no es paraíso, no podemos entender nada del pecado primigenio y la caída sin entender que Cristo es fuente de la Gracia que se perdió y más aún.

"Es preciso conocer a Cristo como fuente de la Gracia para conocer a Adán como fuente del pecado".
(Catecismo, 388)

En fin, todo esto no son más intentos de explicar el misterio, que subordino absolutamente al Magisterio de la Iglesia y formulo como simples intentos de explicar lo cierto y misterioso.

miércoles, 20 de abril de 2011

Algo nuevo está surgiendo. I

Algo se está renovando en nuestra diócesis. De esto no me cabe duda. Quedan todavía rastros de secularismos, restos fuertes, intensos. Pero entre los fieles y ambientes más dóciles a la Iglesia, Madre y Maestra, la mundanización de estos últimos decenios está cediendo. Tenemos esperanza.

Pero, ¿en dónde o en quiénes hemos de ponerla, cuál es la esperanza de nuestra diócesis? ¿Será una renovación de la catequesis, el empuje de la juventud, nuevos planes pastorales, actividades más creativas y originales, mejor planificación de los recursos, mayor implicación de los laicos, ideas muy buenas y originales...? No, en nada de esto debemos poner nuestra esperanza. No nos engañemos. No serán los jóvenes, ni los matrimonios, ni los nuevos sacerdotes, ni los cursos bíblicos, ni nada de esto. ¿En qué o quiénes, entonces, debemos poner nuestra esperanza los fieles de esta Iglesia local?

La Sagrada Escritura nos dice en 1 Pedro 1, 13 algo muy importante:

"pongan toda su esperanza en la Gracia".

A continuación se dirige a nosotros, los cristianos que hemos dejado de confiar en nuestras fuerzas humanas (carnales, corruptibles), y nos llama de una forma sorprendente: hijos de la obediencia. Pues en la medida en que seamos hijos obedientes a la Gracia, podremos poner toda nuestra confianza en el camino que emprendamos, sea cual sea.

Y es que hay una relación muy estrecha entre la acción de la Gracia, en que hemos de tener puesta toda nuestra esperanza, y la obediencia, que proporciona esa ductilidad y docilidad a la Gracia divina que es el camino seguro de toda renovación auténtica.
Nuestra diócesis va a renovarse en el Espíritu por la obediencia.

Y lo será de forma inmerecida, gratuita, por pura misericordia, si lo pedimos. Sólo hemos de ser hijos obedientes de la Iglesia y hacer cuanto el Señor nos diga que hagamos, donde quiera y como quiera y cuando quiera que lo hagamos. Y hemos de abandonar todos los viejos deseos antiguos de ser el centro de la renovación y el progreso de nuestra Iglesia. Hemos de dejar de desear ser nosotros, en nuestra humanidad, los protagonistas, y dejar paso al Señor y su Gracia, permitirle al Señor que sea su Vida Sobrenatural la auténtica protagonista. Pues sólo Él da el crecimiento, el querer y el obrar. Sólo en Él damos fruto.

13 Por lo tanto, manténganse con el espíritu alerta, vivan sobriamente y pongan toda su esperanza en la gracia que recibirán cuando se manifieste Jesucristo. 14 Como hijos obedientes, no procedan de acuerdo con los malos deseos que tenían antes (1 Pe 1)

Voy a deciros cuáles eran algunos de esos malos deseos (malos por ser únicamente carnales, antropocéntricos, vacíamente humanos):
*Desear ser nosotros, y no el Señor, quien arregle las cosas. *Desear ser nosotros, y no el Señor, quien determine lo bueno y lo malo.*Desear ser nosotros, y no el Señor, quien dirija la Iglesia y nuestra vida cristiana. Etc. etc.

Nosotros, nosotros, nosotros...Nuestra confianza la teníamos depositada en nosotros, en nuestro compromiso, en nuestros valores, en nuestras actitudes, en nuestras lecturas, en nuestra realidad, en nuestras necesidades, en nuestro entendimiento, en nuestros deseos...

La Santa Escritura, que no pasa, porque es eterna, nos enseña en 1 Pe 2 algo bien distinto:2 Como niños recién nacidos, deseen la leche pura de la Palabra, que los hará crecer para la salvación, 3 ya que han gustado qué bueno es el Señor. 4 Al acercarse a él, la piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y preciosa a los ojos de Dios

Fijaos lo que dice: la Palabra hace crecer en salvación, y esa Palabra Divina es rechazada por los hombres. Porque pensar a lo humano, desear a lo humano, vivir a lo humano es contrario a la Palabra. Por esto, mientras queramos mejorar el ambiente que nos rodea a lo humano vamos mal, muy mal. Porque pensar a lo humano implica rechazo del pensamiento divino, tal como se expresa en la Palabra.

En aquellos sectores de nuestra diócesis en que se propaguen ideas morales contrarias a la ley Moral (por ejemplo, donde se difunde la anticoncepción, y no la moral cristiana verdadera), no se producirá esa renovación.

En los sectores y ambientes en que se minusvalore el sacerdocio, la vida religiosa, la castidad, la predicación bíblica y tradicional (salvación, santidad, posibilidad real de condenarse, penitencia, ayuno...etc.); en los sectores en que se continúe ajeno a las mociones y maravillas de la Gracia divina, y se continúe hablando en términos de compromiso inmanentista, de humanismo autónomo y pelagiano; no se producirá esa renovación.

En esos sectores la crisis de fe y de fervor, la esterilidad continuará... la renovación pasará de largo por ahí, se continuará la petrificación humano-centrista, y el apostolado quedará en palabras secas, ideologizadas, moralistas y muertas.

Seguirán hablando de que el cristiano tiene que encarnarse, ignorando que lo que sale de la carne es carne y no aprovecha para nada, y que es el Espíritu y no la carne Quien da la Vida. Pensar según los hombres (Mt 16, 23), "vivir a lo humano" (1 Cor 3, 3) es visto en la Palabra de Dios como algo malo: es carnal, diabólico (Mt 16, 23). Lo que nace de la carne es carne (Jn 3, 6) Solamente la Palabra de Dios nos hace pensar a la manera de Cristo.

El Kempis nos enseña donde poner toda nuestra confianza: "Deposita en Dios TODA tu confianza" (Cap. 1, 11).
No dice la parte, o mucha, sino toda.Y este todo de confianza enlaza con ese todo de esperanza de que nos habla la Escritura en 1 Pe 1, 13: pon toda tu esperanza en la Gracia.
La renovación en espíritu y verdad de nuestra diócesis, que tanto deseamos, vendrá por pura misericordia del Señor, si la pedimos humilde y confiadamente como hijos obedientes de la Iglesia.

No vendrá por una humanidad sin Gracia, por un compromiso fraterno sin Gracia, por nada que emane de nosotros sin Gracia. Porque sin Gracia nada fructifica.

La renovación vendrá del Señor, de su Vida, que nos transformará por los sacramentos, por la oración, por la Caridad, nos dará amor por los hermanos, energías espirituales y morales para hacer el bien, espíritu y visión sobrenatural. Cristo es el Señor y Salvador.

16 Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la Gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. (He 4, 16)

Pongámonos manos a la obra. Tenemos mucho que hacer, como instrumentos dóciles, alegres y obedientes del Señor, para renovar nuestra diócesis en espíritu y verdad.

sábado, 16 de abril de 2011

Vivos en la Palabra

La Palabra de Dios. De aquí brota el Logos, la comprensión verdadera de las tinieblas en que vivimos. Abre la puerta de la Luz, que es estrecha, pero conduce a la Vida.

No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4, 4). Fíjate lo que el Señor te dice a ti y a mí. Que vivimos de la Palabra, como del sustento corporal. Que vivimos de todo cuanto Él nos dice.


Ama mucho la Escritura y la Tradición. Vive en ellas. Memoriza la Palabra, haz oración con ella, tenla dentro de tu mente todo el día y medita día y noche en su sentido y en la ley del Señor, escrita para siempre.

Pensar según los hombres (Mt 16, 23), "vivir a lo humano" (1 Cor 3, 3) es visto en la Palabra de Dios como algo malo: es carnal, diabólico (Mt 16, 23). Lo que nace de la carne es carne (Jn 3, 6) La Palabra de Dios nos hace pensar a la manera de Cristo. Las palabras humanas nos enquistan en modos humanos de pensar y de vivir.


Es el Espíritu el que da la Vida, la carne no aprovecha para nada(Jn 6, 63) Glorifica la Palabra del Señor con tu vida y el Señor de la Gracia te hará vivir para siempre. No hagas lo que tú quieras (Gal 5, 17) sino lo que quiere el Señor.

Y volverás de la tinieblas a la luz y viviras en gozo indestructible del Espíritu.

Todo es basura comparado con Cristo.

Por eso toda palabra humana es nada si no refleja y brota como un afluente de la Palabra de Cristo. Su Palabra nos da la ganancia en que crecemos, la ganacia de Gracia que nos hace vivir del todo.


Hermanos: lo que para mí era ganancia, por Cristo lo he estimado como pérdida.Más todavía: todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía –la de la ley- sino con la que viene de la fe en Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe... No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo... Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba me llama en Cristo Jesús (Filipenses 3, 7:14)

miércoles, 13 de abril de 2011

Siempre fervientes, siempre hablando del Señor

Los laicos estamos llamados al apostolado. Hasta tal punto, que el Magisterio de la Iglesia dice: "el apostolado de los laicos, que surge de su misma vocación cristiana, nunca puede faltar en la Iglesia" (Apostolicam Actuositatem, 1)

Nunca puede faltar en la Iglesia.

Y si falta, o contiene graves deficiencias, produce daños que es necesario reparar con oración, ayuno, limosna, obediencia sobrenatural, una profunda humildad y un apostolado más ferviente en el espíritu cristiano, bíblico, tradicional, obediente al Magisterio de la Iglesia.

Pero no puede faltar. Porque amamos tanto al Señor que queremos proclamar a los cuatro vientos que Cristo es la única salud, la única paz, la verdadera estabilidad, la única fuente de perfección y de bondad, el equilibrio sobrenatural, el gozo celestial, la profunda y verdadera luminosidad de toda inteligencia, la más perfecta y tierna sencillez, el única camino de vida ordenada a lo imperecedero y luminosa por la Gracia. Estamos tan llenos de Cristo que nos aburre no hablar de Cristo. Pero, ¿desde cuándo es tan importante el apostolado de nosotros, los laicos? Desde el principio de la Iglesia.

Así nos lo dice el mismo documento del Magisterio en el mismo punto 1:

"Cuán espontánea y cuán fructuosa fuera esta actividad en los orígenes de la Iglesia lo demuestran abundantemente las mismas Sagradas Escrituras (Cf. Act., 11,19-21; 18,26; Rom., 16,1-16; Fil., 4,3)"

Lo que ocurre es que, hoy día, debido a la mundanización, secularización, descristianización de Occidente, se hace urgentísimo este apostolado. Se hace urgente porque la doctrina de Cristo es urgente. Pues cuando vives a oscuras necesitas de la luz. Cuando queda escindida la vida moral de la vida espiritual se producen graves daños en el orden interior de la persona y la conciencia queda oscurecida, relativizada.

Así nos lo enseña este mismo Decreto Conciliar:

"Y este apostolado se hace más urgente porque ha crecido muchísimo, como es justo, la autonomía de muchos sectores de la vida humana, y a veces con cierta separación del orden ético y religioso y con gran peligro de la vida cristiana"

Nos dice la Iglesia que Dios nos llama al apostolado, que los laicos, concretamente, "son llamados por Dios para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento" (Apostolicam Actuositatem 2)

Quiere la Iglesia que seamos fervorosos en el espiritu cristiano, que es urgente, debido, entre otras causas, a la escisión entre ética y fe, gran peligro para la vida cristiana. No podemos separar moral y fe cristiana, porque seguimos a Cristo.

Nuestro apostolado, pues, no consiste sólo en hacer el bien, en testimoniar la Gracia y comunicarla con nuestra buenas obras, o en hablar únicamente de moral, como si fuera posible separar la ley Moral del Autor de la misma; sino que "el verdadero apóstol busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe; ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa:

"la caridad de Cristo nos urge" (2 Cor., 5,14), y en el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol: "¡Ay de mí si no evangelizare"! (1 Cor., 9,16)." (Apost. Actuos. 6)

Es tan alta la misión apostólica de los laicos, que el Concilio enseña como parte de la misma la de reanimar el ejercicio pastoral de la Iglesia:

"Pues los laicos de verdadero espíritu apostólico, a la manera de aquellos hombres y mujeres que ayudaban a Pablo en el Evangelio (Cf. Act., 18,18-26; Rom., 16,3), suplen lo que falta a sus hermanos y reaniman el espíritu tanto de los pastores como del resto del pueblo fiel (Cf. 1 Cor., 16,17-18).

"Porque nutridos ellos mismos con la participación activa en la vida litúrgica de su comunidad, cumplen solícitamente su cometido en las obras apostólicas de la misma; conducen hacia la Iglesia a los que quizá andaban alejados; cooperan resueltamente en la comunicación de la palabra de Dios, sobre todo con la instrucción catequética; con la ayuda de su pericia hacen más eficaz el cuidado de las almas e incluso la administración de los bienes de la Iglesia. (Apostolicam. Actuositatem, 10)

También nos enseña el Concilio a hacer apostolado directo de Cristo, sea con creyentes como con no creyentes: "Con relación al apostolado de evangelizar y santificar a los hombres, los laicos han de formarse especialmente para entablar diálogo con los otros, creyentes o no creyentes, para manifestar directamente a todos el mensaje de Cristo.

"Pero como en estos tiempos se difunde ampliamente y en todas partes el materialismo de toda especie, incluso entre los católicos, los laicos no sólo deben aprender con más cuidado la doctrina católica, sobre todo en aquellos puntos en que se la ataca, sino que han de dar testimonio de la vida evangélica contra cualquiera de las formas del materialismo." (Apostólicam Actuositatem, 31)


Y deja claro que el objetivo de toda formación ordenada a la acción apostólica es: " lograr un conocimiento más profundo de la Sagrada Escritura y de la doctrina católica"

Hay que grabarse bien en la cabeza que el único lenguaje provechoso para el apostolado de la fe es el bíblico y tradicional. Y que existe un error gravísimo: la secularización del apostolado, que así no es capaz de cumplir satisfactoriamente la misión que la Iglesia nos confiere a los laicos: el lenguaje, los conceptos, las categorías de un mundo sin Cristo, sin Luz, penetra en el apostolado de los que son de Cristo, secularizándolo, mundanizándolo, oscureciéndolo, callando a Cristo para que hable el mundo. Al final se deja de ser de Cristo, y como el lenguaje del mundo no puede iluminar el mundo, el apostolado se vuelve inoperante, sal sosa, letra humana.

Porque el que vence y arrebata es Cristo y su palabra bíblica y tradicional. Ninguna reflexión cultural, filosófica, sirve para nada. Porque el que sirve es Cristo.

Es infructuoso, poco bíblico, sin Tradición, ese frecuentísimo apostolado pelagiano-sincretista a la manera de los libros pseudosanadores new age, de estilo Paulo Coelho, Bucay, etc., etc, que tanto encontramos hoy en día entre el Pueblo de Dios, apostolado en que tanto vale un cuento sufí, como otro budista, como otro confuciano, indigenista, ecologista, psicologista, taoísta.... Este apostolado new age se prodiga en libros, homilias, reuniones... Cambian el apostolado de la Palabra del Señor por el apostolado de palabras humanas.


El apostolado secularizado tan abundante y frecuente de hoy, profundamente pelagiano, sincrético y culturalista, es complicado, sofisticado, artificial, infecundo.

El apostolado bíblico y tradicional es sencillo, hermoso, cautivador. Porque se basa en la Palabra de Cristo, y si es fiel a la doctrina del Señor, será fecundo y fructífero, porque dará Gracia.

Será Luz de Vida.

El justo vive de la fe (Rom 1, 17) La fe es por la predicación, y la predicación por la Palabra de Cristo (Rom 10, 17)

El Apostolado de los laicos, pues, debe comenzar con el anuncio del Evangelio de Jesucristo, que "es el mismo ayer y hoy y siempre" (Heb 13, 8).

Es el único mensaje verdadero que puede transformar el mundo. Porque dá la Gracia y sirve al Padre, para que por el Espíritu nos santifique en la verdad.

Si no pedimos al Señor la fuerza para predicar el Evangelio en toda su integridad, y somos débiles, ante el mundo, para predicarlo como la iglesia quiere y nos enseña a través de su Magisterio, caeremos en falseamientos, en eticismos, moralismos, naturalismos, culturalismos, sincretismos new age donde todo parece tener valor... un valor que no tiene.

Porque lo único que vale es Cristo. Pues sin Él no podemos hacer nada (Jn 15, 5)


Termino con las bellas palabras del Concilio sobre el apostolado seglar:

Es preciso que los seglares avancen en la santidad decididos y animosos por este camino, esforzándose en superar las dificultades con prudencia y paciencia. Nada en su vida debe ser ajeno a la orientación espiritual, ni las preocupaciones familiares, ni otros negocios temporales, según las palabras del Apóstol: "Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por El" (Col., 3,17).

domingo, 3 de abril de 2011

Sin miedo a la Palabra, sin miedo a la Cruz, para que hable el Señor por nosotros

Longinos ha publicado una importante entrada en su blog acerca de la secularización del apostolado y la necesidad de superar una autocensura/ paralizante que hace infecunda nuestra actividad evangelizadora.

Es un tema importante, porque la secularización o mundanización del apostolado es un grave mal que hemos de extirpar de nuestra vida cristiana.

Hay una idea que me parece fundamental del post de Longinos: "Nuestra misión es predicar, sin autocensura: dar a los demás la verdad que nos ha sido dada gratis a nosotros".

"Nuestra misión es predicar". Exacto.

Así nos lo enseña la Santa Escritura de Dios: "El justo vive de la fe" (Rom 1, 17) y "la fe es por la predicación, y la predicación por la Palabra de Cristo" (Rom 10,17).

¿Qué consecuencias tiene esto para nuestro apostolado? Pues, entre otras, que si en nuestro apostolado no está presente la Palabra de Cristo, no habrá talmente predicación, y sin predicación, no podremos suscitar la Gracia de la fe para otros. Nuestro apostolado quedará en palabras humanas inútiles para suscitar la conversión.


Tengamos esto claro: No hay lenguaje que traspase el corazón como el lenguaje bíblico y tradicional.

¿Por qué? Porque procede del mismo Dios que da Vida a nuestro corazón y nos lo inquieta de deseo de su Palabra. Tenemos necesidad del Logos Divino, que sólo es transmitido por el propio Logos, el Verbo, cuyo Espíritu nos habla por la Escritura y la Tradición, según el Magisterio de la Iglesia.

Por esta razón, nuestro apostolado, para iluminar con el Logos divino, debe ser bíblico y tradicional, conforme al Magisterio. Sólo así el Padre atraeará a nuestros semejantes a Sí mismo, llamándolos a través de la Palabra que pronuncia.

Una Palabra que nos la da el Santo Señor Jesús, por la que nos consagra en la Verdad. Y que al consagrarnos en la verdad: 1) nos separa por la Gracia del mundo, haciéndonos ciudadanos de la ciudad celestial, 2) nos santifica en ella, y 3) nos manda a la misión de santificar e iluminar el mundo en su Nombre por su Palabra. Cristo nos hace apóstoles de la Palabra Divina, como Él mismo fue apóstol de la Palabra, y para ellos nos hace sagrados, nos separa del mundo del maligno, nos sacraliza, nos hace suyos. Nos proporciona una nueva forma de hablar, que sólo Él puede darnos, porque es sagrada, divina, y no pertenece al mundo. Así nos lo enseña el Señor en su oración al Padre:

Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos (Juan 17, 6)

Cristo nos comunica la Palabra que el Padre le da para nosotros (Jn 17, 8)

14 Yo les comuniqué tu Palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 15 No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. 16 Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 17 Conságralos en la verdad: tu Palabra es verdad. 18 Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. 19 Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad (Jn 17, 14,19)


De este pasaje de la Escritura, según la enseñanza misma del Señor, se desprenden unas consecuencias clarísimas para nuestro apostolado personal. Jesús nos comunica la palabra del Padre y el mundo puede odiarnos por ello, como odió a Nuestro Señor, por Quien hablamos de Dios. Aceptemos este martirio y no busquemos el aplauso mundano. Nos odiarán. Pero los que no nos odien, los que el Padre llame por nuestra predicación y escuchen su Verbo de Conversión, que es Cristo, se convertirán.

A nadie dejará indiferente así nuestro apostolado. Unos nos rechazarán, pero otros recibirán en su corazón la palabra Divina, a través de nosotros. "Yo les he dado tu Palabra y el mundo los ha odiado porque no son del mundo como yo no soy del mundo". (Jn 17, 14)


Y esta aceptación, este inicio de conversión, sólo es posible de suscitar en nuestros semejantes si predicamos como el Señor quiere. Si nuestras palabras no brotan de sus enseñanzas no podrán suscitar conversiones. No podremos iluminar el mundo. El mundo no nos odiará, tal vez nos aplaudirá, dirá que somos muy listos, que hablamos o escribimos muy bien, que somos muy cultos, que han reflexionado mucho o poco y que han pensado en lo que decimos, pero todo quedará ahí.

¿Por qué? Porque la conversión no procede de nosotros mismos, de nuestras reflexiones o pensamientos humanos.

Así nos lo enseña el Catecismo Romano, 1010: "Creer no significa aquí pensar, juzgar, opinar "

Y más adelante nos enseña con qué actitud hemos de hablar de Cristo: "Y adviertan los cristianos que el que dice creo no puede conformarse sólo con el asentimiento íntimo de su espíritu a la verdad revelada (), sino que debe manifestar externamente la fe que lleva en el corazón, confesándola explícitamente y con valentía (acto externo de la fe).

"Todo discípulo de Cristo debe sentir y poder decir con el profeta: Creí y por esto hablé (Ps 115,10); y debe poseer el espíritu de los apóstoles cuando valientemente hablaron ante la autoridad:

"Porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído (Ac 4,20); y debe enardecerse ante el ejemplo y las palabras de Pablo: Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es poder de Dios para la salud de todo el que cree (Rm 1,16).

"Y como última y más explícita confirmación de esta verdad, recordemos las palabras del mismo Apóstol: Porque con el corazón se cree para la justicia y con la boca se confiesa para la salud (Rm 10,10).

Con impresionantes palabras, el Magisterio de la Iglesia nos enseña, en Qui Pluribus, de Pio IX, evitar palabras mundanas, brillantes, de humana elocuencia, y a proclamar a Cristo crucificado y la su doctrina salvadora:


"Para que la palabra de Dios, viva y eficaz y más penetrante que espada de dos filos (He 4,12), instituida para la salvación de las almas no resulte infructuosa (...), no ceséis de inculcarles a esos predicadores de la palabra divina, y de obligarles, Venerables Hermanos, a que, cayendo en la cuenta de lo gravísimo de su cargo,

"no pongan el ministerio evangélico en formas elegantes de humana sabiduría, ni en el aparato y encanto profanos de vana y ambiciosa elocuencia, sino en la manifestación del espíritu y de la virtud con fervor religioso,

"para que, exponiendo la palabra de la verdad y no predicándose a sí mismos, sino a Cristo Crucificado, anuncien con claridad y abiertamente los dogmas de nuestra santísima Religión, los preceptos según las normas de la Iglesia y la doctrina de los Santos Padres con gravedad y dignidad de estilo;

"expliquen con exactitud las obligaciones de cada oficio; aparten a todos de los vicios; induzcan a la piedad de tal manera, que, imbuidos los fieles saludablemente de la palabra de Dios, se alejen de los vicios, practiquen las virtudes, y así eviten las penas eternas y consigan la gloria celestial.


Es decir, el celo por la salvación de las almas nos debe empujar, con la Caridad de Cristo, a suscitar la conversión que aparte del mal a nuestros semejantes y los conduzca al Señor.

No nos callemos la Palabra Divina.

No tengamos miedo, tan sólo creamos. Recuperemos las grandes certezas de nuestra fe, entre ellas, la eficacia de la palabra de Dios, que traspasa los corazones como espada de dos filos, y "penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y es capaz de juzgar los sentimientos y los pensamientos" (Hb 4, 12)


No tengamos miedo a la cruz y dispongámonos alegremente para el martirio, que es la suma felicidad de esta vida.


LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI