domingo, 27 de junio de 2010

Rosa Vidriera



Todos los tonos del mundo se funden en ella. Rojo cereza y celeste metal, naranja atardecer y verde oliva, negro pizarra y amarillo oro...

Muchos más tonos, muchos más. De todas las cadencias y matices. Se agitan suavemente sobre la luz del altar mayor, y como estambres plateados, guardan la Gracia de Cristo en pequeñas corolas, abiertas sobre el que ora.

La enorme rosa transparenta tanta luz, en tantos e infinitos tonos, que se despliega en el espacio un prisma imaginario y puro, como un espejo para arcángeles, en cuyo azogue misterioso fulges Tú, latido y fulgor de todas las vidrieras, hasta el confín del mundo.

sábado, 26 de junio de 2010

Virtudes naturales y sobrenaturales

La virtud es fuerza. Fuerza para hacer el bien.
En Mateo 12, 11 la Escritura nos enseña cómo se consigue el Reino de los Cielos: a viva fuerza. Es decir, mediante el ejercicio de la virtud.

La fuerza de la virtud es la Gracia, que procede de Cristo.
Ninguna fuerza para hacer el bien procede de la carne, de lo puramente humano. Procede de Cristo.

Existe dos tipos de fuerzas para hacer el bien:
La fuerza natural, que podemos hacer con medios naturales: trabajo, esfuerzo. Esta fuerza se denomina gracia actual. Una persona puede estar en pecado mortal y aun así hacer cosas buenas. Su impulso procede igualmente de Cristo. Ningún acto bueno natural procede exclusivamente del hombre. Todo es gracia.

La fuerza sobrenatural, que sólo podemos hacer con medios sobrenaturales:trabajo en Gracia, esfuerzo en Gracia......esta fuerza se denomina gracia santificante. Una persona en pecado mortal no puede hacer actos buenos sobrenaturales.

La fuente principal de fuerza sobrenatural es, en el plano sacramental, la Santa Misa, la Eucaristía, la Confesión... En el plano personal, la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, la oración, etc.

martes, 22 de junio de 2010

Aciertos de la Virtud

Age quod agis. Hacer bien cuanto se hace, con espíritu de perfección. De lo contrario, carecen de sentido las cosas, el tiempo y el esfuerzo que se pone en ellas. Sin tensión perfectiva el tiempo invertido es vano. O es serio y esmerado, o nuestro hacer naufraga.


Decrevi. Lo he dicho, lo he decidido, lo determiné así, y ya está. O nuestros propósitos tienen fuerza resolutiva, seguros, férreos, inconmovibles, o estamos perdidos, sin posibilidades de mejora. Los propósitos firmemente determinados son el seguro de nuestros pasos por el itinerario de la perfección.

Ecce Homo. Hacerse Varón de Dolores, como Cristo, el Fuerte. Hacerse a todas las preocupaciones, tensiones y conflictos como a una segunda piel. Tener estómago duro para asimilar la vida, y nervios templados y afinados al momento y a sus sombras. Ejercitarse cada día.


Substine et abstine. Hay que tener muy claro cómo soportar altas dosis de tensión mental, digerir el plomo de todos los temores. Objetivar los contratiempos, plantar rostro a los problemas, no rehuir el encontronazo con lo enemigo. Darse cuenta, momento a momento, de la gran ocasión de purga que para nosotros supone el sufrimiento. Resistir y controlarse, abstenerse para fortalecerse y digerir bien el mal.


Ama et fac quo vis. Ama y haz lo que quieras. Pues quien no ama está muerto --qui non diligit manet in morte (I Jn III, 14)-- y realiza tinieblas.


Regnum coelorum vim patitur, et violenti rapiut alliud (Mt 11, 12) El Reino de Dios se alcanza a viva fuerza, y los que se la hacen son los que la alcanzan. Con vara de hierro gobernarse, corregirse sin contemplaciones, con golpes firmes y seguros de timón orientarse y dirigirse contra las olas. Mantener a raya toda tendencia disgregadora, que al momento descompone e inclina al mar.


Miscuit in medio eius spíritum vertíginis (Is 19, 14). Ha infundido en ellos espíritu de vértigo. Cuando brilla el momento de acometer acciones virtuosas, en ocasiones, sentimos vértigo del bien. Hay que estar alerta. La acción buena nos eleva, pero nuestros ojos están anclados en la sombra de la tierra firme, del barro de nuestra naturaleza debilitada. Así, miramos de pronto hacia abajo, en lugar de hacia lo alto. No nos dejemos inutilizar por la altura.


Regit et corrigit. Gobierna y se gobierna, corrige y se corrige la persona sabia, que quiere la perfección. Vara de hierro consigo mismo, dulzura con el alma ajena. Mantiene el rumbo o lo corrige según soplan los vientos y se sortean tempestades.


Familiares mei sunt tenebrae. Mis familiares son las tinieblas (Sal 87, 19) Acostumbrémonos. Vivamos como luz entre las sombras. Lo requiere el mundo desquiciado de hoy, sin norte, de horizonte enceguecido, sin bien ni mal. En estas condiciones, nada sombrío nos puede ser ajeno, excepto el pecado.


Melius est confugere ad Dominum, quam confidere in homine (Sal 118, 8). Mejor es confiar en el Señor que en los hombres.


Noli timere, tantummodo crede (Mc 5, 41) No temas, tan sólo cree. No podemos evitar el miedo, pero sí combatirlo y sojuzgarlo. Primero, con el pensamiento, reprimiendo su discurso deprimente, levantando su irracionalidad, sacudiendo sus premisas; segundo, con la voluntad, moviéndonos al peligro, cara a cara, y al galope. Tercero, alimentando la audacia y los grandes afectos. Levantar palacios de mármol en la vida cotidiana, junto a chozas y chabolas; pone en pie al Coliseo; desafía al Minotauro con las armas de Cristo, que ya lo vencieron y lo conocen.


Carne de olvido. Humo y humus de locura. También nuestras preocupaciones son hojas que agita el viento. Todo procede de la sombra de lo efímero, del polvo de la tierra. Yo quiero morir a mí mismo para vivir en Cristo. Esta debe ser mi máxima preocupación y anhelo. Y así, lo demás, será silencio.

martes, 15 de junio de 2010

Sobre un albaricoque en flor


Era un huerto vetusto, pequeño y recoleto, a espaldas del viejo edificio principal, en aquel pueblo olvidado de pequeñas casas levantadas entre pastizales dormidos y aguas de manantial, junto a un camino de piedras bien pulidas por el paso de los años.
Un magnolio y un manzano que siempre estaban en flor, una parra para darme sombra, y un pequeño y tierno albaricoque rebosante de frutos, ilustraban mi huertecillo de alquiler. A la derecha del manzano había una fuentecilla de piedra vieja y musgosa, de la que manaba un humilde surtidor de agua.
Por las tardes, a eso de la hora de la merienda, una niña siempre se acercaba a la puerta del huerto. Yo solía estar sentado allí leyendo o escribiendo, o tomando un café. Ella se me arrimaba y me decía:
—¿Puedo beber de la fuente, profe?
Y yo le decía que sí con la mirada y mi alumna bebía varias veces, se enjugaba, se humedecía el flequillo y las coletas rubias y me sonreía.
Luego me enseñaba su muñeco de peluche.
—Mira, profe, se llama Piqui.
—Encantado, Piqui—decía yo al muñeco, y le ofrecía mi mano.
A Lucía, que así se llamaba la niña, le hacía mucha gracia aquello de estrechar yo la mano de su muñeco, y se reía como la fuente de la que acababa de beber.
El agua le resbalaba en pequeños surquitos por sus churretes. Diríase que eran grandes lagrimones de no ser por la amplia sonrisa que lucía, como su nombre, de forma permanente en su semblante.
—A Piqui no le gustan los perros, le asustan—Me decía siempre, invariablemente, después del ritual del estrechamiento de las manos
—Pero mira, sabes, profe, que en el huerto de aquí al lado hay un perro mendigo que va por ahí arrimándose a todo el que lleva algo comestible en la mano; no tiene dueño, y lo podrías adoptar, porque vive solito y a mi muñeco no le asusta, son amigos.

Y entonces, una tarde más, me soltaba la misma retahíla. Que si era un perro muy bueno, que era labrador, que no mordía, que a Piqui no le asustaba... Su padre, que vivía dos casas más abajo, hacia la iglesia del pueblo, se acercaba entonces y desde el umbral de aquel mediojardín la llamaba y me decía con potente vozarrón:
—No le haga usted caso, don David! ¡Que niña más jartible, siempre con la historia del perro.! Y la llamaba:
—¡¡Lucía, vamos!!

Una calurosa tarde de mayo me decidí a acercarme al huerto abandonado de al lado a hacer una visita a mi vecino el perro mendigo. Lo encontré tumbado a la sombra de una higuera. Era un gran labrador de largo pelo canela, cabeza noble, cola de basto pincel, lomo blanco y ancas rendidas por el peso de la intemperie en la sierra.

Lo estuve acariciando un rato, y observé una gran herida entre los costillares. Le llevé agua y algo de comida, y me dispuse a alejarme del huerto. Pero el perro me seguía, se dejaba querer, y caminó detrás mía hasta que me senté en mi banco de hierro, junto a la fuente. Para que no creyera que iba a quedarse conmigo, hice ademán como de irle a pegar, pero cuanto más lo fingía, más se me arrimaba el perro, como leyéndome el pensamiento y conociendo que yo no iba a causarle daño, sino a adoptarle.

Y así fue.

—Don David, no sabe usted la que le ha caído con ese perro, que nada más que hace comer y dormir, y no sabe ir de caza, ni cobrar las perdices, ni hallar la liebre ni nada. Ese perro no vale para nada.
Y yo pensaba: pero es el único perro que no asusta a Piqui, el muñeco de peluche—y me sonreía pensando en la niña de las coletas y su muñeco.

Los meses pasaban. Transcurrió el tiempo, el esfuerzo, los buenos y malos momentos… fui cogiéndole cariño al pueblo, como a mi huerto, a Lucía, con sus churretes, y al perro que no servía para nada.
En junio, el último mes del curso, solía irme a pasear por los montes del pueblo con don Julián, el sacerdote del pueblo, y don Pedro, el director del colegio. El perro mendigo venía con nosotros. Se cansaba pronto del paseo, resistiéndose, con las patas blancas, como nieve caída, pegadas al camino, y no quería continuar más allá del trecho fácil del huerto a la salida del pueblo, negándose a pasar por los senderos en exceso pedregosos, o por un desfiladero elevado que había en el paso entre dos cerros de ese puerto que llamaban el Paso del Barco, porque uno de sus picos tenía forma de proa de navío y apuntaba al horizonte, donde el sol se ponía sobre las casas y sus huertos.
Un día se puso a husmear algo tras un matojo de palmito. Y apareció de pronto con una enorme perdiz en la boca. Lo vieron algunos cazadores que pasaban cerca, y pensaron que el perro que no servía para nada había cobrado una pieza, y sin saber que había sido por casualidad, (porque ese palmito y esa perdiz estaban justo en el punto en que el perro iba a poner la pata), muy sorprendidos exclamaron:
—¡Anda, si va a resultar que ese perro vale para algo! A lo mejor vale para la caza, y no lo sabemos.
Y el padre de Lucía, que iba con ellos, decidió adoptarlo cuando yo me fuera. Ellos lo cuidarían por mí.
Días antes de irme, por la tarde, a la hora de la merienda, Lucía vino a despedirse de su profesor, acompañada de su padre y del perro que ya servía para algo, aunque por casualidad. Me extrañó no ver con ella al eterno Piqui.
Me acompañaron a la parada del autobús, y cuando éste partió, me hicieron señas de adiós con las manos. Lucía cogió la pata del perro que ya no era mendigo, y hacía con ella el gesto de la despedida
Cuando iba a la altura del Puerto de Santa María abrí mi maleta para coger algo, y cuál no sería mi sorpresa al descubrir, como regalo de despedida, a Piqui, el muñeco de peluche, con una nota escrita a lápiz, con la caligrafía de los sueños:

Profe, te regalo mi muñeco de peluche
para que siempre te acuerdes de mí.

Firmado, tu alumna Lucía

Y rumbo a mi casa, donde me esperaba impaciente una nueva vida, me iba acordando con alegría de aquel huertecillo y su fuente, del perro que no servía para nada, y de una alumna que, a la hora de la merienda, se acercaba a comer de los albaricoques de mi jardín.

La Educación Perfectiva II

7. La esencia constituye la base de todas las cualidades del ser, pues la cualidad sólo es cualidad referida al ser que la posee. Las cualidades de un ser no son nada separadas del ser mismo y de su esencia, base de toda su actividad. El ser substancial, en este caso la persona, es el sujeto de la acción, y es en su acción donde se manifiesta su naturaleza; es en el obrar esencial de un ser donde se desarrolla la potencialidad que encierra su naturaleza.

8. En el obrar del ser se expresa su naturaleza, y sólo en el obrar se despliegan sus cualidades y facultades.

9. En definitiva, podemos afirmar que es la acción aquello que actualiza la esencia de un determinado ser. Lo que en él es posibilidad, por el obrar se convierte en realidad.

10. La realización de todo aquello que un ser tiene como posibilidad esencial constituye su fin, el sentido de su existencia.

11. Con el obrar esencial propio de su naturaleza, un ser se hace más él mismo, se motiva a ser. Lo que motiva esencialmente a un ser es realizar su naturaleza. En este ser cada vez más uno mismo un ser radica el bien esencial del mismo. Este bien esencial motiva a ser más él mismo al ser, para alcanzar su fin (tendencia esencial), por lo que cuanto más actúe en la dirección de esta tendencia hacia su bien esencia, se realizará en una mayor proporción. Será más perfecto cada vez.

12. De este modo, a través del motivo esencial y de la acción esencial se va perfeccionando progresivamente el ser. Este proceso se realiza igualmente en el ser humano. En la naturaleza humana existen motivos esenciales, tendencias a un bien que le es propio. Y acciones esenciales, obras propias del ser humano. De la relación entre ambas surge la dinámica de la perfección. Esta dinámica constituye el sustrato de la educación perfectiva.

13. La perfección del ser humano la entendemos aquí como un proceso de realización objetiva de todo el potencial que encierra la naturaleza humana. Esta es la perspectiva del perfeccionamiento humano que adopta la filosofía del ser.

14. la perfección humana bajo una perspectiva moral Saber lo que es el ser humano es conocer sus cualidades, facultades, elementos de su personalidad, capacidades, etc... Saber cómo es la naturaleza humana es fundamental para saber qué es lo que el ser humano debe llegar a ser, para conocer su potencial.

15. La razón participa constantemente en este proceso de perfeccionamiento, que se hace “visible” en el mundo psíquico a través del mundo de la conciencia.

16. Es crucial para la persona conocer qué debe llegar a ser, pues esto determina que cumpla su fin esencial y por tanto se realice. La razón tiene mucho que hacer aquí, pues contribuye a elucidar las pautas de vida por la cual el ser humano dirige su ser hacia su deber ser. Este deber ser se manifiesta en la norma moral humana

17. El ser humano debe vivir en consonancia con aquello que debe llegar a ser para realizarse.


18. La perspectiva del propio perfeccionamiento es en definitiva la perspectiva moral, que sitúa al ser humano bajo la óptica de su deber ser. Este deber ser no es un deber autónomo y autosuficiente. Es un deber transcendente, pues rebasa lo que es, para alcanzar lo que debe ser y aún no es.

19. Hoy se habla mucho de deberes y derechos, sobre todo en relación a la educación de la infancia y de la juventud. Bajo la perspectiva de la filosofía del ser, podemos interpretar el derecho o, los derechos, como expresión de bienes naturales a los que el ser humano aspira movido por su esencia; la búsqueda del bien es una tendencia propiamente humana, cuya realización perfecciona; necesitamos hacer el bien por el simple hecho de ser persona. Los derechos son bajo esta perspectiva motivaciones de la voluntad humana, valores que animan la vida humana, bienes insustituibles, bienes, moralmente hablando, necesarios, cuya posesión hay que garantizar mediante la acción de los deberes.

20. La naturaleza del deber moral, de esta forma, se encamina a la protección del derecho natural. Los deberes son expresión de múltiples exigencias hechas a nuestra voluntad, exigencias morales, que brotan por el simple hecho de la existencia de unos bienes a los que tiende la voluntad de manera natural. Si no existieran derechos, no existirían deberes. Si no existieran bienes, no habría que crear exigencias morales.

21. Deber y exigencia van estrechamente unidos. La exigencia es el modo en que la voluntad se autoimpone o exige a otros (por ejemplo a los hijos, o a los alumnos, a los ciudadanos, mediante las leyes) la realización de un bien o la no realización de un mal.

22. La ley no puede dar lo que la naturaleza niega. No tenemos el deber de proteger derechos falsos o inexistentes, es decir: bienes falsos, pseudobienes, motivos o valores que no proceden de la tendencia natural del ser humano, sino de la cultura o la ideología, o simplemente del mal.

23. En definitiva, debido a que el bien es necesario, la exigencia es necesaria para garantizar el bien. Pero, ¿por qué razón es necesario garantizar la posesión de bienes necesarios, si la voluntad humana tiende naturalmente hacia ellos?

24. Vamos a explicarlo de forma simplificada y extremadamente clara: moralmente hablando, decimos que todos somos egoístas. Como el egoísmo tiene su papel en la acción de la voluntad, es necesario exigirle a esta que se reoriente hacia el buen motivo, el bien verdadero. El entendimiento informa a la voluntad de la falsedad de los bienes egoístas, y comunica la necesidad de la exigencia de reorientación. Esto, fundamentalmente, se llama disciplina.

25. Del egoísmo proceden de una manera u otra las principales acciones negativas cuya realización perjudica nuestro ser personal, y nos detiene y retrocede en nuestro proceso de perfeccionamiento.

La Educación Perfectiva I

1. Todas las personas tenemos algo en común: la naturaleza humana. De cómo somos, y cómo estamos hechos, depende nuestra existencia. Cuanto más nos aproximemos a nuestra esencia, más felices seremos, pues alcanzaremos a vivir con pleno sentido, integrando en nuestra personalidad todas aquellas cualidades, facultades y elementos constitutivos que conforman nuestro ser como somos.
En esta esencia común natural se dan cita todas las diferencias de carácter, personalidad y valor en general; esta pluralidad no contradice el núcleo común que nos hace humanos a todos los humanos, hombres y mujeres: pues todos somos personas, y de la misma manera podemos ser felices: actuando de acuerdo con nuestra naturaleza y desarrollado al máximo sus elementos, facultades, capacidades y cualidades.

2. Recurrir a la naturaleza humana es muy importante para poder acertar en este tema tan importante de la educación, como en el de la felicidad. En este sentido, ¿qué puede aportarnos la ontología o filosofía del ser para comprender mejor cómo funciona el sistema por el cual el ser humano se perfecciona y es feliz?.

3. Aquí vamos a entender el concepto naturaleza de un ser como su esencia; concebida esta como la base de toda la actividad propia de este ser

4. Qué somos, cómo y con qué fin estamos hechos: estas son preguntas acerca de nuestra naturaleza. La naturaleza del ser humano es la causa motriz básica de toda actividad propiamente y específicamente humana.

5. Naturaleza hace referencia a realidad objetiva, a aquellos aspectos de nuestro ser que son entendidos como objetos de perfeccionamiento. Pero, ¿podemos entender así al ser humano? ¿Es razonable concebir a la persona como un ser perfectible?

6. La razón humana, según Tomás de Aquino, conoce antes que nada el ser; mediante la razón natural y el gran poder de la intuición humana, podremos referirnos a la naturaleza del ser humano, hombre y mujer, para hablar de aquello que nos constituye, nos define y proporciona identidad y especificidad. Es decir, dirigiendo nuestro pensamiento a la esencia le proporcionamos su dimensión natural. Orientando nuestra mente a lo propio y exclusivamente humano, comprendemos lo propio y exclusivo de nuestra felicidad. Fortalecemos nuestra mente con la potencia comprensiva que le proporciona su uso natural, la aprehensión de la esencia de las cosas y, con ella, de la verdad.

lunes, 14 de junio de 2010

Maestro, ¿dónde vives?

Maestro, ¿dónde vives? (Jn 1, 38) Buscamos al Santo Señor Jesús. ¿Dónde vive? ¿Dónde está?
Dios también nos busca a nosotros.
¿Dónde estás? (Gn 3, 9)
El Señor Dios llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás?

¿Dónde solemos estar? No donde vive Cristo, sino en el refugio de nuestra orfandad, en el escondrijo de nuestro yo. Donde Dios no nos encuentra. Nos escondemos en nosotros mismos, Dios el Señor nos busca, nos pregunta dónde estamos. Él sabe dónde estamos, pero nos llama y nos comunica que nos busca.

Dios nos busca en nuestra conciencia. Nuestra conciencia es el jardín original donde el Señor nos busca. Cuando no estamos en el Cuerpo de Cristo, no estamos en Cristo, y Dios no nos encuentra y nos llama.

Dios nos encuentra en Cristo.

Fuera de Cristo nos encontramos en escondrijos humanos, demasiado humanos, donde el Señor nos advierte: ahí no os encuentro, ¿dónde estáis?

Digamos con el salmista: Yo busco mi refuigio en el Señor (Sal 11, 1)
Porque, si no hallamos refugio verdadero, andamos sin rumbo, sin hospedaje, de aquí para allá: Penoso es tener que andar de casa en casa (Eclesiástico 29, 31) Vamos de casa en casa y no hallamos hogar, fatigados por lo incierto, huérfanos y pródigos.

Pero escuchamos la voz de Dios: ¿dónde estás? La escuchamos en la conciencia, y sabemos por su voz intimísima que nos busca, que andamos mal. Y nos volvemos a Él como niños que han perdido la mano de su padre, y descubrimos que existe un lugar donde el Señor nos encuentra.

Maestro, ¿dónde vives? Donde Tú vivas, Señor, quiero vivir yo, tener allí mi refugio, donde el Señor Todopoderoso no tenga que ir a buscarme, porque me encuentra en Ti.
Dame tu mano, Señor mío y Dios mío, para que nunca me pierda.

¿Dónde vives, Señor, llévame contigo a tu Casa, que es tu Cuerpo, la Iglesia,; que sea aquí donde yo permanezca contigo y en Ti, para que Dios, Uno y Trino, me encuentre siempre y no tenga que llamarme más.

domingo, 13 de junio de 2010

Cristo, Manantial

Cristo, Nuestro Señor, se nos ofrece en la Liturgia desbordante de Gracias. Su Corazón se abre.
No busquemos otros manantiales. ¡Él es manantial eterno e inagotable de Amor!

Al borde del pozo el Señor espera. Nos pide agua, y Él es agua de vida. Quiere nuestra cooperación, y darnos de su Vida, que es la Gracia.

En la Liturgia Cristo abre la roca y hace brotar todas las fuentes. Todo es Gracia. Todo bien y belleza proceden de Él.

Cristo en la Liturgia es un manantial que nos da de beber agua pura. A nuestro alrededor, muchos pasan sed, sed de Cristo, tal vez sin saberlo. En nosotros está acercarles a la Fuente de la que mana toda agua pura.

sábado, 12 de junio de 2010

Cristo, Llamada



San Judas, en su Carta, se refiere a los cristianos como los que han sido llamados (Judas 1) De esta manera, habitual en la Escritura, se saludan los que Cristo ha llamado.

Este saludo nos evoca la esencia misma de la fe: no nos movemos hacia Cristo, es Cristo el que se mueve hacia nosotros solicitando nuestro movimiento hacia Él, que luego realizamos o no, según nuestra libertad, asimismo llamada por el Verbo a movilizarse.

Esta expresión, los llamados, (Rm 1, 6; 1 Cor 1, 24) posee la misma raíz que Iglesia.

La Iglesia unifica en un Cuerpo (no humano, no natural, sino divino, sobrenatural, el de Cristo) a los que Cristo llama de las tinieblas a su admirable Luz (1 P 2, 9).

Cristo nos llama y, al llamarnos nos llama como Cabeza a miembros de su Cuerpo. Nos llama en cuanto miembros de la Iglesia, que es arrancada de la tinieblas, y vive, por el Espíritu, en esa llamada diaria que escuchamos en la Liturgia. Pues toda Liturgia es escucha.

Cuando Cristo nos llama nos arranca de las tinieblas... si respondemos Fiat

Esta respuesta a Cristo es, ante todo, una respuesta eclesial. No podemos responder sí a Cristo de otra manera que eclesialmente, pues respondemos a una llamada de Cristo-Cabeza a sus miembros. Nuestro sí es una gracia y a la vez un movimientro libre movido por ella. Todo es Gracia.

En la misma carta de san Judas, el Espíritu nos habla de la gracia y a la vez de la libertad, como en acorde.

Cuando habla de esos impíos que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios (Judas 4) habla tanto de la Gracia de Cristo como de la libertad humana movida por la Gracia. La Gracia de Dios convertida en libertinaje es la libertad humana que responde no a la llamada de Dios a través de la conciencia.

Todo es Gracia, nos enseña la Tradición, y muy especialmente San Agustín. Cuando respondemos sí a la llamada del Señor realizamos su Gracia, no la pervertimos en libertinaje, o lo que es lo mismo, libertad humana, demasiado humana, meramente humana.

San Judas presenta a esos impíos que pervertían la Gracia como hombres meramente naturales, que no tienen espíritu (Judas 19) Literalmente sería hombres psíquicos, es decir, hombres dominados por su subjetividad.

El hombre dominado por su subjetividad es aquel que hace de su yo mental, de su psique individual, criterio de autonomía moral. No refiere actos libres al criterio objetivo de la pura ley natural inserta en la conciencia por Dios. Sino a su opinión subjetiva. En este sentido dice San Judas que lo que conocen por instinto natural como las bestias irracionales, en eso se corrompen (Judas 10). Es decir: no conocen naturalmente como personas, sino que conocen naturalmente como seres irracionales, es decir, seres sin conciencia.

Dios Nuestro Señor ha insertado en nosotros un principio natural de conocimiento del bien que es la conciencia. Pero podemos, por la libertad sin Gracia, convertirlo en principio de corrupción al corromperlo por el libertinaje del entendimiento, por el libertinaje del psiquismo sin conciencia.

La subjetividad, la des-orientación del entendimiento hacia el norte objetivo poresente en la conciencia; la mera subjetividad, pues, nos hace conocer como bestias irracionales, no como personas.

Mientras el hombre sea esclavo de su subjetividad no podrá responder libremente a la llamada eclesial de Cristo. Hay que salir del ámbito de lo meramente mental.

La fe en Cristo no pertenece al ámbito de lo mental. Pertenece al mundo objetivo de la más objetiva de todas las objetividades: Cristo, el Objeto del Amor del Padre, nos llama a compartir su objetividad sobrenatural, que es la Gracia, independiente de manera absoluta de todo elemento psíquico.

La llamada de Cristo es una invitación 1º de nuestra conciencia, voz de Dios en la naturaleza, y 2ºde la Gracia, voz de Dios en la Iglesia.

Cuando san Judas habla de esos impíos que pervierten la Gracia de Cristo, y anuncia que mueren dos veces, se refiere a esta doble llamada, que apagan en su alma y perecen doblemente, (Judas 12).

Perecen en cuanto hombres que desobedecen la conciencia, y perecen en cuanto hombres que desobedecen la Gracia.

Respondamos siempre a la llamada de nuestra conciencia y honremos en nuestra naturaleza la voz de Dios Creador.
Respondamos siempre la llamada de la Gracia y honremos en nuestra alma la voz de Cristo, Redentor nuestro.

Laus Deo

jueves, 10 de junio de 2010

Cristo, Suelo seguro

En esta vida terrenal, ¿sobre qué suelo asentarnos?
Dios Uno y Trino fundamenta nuestra vida terrena. Cuida el camino trazado por los justos en esta tierra: Porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el de los injustos lleva a la ruina (Sal 1, 6).

Dios fundamenta nuestra vida. Él, que asentó la tierra sobre las aguas, (Sal 135, 6) Es decir, sobre el Bautismo, como nos enseña San Jerónimo. Dios asienta, fundamenta nuestra vida sobre el Bautismo.

El Bautismo es el fundamento de nuestro camino en la tierra. Por él recibimos la fe que hemos de aumentar en Gracia, en fundamento. Alimentando las promesas de nuestro Bautismo, sus Luces, fundamentamos nuestra vida futura y accedemos a la puerta que da a la Luz, esa puerta estrecha que es Cristo, en toda encrucijada.

En toda encrucijada hemos de decidir entre la puerta de luz que es Cristo y la puerta de tinieblas que es el maligno, el pecado. Tenemos fundamento para decidir bien: El Bautismo es semillero de Luz, manantial de Luz.

Es decir: asentados sobre las aguas del Bautismo, que es la Gracia de Cristo, Agua de Vida, temblamos y no pecamos (Sal 4, 5). Pisamos la Roca asentada en el agua bautismal.

Temblamos de estremecimiento, pues la Vida del Señor nos inunda y posee si le aceptamos y le amamos.
Temblamos de amor de Dios, de temor santo a no ofenderle.
Temblamos porque navegamos en la barca de Cristo, para pescar con mucho fruto.

Para que en la tierra conozcamos tus caminos (Sal 66, 3) La tierra en que conocemos los caminos de Dios es la tierra asentada sobre las aguas, asentada sobre el Bautismo, en la encrucijada de la luz y las tinieblas. Esa tierra sobre las aguas es la barca de Cristo, es decir, la Iglesia.

En esta vida terrenal, ¿en que suelo asentarnos?
La respuesta es clara: en ese suelo de roca asentada sobre las aguas que es la Iglesia.

miércoles, 9 de junio de 2010

Cristo, Pescador


Y caminando a lo largo de Galilea vio a Simón y a Andrés, hermano de éste, que estaban echando las redes al mar, pues eran pescadores (Mc 1, 16) Echaban las redes. No dice la Escritura que hubieran recogido algo. Trabajaban, se afanaban cuando llegó Jesús, que les ve. Y les dijo Jesús: venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres (Mc 1, 17) Los apóstoles pasan de ser pescadores a peces. Cristo echa sus redes, les toma en sus manos. Cristo es el pescador y recoge las redes llenas de peces. Cristo les pesca. ¿Para qué? Para hacerlos verdaderos pescadores, pescadores de hombres. Y al instante, dejando las redes, le siguieron (Mc 1, 18)

Los pescadores oyen a Jesús, y se vuelven peces al instante. Para ser peces de Cristo hay que dejar las redes de pescador. Y seguir a Cristo, para echar sus redes, no las nuestras.

Queremos lograr almas para Él, pero a menudo usamos nuestras redes: nuestros medios, nuestras fuerzas, nuestras buenas ideas. Que serán magníficas y brillantes, pero son nuestras. Nuestras redes son esas que se rompen y hay que remendar.

Y avanzando un poquito más, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que se hallaban en una barca remendando redes (Mc 1, 19) Nosotros estamos en la barca de Cristo, que es la Iglesia, por el bautismo. En la Iglesia remendamos nuestras redes con el hilo sobrenatural de la Gracia sacramental. Cuanto más hilo sobrenatural más fuerte será nuestra red, más se irá haciendo la red de Cristo.

En el Señor pongo mis esperanzas (Sal 10, 2) Hablamos a los demás de Cristo, queremos pescar almas para Él. Que sea Cristo quien eche la red, con nuestras manos, por nosotros, con nosotros.

Que el Seños no nos vea remendando redes humanas.
Que nuestras esperanzas de apostolado no recaigan en nuestras redes rotas, sino en la red sobrenatural de Cristo.
Dejemos que el Señor nos haga pescadores de hombres. Sigámosle al instante. Dejemos aquí, en esta barca humana, nuestras propias redes. Y lancémonos, con Él, al mar.

domingo, 6 de junio de 2010

Cristo, Firmeza

No es suficiente ser siervo de Cristo.
Es preciso nos mostremos firmes en nuestra servidumbre. Firmes en nuestro servicio significa diligentes; mantengámonos a pie firme en la casa del Señor (Sal 132, 1) No seamos como los siervos que se acuestan a descansar tras servir a su Dueño, que se quiebran al peso de la cruz.

Cristo asentó mis pies sobre la roca (Sal 39, 3), que es su Cuerpo, la Iglesia. Manteniéndonos firmes en la Iglesia obedecemos al Señor, que manda a Moisés: Mantente firme aquí conmigo (Dt 5, 31) Nuestra fajadura no es humana, no es natural, no es aprendida de la carne. Pues es Cristo quien nos ciñe.

Mantengámonos a pie firme en la casa de Dios, no en cualquier lugar, como enseña San Jerónimo, sino en la casa de Dios, en los atrios de su casa (Sal 133, 1)

Manteneos firmes, ceñidos los lomos con la verdad nos dice el Apóstol en Efesios 6, 14.

Fijaos lo que dice. Ceñidos los lomos con la verdad. Cristo es la fajadura. Ciñe nuestros lomos con la verdad y nos lanza al combate, a soportar cualquier carga, como Atlas del Espíritu. Cualquier carga.

Sin la verdad que nos tensa y ciñe flaquearemos como siervos negligentes que no aman a su Señor.

Los cargadores de la cruz, en la Semana Santa, se ciñen los lomos con una fuerte fajadura para que no les quiebre el peso de la cruz. Nosotros nos ceñimos, en los atrios de la verdad, que es la Iglesia, los lomos con la Gracia de Cristo, en su Escritura, en su Tradición, por su Magisterio.

La verdad es fuerte faja que nos impide quebrarnos al peso del mundo.

Con la verdad nos mantenemos firmes. Con la verdad soportamos los trabajos, los esfuerzos del día a día. Con la verdad nos mantenemos firmes en la Iglesia Peregrinante.

Me ceñiste de fortaleza para la guerra (Sal 18, 40) Nuestra guerra es contra nuestra debilidad, contra nuestra concupiscencia, contra el maligno. Cristo nos sostiene para el combate espiritual, vestidos con la armadura de la justicia (Ef 6, 14) y tensos de reciedumbre sobrenatural. Cristo aprieta nuestra cintura y acrisola nuestros riñones, no nos quebremos al peso del mundo.

No es suficiente ser siervo de Cristo. Debemos ser siervos diligentes, siervos que no descansan y sólo viven para agradar a su Señor.
Mantengámonos, pues, firmes en los atrios de la Verdad, y cumplamos en nosotros la Voluntad del Padre, por el Espíritu de la verdad que ciñe nuestros lomos, cargadores de la Cruz, fajados de Cristo.

sábado, 5 de junio de 2010

Cristo, Cántico



Entonad al Señor un Cántico nuevo (Sal 97, 1) Enseña San Jerónimo que Cántico nuevo es Cristo, la Novedad que habla y al hablar glorifica al Padre.

Cristo es Novedad: el Dios invisible cuyo rostro buscaba el justo atribulado (Sal 27, 8-9) se ha hecho visible en el Hijo: su mirada es la mirada del Hijo, su voz es la voz del Hijo. El Hijo es Cántico al Padre.

Al que venciere, se le dará una piedrecilla, sobre la cual escribiré un nuevo nombre (Apocalipsis 2, 17 y 3, 12) Cristo es el nuevo nombre de Dios, que al pronunciarse canta su Gloria. El nombre de Jesús es música, canto al Padre. Cada vez que en el día a día decimos el nombre de Jesús cantamos un cantico nuevo a Dios en el Hijo.

Meditando día y noche la palabra de Dios (Sal 1, 2) descubrimos que este cántico nuevo es el Hijo. San Jerónimo nos enseña esta novedad. Que el Hijo muriera por nosotros y nos enseñara a alabar a Dios, a cantar la gloria de Dios. Cuando glorificamos a Dios entonamos un Cántico nuevo, el cántico de Cristo, por el que podemos glorificar a Dios en nuestra vida.

En Juan 1, 17 vemos la Novedad, que trae Cristo: la gracia, la verdad. Por Moisés vino la ley. Por Cristo viene la Gracia y la Verdad.

El cántico nuevo es la Gracia y la Verdad. Nos dejamos penetrar sacramentalmente por ellas, decimos sí a su acción sobrenatural en nuestra vieja vida, y nos re-novamos, nos hacemos nuevos. Y así elevamos un cántico nuevo al Señor.

Que la vida sacramental de la Iglesia en nosotros sea cántico diario.

jueves, 3 de junio de 2010

Cristo, Oasis

Vivir en el mundo como en el desierto. Las siete nadas. Impregnarnos de su espíritu: nada, sólo Cristo y su Esposa. El espíritu del desierto es el espíritu de la nada del mundo.

Postuniano, tras acompañar a San Jerónimo en Belén durante siete meses, testifica en la obra de Sulpicio Severo (Diálogos I, 9):

Siempre se le encuentra dedicado a la lectura, siempre sumergido en los libros; no descansa ni de noche; constantemente lee o escribe.

Y se entrega día y noche a meditar en su ley (Sal 1, 2) El Paráclito presenta al justo entregado día y noche a la meditación de la ley.

No basta el deseo de cumplir la ley de Dios. Es necesario meditarla día y noche, leerla día y noche, gustarla día y noche, beberla día y noche, comerla en el oasis eucarístico, para tener su alimento de fuertes día y noche, en puro oasis interior.

Si meditamos día y noche la Palabra, la vivimos día y noche. Ya no vivimos el mundo, vivimos la Palabra. Estamos en el mundo trabajando, caminando, descansando, sufriendo disgustos, alegrías, sorpresas, tribulaciones; esperando, caminando hacia nuestro destino; esperando, caminando hacia nosotros mismos, un día más, una noche más, esperando y caminando con la Ley del Señor en nuestra mente.

Y lo mundano se hace nada. Y es arena la inquietud que pasa. Y vivimos en desierto puro, en un oasías atemporal e invulnerable en Cristo y su Esposa.

Que la meditación, memorización, gusto de la Escritura nos ayude a vivir en el mundo como en un desierto, en Cristo oasis, atemporal y eterno.