miércoles, 9 de junio de 2010

Cristo, Pescador


Y caminando a lo largo de Galilea vio a Simón y a Andrés, hermano de éste, que estaban echando las redes al mar, pues eran pescadores (Mc 1, 16) Echaban las redes. No dice la Escritura que hubieran recogido algo. Trabajaban, se afanaban cuando llegó Jesús, que les ve. Y les dijo Jesús: venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres (Mc 1, 17) Los apóstoles pasan de ser pescadores a peces. Cristo echa sus redes, les toma en sus manos. Cristo es el pescador y recoge las redes llenas de peces. Cristo les pesca. ¿Para qué? Para hacerlos verdaderos pescadores, pescadores de hombres. Y al instante, dejando las redes, le siguieron (Mc 1, 18)

Los pescadores oyen a Jesús, y se vuelven peces al instante. Para ser peces de Cristo hay que dejar las redes de pescador. Y seguir a Cristo, para echar sus redes, no las nuestras.

Queremos lograr almas para Él, pero a menudo usamos nuestras redes: nuestros medios, nuestras fuerzas, nuestras buenas ideas. Que serán magníficas y brillantes, pero son nuestras. Nuestras redes son esas que se rompen y hay que remendar.

Y avanzando un poquito más, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que se hallaban en una barca remendando redes (Mc 1, 19) Nosotros estamos en la barca de Cristo, que es la Iglesia, por el bautismo. En la Iglesia remendamos nuestras redes con el hilo sobrenatural de la Gracia sacramental. Cuanto más hilo sobrenatural más fuerte será nuestra red, más se irá haciendo la red de Cristo.

En el Señor pongo mis esperanzas (Sal 10, 2) Hablamos a los demás de Cristo, queremos pescar almas para Él. Que sea Cristo quien eche la red, con nuestras manos, por nosotros, con nosotros.

Que el Seños no nos vea remendando redes humanas.
Que nuestras esperanzas de apostolado no recaigan en nuestras redes rotas, sino en la red sobrenatural de Cristo.
Dejemos que el Señor nos haga pescadores de hombres. Sigámosle al instante. Dejemos aquí, en esta barca humana, nuestras propias redes. Y lancémonos, con Él, al mar.

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