Todos los tonos del mundo se funden en ella. Rojo cereza y celeste metal, naranja atardecer y verde oliva, negro pizarra y amarillo oro...
Muchos más tonos, muchos más. De todas las cadencias y matices. Se agitan suavemente sobre la luz del altar mayor, y como estambres plateados, guardan la Gracia de Cristo en pequeñas corolas, abiertas sobre el que ora.
La enorme rosa transparenta tanta luz, en tantos e infinitos tonos, que se despliega en el espacio un prisma imaginario y puro, como un espejo para arcángeles, en cuyo azogue misterioso fulges Tú, latido y fulgor de todas las vidrieras, hasta el confín del mundo.
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