sábado, 25 de septiembre de 2010

La felicidad y la Cruz.

En el blog longinos-opinionesdeunconverso.blogspot.com/ he leído una buena reflexión sobre el tema de la felicidad que creo da en el clavo de algunos aspectos de este problema.

Es un asunto de importancia. Confieso que me he preguntado a menudo qué relación tiene este tema con el de la vida cristiana y su fin, la santidad.

A raíz de la lectura de esta entrada de Longinos he estado reflexionando toda la mañana sobre ello. Y he lanzado una mirada al mundo descristianizado de hoy.

Un mundo en que la cruz es escándalo y horror. Un mundo en que la enseñanza verdadera de la Iglesia es vista como una cruz.

Si lanzamos una mirada a la sociedad que nos rodea, ¿qué observamos? El imperio de la subjetividad: la búsqueda de la felicidad subjetiva, entendida como gratificación emocional y contento de la voluntad propia en el presente acontecer terreno; es un empeño universal, obsesivo. Todo el mundo quiere ser feliz (conseguir sus sueños) a toda costa.
Realizar sus sueños, sus anhelos, vivir aquello que le hace sentirse mejor, aquello con lo que se identifica. Es lo contrario del imperativo del Señor: negarse a sí mismo.

La ética de hoy está subordinada a la idea de felicidad subjetiva inmanente. Es decir, proyectada sobre el tiempo terreno. Porque es la subjetividad el principio que rige la vida de la persona.
La Iglesia, sin embargo, nos enseña a no dejarnos guiar por el sentimiento y su anhelo de contento subjetivo y terrenal, sino por Dios, y su proyecto de dicha objetiva y eterna, de destino final dichoso para el hombre, más allá del sufrimiento subjetivo que pueda causarle realizar en vida dicho plan.

El sufrimiento se mira con horror.
La renuncia, el sacrificio se mira con horror.
La ley natural objetiva y universal, que pone trabas de conciencia a hacer cosas que nos contentan, se mira con horror. La conciencia se mira con horror.

La cruz que hemos de abrazar, para a continuación negarnos a nosotros mismos y seguir a Cristo, se mira con horror.

Lo que me contenta es lo bueno. Dios no puede querer que no consiga mis sueños. Este es el pensamiento universal de la sociedad del bienestar y sus valores mundanos. También existe una espiritualidad mundana, adulterada, que consiste en proclamar la gloria de ser subjetivamente feliz y borrar la noción objetiva de pecado. Dios es el garante de nuestros deseos, no el legislador supremo. Legislamos nosotros en base a aquello que deseamos.

Si algo me contenta, no es pecado. Este es el fundamento subjetivo de toda valoración errónea. Porque se subordina el concepto de felicidad a estado subjetivo de felicidad.

Veamos algunos ejemplos de este tipo de falsas deducciones.

Si yo quiero ser feliz, ¿por qué voy a estar siempre abierto a la vida en mis relaciones conyugales? Tener uno o dos hijos me dará más felicidad que tener seis: menos trabajo, menos gasto, menos disgustos, más calidad de vida. Es mejor atiborrarme de anticonceptivos. Los anticonceptivos garantizan mi calidad de vida, es decir, mi felicidad. Luego los anticonceptivos son buenos y la enseñanza de la Iglesia es errónea.

Si yo quiero ser feliz, ¿por qué prolongar el sufrimiento de los enfermos sin esperanza de curación, a los que tengo que cuidar, lavar, cambiar, dar la medicación, atender durante la madrugada...? Es mejor una inyeccción. Así no sufren ni los enfermos ni sus cuidadores. Atender a un viejecito que ni siquiera me reconoce, y que vive como un vegetal, no es calidad de vida. Hay que poner fin a esta situación de infelicidad. Luego la eutanasia es buena, y la enseñanza de la Iglesia es errónea.

Si yo quiero ser feliz, y me enamoro profundamente de otra mujer que no es mi esposa, y puedo ser feliz con ella, ¿por qué vivir amargado con mi mujer, si puedo ser feliz? Luego el adulterio es bueno, y la enseñanza de la iglesia es errónea.

Si yo quiero ser feliz, ¿por qué tener un hijo no deseado, que sólo va a traerme disgustos, quebraderos de cabeza, sufrimiento? Es mejor abortar. Luego el aborto se debe permitir.

Etc. etc., etc.

Es decir, abunda en la mentalidad de hoy esta forma de razonar. Es una ética eudemónica, es decir, cuyo fundamento de valoración es la felicidad subjetiva que aporta.

Sin embargo, no hay que ir muy lejos en la lectura de la Escritura, o la vida de los santos, o las mismas y verdaderas enseñanzas de la Iglesia, para constatar que el camino de vida que nos recuerda la conciencia y nos propone Cristo es otro radicalmente distinto.

Nuestra vida no nos pertenece. Por tanto, el Plan de vida de nuestra felicidad no nos pertenece. Pertenece a Dios. Es Dios quien determina lo que puede o no hacernos felices. Dios, no nuestra subjetividad
Dios nos ha creado, redimido, conservado la vida hasta el día de hoy.
Si nuestro corazón late, es porque Dios quiere.
Nuestra vida de criatura pertenece a Dios. Nuestra felicidad pertenece a Dios. Dios es nuestra felicidad. Si se la robamos a Dios, y la proyectamos sobre las criaturas, ocurre el misterium iniquitatis, el pecado. Quitamos a Dios del centro de nuestra vida y nos ponemos a nosotros mismos como legisladores.

Dios nos crea según un Plan providente, en el que nuestra vida ocupar un lugar propio. Dios tiene algo previsto para cada uno de nosotros en orden a nuestra plena unión con él en su seno amoroso.

Las leyes objetivas que rigen nuestro ser (Ley natural) están dispuestas para realizar ese Plan de dicha eterna (no de efímero contento terrenal) Si ponemos cortapisas, el Plan fracasa, fracasamos nosotros.

Y creo que, por el misterio del pecado, el hombre puede ser aparentemente feliz en esta vida haciendo fracasar el plan de Dios. Será feliz en su subjetividad, pero no será dichoso. No será objetivamente feliz.

En la entrada de Longinos comentada al principio se hace referencia a una importante palabra: la dicha.

La dicha no es la felicidad.

La dicha no es sino la consecución de un bien. Dicha es lo mismo que destino bueno. Ese destino es el Cielo.

Felicidad es un estado subjetivo de contento emocional y sentimental. Pero si este contento pasajero y efímero esta separado del Plan providente de Dios, de la dicha (el bien) que Dios tiene pensada para nosotros desde toda la eternidad, se quedará en sólo eso, un gozo pasajero, que al morir, en el más allá, acompañará la eterna frustración de un Plan desbaratado.
La dicha es un bien objetivo que espera al ser humano en la otra vida (la Gloria) y que es anticipado en este (la Gracia)
Y por esta dicha hay que sacrificarlo todo, hasta la propia felicidad.
La felicidad mundana excluye la cruz. Pero sabemos, por Cristo, que la cruz es el camino de nuestra dicha.

martes, 21 de septiembre de 2010

Acción humana y moralidad

¿Cómo sabemos si un acto que realizamos es bueno o malo?

Veamos en primer lugar cuáles son las partes de un acto humano.

En primer lugar, el acto mismo en cuanto acto moral, es decir, su objeto. Un acto en cuanto a objeto de juicio de la conciencia puede ser bueno o malo.
A la valoración del acto como bueno o malo denominamos objeto del acto.
Aquí nos guía la conciencia: todos sabemos que mentir es malo, por ejemplo. Nunca es lícito realizar un acto cuyo objeto es malo. Pero en ocasiones tampoco es lícito realizar un acto cuyo objeto es bueno si son malos sus otros dos elementos.

La intención, en segundo lugar. Es la finalidad que persigue la persona al realizar ese acto, que puede coincidir o no con el objeto de la acción. Si la intención o fin es malo, vicia por completo la bondad del acto.

Aconsejar está bien (objeto bueno), pero se vicia y es malo si la intención es engañar y aconsejar un mal ( intención mala).

Rezar es bueno (objeto bueno) pero se vicia y es malo si la intención es pedir algo a lo que no tenemos ningún derecho o supone un mal para otros (intención mala)

Un buen fin o intención no puede convertir jamás una acción cuyo objeto es malo en bueno.

Por ejemplo, con el buen fin de ayudar a un amigo (fin bueno) no se puede mentir (objeto malo)

Con el fin bueno de aliviar el sufrimiento (intención buena) no se puede matar a una persona inocente (objeto malo)

Dice la Escritura: No deben hacerse cosas malas para que resulten bienes (Romanos 8, 3)

Pero algo cuyo objeto es bueno, y su intención también, puede ser malo si las circunstancias no lo aconsejan:

Acudir a hacer obras de caridad a un pais del tercer mundo (objeto bueno) para ayudar a los pobres (fin bueno) es malo si para ello hay que abandonar a la familia y descuidar nuestros deberes con nuestro cónyuge e hijos (circunstancia mala)

El tercer elemento, las circunstancias. Suponen una serie de condicionantes al acto humano que influyen en su bondad o maldad. Hay circunstancias que atenúan o agravan la moralidad del acto. Y otras circunstancias que añaden connotaciones morales nuevas a las acciones.

Blasfemar, por ejemplo, es más grave si hay niños delante que si no los hay. Dar testimonio de nuestra fe es más meritorio si estamos en un ambiente hostil que si estamos rodeados de amigos que comparten nuestras creencias. Un anuncio con imagenes obscenas es más inmoral si se proyecta en una película infantil. Etc.

Por tanto, y resumiendo, podemos afirmar, siguiendo a Santo Tomás de Aquino, que para que una acción sea buena es necesario que lo sean sus tres componentes: objeto bueno, intención buena, circunstancias buenas.

El bien nace de la rectitud completa.

sábado, 18 de septiembre de 2010

La Madre de Europa


Estos días he estado trabajando en mi cuadro "La Madre de Occidente". Pincelada a pincelada, poco a poco, cuidando los detalles, voy avanzando sin prisa. Quiero plasmar a la Madre de Dios sentada, como en un trono, sobre las ruinas de la civilización occidental, junto al río de la vida. Las columnas en pie significa que todavía Europa tiene su identidad, si bien nuestra cultura parece que duerme entre las ruinas de su antiguo esplendor.
Todavía en boceto, me quiero dedicar a fondo a terminar la figura de la Santísima Virgen. Sus manos, sólo en borrador, su divino rostro, el cuerpo del Hijo, nuestro Salvador...
Es una idea antigua. Es la segunda vez que intento pintar esta idea. Tal vez ahora lo consiga!

lunes, 6 de septiembre de 2010

Audaces fortuna iuvat

Audaces fortuna iuvat. Con esta convicción conquistó Cortés Tenochtitlán, que la fortuna ayuda a los audaces, y es cosa temeraria ser cobarde. Que todo sale mal al que teme y de su miedo es sirviente, y vive alquilado de sus imaginaciones. No te arredres, venga, sigue adelante, no allí, donde te aguarda lo tuyo, sino hacia aquel otro lugar, terrible, donde te espera el peligro. Mira que tienes la Cruz del Señor como signo, y con ella aun muriendo vences. Todo bien se dispone ante el audaz en Cristo, la Providencia todo lo abre y moldea al bien de los que aman a Dios, y en bien del creyente coopera el universo entero.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Más de Virtud

Qui amat animam suam, perdit eam. (Juan 12, 25) Es tanto mayor el riesgo a que nos exponemos cuanta mayor es la solicitud por protegernos, la preocupación por ponerse a uno mismo a buen recaudo. Olvidémonos y lancémonos al Corazón de Cristo para ser salvos; a mal rato paso firme; hay que plantarle cara al mal y su aliada, la imaginación. De nada tengamos pavor, y si acaso lo tenemos, reprimámoslo con furia, seamos hombres y no nos arredremos ni protejamos en exceso, como aquellos que no tienen en sus naves el emblema de Cristo, el que siempre vence.

Nunc coepi. Ahora comienzo, en cualquier momento puedo empezar a cambiar, nada está perdido, y aun en el último momento puedo poner las sombras del revés. Ahora, en este instante, abro la puerta y accedo a la Luz, disipo las tinieblas con la fuerza de Cristo y me apresto al combate. En este preciso momento comienza mi nueva vida. Liquido el pasado, entrego mi memoria al Señor, doy por clausurado el ayer y me libero en el Espíritu del lastre de las horas.

Potentíssimus est qui se habet in potestare (Séneca). El más poderoso varon es aquel que tiene poder sobre sí mismo. De aquí procede su victoria, la fuerza de su brazo. Es dueño y señor del acaso, rey de las circunstancias. Ganando o perdiendo no se descompone, antes bien se compone a sí mismo con la armonía de Cristo. Firme y heroico, planta cara al enemigo interior y apercibido del amor de Cristo domina toda potencia disgregadora, para que solo el hombre nuevo aflore en su humanidad.