viernes, 31 de diciembre de 2010

Adoramus te, Christe

El sublime Adoramus te Christe de Palestrina. La Divina Liturgia en su perfecta y clásica proporción. Tanta hermosura que hace rendir las rodillas, para alabar al Señor.

Lo escucho en una sentida versión de un coro juvenil de Jersey. Al final del canto litúrgico se escuchan aplausos., propios de un teatro. Hace no mucho se cantaba durante la Misa, integrado a la perfección en la Divina Liturgia, Ahora sólo en salas de conciertos. Este descenso del Arte Sacro a lo mundano sólo puede entenderse como una batalla lograda por el maligno. Siento un inmenso dolor por la pérdida de esta música litúrgica. Pero este dolor no mengua un milímetro mi confianza en la Iglesia.
La tremenda pérdida que supone excluir la música sacra litúrgica tradicional de la Santa Misa no se ha valorado todavía en su justa medida. Pero se valorará. Apuntan las reformas litúrgicas de Benedicto XVI, entre ellas la vuelta al canto llano y la polifonía. pero queda mucho para restaurarla.
Habría que recuperar la sensibilidad ritual, los conocimientos musicológicos necesarios, el sentido de lo sacro. Y descartar toda melodía mundana de la Divina Liturgia.
Vuelvo a escuchar el adoremus te, Christe. Quisiera sumergirme en esa músicay no dejar de alabar al Señor y de adorarlo con esta música toda traspasada de fervor, de adoración, de sublime alabanza.

Del combate del cristiano y de la Historia Sagrada de ese combate

Quiero empezar el año con una entrada combativa, castrense, ascética, que mueva a los cristianos a luchar el buen combate de la fe.
Y lo hago hablando de uno de los principales problemas doctrinales y ascéticos de la vida cristiana de hoy, que es este:

El rechazo de las Gracias recibida por la Tradición. Rechazo que va estrechamente unido a un optimismo antropológico relativo al momento presente: sobrevaloración del progreso y de la sociedad del bienestar actual, y minusvaloración del pasado.

La vida cristiana deja de verse como ese combate contra el poder de las tinieblas de que nos habla con potencia Gaudium et Spes, 37:

"el hombre, inmerso en esta batalla, tiene que combatir continuamente para seguir el bien, y sólo con grandes trabajo y el auxilio de la Gracia divina puede obtener la unidad dentro de su interior"

Es una especie de pelagianismo doctrinal y ascético, propio del cristiano que se cree sin antepasados en la Gracia. Sin antepasados que puedan servirles a ganar el combate del tiempo presente. Porque ve el pasado de la Iglesia como algo oscuro, y el presente como algo luminoso.

Causa: no es capaz de ver el pasado de la Iglesia como auténtica Historia Sagrada.

No es capaz de percibir, recibir las Gracias que preceden al momento presente, gracias de combate que iluminan la lucha del momento presente. Se siente sin herencia, huérfano.

Son cristianos que no leen a los Santos Padres,que no estudian el Magisterio anterior al Concilio Vaticano II, porque lo consideran superado; que no les dicen nada la vida y escritos de los santos... "Todo eso está superado". San Agustín, Santo Tomás, el Concilio de Orange, el Tridentino, las obra magisterial de Leon XIII o Pio IX... las obras místicas de Santa Teresa de Jesús, los detalles doctrinales luminosos del cardenal Cayetano en su combate doctrinal contra la herejía luterana... Todo esto y más lo creen pasado, inactual, inservibles, prefieren leer a los pseudoteólogos de moda.

De esto no me cabe duda. De este cristianismo optimista, pacifista, autocomplaciente, que quiere la aprobación del mundo de hoy, sin Tradición, asimilado en el corazón de tantos, tantos cristianos, brotan efectos tenebrosos que sólo podrán ser combatidos con las buenas armas de la Tradición, Gracia probada, y la Escritura, iluminada de forma inerrante por todo el Magisterio.

¿Cuáles son esas buenas armas? Las que ha habido siempre. Sacramentos, vida de santos, pobreza, castidad, Misa, limosna, ayuno, penitencias, mortificaciones físicas y espirituales...

Si se cree que es posible salvarse únicamente con "valores cristianos", sólo con solidaridad, justicias humanas y programaciones y planes pastorales, con los propios medios presentes y actuales... ¿para qué los tesoros de la Historia Sagrada de la Iglesia? Pasan a segundo plano.

Todo se queda en una cuestión de valores cristianos. Los que se cree que necesita específicamente la sociedad actual, y que dejan al cristiano sin armas probadas contra el enemigo.

Pero la Gracia no se cancela a sí misma.

Existe una forma pelagiana, también, de contemplar el Magisterio de la Iglesia. La observo sobre todo en teólogos ortodoxos, que quieren ser rectos, pero que confían demasiado en las fuerzas autónomas del propio presente y se vuelven liberales.

Pero los cristianos miramos al pasado desde abajo, no desde arriba. Porque el pasado ilumina el presente.

El pasado encierra el tesoro que se transmite de generación en generación, que proyecta su luz inerrante sobre nuestras incertidumbres actuales y orienta el camino peregrinante de los cristianos. Y no es que se funda con lo presente, con lo nuevo. Es que en la Iglesia de Cristo no hay nada propiamente novedoso. Todo, en estos dos mil años, es igualmente fresco y nuevo y luminoso.

Lo que aumenta es nuestra comprensión, nuestra inteligencia, nuestra propia luz.

Pero por entender que nosotros tenemos, en la época presente, una luz propia que ilumine el pasado, perdemos la luz eterna que ilumina nuestra inteligencia. Del pasado recibimos.

Es el tesoro de las Gracias recibidas, la Historia Sacra de la Iglesia, las gracias dadas por el Espíritu a sus hijos, a nuestros antepasados en la Gracia, las que heredamos y nos enriquecen, y nos aportan a nosotros aumentando nuestra comprensión de la divina economía salvífica; gracias a esa herencia sagrada es nuestra inteligencia mayor, no porque nosotros pongamos ahora más de nuestra parte al pasado.

Nuestro presente, aún, no es historia sagrada. Pero la vida de la Iglesia, hasta hoy, sí lo es.

La revelación divina no es imperfecta, no tiene elementos quer pasan de moda o pierden eficacia, no tiene que aumentar o disminuir o mutar de modo alguno.

Es el error solemnemente condenado en el Syllabus:

"Error V: la revelación divina es imperfecta y está por consiguiente sujeta a un progreso continuo e indefinido correspondiente al progreso de la razón humana."

Lo que es imperfecta es nuestra comprensión humana, pero no el Magisterio de la Iglesia, que está asistido por el Espíritu de Cristo.

Momentos antes de su martirio, San Martín I lanza su clamor hasta el cielo, para que lo escuchemos también, ahora, en el siglo XXI, los cristianos de hoy:

"por la intercesión de san Pedro, establezca Dios los corazones de los hombres en la fe ortodoxa, y les haga firmes contra todo hereje y enemigo de la Iglesia. De fuerza al pastor que gobierna ahora. De tal suerte, que, sin ceder en ningún punto, ni siquiera mínimo, y sin someterse en parte secudaria alguna, conserven íntegramente la fe profesada ante Dios y ante los ángeles santos"

Estos herejes no son esas personas que de buena fe sostienen doctrinas erróneas o vagan sin rumbo buscando inculpablemente, con buena voluntad, pero con limitaciones, una luz. Se refiere a esos cristianos carnales, falsos profetas que tienen intención deliberada de perder a otros, de atacar las verdades de la Iglesia para hacer sospechosa la verdad, de gloriar su inteligencia humana, demasiado humana, a costa de la negación de la doctrina luminosa.

Y es que hay teólogos que niegan la maldad en el corazón humana, pretenden que nadie es malo, que no existen personas malas que pretenden perder a otros.

Actualmente hay muchos lobos disfrazados de ovejas disgregados por el rebaño, apartado a los fieles de la Iglesia, paralizando las misiones, vaciando los seminarios de jóvenes con vocación, que escucharon hablar de un cristianismo humanista pelagiano sin atractivo, y que los hundió en el hastío... Falsos profetas de un cristianismo sin Cristo, contra los que alza su voz San Martín I.

Estamos en guerra, no lo olvidemos, contra el poder de las tinieblas, contra el mundo, el diablo y la carne. Y en esa guerra no estamos solos. El ejército innumerables de los santos que nos han precedido nos acompaña en el combate.

"A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final" (Gaudium et Spes, 37b)

¡LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI!

martes, 21 de diciembre de 2010

Lenguaje equívoco, doctrina equívoca II

Vamos a continuación con la primera lista de expresiones equívocas que suscitan, como efecto y consecuencia lógica, una doctrina equívoca.

Dios sólo te pide un ratito de oración al día.
Se nos dice a menudo a los laicos en la Misa. El sacerdote no quiere Eliminar formato de la selecciónagobiarnos con el peso de la oración. De ahí lo del ratito... Y yo me pregunto: ¿podemos ser nosotros, los laicos, santos, con sólo un ratito de oración?
Más bien es lo contrario: Orad sin cesar (1 Tesalonicenses 5, 17)

Dios no quiere que renuncies a tus cosas.
Crees que Dios no quiere que pierdas las cosas que son importantes para ti, sino que te quedes con lo tuyo, que lo conserves, porque es importante para ti. Y que dejes un huequecito para Él en tu vida: y te dicen :hazle un hueco a Dios en tu vida.
Sin embargo, mira lo que dice Cristo: Quien encuentre su vida la perderá; pero quien pierda por mí su vida, la encontrará (Mateo 10, 39)

Dios cree en el hombre.
Pero, ¿no es el hombre el que debe creer en Dios? Mira lo que dice Jesús del hombre: ¿Cómo podéis decir cosas buenas, siendo malos? Mateo 12, 34.

Entre todos lo conseguiremos.
Crees que es problema de unidad y de arrimar el hombro: "cada uno va a lo suyo". Porque opinas que el bien procede de lo humano. Qué daño hace el pelagianismo.
Sin embargo, muchos, uno, o multitudes, no curan la indigencia original del ser humano.
Mira lo que dice Jesús (Juan 15, 5) Sin mí, no podéis hacer nada

En la vida cristiana, lo importante son los hechos, no las palabras.
Te parece que a las palabras se las lleva el viento. Sin embargo te digo que las palabras son la vida de los hechos. Sí, su vida, su sentido, su alimento. Mira lo que dice Jesús de sus palabras:
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Mateo 24, 35) Las que se lleva el viento son las nuestras, ¡pero no las de Jesús!

Busca un momento para estar solo, y descubrirte a ti mismo.
Solo contigo mismo, para descubrirte. Pero, ¿aún no sabes como eres? Eres malo (Mateo 12, 34) Busca un momento de soledad más bien para estar con Cristo, y descubrir a Cristo, y que Él te haga bueno, porque sólo Él es bueno.

La belleza está en tu interior.
Mejor no mencionemos lo que está en nuestro interior. La belleza está en Cristo. Y si Cristo está dentro de ti, por la Gracia, entonces la belleza está en tu interior.... pero si estás en pecado mortal, ¿qué belleza podrás encontrar ahí? Ve a la Santa Penitencia, a la Santa Eucaristía, para que tengas la belleza en tu interior, para que tu interior sea bello.

Dios pone su parte. Ahora falta que tú pongas la tuya.
¿Entonces hay algo que el ser humano pone de sí, propio y específico? No, no hay una parte tuya que hayas de poner. Pues lo tuyo también proviene de Dios, y si es tuyo es porque Él te lo ha dado, y te da asimismo el poder ponerlo voluntariamente. Esto nos enseña la doctrina católica de siempre, perfecta e inmutable. Lo que tú has de poner libremente es...parte de Dios también.

Hay cosas que provienen de mi libertad y no de Dios.
Hay cosas que no proceden de la Gracia sobrenatural, pero eso no significa que provengan de tu libre albedrío como de su fuente. Has de saber que aun aquellos bienes naturales que realices, como regar una planta que se está secando, provienen de Dios, que es causa universal de todo bien (por su concurso divino y providente). Y ni aun regarla podrías si Dios no te lo da. Así lo enseña el Sínodo de Orange: Can. 20: «Que el hombre no puede nada bueno sin Dios. Muchos bienes hace Dios en el hombre, que no hace el hombre; ningún bien, en cambio, hace el hombre que no otorgue Dios que lo haga el hombre».

Descubre la verdad en ti mismo mediante la meditación y las técnicas de autoayuda. Sin embargo no te es posible autoliberarte por mucho que te contemples. Porque el Magisterio de la Iglesia, en el mismo Sínodo lo enseña bien claro:

Can. 22: «De lo que es propio de los hombres. Nadie tiene de suyo sino mentira y pecado. Y si alguno tiene alguna verdad y justicia, viene de aquella fuente» divina.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Lenguaje equívoco, doctrina equívoca I

La confusión invade a muchos cristianos.

Es obvio. Porque su doctrina es equívoca (arrianismo, pelagianismo, semipelagianismo...), y aún seguirá siendo equívoca hasta que no clarifiquen el lenguaje de su fe según el Magisterio de la Iglesia.

Si contemplamos nuestra vida cristiana desde la fe de niños que quiere nuestro Señor, descubriremos sorprendidos que nuestro lenguaje no es de niños, sino de adultos que se creen muy importantes.

Equívoco 1:
Hacer muchas y grandes cosas.
¡Qué importante soy en la Iglesia y qué grandes cosas estoy consiguiendo!

Hay quien enseña a cifrar la vida cristiana en clave de eficacia; hacer maravillas por Dios: grandes obras sociales y benéficas, convivencias exitosas y fraternales, provechosas jornadas de reflexión, creativas propuestas de evangelización, cursos bíblicos abarrotados de gente, convocatorias multitudinarias, una larga lista de obras solidarias y fundaciones de ongs...

Pero no, es Dios quien hace maravillas en nosotros, como reza el magníficat. Es Dios quien hace grandes cosas en nosotros y por nosotros, quien nos santifica con su Gracia, nos impulsa a hacer obras buenas, da vida sobrenatural a nuestra carne y nos libera del demonio y del pecado. Sólo tenemos que decirle sí y dejarnos hacer, y ser absolutamente fieles a los dictados de su Gracia.

Mira de qué forma preciosa lo explica San Josemaría en Surco, 285:

Aunque eres tan poca cosa, Dios se ha servido de ti, y continúa sirviéndose, para trabajos fecundos por su gloria.
—No te engrías. Piensa: ¿qué diría de sí mismo el instrumento de acero o de hierro, que el artista utiliza para montar joyas de oro y de piedras finas?

Clarificación 1: Dios nos dá el querer y el obrar lo que Él quiera.

Equívoco 2:
Ser generoso con Dios
.
Qué bien me estoy portando con el Señor, qué de cosas le doy: mi tiempo, mi dinero, mi...mi...

¿Pero...desde cuando somos nosotros los generosos, y no el Señor con nosotros? La vocación religiosa, los sacrificios, la caridad, la oración, la santidad.. todo esto ¿es algo que el hombre da a Dios, o que Dios nos concede con su Gracia y nosotros aceptamos, recibimos con docilidad? La castidad, por ejemplo."Sé generoso con Dios y sé casto". No, no es así! No es una muestra de nuestra generosidad con Dios. No. Si somos castos, es por la generosidad del Señor, que nos da gracias para ser castos.

Es Dios el generoso, el que da el querer y el obrar, Quien nos envía a la misión, quien nos convoca con su Gracia al sacerdocio, a la oración, a la santidad. El generoso es Dios, no el hombre. Y si el hombre responde con su fiat, es igualmente movido por la Gracia. Dios reconoce, por misericordia, un mérito en el hombre, pero por misericordia, y en base a los méritos de Cristo. Por tanto, el que da es Dios. El hombre recibe. El hombre lo hace con lo que Dios le da.

Esta verdad de fe la explica magníficamente el P. Iraburu:

La vocación –y toda obra cristiana– es un don de Dios, que el hombre recibe. Si hablamos el castellano usual, es generoso el donante, no el que recibe. Si un hombre dona una gran herencia a una familia numerosa que está en la ruina, el generoso es el donante, no la familia que recibe tan precioso donativo. Y esto es lo que sucede en toda vocación y acción cristiana. El generoso es Dios, que estando nosotros muertos por nuestros delitos y pecados, esclavizados por el mundo y por la carne, cautivos del demonio, «nos dió vida por Cristo: de gracia habéis sido salvados» (Ef 2,1-10: leerlo entero). El generoso es Dios. Si, por ejemplo, a uno le falta sabiduría, «que la pida a Dios y la recibirá, porque Él la da a todos generosamente, y sin reproches» (Sant 1,5).

Clarificación 2: El Señor es generoso con nosotros y nos colma de gracias. Seamos dóciles a ellas.

Equívoco 3:
Nuestra esperanza está... y esta es la solución.
Somos la esperanza de la Iglesia, de mi parroquia, de mi asociación...la solución está aquí.

Pero nuestra esperanza cristiana reside ...¿en qué? Se dice que la esperanza de la sociedad está en la familia, en los jóvenes, en un sínodo, en un plan pastoral, en un evento multitudinario, en la obtención de recursos y un cambio de mentalidad, en la catequesis de adultos, en los políticos católicos.... no, no y no, la solución está en Cristo, y nada más:

1 Timoteo.1:1 Pablo, apóstol de Jesucristo por mandato de Dios nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo nuestra esperanza

La esperanza de la sociedad, de la familia, de los jóvenes, de los sínodos, de los planes pastorales, etc., está en Cristo, y en nada ni nadie más.

Te aseguro que todo hemos de esperarlo de Él.

Clarificación 3: .El Señor es nuestra única esperanza. Amémosle de forma que le pertenezcamos totalmente y sea nuestro único pensamiento, en que lo esperaremos todo.

Equívoco 4:
Dale a Dios lo que Dios te pide.

Dios te pide que.... que... que...

¿Cómo es que Dios pide? ¿Quien pide no es el ser humano, que lo necesita todo de Dios? Más bien hay que decir: pídele a Dios lo que Él quiere darte. Dios te infunde esto, te empuja a hacer aquello, te alienta, te da...lo que pidas tú, si te conviene.

Qué bien explica esta verdad de nuestra doctrina el Padre Iraburu en Caminos Laicales de Perfección:

"¿Pedirles Dios? ¡Pero si lo que precisamente quiere Dios es darles, darles con una abundancia que ni siquiera imaginan!..."

La devaluación terrible de la oración impetratoria que sufre hoy la Iglesia se debe a esto: a que se cree, pelagianamente, que es Dios el que pide y el hombre le da a Dios, y que lo que el hombre da es lo que le salva. Nosotros sin embargo decimos: Que el hombre pida sin cesar, para que Dios dé. Pidamos a Dios, en todo tiempo y a toda hora.

Clarificación 4: Lo que el Señor nos da, y no lo que damos nosotros de nosotros, es lo que nos salva y santifica. Pidamos sin cesar a Dios su Gracia. La oración impetratoria es la clave de nuestra santificación.

Mira, somos niños, seamos niños. Pidamos a Dios, Él es generoso con nosotros, Él hace maravillas en sus hijos, todo lo nuestro, créeme, no es nada comparado con la acción de su Gracia.

«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y todo el que busca, encuentra; y al que llama se le abrirá. O ¿quién hay entre vosotros, al que si su hijo pide un pan le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una culebra? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los Cielos dará cosas buenas a quienes le pidan?». (Mateo 7, 7-12)

sábado, 18 de diciembre de 2010

La Gracia y la libertad en sinergia

Yo andaba siempre buscando qué hacer para atraer a la gente a la Iglesia, qué programar, qué evento organizar, qué decir, qué cosas organizar...

Lo decisivo, sin embargo, es la Gracia, no los eventos, ni los programas de pastoral.
No buscaba en la Fuente, sino en cisternas agrietadas que quería hallar...en mí mismo: en mi creatividad, en mi inteligencia, en mi capacidad organizativa...

En primer lugar, debemos meter dentro de nuestra mente esta idea:

«Misterio verdaderamente tremendo, y que jamás se meditará
bastante, el que la salvación de muchos dependa de las oraciones
y voluntarias mortificaciones de los miembros del Cuerpo
místico de Jesucristo, dirigidas a este objeto, y de la cooperación
que Pastores y fieles –singularmente los padres y madres de familia–
han de ofrecer a nuestro divino Salvador» (Mystici Corporis
1943,19).

La salvación, el apostolado y la santificación de un cristiano debe confiarse totalmente a la Gracia de Dios. La salvación no procede de la Gracia de Dios MÁS la libertad humana. No. La salvación procede TODA de la Gracia de Dios, porque ésta no es una fuerza exterior que salva por imputación,

sino una cualidad sobrenatural inherente que transforma y activa íntimamente la libertad humana.

El mejor apostolado y la mejor forma de atraer a la gente a la Iglesia es la Gracia:

Gracia y libertad en sinergia divina. No Gracia contra libertad, ni Gracia más libertad, sino Gracia y libertad en sinergia sobrenatural.

La Gracia divina genera la acción libre. No es Gracia más acción libre. No. Sino que la acción sobrenatural es libre por la Gracia. Cuanta más gracia, más libertad.

No es en gracia, pero libre. Sino sobrenaturalmente libre por la Gracia

Por el fiat, por el hágase en mí según tu Palabra, somos más libres que nunca.

El esclavo del Señor es el libre más libre del mundo. Las obras que proceden de la Gracia son las decisivas, porque lo decisivo es la Gracia. No las obras que proceden del yo, de lo que quiero, de lo que opino es mejor. Y aunque lo haga por Cristo, si no es lo que Cristo quiere, y no procede de la Gracia de Cristo, no sirve para nada.

En esto consiste el error semipelagiano tan extendido entre los activistas cristianos. Hay que hacer esto, seguir este Plan,organizar grandes eventos, elaborar programas de pastoral y disponer de recursos humanos y materiales.... no, no.

Lo que salva no son los las cosas, sino la Gracia que actúa a través de las cosas que Cristo nos empuja a hacer a través de nuestro fiat y que hacemos con Amor sobrenatural.

Lo que salva es la Gracia divina, y es la Gracia divina la que transforma. Cuanto actúa la Gracia, se pueden hacer maravillas con unos pocos recursos, con unos cuantos peces y unos cuantos panes.

La santificación es un maravilla que hace el Señor con el ser humano. Para ser santo no tengo que hacer esto y aquello y lo otro que yo quiero hacer por Cristo. No es lo que yo quiero hacer por Cristo, sino lo que Cristo quiere que haga. No lo que creo que me pide que haga, como si lo que yo le diera fuera lo decisivo, y no lo que Él me da y yo acepto. No, sino lo que me empuja a hacer y yo acepto hacer.

Para ser santo tengo que hacer lo que Dios quiere. Nunca lo que yo quiero. Siempre y sólo lo que Dios quiere.

No son las cosas que hacemos, sino la Gracia latente en las cosas que hacemos, lo que salva y santifica y transforma. Cuanta más caridad, más Gracia. Cuanta más Gracia, más valor salvífico, más valor apostólico.

Puede ser que Dios, por su Gracia, me conduzca a realizar libremente trabajos innumerables y heroicos. Puede ser que Dios, por su Gracia, quiera que me dedique a pequeñas cositas a los ojos del mundo, como barrer un convento, atender a niños pequeños, o hacer mesas y sillas en una pequeña carpintería de un pequeño pueblo perdido en el mundo.

¿Por qué? Porque la santificación procede de la acción de la Gracia en sinergia con la libertad humana movida por ella, no del hombre ni del mundo. No es el mundo ni las obras del mundo lo que nos santifica, sino la Gracia de Cristo.

Nuestro fiat nos convierte en arcilla, y Cristo se hace nuestro alfarero.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Sobre la "fe adulta" y una Defensa de la fe de los niños

Señor mío y Dios mío, te amo desde mi pequeñez. ¿Cómo podría amarte desde mi grandeza?

Tú me enseñas en Mateo 18:

1. En aquel tiempo, los discípulos se llegaron a Jesús y le preguntaron: "En conclusión, ¿quién es el mayor en el reino de los cielos?".

2. Entonces, Él llamó a sí a un niño, lo puso en medio de ellos,

3. y dijo: "En verdad, os digo, si no volviereis a ser como los niños, no entraréis en el reino de los cielos.

4. Quien se hiciere pequeño como este niñito, ese es el mayor en el reino de los cielos.

Pues si me considerara adulto en el crecimiento de tu Gracia, podrías mirarme fijamente a los ojos y decirme: qué poca cosa eres, y ya te crees adulto en mi Palabra.

A una soberbia sin límite me suena esa respuesta a Ti de la llamada "fe adulta": una respuesta huérfana. Así no responde un buen hijo.

Los que creen ser mayores en el Reino de los Cielos dicen con voz de persona mayor:

esto me gusta, esto no, esto es inmaduro, esto es pasado, esto es propio de niños y pequeñuelos... Nosotros somos adultos... para nosotros, esto que dice la Iglesia no vale...pues somos adultos...No necesitamos una Madre. Somos ya mayorcitos.

Que mis palabras te resulten gratas, Señor (Salmo 103, 35) A Ti, que miras la tierra y la haces temblar (Salmo 103, 32) No sea yo quien corrige a Aquel que hace temblar la tierra con su mirada.

Si me creo adulto, si cambiando la fe de niños me creo adulto y autosuficiente frente al Dios que mira la tierra y la hace temblar, ¿que respuesta podré darle al Dios que me habla?

Una respuesta de adulto: esto sí , esto no, esto lo cambio, aquí no dices esto, Señor, aquí hablas a los niños, y yo soy un hombre hecho y derecho...a mí háblame de otra manera, Señor... puedo comer de este árbol, no soy un niño para que me digas lo que debo o no debo hacer.

Pero yo no quiero hablarte así, Señor.

Tú quieres una respuesta de niño, de hijo.

Mira a los sabios de este mundo. Si les privas de aliento, mueren (Salmo 103, 29). Esos que si les privas de aliento, es decir, de tu Palabra de Vida, de Cristo mismo, mueren, son los que pretenden corregir tu Palabra y hacerla palabra de mayores.

¿Pueden ellos mirar la tierra y hacerla temblar?

Señor mío y Dios mío, ayúdame con tu Gracia a hacerme niño, contra lo que quiere mi carne de adulto. Mi espíritu quiere hacerme de niño según el hombre interior, pero mi carne me dice: eres adulto según la carne exterior.

Como niño, pues, estoy a tus pies, mi aliento te pido.

No me prives de tu aliento, te lo debo todo. No me prives de tu Palabra. Mi aliento es tu Palabra. No me retires tu Palabra o morirá el hombre interior que quiere crecer en mí, y todavía es niño que necesita Madre.

No quiero mi palabra, no quiero releerla y elaborar una palabra mía. Quiero aprender a leer tu Palabra como los niños aprenden a leer en la escuela del Espíritu.

Si me privas de tu Palabra moriré, pues soy pequeño y por mí mismo nada puedo.

Si fuera adulto respecto a tu Palabra, tu palabra no me haría crecer. Tu Palabra no me enseñaría a hablar como Tú quieres que hable.

Quiero ser niño y aprender a hablar con la Palabra que sale de tu boca, de la que vivo como de Pan (Mateo 4, 4)

Pues tu Palabra es Cristo y de Él vivo. Y yo no invento a Cristo, sino Cristo me hacer nacer de nuevo en este cuerpo adulto, me hace tu hijo por su Gracia.

Quiero, con tu Gracia, hacerme niño para aprender a hablarla como me enseña mi Madre. Quiero asombrarme contigo, Señor, verte caminar sobrse las aguas, mover los montes de un lado a otro, multiplicar los panes y los peces y alimentar a una multitud, resucitar a tu amigo muerto en el sepulcro y resucitar Tú mismo de entre los muertos.

Quiero ir a la Escuela del Espíritu y dejarme guiar por mi Madre, que es tu Cuerpo.

Para que toda palabra mía te agrade y permanezca para siempre en tu Palabra.

sábado, 4 de diciembre de 2010

De padecer por Cristo en paz glorificante y perfecta

Padecer por Cristo es necesario. La Gracia no se nos da sólo para creer en Él y luego holgarnos como si no creyéramos, según el hombre carnal.
Porque la Gracia no se nos concede sólo para creer en Cristo. Y es que creemos en Cristo crucificado, que nos llama desde el madero a padecer en su Nombre.

Nos lo enseña el Espíritu en Filipenses 1:

29 Porque a vosotros os ha sido concedida la Gracia por Cristo no sólo para que creáis en Él, sino también para que padezcáis por Él

¿De dónde procede esta obligación de padecer?

Procede de Dios mismo, es Gracia. Es un obrar en Cristo Crucificado. No una acción o conjunto de acciones procedentes de nuestra naturaleza, menos aún de nuestra carne. Es un obrar sobrenatural desde la cruz del Señor, cuyo padecer compartimos por la Gracia, pues la Gracia no se nos da sólo para creer.

El mismo Espíritu, en la misma carta, nos dice a continuación: No os preocupéis por nada (Filipenses 4, 6)

¿Cómo es que nos dice que debemos padecer, y más adelante que no nos preocupemos? ¿Qué tipo de sufrimiento debemos padecer, que no debe preocuparnos?

No debemos preocuparnos no porque no vayamos a padecer, sino porque padecemos por Cristo. Cristo padece en nosotros, nosotros en Él. No ponemos el corazón en el padecer, como en el sufrimiento carnal. Si pusiéramos el corazón en el padecer, habría motivos sobrados para preocuparnos.

Ponemos el corazón en Cristo y allí Dios nos lo custodia con su paz, con esa paz que excluye toda preocupación:

la paz de Dios que supera todo entendimiento custodiará vuestros corazones (Filipenses 4, 7),

Es el sufrir, desde la paz divina que nos protege de toda preocupación, de una corporeidad que en el Señor será transformada en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas (Filipenses 3, 21)

Cristo somete el padecimiento a su dominio. Lo traspasa, lo transforma en sufrimiento glorioso. Para eso se nos da la Gracia, para glorificar a Cristo en nuestra carne a través de nuestro padecimiento en Él.
No quieras sino cruz a secas, enseña San Juan de la Cruz. A secas quiere decir desnuda de todo lo tuyo, de todo lo nuestro, despojada de carnalidad. A secas quiere decir con toda la parte de Cristo, y nada de nuestra parte. Con toda la Gracia y sin nada de nuestra carnalidad.

Para esto se nos da la Gracia no sólo para que creamos en Él. Sino para que suframos en Él y demos gloria con nuestro padecer, con un padecer que no preocupa, sino que es dador de paz.

¿Cómo podríamos pacificar nuestra corporeidad atribulada sin Cristo, que es la fuerza y el poder de Dios? Pues donde vive la paz de Dios, que es la Gracia santificante, no hay tribulación. Para esto se nos da la Gracia: para vivir en paz glorificante por la Gracia. ¿Cómo podríamos sin su cruz a secas, sin nada de nuestra carnalidad, desnuda de nosotros y toda del crucificado?

Todo lo podemos en Aquel que nos conforta (Filipenses 4, 13)

Por tanto, creamos firmemente que la Gracia no se nos ha dado sólo para creer, sino para padecer en paz perfecta y glorificar el cuerpo que realiza la obra del padecer.