domingo, 8 de agosto de 2010

Plegaria del pobre de espíritu


El salmo 101 (Vg.) comienza anunciando qué somos cuando, conscientes de nuestra poquedad, dirigimos humildemente nuestra mirada a Dios : Oración del pobre cuando se hallare angustiado y derramare su súplica ante el Señor (Salmo 101, 1)

Es decir, somos pobres, y estamos enfermos.

Cuando nuestro corazón busca al Dios vivo somos el pobre que derrama su plegaria a los pies de Cristo. Nos reconocemos enfermos, y necesitamos el Pan de Salud Eterna.

San Jerónimo nos recuerda, en su comentario de este salmo, que el Señor nos escucha y nos dice: Bienaventurados los pobres de espíritu (Mateo 5, 3)

Somos pobres cuando aceptamos que nos falta todo cuando no tenemos a Cristo. Quien no siente que le falta todo, es decir, Cristo, es rico. Porque cree que todo lo tiene.

El pobre recuerda sus pecados pasados, su riqueza pasada. Recuerda que creía tenerlo todo y no tenía a Cristo. Y siente angustia y clama al Señor y le suplica con toda su alma: No apartes de mí tu rostro (Salmo 101, 3).

Seamos pobres. Digámosle a Cristo: Señor, no tengo nada. No apartes de mí tu rostro, quiero tener tu mirada, tu mirada es mi salvación, que Tú me mires es mi esperanza y mi salud.

Tenemos hambre.

Como la ceniza en vez de pan (Salmo 101, 10). Cuando somos avaros de espíritu amasamos nuestro pan con ceniza, y enfermamos porque ese pan de tierra no alimenta. Y con llanto mezclaba mi bebida (Sal 101, 10) dice el salmista; nada nos satisface, ni el pan ni la bebida de dolor, que nunca calma la sed.

Ahora miro cuantas cosas hice y veo mi pobreza, y dirijo al Señor Jesús mi plegaria: dame de tu Comida y tu Bebida, para que me nutra de tu eternidad. Digo esto, Señor, porque considero mi pobreza sin Ti, que nada tengo si no te tengo a Ti.

Pues necesito la fuerza de Dios para permanecer en pie. Cuantas veces me levante sin tu Alimento de Vida, volveré a caer. Después de haberme levantado, volviste a abatirme (Sal 101, 11)

Sé lo que quiere el Señor: mantenerme en pie no con mis fuerzas, sino con la Suya. Porque no tengo nada que llevarme a la boca que me de auténtica fuerza, y soy pobre. Y es así, desde esta pobreza, como puedo clamar: aliméntame, Señor mío y Dios mío, y seré bienaventurado.

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