sábado, 25 de junio de 2011

Sólo Cristo me satisface

He llegado, por la misericordia de Dios, a un punto en que sólo me siento bien haciendo oración. Nada me atrae, todo me hastía salvo tener el pensamiento puesto en Cristo Nuestro Señor.

A veces no siento nada y no me consuela hablar con Jesús. Sin embargo un fuego muy grande me devora y aun cuando estoy seco estoy ardiendo con el amor que me da. A veces Dios Todopoderoso me concede que me sea indiferente que el Señor me consuele o no. Me dá muchas ganas de amarle y abrazarme a Él, y le pido que entre en mí y que me ponga a un lado, para que mi miseria quede cubierta por su gracia. Y entonces siento una dicha inexplicable y como un deseo de morir y de salir de este mundo.

Sólo quiero que me santifique a la manera que Él quiera, con dolor, gozo, sequedad o consuelo. Sólo quiero lo que Él quiera. A veces me asaltan miedos y temores y malos apegos y comprendo que el Señor ha de trabajar aún mucho en mí.

Me levanto con deseos de orar y me acuesto con deseos de orar. Todo lo hago en su Nombre. Cuando peco me manda el Señor un dolor tan grande que se me quitan las ganas de volver a pecar en toda mi vida.

Pero como vuelvo a pecar y a ofenderle, porque soy un miserable, vivo en un gozoso humillarme.

He dejado de confiar en mí mismo, y no espero de mí sino maldad e iniquidades. Toda mi confianza la tengo puesta en la gracia del Señor (1 Pe 3, 15).

No tengo ningún deseo de distraerme con algo del mundo, aunque sea lícito y bueno. El Señor me ha dado un deseo avasallante de pensar en Él.
Sufro mucho por el mundo. Veo a la gente prisionera de sus sugestiones, de sus quehaceres, de sus gustos y deseos y de sus imaginaciones. De la esclavitud del mundo me ha liberado la gracia de Cristo, pues

donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2 Cor 3, 17)

Cuanto más terrenal, más esclavo de mi propia voluntad. Cuanto más celestial, más libre con la voluntad de Cristo.
Realmente este deseo de ser libre a imagen del Hombre celestial (1 Cor 15, 47) que es Cristo, no procede de mí. Ni aunque pudiera elegirlo procedería de mí.

Comprendo que las buenas obras que hago, es el Señor Quien me las dá hacer. Y que las obras malas que hago es mi propia voluntad su agente y su motor. De forma que lo malo de mi vida es absolutamente mío y lo bueno de mi existencia absolutamente del Señor.


Conforme a la enseñanza de su Palabra:

"Dios es Quien obra en vosotros el querer y el obrar" (Fil 2, 12-13)

Tengo una confianza plena, una completa seguridad en que Cristo quiere santificarme y lo hará si yo le dejo hacerlo y no le pongo las trabas de mi propia voluntad, inclinada radicalmente al pecado.
Conforme a lo que está en la Escritura:

4 Es Cristo el que nos da esta seguridad delante de Dios, 5 no porque podamos atribuirnos algo que venga de nosotros mismos, ya que toda nuestra capacidad viene de Dios.

Señor, no me abandones en mi iniquidad, antes bien complácete en mí por tu misericordia y hazme un hombre nuevo.


LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

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