martes, 28 de junio de 2011

La conversión o la muerte

Párate un momento y escucha.

La Imitación de Cristo te dice algo impresionante:

"si no te conviertes a Dios, serás un desdichado dondequiera que estés y a cualquier parte que vayas" (Kempis, 22, 1)

Si no te haces violencia seguirás en tu movimiento de inercia, de hastío en hastío y de insatisfacción en insatisfacción. No dejarás de moverte buscando aquí y allá sin encontrar nada que te sacie realmente.

Detente ante la cruz de Cristo y deja que la Gracia te clave a ella. Esa cruz te da la Vida a través de la Iglesia.

No pongas tu esperanza en cosa alguna de esta tierra, y mucho menos en ti mismo.

La Escritura te dice dónde debes ponerla:

"Poned toda vuestra esperanza en la gracia de la revelación de Jesucristo" (1 Pedro 1, 13)

Por tanto, si toda nuestra esperanza ha de estar en la Vida de Cristo en nosotros, no dudes postrarte ante el Señor, con humildad, sintiendo que no eres nada y que de nada en nada vas e irás hasta que no te conviertas a su Palabra, a su Revelación en Cristo.

Porque Cristo nos trae la verdad, con su alegría perfecta, y la fuerza sobrenatural para vivirla y practicarla ( Juan 1, 17)

Así pues, ten por seguro lo que te dice el Kempis:

"si no te conviertes a Dios, serás un desdichado dondequiera que estés y a cualquier parte que vayas"

Esta conversión no te vendrá porque alcances por ti mismo una opinión favorable. Es un don, que pidieron tus padres a la Iglesia cuando te bautizaste. Por el que Dios Todopoderoso ha inserto en ti la fe teologal, por la que respondes sí al Señor y te conviertes libremente a su Palabra, movido por la gracia divina.

Pero has de ser humilde. No creerte capaz, por ti mismo, de alcanzar la gracia que ha de conceder el Señor por su misericordia, para purificarte y hacerte nacer de nuevo en cada confesión. Pues ya eres ciudadano del Reino celestial, por el Bautismo. Ahora puedes nacer de nuevo, trabajosamente, por el Sacramento del Perdón.

Confesar tus pecados al sacerdote es un primer paso en la perfecta alegría de la cruz. Naces trabajosamente. De forma que una luz nueva aparece ante ti. La luz de la Gracia, que te reconcilia con Dios, de forma que te conviertes a su misericordia, y dejas que te santifique iluminando tu vida y sobrenaturalizándola.

Pasas de ir sin rumbo a caminar derecho.

Puedes convertirte y por la cruz ser santo, y alcanzar la visión de Dios en la gloria, que es tu patria. Pero si no ambicionas la santidad, renunciarás la cruz y perderás la fe.

Pues no te quepa duda que convertirte y crucificarte con Cristo es lo mismo, en orden a tu alegría perfecta, a tu paz interior, a tu equilibrio, a tu salud. No hay conversión sino por la cruz de Cristo, y no hay cruz sino para la santidad, que es Vida inagotable y camino perfecto en Comunión de los Santos.

Has de ser humilde y postrarte ante Aquel del que recibes hasta el latido de tu corazón.

Por ti mismo no puedes. Te lo dice Jesús: "Nadie puede venir a Mí si el Padre que me ha enviado no le atrae" (Juan 6, 44).

Puedes por la Gracia, que te hizo imagen del Hombre Celestial, que es Cristo (1 Corintios 15, 47).

"Hechura Suya somos, creados en Cristo Jesús" (Efesios 2, 10).

Tu conversión es posible porque eres hechura del Hijo del Hombre por el Bautismo. Tus padres se lo pidieron a la Iglesia, y el Cuerpo de Cristo irradió en tu ser la gracia del Todopoderoso y te separó del mundo para hacerte sacerdote común y víctima. Tu bautismo te hizo miembro del Pueblo Santo de Dios, que es peregrino y forastero en esta tierra.

"Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús" (Filipenses 2, 5)

Si pides al Señor te dé asumir la condición humilde de Cristo serás humilde a la manera de Cristo, por la oración constante y confiada.

Y Cristo, que es humilde por su obediencia de cruz, te hará humilde en su propia cruz, que es la tuya de cada día.

Y notarás, crucificado con Él, el gozo del espíritu, la mansedumbre del Cordero, la claridad del Río de la Vida.

Pídele al Señor te conceda hablar como el apóstol:

"Estoy crucificado con Cristo" (Gálatas 2, 19)

Voy a decirte algo que tal vez no entenderás.

Si no te crucificas con Cristo serás un desdichado. Irás de derrota en derrota, de vacío en vacío, y no has de pararte nunca buscando felicidad donde nunca has de encontrarla.

Porque la encrucijada reside en aceptar el Plan luminoso y perfecto de Dios para tu vida, en que has dar en plenitud y perfección, o caer sin rumbo y no dejar de fracasar.

"¡La santidad o la muerte!"

Es el lema en que el beato Marcelo Spínola resume todo cuanto estoy intentando decirte.

Por esto no te predico la felicidad o la tranquilidad de los bienes efímeros de la tierra. Te predico a "Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles y sabiduría de Dios para los llamados" (1 Corintios 1, 23-24)

Porque en Cristo crucificado no vivirás tú, sino Cristo en ti. Para que se cumplan las Escrituras y alcances el Plan amoroso de Dios, que quiere colmarte de infinitos dones:

"Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí." (Gálatas 2, 19-20)

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