lunes, 24 de octubre de 2011

HOMILIA DE D. RAFAEL ZORNOZA EN CEUTA

23 de octubre 2011

Queridos hermanos

“La caridad y sólo la caridad salvará al mundo”, decía el Beato D. Orione. Y añadía J. Maritain: “si, hace falta un diluvio de caridad”. Esta es precisamente la gran revelación que escuchamos este domingo de boca del mismo Señor en este día en que inicio aquí mi ministerio episcopal entre vosotros.

Os SALUDO a todos los aquí presentes
- Al Sr. Vicario General, Cabildo de la catedral, sacerdotes presentes
- A los Religiosos y religiosas, consagrados,
- A las autoridades civiles, Excmo. Sr. Presidente Alcalde de Ceuta, autoridades militares…
- Etc

El ministerio del obispo
He sido enviado a vosotros representando a Cristo, el Buen Pastor, para enseñar la fe, santificar y guiar al pueblo santo de Dios. Cristo resucitado, que vive para siempre y está presente en su Iglesia por la acción del Espíritu Santo, constituye al obispo para hacerse presente como Padre y Pastor. Me presento a vosotros confiado en el Señor para un oficio que ha sido llamado “oficio de amor” (San Agustin).

Mi agradecimiento al Santo Padre, Benedicto XVI, por su confianza, a quien expreso aquí mi obediencia y afecto, pues el preside en la caridad a todas las iglesias.
Os abrazo a todos. Quiero hacer mías vuestras preocupaciones y problemas, vuestras satisfacciones y gozos, vuestras esperanzas y luchas.

Dice Santo Tomás de Aquino que “nadie es pastor digno más que si llega a hacerse uno con Cristo por la caridad”. Ruego, por esto, vuestra oración. Yo le pido al Señor ser humilde y cercano para transparentarle a El, único obispo y pastor de nuestras almas, a quien se dirigen los pasos de nuestra peregrinación en esta vida. Pedidle que sea fiel a su Iglesia, que no es nuestra sino suya, no para atar a los hombres, ni buscar poder o prestigio personal sino para conduciros hacia el Dios vivo, para transmitir la fe, que nos ha sido entregada no sólo para nosotros, sino para los demás, para este mundo y nuestro tiempo. Orad para que me conceda la prudencia humilde y vigilante para buscar la verdad con y lucidez y mirar al mundo y a los hombres con libertad de espíritu y sin prejuicios. Que sepa transmitir la bondad de Dios que nos llega por una relación viva con Jesucristo, dialogando con El, asociándonos a El en sus sacramentos, y en su liturgia, hasta ser verdaderos discípulos.

Fidelidad a la vida y misión de la Iglesia

Puedo decir con San Pablo (cf 1Tes 1,5ss) que conozco vuestra fe que “ha resonado en todas partes”, que servís al Dios vivo y verdadero aguardando la venida de su Hijo Jesús
desde el cielo. Habéis seguido también el ejemplo del Señor acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así “llegasteis a ser un modelo entre los creyentes”. Esto es, que queréis ser fieles viviendo la vida cristiana con esfuerzo y la predicáis el evangelio, y celebráis con gozos la vida de Dios en los sacramentos, en la liturgia, que os llena su caridad.

El evangelio de hoy nos relata la pregunta de aquellos interesados en hacer la voluntad de Dios. Es, ciertamente, la pregunta constante de quienes nos interesamos por Dios. Continuamente nos preguntamos ¿qué quiere Dios, cual es su voluntad? ¿qué quiere de mi? Jesus responde: “Amarás al Señor con toda tu alma y todo tu ser”, y, con la misma fuerza, “amarás al prójimo como a ti mismo”. Quiere decir con ello que Dios me ama y que es el amor de Dios lo que explica nuestra vida, toda nuestra existencia. Está mostrando lo esencial de nuestra vida está en el diálogo de amor que establece Dios con el hombre, al que creó por amor y para amar, a su imagen y semejanza, y que toda la existencia, la esencial relación con Dios y la relación entre nosotros se desarrolla en este campo, y es en el donde se realiza la vida, o, de lo contrario, queda frustrada.

La predicación y vida de la Iglesia entera responde, por tanto, a los deseos más íntimos del corazón del hombre, a su verdad más plena, y nunca nos deja indiferente, siempre “conecta” con nosotros. En Cristo Jesús, Nuestro Señor, vemos realizada la respuesta mejor, porque toda su vida está movida por el amor al Padre y por su amor a los hombres, hasta el extremo de entregarla por completo, hasta morir por nosotros por amor.

Verdaderamente podemos comprender ---conociéndole, escuchándole, y siguiéndole---, que nuestra perfección moral va unida a esta aspiración y a su ejemplo, algo que, por otra parte, es ciertamente imposible de conseguir por nuestras propias fuerzas, si somos conscientes de nuestro pecado y confusión, pero que se hace posible si somos sostenidos por El con su gracia salvadora, con esa fuerza divina que gratuitamente concede a quienes confían el El, a quienes entran en su vida, reciben el bautismo y viven injertados en El.

“Al atardecer de la vida te examinarán sobre el amor”, dice San Juan de la Cruz. No basta, por tanto, cumplir los preceptos (y menos aún enredarse en disquisiciones bizantinas sobre ellos, como hacían aquellos fariseos). Es necesario por consiguiente que entremos en el “alma” de Cristo, en su estilo, allí donde se nos ofrece unidad a ser, donde la persona humana recupera su aspiración más alta y puede ver cumplidos sus deseos más profundos, en aquel lugar donde se ensamblan la mente y el corazón, los deseos y las obras, la mejor intención y su realización.

Un mundo necesitado del amor de Dios

Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social, a nivel político, económico, en la cultura, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción. El amor es la forma más alta y más noble de relación de los seres humanos entre sí. Por eso debe animar todos los ámbitos de la vida, debe estar presente en todas las relaciones sociales. Sólo la caridad puede cambiar completamente al hombre y, al mismo tiempo, representa el mayor mandamiento social, que espeta al otro y sus derechos, exige la justicia y promueve simultáneamente la misericordia, promueve la solidaridad.

Por todo ello, este mandato del Señor Jesús cuyo ejercicio constituye propiamente la identidad del cristiano nos presenta la gran ayuda de la Iglesia al hombre contemporáneo. La sociedad contemporánea, que advierte y vive profundamente una nueva necesidad de sentido y desea conocer del sentido de su vida, de su acción y de su muerte, puede encontrar en Dios el sentido último de su existencia. La caridad es el signo distintivo de los discípulos del Señor (cf. Jn 13, 35), y somos los cristianos quienes debemos ayudarles a hacerlo si vivimos nuestra misión, tal y como se expresa en el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes 41). Jesús nos invita a vivir fundamentados en su amor, a ser testigos de su amor en el mundo, a ordenar en el amor todas las cosas para conducir nuestras vidas a la perfección personal y social, a conducir la historia hacia el bien.

Un anuncio renovado de la Buena Noticia del evangelio

Comienzo mi pontificado celebrando esta Eucaristía, un acto de culto cristiano, cuya referencia imprescindible es la entrega de Cristo en la cruz. No puede separarse la liturgia cristiana del culto de la vida, pues una entrega supone y exige la otra.

Dios nos pide que amemos a los demás con un amor concreto y verdadero, no interesado; superar el interés, la utilización del otro, el racismo, el desprecio. Quiere que seamos capaces de compartir los dolores y los gozos de la vida cristiana (cf. 1Tes). Ahora bien, para poder para amar y servir a Dios hemos de adquirir la libertad que supone abandonar los ídolos ---como pedía Moisés a su pueblo en el Sinaí (cf Ex 22,20ss)--- .

Este es mi mayor deseo: me gustaría que viviésemos dando gloria a Cristo de modo eminente, dispuestos a vivir la civilización del amor, ---de la que el hombre contemporáneo se aleja con el laicismo, el relativismo moral, el secularismo, infectado hoy por una pandemia de egoísmo que en su origen prescinde de Dios porque piensa que sobra en su vida---. Una vez más el amor al prójimo, el bien del hombre y la sociedad se enfrenta a la idolatría. Los ídolos nos subyugan siempre. Valorar al otro como a uno mismo, respetar su vida, su persona y sus derechos sin distinción de lengua, raza o religión, supone servir al amor que nos eleva, y aceptar la locura escandalosa del amor de Dios, hacerla nuestra y contagiarla a los demás.

Esta es la nuestra misión más noble: evangelizar. Para eso, con la palanca del amor más acuciante, debemos entregarnos superando la mediocridad y ---cada uno en su vida y responsabilidad personal---, mostrar al mundo la sabia experiencia de los santos, cómplices del amor de Dios al servicio de una nueva sociedad.

Pero he aquí que se necesita un anuncio renovado de Cristo, incluso para los bautizados. Algunos viven como si Cristo no existiese, y otros incluso repiten los gestos y los signos de fe, especialmente a través de las prácticas de culto, sin que se corresponda con ellos una acogida del contenido de la fe y una adhesión a la persona de Jesús. Nuestra existencia personal no puede construirse prescindiendo del horizonte de la fe, sin incidencia en las relaciones interpersonales, sociales y civiles, o relegada al ámbito privado.

Ha de intervenir en el juicio y en los comportamientos de modo patente, puesto que, si Dios ha perdido la centralidad que le corresponde en el hombre, en consecuencia, el hombre mismo ha perdido su lugar. Es cada vez más urgente hacer entender al mundo que silenciar el deseo de Dios arraigado en lo más íntimo no puede ayudar a la verdadera autonomía del hombre.

La nueva evangelización debe sostener en nosotros el deseo de progresar hacia una pastoral que se haga cargo de los problemas que están presentes en la sociedad y por tanto, que afecten a la comunidad cristiana. Tenemos la gran oportunidad de interpretar nuestro presente y actuar en este momento histórico para hacer extraordinaria lo que es cualquier actividad ordinaria de la Iglesia.

Este debe ser nuestro compromiso de amor, un compromiso que será eficaz, teniendo a la vista vuestras experiencias pastorales que son expresión de una dinámica en constante crecimiento: las parroquias, los movimientos antiguos y los nuevos, las diversas órdenes religiosas, las asociaciones, codo a codo, sin caer en la trampa de la fragmentación o la división.

La eucaristía que celebramos nos une en el amor que es fuente de comunión para vivir como una familia, en armonía de todos los carismas y en la fuerza de la donación, para ser testigos ante el mundo de que “Dios es amor” (1Jn 4,8) y tiende su mano a todos, a los más necesitados, para que lleguen a experimentar el consuelo de la caridad y la luz de la fe.

Ofrecimiento final


Me pongo a disposición de todos vosotros. Suplico vuestra oración, vuestra ayuda y consejo para guiar a la Iglesia de Cristo como el Buen Pastor, para que sea siempre vínculo de unidad y de comunión como ejercicio de amor (servitium amoris), recuerdo y referencia del criterio del evangelio, que es la Buena Noticia de Dios.
San Daniel y sus compañeros mártires fueron testigos del amor de Dios entregando su vida. Me encomiendo a su intercesión y pido a María, la Virgen, Nuestra Señora de Africa, nuestra patrona, que ha hecho vida con su humilde docilidad a la gracia la encarnación del Hijo de Dios, que guíe mis pasos y fortalezca mi corazón para serviros con prudencia, hasta dar la vida por vosotros. AMEN

8 comentarios:

  1. ¿Te has fijado?: "Valorar al otro como a uno mismo, respetar su vida, su persona y sus derechos sin distinción de lengua, raza o religión, supone servir al amor que nos eleva, y aceptar la locura escandalosa del amor de Dios, hacerla nuestra y contagiarla a los demás".

    Creo que el Espíritu Santo está soplando con fuerza...

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  2. Sí, Longinos, es verdad, no me había fijado lo suficiente!

    El Espíritu está soplando con fuerza, sopla donde quiere, y donde quiere soplar ahora es en nuestra diócesis....desde el día de Juan Pablo II...

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  3. Ya venía soplando desde que don Antonio nos decía: algo nuevo está surgiendo...

    Pero lo de ahora, con don Rafael, es una promesa cumplida...

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  4. Destaco especialmente estas palabras de nuestro Obispo:

    ""Verdaderamente podemos comprender ---conociéndole, escuchándole, y siguiéndole---, que nuestra perfección moral va unida a esta aspiración y a su ejemplo, algo que, por otra parte, es ciertamente imposible de conseguir por nuestras propias fuerzas, si somos conscientes de nuestro pecado y confusión, pero que se hace posible si somos sostenidos por El con su gracia salvadora, con esa fuerza divina que gratuitamente concede a quienes confían el El, a quienes entran en su vida, reciben el bautismo y viven injertados en El."

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  5. Y todo en manos de Nuestra Señora de África.

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  6. Así es, todo en sus manos. Gracias por el comentario!

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  7. "conociéndole, escuchándole, y siguiéndole". "Conociéndole y escuhándole" en el trato directo por medio de la oración, la vivencia de los Sacramentos y la escucha de la Palabra" y, así, dejándonos transsformar para que Él nos haga capaces de "seguirle" para ser testigos de la Presencia amorosa de Dios en el mundo. Que la Virgen María "guíe (sus) mis pasos y fortalezca (su) mi corazón para serviros con prudencia, hasta dar la vida por vosotros", "fiel a su Iglesia, que no es nuestra sino suya". Alabado sea Jesucristo.

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  8. Es verdad, como bien dices, "conociéndole, escuchándole y siguiéndole". Que seamos por la gracia testigos de su presencia salvadora. Y que la Virgen nos guíe y fortalezca.
    Muchas gracias por tu comentario. Alabado sea por siempre el Señor.

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