martes, 3 de junio de 2014

María y el sentido común

Me agrada dialogar con los hermanos evangélicos, porque siempre me agrada ser instrumento de conversión a la Iglesia, de vuelta al Hogar, a la plenitud de los medios salvíficos.

Pienso que hablamos poco con los hermanos separados.  Pero la Iglesia nos envía  a un diálogo en Cristo con ellos; abierto, flexible, alegre, con cierto desenfado, y profundo. El Cuerpo del Señor, herido, espera que demos nosotros el primer paso.
A menudo, en estos diálogos, ha salido el tema de la Madre de Dios, nuestra mamá en la gracia. Y debo confesar que, cuando los hermanos separados me han pedido razones del papel que damos a María en nuestra vida cristiana, hay un argumento que me ha ayudado mucho, y creo que a ellos también.
Es un argumento que podríamos llamar de sentido común. Y por ser de sentido común, muy cristocéntrico, puesto que todo lo sensato es esbozo del logos, como diría Chesterton.
El argumento es simple. Os invito a utilizarlo en vuestros encuentros con evangélicos; me parece irrefutable, potente, dulce, tranquilizador. De sentido común. Y es el siguiente:
Los cristianos honramos y veneramos a María  para imitar a Jesús.
Sí. Amando a María, venerando a María, honrando a María, imitamos a Jesús, nos configuramos a Él y tenemos sus mismos sentimientos, como quiere el Apóstol en Filpenses 2, 5
Y es que Jesús honraba y veneraba a su Madre, porque Jesús cumplía a la perfección el cuarto mandamiento de la ley de Dios, que dice: honrarás a tu padre y a tu madre.
¿O es que acaso el Señor iba a incumplir el cuarto mandamiento? No, Jesús cumplía muy bien el cuarto mandamiento, honrando, venerando, respetando y obedeciendo a su Madre, la Santísima Virgen. Y por eso nosotros honramos y veneramos a la Madre del Señor, porque imitamos a Cristo honrando a quien Él honra.
Scott Hann expone este bello argumento en la pág. 85 de “Roma, dulce hogar“, y añade que la palabra hebrea para honrar, kabodah, significa también glorificar. Así, honramos con gloria a la Madre del Señor, porque Él mismo lo hacía así, en orden al cuarto mandamiento de la ley de Dios, que Él cumplía a las mil maravillas, mucho mejor que nosotros.
¡Bendiciones!
ALONSO GRACIÁN

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