viernes, 31 de diciembre de 2010

Del combate del cristiano y de la Historia Sagrada de ese combate

Quiero empezar el año con una entrada combativa, castrense, ascética, que mueva a los cristianos a luchar el buen combate de la fe.
Y lo hago hablando de uno de los principales problemas doctrinales y ascéticos de la vida cristiana de hoy, que es este:

El rechazo de las Gracias recibida por la Tradición. Rechazo que va estrechamente unido a un optimismo antropológico relativo al momento presente: sobrevaloración del progreso y de la sociedad del bienestar actual, y minusvaloración del pasado.

La vida cristiana deja de verse como ese combate contra el poder de las tinieblas de que nos habla con potencia Gaudium et Spes, 37:

"el hombre, inmerso en esta batalla, tiene que combatir continuamente para seguir el bien, y sólo con grandes trabajo y el auxilio de la Gracia divina puede obtener la unidad dentro de su interior"

Es una especie de pelagianismo doctrinal y ascético, propio del cristiano que se cree sin antepasados en la Gracia. Sin antepasados que puedan servirles a ganar el combate del tiempo presente. Porque ve el pasado de la Iglesia como algo oscuro, y el presente como algo luminoso.

Causa: no es capaz de ver el pasado de la Iglesia como auténtica Historia Sagrada.

No es capaz de percibir, recibir las Gracias que preceden al momento presente, gracias de combate que iluminan la lucha del momento presente. Se siente sin herencia, huérfano.

Son cristianos que no leen a los Santos Padres,que no estudian el Magisterio anterior al Concilio Vaticano II, porque lo consideran superado; que no les dicen nada la vida y escritos de los santos... "Todo eso está superado". San Agustín, Santo Tomás, el Concilio de Orange, el Tridentino, las obra magisterial de Leon XIII o Pio IX... las obras místicas de Santa Teresa de Jesús, los detalles doctrinales luminosos del cardenal Cayetano en su combate doctrinal contra la herejía luterana... Todo esto y más lo creen pasado, inactual, inservibles, prefieren leer a los pseudoteólogos de moda.

De esto no me cabe duda. De este cristianismo optimista, pacifista, autocomplaciente, que quiere la aprobación del mundo de hoy, sin Tradición, asimilado en el corazón de tantos, tantos cristianos, brotan efectos tenebrosos que sólo podrán ser combatidos con las buenas armas de la Tradición, Gracia probada, y la Escritura, iluminada de forma inerrante por todo el Magisterio.

¿Cuáles son esas buenas armas? Las que ha habido siempre. Sacramentos, vida de santos, pobreza, castidad, Misa, limosna, ayuno, penitencias, mortificaciones físicas y espirituales...

Si se cree que es posible salvarse únicamente con "valores cristianos", sólo con solidaridad, justicias humanas y programaciones y planes pastorales, con los propios medios presentes y actuales... ¿para qué los tesoros de la Historia Sagrada de la Iglesia? Pasan a segundo plano.

Todo se queda en una cuestión de valores cristianos. Los que se cree que necesita específicamente la sociedad actual, y que dejan al cristiano sin armas probadas contra el enemigo.

Pero la Gracia no se cancela a sí misma.

Existe una forma pelagiana, también, de contemplar el Magisterio de la Iglesia. La observo sobre todo en teólogos ortodoxos, que quieren ser rectos, pero que confían demasiado en las fuerzas autónomas del propio presente y se vuelven liberales.

Pero los cristianos miramos al pasado desde abajo, no desde arriba. Porque el pasado ilumina el presente.

El pasado encierra el tesoro que se transmite de generación en generación, que proyecta su luz inerrante sobre nuestras incertidumbres actuales y orienta el camino peregrinante de los cristianos. Y no es que se funda con lo presente, con lo nuevo. Es que en la Iglesia de Cristo no hay nada propiamente novedoso. Todo, en estos dos mil años, es igualmente fresco y nuevo y luminoso.

Lo que aumenta es nuestra comprensión, nuestra inteligencia, nuestra propia luz.

Pero por entender que nosotros tenemos, en la época presente, una luz propia que ilumine el pasado, perdemos la luz eterna que ilumina nuestra inteligencia. Del pasado recibimos.

Es el tesoro de las Gracias recibidas, la Historia Sacra de la Iglesia, las gracias dadas por el Espíritu a sus hijos, a nuestros antepasados en la Gracia, las que heredamos y nos enriquecen, y nos aportan a nosotros aumentando nuestra comprensión de la divina economía salvífica; gracias a esa herencia sagrada es nuestra inteligencia mayor, no porque nosotros pongamos ahora más de nuestra parte al pasado.

Nuestro presente, aún, no es historia sagrada. Pero la vida de la Iglesia, hasta hoy, sí lo es.

La revelación divina no es imperfecta, no tiene elementos quer pasan de moda o pierden eficacia, no tiene que aumentar o disminuir o mutar de modo alguno.

Es el error solemnemente condenado en el Syllabus:

"Error V: la revelación divina es imperfecta y está por consiguiente sujeta a un progreso continuo e indefinido correspondiente al progreso de la razón humana."

Lo que es imperfecta es nuestra comprensión humana, pero no el Magisterio de la Iglesia, que está asistido por el Espíritu de Cristo.

Momentos antes de su martirio, San Martín I lanza su clamor hasta el cielo, para que lo escuchemos también, ahora, en el siglo XXI, los cristianos de hoy:

"por la intercesión de san Pedro, establezca Dios los corazones de los hombres en la fe ortodoxa, y les haga firmes contra todo hereje y enemigo de la Iglesia. De fuerza al pastor que gobierna ahora. De tal suerte, que, sin ceder en ningún punto, ni siquiera mínimo, y sin someterse en parte secudaria alguna, conserven íntegramente la fe profesada ante Dios y ante los ángeles santos"

Estos herejes no son esas personas que de buena fe sostienen doctrinas erróneas o vagan sin rumbo buscando inculpablemente, con buena voluntad, pero con limitaciones, una luz. Se refiere a esos cristianos carnales, falsos profetas que tienen intención deliberada de perder a otros, de atacar las verdades de la Iglesia para hacer sospechosa la verdad, de gloriar su inteligencia humana, demasiado humana, a costa de la negación de la doctrina luminosa.

Y es que hay teólogos que niegan la maldad en el corazón humana, pretenden que nadie es malo, que no existen personas malas que pretenden perder a otros.

Actualmente hay muchos lobos disfrazados de ovejas disgregados por el rebaño, apartado a los fieles de la Iglesia, paralizando las misiones, vaciando los seminarios de jóvenes con vocación, que escucharon hablar de un cristianismo humanista pelagiano sin atractivo, y que los hundió en el hastío... Falsos profetas de un cristianismo sin Cristo, contra los que alza su voz San Martín I.

Estamos en guerra, no lo olvidemos, contra el poder de las tinieblas, contra el mundo, el diablo y la carne. Y en esa guerra no estamos solos. El ejército innumerables de los santos que nos han precedido nos acompaña en el combate.

"A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final" (Gaudium et Spes, 37b)

¡LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI!

2 comentarios:

  1. Los católicos desconocemos la historia Sagrada y la historia de la Iglesia. Desconocemos la doctrina, Tradición y magisterio.

    ¿Que nos queda entonces? Un cierto animismo emotivo que parte de un optimismo sin fundamento. En esto nos vamos pareciendo cada vez más a los protestantes que piensan que son salvos solo por estar bautizados.

    Los carismas y dones del Espíritu se intentan encerrar y proteger en cotos cerrados. Al menos quienes dicen poseerlos se parapetan en círculos esclusivos y hacen la guerra por su parte.

    Es un tiempo desolador y al mismo salpicado de inconsciente felicidad.

    Pero, pero... no creo que debamos desanimarnos o perder al esperanza. El principal don que tiene todo creyente es la esperanza y la certeza de que la voluntad de Dios prevalece. Todo tiene su tiempo y su lugar.

    Feliz y santo 2010, Alonso. Que el Señor le llene de gracias y dones en este nuevo año.

    Una abrazo en Cristo

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  2. La voluntad del Señor prevalece, cierto, amigo Miserere. Gracias

    Un abrazo en Cristo, y feliz y santo año.

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