sábado, 22 de enero de 2011

El Misterio de la Iglesia

La Nueva Evangelización que nos pedía a los cristianos Juan Pablo II pasa, sin duda, por un apostolado amoroso, ferviente, del amor a la Iglesia: una, santa, católica y apostólica.

El Magisterio de la Iglesia tiene pasajes de belleza y profundidad admirables referidos al Misterio de la Iglesia, Cuerpo del Señor. He estado recopilando algunos fragmentos de especial relevancia para los tiempos que corren, cuando las personas con que nos encontramos, amigos, conocidos, compañeros de trabajo, etc., nos piden razones de nuestro amor al Cuerpo de Cristo.

A continuación copio algunos fragmentos de la preciosa encíclica del gran Pío XII, (un Papa por el que siento una especial admiración y cariño), Mystici Corporis, que he estado leyendo y estudiando con intensidad esta última semana, admirado por la claridad diamantina de su doctrina.

En la próxima entrada recordaremos algunos pasajes muy clarificadores de las enseñanzas de León XII y el Concilio Vaticano II sobre el Cuerpo del Señor.

MYSTICI CORPORIS
CARTA ENCÍCLICA
DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO XII
SOBRE EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO

1. La Doctrina sobre el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, recibida primeramente de labios del mismo Redentor, por la que aparece en su propia luz el gran beneficio (nunca suficientemente alabado) de nuestra estrechísima unión con tan excelsa Cabeza, es, en verdad, de tal índole que, por su excelencia y dignidad, invita a su contemplación a todos y cada uno de los hombres movidos por el Espíritu divino, e ilustrando sus mentes los mueve en sumo grado a la ejecución de aquellas obras saludables que están en armonía con sus mandamientos.
Nos proponemos, en efecto, hablar de las riquezas encerradas en el seno de la Iglesia, que Cristo ganó con su propia sangre y cuyos miembros se glorían de tener una Cabeza ceñida de corona de espinas. Lo cual ciertamente es claro testimonio de que todo lo más glorioso y eximio no nace sino de los dolores, y que, por lo tanto, hemos de alegrarnos cuando participamos de la pasión de Cristo, a fin de que nos gocemos también con júbilo cuando se descubra su gloria.

2. Ante todo, debe advertirse que, así como el Redentor del género humano fue vejado, calumniado y atormentado por aquellos mismos cuya salvación había tomado a su cargo, así la sociedad por El fundada se parece también en esto a su Divino Fundador. Porque, aun cuando no negamos, antes bien lo confesamos con ánimo agradecido a Dios, que, incluso en esta nuestra turbulenta época, no pocos, aunque separados de la grey de Cristo, miran a la Iglesia como a único puerto de salvación; sin embargo, no ignoramos que la Iglesia de Dios no sólo es despreciada, y soberbia y hostilmente rechazada, por aquellos que, menospreciando la luz de la sabiduría cristiana, vuelven misérrimamente a las doctrinas, costumbres e instituciones de la antigüedad pagana, sino que muchas veces es ignorada, despreciada y aun mirada con cierto tedio y enojo, hasta por muchísimos cristianos, atraídos por la falsa apariencia de los errores, o halagados por los alicientes y corrupte las del siglo.


Hay, pues, motivo, Venerables Hermanos, para que Nos, por la obligación misma de Nuestra conciencia y asintiendo a los deseos de muchos, celebremos, poniéndolas ante los ojos de todos, la hermosura, alabanza y gloria de la Madre Iglesia, a quien después de Dios debemos todo.

Y abrigamos la esperanza de que estas Nuestras enseñanzas y exhortaciones han de producir frutos muy abundantes para los fieles en los momentos actuales, pues sabemos cómo tantas calamidades y dolores de esta borrascosa edad que acerbamente atormentan a una multitud casi innumerable de hombres, si se reciben como de la mano de Dios con ánimo resignado y tranquilo, levantan con cierto natural impulso sus almas de lo terreno y deleznable a lo celestial y eternamente duradero y excitan en ellas una misteriosa sed de las cosas espirituales y un intenso anhelo que, con el estímulo del Espíritu divino, las mueve y en cierto modo las impulsa a buscar con más ansia el Reino de Dios.

Porque, a la verdad, cuanto más los hombres se apartan de las vanidades de este siglo y del desordenado amor de las cosas presentes, tanto más aptos se hacen ciertamente para penetrar en la luz de los misterios sobrenaturales. En verdad, hoy se echa de ver, quizá más claramente que nunca, la futilidad y la vanidad de lo terrenal, cuando se destruyen reinos y naciones, cuando se hunden en los vastos espacios del océano inmensos tesoros y riquezas de toda clase, cuando ciudades, pueblos y las fértiles tierras quedan arrasados bajo enormes ruinas y manchados con sangre de hermanos.

3. Confiamos, además, que cuanto a continuación hemos de exponer acerca del Cuerpo místico de Jesucristo no sea desagradable ni inútil aun a aquellos que están fuera del seno de la Iglesia Católica. Y ello no sólo porque cada día parece crecer su benevolencia para con la Iglesia, sino también porque, viendo como ven al presente levantarse una nación contra otra nación y un reino contra otro reino y crecer sin medida las discordias, las envidias y las semillas de enemistad; si vuelven sus ojos a la Iglesia, si contemplan su unidad recibida del Cielo -en virtud de la cual todos los hombres de cualquier estirpe que sean se unen con lazo fraternal a Cristo-, sin duda se verán obligados a admirar una sociedad donde reina caridad semejante, y con la inspiración y ayuda de la gracia divina se verán atraídos a participar de la misma unidad y caridad.

4. Nuestra pastoral solicitud, sin embargo, es la que Nos mueve principalmente a tratar ahora con mayor extensión de esta excelsa doctrina. Muchas cosas, en verdad, se han publicado sobre este asunto; y no ignoramos que son muchos los que hoy se dedican con mayor interés a estos estudios, con los que también se deleita y alimenta la piedad de los cristianos. Y este efecto parece que se ha de atribuir principalmente a que la restauración de los estudios litúrgicos, la costumbre introducida de recibir con mayor frecuencia el manjar Eucarístico, y por fin el culto más intenso al Sacratísimo Corazón de Jesús, de que hoy gozamos, han encaminado muchas almas a la contemplación más profunda de las inescrutables riquezas de Cristo que se guardan en la Iglesia.

LA IGLESIA ES EL CUERPO MISTICO DE CRISTO
6. Al meditar esta doctrina, Nos vienen, desde luego, a la mente las palabras del Apóstol: Donde abundó el delito, allí sobreabundó la gracia. Consta, en efecto, que el padre del género humano fue colocado por Dios en tan excelsa condición, que habría de comunicar a sus descendientes, junto con la vida terrena, la vida sobrenatural de la gracia. Pero, después de la miserable caída de Adán, todo el género humano, viciado con la mancha original, perdió la participación de la naturaleza divina y quedamos todos convertidos en hijos de ira .

Mas el misericordiosísimo Dios de tal modo amó al mundo, que le dio su Hijo Unigénito, y el Verbo del Padre Eterno con aquel mismo único divino amor asumió de la descendencia de Adán la naturaleza humana, pero inocente y exenta de toda mancha, para que del nuevo y celestial Adán se derivase la gracia del Espíritu Santo a todos los hijos del primer padre; los cuales, habiendo sido por el pecado del primer hombre privados de la adoptiva filiación divina, hechos ya por el Verbo Encarnado hermanos, según la carne, del Hijo Unigénito de Dios, recibieran el poder de llegar a ser hijos de Dios

Y por esto Cristo Jesús, pendiente de la cruz, no sólo resarció a la justicia violada del Eterno Padre, sino que nos mereció, además, como a consanguíneos suyos, una abundancia inefable de gracias. Y bien pudiera, en verdad, haberla repartido directamente por sí mismo al género humano, pero quiso hacerlo por medio de una Iglesia visible en que se reunieran los hombres, para que todos cooperasen, con El y por medio de aquélla, a comunicarse mutuamente los divinos frutos de la Redención.

Porque así como el Verbo de Dios, para redimir a los hombres con sus dolores y tormentos, quiso valerse de nuestra naturaleza, de modo parecido en el decurso de los siglos se vale de su Iglesia para perpetuar la obra comenzada

Ahora bien: para definir y describir esta verdadera Iglesia de Cristo -que es la Iglesia santa, católica, apostólica, romana- nada hay más noble, nada más excelente, nada más divino que aquella frase con que se la llama el Cuerpo místico de Cristo; expresión que brota y aun germina de todo lo que en las Sagradas Escrituras y en los escritos de los Santos Padres frecuentemente se enseña.

LA IGLESIA ES UN "CUERPO"
7. Que la Iglesia es un cuerpo lo dice muchas veces el sagrado texto. Cristo -dice el Apóstol- es la cabeza del cuerpo de la Iglesia. Ahora bien; si la Iglesia es un cuerpo, necesariamente ha de ser uno e indiviso, según aquello de San Pablo: Muchos formamos en Cristo un solo cuerpo. Y no solamente debe ser uno e indiviso, sino también algo concreto y claramente visible, como en su encíclica Satis cognitum afirma Nuestro predecesor León XIII, de f. m.: Por lo mismo que es cuerpo, la Iglesia se ve con los ojos.

Por lo cual se apartan de la verdad divina aquellos que se forjan la Iglesia de tal manera, que no pueda ni tocarse ni verse, siendo solamente un ser neumático, como dicen, en el que muchas comunidades de cristianos, aunque separadas mutuamente en la fe, se junten, sin embargo, por un lazo invisible.
Mas el cuerpo necesita también multitud de miembros, que de tal manera estén trabados entre sí, que mutuamente se auxilien. Y así como en este nuestro organismo mortal, cuando un miembro sufre, todos los otros sufren también con él, y los sanos prestan socorro a los enfermos, así también en la Iglesia los diversos miembros no viven únicamente para sí mismos, sino que ayudan también a los demás, y se ayudan unos a otros, ya para mutuo alivio, ya también para edificación cada vez mayor de todo el cuerpo.

Mas en manera alguna se ha de pensar que esta estructura ordenada u orgánica del Cuerpo de la Iglesia, se limita o reduce solamente a los grados de la jerarquía; o que, como dice la sentencia contraria, consta solamente de los carismáticos, los cuales, dotados de dones prodigiosos, nunca han de faltar en la Iglesia. Se ha de tener, eso sí, por cosa absolutamente cierta, que los que en este Cuerpo poseen la sagrada potestad, son los miembros primarios y principales, puesto que por medio de ellos, según el mandato mismo del Divino Redentor, se perpetúan los oficios de Cristo, doctor, rey y sacerdote.

Ni puede pensarse que el Cuerpo de la Iglesia, por el hecho de honrarse con el nombre de Cristo, aun en el tiempo de esta peregrinación terrenal, conste únicamente de miembros eminentes en santidad, o se forme solamente por la agrupación de los que han sido predestinados a la felicidad eterna.

Porque la infinita misericordia de nuestro Redentor no niega ahora un lugar en su Cuerpo místico a quienes en otro tiempo no negó la participación en el convite.

Puesto que no todos los pecados, aunque graves, separan por su misma naturaleza al hombre del Cuerpo de la Iglesia, como lo hacen el cisma, la herejía o la apostasía

Ni se ha de creer que su gobierno se ejerce solamente de un modo invisible y extraordinario, siendo así que también de una manera patente y ordinaria gobierna el Divino Redentor, por su Vicario en la tierra, a su Cuerpo místico. Hállanse, pues, en un peligroso error quienes piensan que pueden abrazar a Cristo, Cabeza de la Iglesia, sin adherirse fielmente a su Vicario en la tierra. Porque, al quitar esta Cabeza visible, y romper los vínculos sensibles de la unidad, oscurecen y deforman el Cuerpo místico del Redentor, de tal manera, que los que andan en busca del puerto de salvación no pueden verlo ni encontrarlo.

Como sutil y agudamente advierte Belarmino, tal denominación Cuerpo de Cristo no solamente proviene de que Cristo debe ser considerado Cabeza de su Cuerpo místico, sino también de que de tal modo sustenta a su Iglesia, y en cierta manera vive en ella, que ésta subsiste casi como un segundo Cristo. Y así lo afirma el Doctor de las Gentes escribiendo a los Corintios, cuando sin más aditamento llama Cristo a la Iglesia , imitando en ello al Divino Maestro que a él mismo, cuando perseguía a la Iglesia, le habló de esta manera: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? .

Más aún, si creemos al Niseno, el Apóstol con frecuencia llama Cristo a la Iglesia; y no ignoráis, Venerables Hermanos, aquella frase de San Agustín: Cristo predica a Cristo .
30. De cuanto venimos escribiendo y explicando, Venerables Hermanos, se deduce absolutamente el grave error de los que a su arbitrio se forjan una Iglesia latente e invisible, así como el de los que la tienen por una institución humana dotada de una cierta norma de disciplina y de ritos externos, pero sin la comunicación de una vida sobrenatural.

Por lo contrario, a la manera que Cristo, Cabeza y dechado de la Iglesia, no es comprendido íntegramente, si en El se considera sólo la naturaleza humana visible... o sola la divina e invisible naturaleza... sino que es uno solo con ambas y en ambas naturalezas...; así también acontece en su Cuerpo místico, toda vez que el Verbo de Dios asumió una naturaleza humana pasible para que el hombre, una vez fundada una sociedad visible y consagrada con sangre divina, fuera llevado por un gobierno visible a las cosas invisibles

También a aquellos que no pertenecen al organismo visible de la Iglesia Católica, ya desde el comienzo de Nuestro Pontificado, como bien sabéis, Venerables Hermanos, Nos los hemos confiado a la celestial tutela y providencia, afirmando solemnemente, a ejemplo del Buen Pastor, que nada Nos preocupa más sino que tengan vida y la tengan con mayor abundancia .

Esta Nuestra solemne afirmación deseamos repetirla por medio de esta Carta Encíclica, en la cual hemos cantado las alabanzas del grande y glorioso Cuerpo de Cristo , implorando oraciones de toda la Iglesia para invitar, de lo más íntimo del corazón, a todos y a cada uno de ellos a que, rindiéndose libre y espontáneamente a los internos impulsos de la gracia divina, se esfuercen por salir de ese estado, en el que no pueden estar seguros de su propia salvación eterna


Ella, pues, Madre santísima de todos los miembros de Cristo a cuyo Corazón Inmaculado hemos consagrado confiadamente todos los hombres, la que ahora brilla en el Cielo por la gloria de su cuerpo y de su alma, y reina juntamente con su Hijo, obtenga de El con su apremiante intercesión que de la excelsa Cabeza desciendan sin interrupción -sobre todos los miembros del Cuerpo místico- copiosos raudales de gracias

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