martes, 16 de agosto de 2011

Contemplación

Se me presentaba el Señor en la mente como sufriendo mucho, recién herido. Me decía las palabras de Juan 15, 5, sin Mí no puedes hacer nada, y lo veía en la cruz haciéndome sitio junto a él, en otra cruz, pero mohosa, infecta, llena de pus. Me pareció una cruz horrible, espantosa, pero sentía un impulso irresistible de alzarme a ella y darle besos y crucificarme a Su lado.

Entonces la cruz cambió, como si se transfigurara, la vi como inundada de azul marino, pura claridad, como si resonara dentro de ella el mar por donde anduvo Jesús.

Por la mañana he estado pensando en esa espantosa cruz mohosa y virulenta, y cómo se transformó en completa frescura y luminosidad, cuando quise abrazarla. El maligno nos infunde miedo a la cruz, pero sabemos que aunque en el mundo existen sufrimientos, dolores, temores, todo es fácil de sufrir por amor a Jesucristo.

Y pienso que con su Gracia no es lo más esforzado lo más meritorio, sino lo que contiene más Amor de Caridad, más fervor y sobrenaturalidad. Más obediencia.

Lo más obediente a la Gracia es lo más meritorio, por misericordia.

Cuando paso mucho tiempo en oración desaparece el esfuerzo. Todo es suave, el yugo ligero.

Hace años pensaba que lo más costoso es lo más meritorio. Ahora comprendo mi error. Lo que contiene más caridad es lo más meritorio, sea costoso o suave.

Esta mañana, por la calle, ayudando a un familiar. Plaza de Abastos, supermercados, compras de cada día. Pero el prosaísmo del mundo no me afectaba. Yo iba todo el tiempo en oración. Con un deseo impetuoso de abrazar a Jesús, de amarle, de besarle los pies, de llorar de dicha, de incontenible ternura...

Comprendí que el Señor me estaba agasajando y confortando. El otro día le pedí un poco de sufrimiento. Ahora comprendo que quiere agasajarme, y que lo que yo quiera, por creer más meritorio, no es lo que Él quiere...

Sólo importan los planes que Él tenga, lo que Él quiera hacer con nuestra vida.



Laus Deo Virginique Matri








1 comentario:

  1. ¡Amén!

    La voluntad de Dios es lo que cuenta; la obediencia, como tú dices. Y cuando el Señor nos quiere regalar, como decía Santa Teresita, sería poco delicado negarse.

    Aunque es verdad que necesitamos el don de buscar la cruz, para liberarnos de nuestros apegos, que nos dañan continuamente, y para ofrecernos con Él en sacrificio por la Iglesia.

    Creo que necesitamos las dos cosas: los consuelos de Dios y la cruz, cuando él quiere dárnoslos. La cruz la necesitamos cada día -"¡ningún día sin cruz!", decía San Josemaría-. Y San Agustín dice que "el seguimiento de Cristo consiste en una amorosa y profunda constancia en el sufrimiento". No sé si es porque es de San Agustín, pero a mí me parece lo más claro y maravilloso que he leído sobre nuestra cruz, sobre lo que nos reveló el Señor: "Quien quiera venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame".

    Pero ese amor al tomar la cruz es un don de Dios. Nosotros podemos -como muchísimo- tomar la cruz con convencimiento... pero con amor... Para eso hace falta el don del Señor, ese don que llena de amor el sufrimiento. Como Él, que abrazó su cruz por amor a nosotros y al Padre.

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