sábado, 16 de octubre de 2010

Felicidad y penitencia

Hace poco leí a un amigo que arrepentirse es amar.

"Practica la justicia antes de tu muerte" dice el Espíritu en Eclesiástico 14, 17.

Señor, quiero practicar tu justicia. Desconozco el día en que vendrás a buscarme. Por eso quiero vivir sabiendo, sintiendo que me ves, que me oyes, que sigues mis pasos, que mi acciones no te son indiferentes.

Dichoso quien piensa que Dios todo lo ve (Eclesiástico 14, 22)

Mi arrepentimiento es un acto de amor a Ti. ¿Qué puedo ofrecerte, sino el cambio de rumbo, constante, de mis pasos?

Practicar la justicia de Dios, que me observa con amor de Padre, es hacer la penitenciar a que me llama Jesús, el Señor de mi existencia.

Juan Pablo II, en la exhortación Apostólica Reconciliatio et Paenitentia, 4, nos obsequia con una bella definición de lo que es la penitencia en la vida del cristiano:

La penitencia es la conversión que pasa del corazón a las obras, y por ellas a la vida entera.

En este sentido, arrepentirse, en cuanto que es conversión del corazón, es amor porque pasa a las obras, porque se expande a la vida entera. El arrepentimiento extendido a la vida entera es un acto de amor vital. Es actuar en Jesús, el Señor de nuestro Corazón.

Haced penitencia porque está cerca el reino de los Cielos, nos dice el Señor en Mateo 4, 17.

Dios nos dice que hagamos penitencia, porque está cerca, no lejos, el Reino de los Cielos, tan cerca, que podemos tenerlo dentro, por la Gracia.

Es decir, arrepintámonos (conversión del corazón) y amemos (traducida en obras) porque Dios nos ve, nos observa, y saber que nos observa arrepintiéndonos y actuando con amor, haciendo el bien, es nuestra felicidad.

Dichoso el que sabe que Dios le observa. Y que no puede ser igual su vida si sabe que Dios le ve.
Porque si tenemos esto en cuenta, querremos agradarle (convertirnos) y amarle con obras que expresen, que hagan visible a sus ojos que le amamos, y que nuestro amor no se queda dentro, en nuestro interior, sino que pasa y se encarna en nuestra vida entera.

3 comentarios:

  1. Tú has expresado un significado verdadero para esa expresión: "arrepentirse es amar". Yo lo escribí un poco equivocado, porque me parecía que el único amor a mi alcance era el del arrepentimiento, y entonces me contestó la Carta de San Pablo a los Romanos:

    "¿O desprecias la riqueza de la bondad de Dios, de su tolerancia y de su paciencia, sin reconocer que esa bondad te debe llevar a la conversión?"

    (Romanos 2,4)

    Quiere esto decir que los que conocemos la misericordia de Dios, con la que nos acoge una y otra vez cuando nos arrepentimos, precisamente por eso debemos dar frutos de conversión. No podemos conformarnos con caer una y otra vez en lo mismo, como si Dios quisiera que permaneciésemos siempre estancados en ese estado. No: Él nos quiere "santos e inmaculados ante Él por el amor". Su misericordia debe dar en nosotros el fruto de la conversión.

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  2. Más allá del contexto en que lo escribieras, el pensamiento me parece maravilloso, y una grandísima verdad. Arrepentirse, nada más que arrepentirse, incluso antes de pasar a las obras, es amor.

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  3. Sí, es verdad; arrepentirse también es amar.

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