lunes, 29 de agosto de 2011

De cómo el Padre nos atrae hacia Sí por medio de su Hijo, con el Espíritu del Amor de ambos

Recordemos cómo estábamos antes.

Pero antes... ¿de qué?

De convertirnos.

¿En qué situación estábamos antes de convertirnos?

Nos lo dice la Escritura al reflejar la tremenda desolación de Jerusalén:

3 Estamos huérfanos, sin padre (Lam 5, 3)

Es la orfandad en que nos sitúa el pecado.

De pequeños nos bautizaron. Poco a poco fuimos creciendo en cuerpo, conocimiento y facultades. Poco a poco nos fuimos alejando más de Dios. Hasta que nos alejamos totalmente y pasamos a encontrarnos en la situación que nos advierte la Escritura:

Estábamos huérfanos, sin padre (Lam 5, 3)

O acaso tal vez hemos tenido la suerte de unos padres cristianos, que nos llevaban a Misa, que nos llevaban a confesar, que nos enseñaban las oraciones de siempre, de siglos de adoración... un día el mundo nos sedujo definitivamente y nosotros nos dejamos seducir,

rechamos la gracia de Dios y decidimos el pecado mortal. Basta con uno. A éste vinieron otros, y a esos otros otros más y así nos situamos en un estado de pecado habitual, muertos a la gracia, con la conciencia oscurecida por los engaños del mundo.

Y no nos acordamos de Dios hasta que un amigo, o tal vez un suceso providencial, nos hizo darnos cuenta de la voz de Dios, que nos llamaba desde la puerta de su Casa:

--¡¡Volved! ¡Venid a Mí, que soy vuestro Padre! Daos cuenta, hijos míos, de que estáis muertos por vuestros delitos, y que os envío a mi Hijo amado para que os traiga de vuelta a mi Morada.

Estábamos huérfanos, sin Padre.

No es que Dios dejara de ser Padre. Es que nosotros por el pecado expulsamos su gracia. Y si somos hijos de Dios, es por ella. Cuando perdemos la gracia nos situamos en un plano de orfandad, de soledad, de oscuridad, a solas con nuestras fuerzas naturales. Lo primero que el pecado ataca es la conciencia de la filiación divina. El maligno se hace dueño de nosotros y quiere que nos sintamos solos, huérfanos, desamparados, desatendidos, sin Padre, sin Madre, sin Hermano, sin el Amor de ambos que es su Espíritu. Es el comienzo de las depresiones, las tristezas, las vaciedades, las preocupaciones.

Así lo explica el beato Juan Pablo II:

""El pecado original no es sólo la violación de una voluntad positiva de Dios, sino que también (...) tiende a abolir la paternidad (divina)" (Cruzando el umbral de la esperanza)

Pero el Padre quiere ser Padre. No quiere abandonarnos. Y habla una Palabra que nos llama,


una Palabra maravillosa que nos habilita para volver,


y esa Palabra es su Hijo. Por Quien volvemos y regresamos a Dios. Alabado sea. ¡No nos desampara! ¡No nos abandona! Es la más grande dicha del mundo: no somos huérfanos.

"" Porque el benignísimo Señor excita y ayuda con su gracia a los errantes, para que puedan llegar al conocimiento de la verdad, y a los que trasladó de las tinieblas a su luz admirable (1Tm 1), los confirma con su gracia para que perseveren en esa misma luz, no abandonándolos, si no es abandonado (Denz 3014)

Dios no nos abandona. Vamos errantes. Pero nos llama, nos convierte, si se lo pedimos, para hacernos volver.

Fíjate como nos ama: si le abandonamos, y vagamos perdidos y sin padre por el mundo, sabe que para nosotros es imposible volver a Él. Tan perdidos estamos. Tan solos estamos. Pero no nos desampara. Nos induce con su gracia a desear ser buenos hijos suyos, a volver a su Morada,

nos mueve a amar a su Hijo para poder ser nosotros hijos.

Que nos convirtamos de nuevo, que dejemos la deprimente orfandad del pecado y tengamos de nuevo un Padre, no depende en primer lugar de nosotros sus hijos adoptivos, sino del Padre, que nos llama constantemente a través de palabras y hechos providenciales, y en segundo lugar, subordinadamente, de nosotros sus hijos, de que nos dejemos ser movidos por la Gracia de su Hijo, que nos manda con el poder del Amor de ambos, que es su Espíritu, por el cual nos convertimos. Así nos lo explica el Doctor Universal:

""que el hombre se convierta (se vuelva) a Dios no puede ocurrir sino bajo el impulso del mismo Dios que lo convierte"

Que volvamos no puede ocurrir sino bajo el impulso mismo del Padre que nos atrae a su Hijo, por el que volvemos a ser hijos.

Es triste el pecado. Pero es infinitamente luminosa y plena, y perfecta la virtud que procede de Dios. Y esa Virtud es Cristo.

RECAPITULEMOS

Cuando pecamos nos volvemos hacia el Maligno. Nos convertimos a él. Salimos de la Casa del Padre y tomamos una dirección contraria a Dios: la dirección del mal. --No hablo de pecados leves, sino de pecados que dan muerte, pecados que alejan en dirección contraria de Dios, que nos vuelven al Maligno y nos hacen de él, según lo dicho en la Escritura:

"quien comete pecado es del Diablo" (1 Jn 3, 8)

Dios nuestro Señor, sin embargo, cuando nos ve caídos y perdidos, y marchándonos de su Casa, nos atrae hacia Él llamándonos al arrepentimiento, a la conversión, a volver a Él; como buen Padre que es, sale a la puerta de su Casa, y nos manda a su Hijo que pronuncia su palabra: ¡Volved! ¡Volved!

Mas sabe también que aunque le escuchemos, y queramos volver, no vamos a tener fuerzas para darnos la vuelta, resistir la atracción del nuevo imán que nos atrae, que es el Demonio, del que nos hemos hecho suyos.

Sabe que aunque queramos volvernos y regresar no vamos a poder, POR LA INCAPACIDAD NATURAL DE NUESTRA VOLUNTAD HUMANA, DE HIJOS DE ADÁN, según lo dicho por el apóstol en Romanos 7:

18 porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo.

19 Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.

Así que nos manda su fuerza, que es Cristo Jesús, Nuevo Adán, por cuya gracia de cruz nos hacemos hijos de Dios.. Y con Él sí que podemos.

Ya no estamos huérfanos, sin Padre.

Jesus, su Hijo, viene a nuestro encuentro, nos alcanza, nos convence por medio de su Cuerpo de Gracia, de su Sacramento de Conversión, que es la Iglesia de su Espíritu, nos convoca, nos congrega, nos llama de parte del Padre, nos convierte, nos incorpora a su Iglesia, que es Morada de Filiación, Fuerza en Cristo, Receptáculo sacramental de la Divina Paternidad,

Casa del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15) y ahora sí que podemos libremente volvernos a Dios. Porque de andar errantes, sin padre, pasamos a morar en la Casa del Dios vivo, que está fundada sobre roca.

Sé humilde.

Si pecas, andas perdido, errante, sin fundamento, sin Padre. Tú sólo no puedes, ha de llamarte el Padre.

Así nos lo enseña el propio Jesús en el Evangelio de Juan, capítulo 6:

44 Nadie puede venir a Mí,
si no lo atrae el Padre que me envió

Y el Padre te llama por medio del Cuerpo Crucificado de su Hijo, que es la Iglesia, tu Madre, POR CUYO SACRAMENTO EL PADRE REALIZA EN NOSOTROS SU PATERNIDAD EN CRISTO JESÚS.


Somos hijos de Dios al incorporarnos POR PURA GRACIA al cuerpo de su Hijo. Y si el Padre es Padre de su Hijo, es Padre nuestro, que somos


miembros sacramentalmente vivos de su Hijo Amado


por la incorporación a su Cuerpo, que es la Iglesia.


La Iglesia es, pues, el Sacramento de la Paternidad Divina. El Padre nos atrae hacia Sí por medio de ella.

Alegrémonos, hermanos, profundamente, para siempre. Somos hijos de Dios, no estamos solos.


A Él toda la gloria en Cristo, con la virtud del Santo Espíritu que nos pronuncia la llamada del Padre, por su Hijo:

¡Volved a Mí!


Ya nunca más habrá noche en tu vida. Tienes Padre.

2 comentarios:

  1. No estamos huérfanos, tenemos Padre que nos atrae
    hacia El, que vela por nosotros.
    ¡Gracias Alonso por tan magnifica entrada.!
    Dios bendiga a toda su familia. No saben la suerte que tienen de tener padres cristianos coherentes.
    Rezad por las personas consagradas.
    Un saludo cordial.

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  2. Muchísimas gracias Marian por su comentario y sus palabras tan amables,

    seguiremos su consejo de rezar por las personas consagradas.

    Un salusdo en Cristo Jesús

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