jueves, 15 de septiembre de 2011

Como cedros del Líbano, por la savia de la Palabra

Mi vida es la exégesis bíblica y tradicional. De la Escritura extraigo toda mi fuerza.

Esta mañana en el tren me sentía muy desolado. Todo fue abrir la carta a los Romanos y comenzar a pensar en el Señor Jesus con un amor devorador.

No perdí en toda la jornada de clase la presencia del Señor. Me sentía muy inspirado. Mientras explicaba la morfología básica de una bacteria a los alumnos, mi corazón ardía en deseos de unirme a Dios Todopoderoso, me inundaba un emocionante misericordia por aquellos jóvenes, y las miserias del mundo se me presentaban con toda su vanidad carnal, como sombrías construcciones de paja y de papel.

Luego, tras la jornada, camino de la estación, memorizaba pasajes de los salmos.

Movido por el Espíritu, nos dice el salmista que el justo "crecerá como una palmera, se alzará como cedro del Líbano " (Sal 91). Pero no en cualquier suelo, sino en la casa del Señor, que es la Iglesia.

Así presenta el Templo del Espíritu como el huerto fértil donde la Vida florece, como el nuevo edén. Un paraíso de virtud sacramental, donde el Árbol de la Vida es la cruz gloriosa de Cristo.

La Vida del Señor es la Gracia, esa savia fértil que nos alza como cedros del Líbano, la fuerza que nos hace erguir la cabeza hacia el cielo como árboles repletos de dignidad sobrenatural.


Laus Deo

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