martes, 27 de abril de 2010

Un paso más


Llevamos el deseo de hogar con nosotros. Como una especie de segunda corporeidad, nuestro hogar es más que una casa, es un espacio más de nuestro cuerpo y nuestra alma, donde vivimos, amamos, trabajamos, comemos, dormimos, sufrimos. El hogar se vuelve espacio humano, espacio espiritual. Siempre espera a sus moradores.

La iglesia de piedra o ladrillo donde entramos a rezar es más que un espacio de piedra o ladrillo. Durante la Liturgia, es hogar de la Santísima Trinidad. Durante la Liturgia, somos también sus moradores, toda la iglesia, visible e invisible, lo es. Es el hogar de lo eterno, concentrado en un punto del altar. Es el icono mismo de la Casa del Padre, aquí en la tierra. La iglesia misma celebrando la Liturgia es el icono del Cristo total.

Es un hogar sacramental, un espacio que no es espacio, un puente sagrado que une cielo y tierra. Todos los espacios del universo se conciertan en su centro, el Sagrario, en que el Morador de la Casa nos espera y nos ama, en puro Sacrificio.

Un paso más, y somos, nosotros mismos, su casa. Por acción divina, el Morador de la iglesia mora en nuestro cuerpo, y nos hace, por su Gracia, su hogar latiente. Cristo mora en nosotros por la Gracia eucarística. Nuestro cuerpo, ya, no es sólo espacio que espera a su Morador, es hogar de Aquel que es, al mismo tiempo, centro de la Iglesia, centro de nuestro hogar. centro de nuestro cuerpo y nuestra alma. Y Cristo nos hace centro mismo del tiempo y del espacio e iglesia viviente.

Y cuando abandonamos la iglesia y su espacio, la abandonamos como hogares de Aquel que la habita inefablemente. La Liturgia, entonces, se prolonga a los espacios que pisamos, a los lugares a los que vamos, caminando con Él.

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