jueves, 28 de octubre de 2010

De andenes vacíos y la Carta a los Romanos

En el camino a la estación he ido memorizando vocabulario latino bíblico. Cuando entré en la estación, a las 8.15 h., me sorprendió su gran silencio.
Nadie en los andenes, en las ventanillas, en los bancos de hierro. Penetré el acceso de taquillas, fui al vagón. Todo apagado. Nadie dentro. El tren permanecía en su sitio como un insecto oscuro y gigantesco. Los raíles esperaban como estirados por la prisa.
Abrí el maletín y extraje la Carta a los Romanos, que estudio con pasión. Señor, que no me canse de estudiar tu Ley, que en ella me complazca día y noche.
Cuánto me enciende cada palabra tuya, Señor.
¿Cómo he podido vivir tanto tiempo sin alimentarme de tus versículos? Los memorizaría todos, si pudiera. Reteniéndolos en la memoria, repitiéndolos muchas veces, guardando en mi corazón los más importantes para el apostolado.
De pronto el pitido del tren anuncia que despierta la estación.

Se encienden las luces, comienzan a llegar viajeros. Entro en el vagón y me siento con las palabras del Apóstol en la mano.

Señor, le digo, que nunca me encuentres perdido en los andenes, esperando un tren que no sea el tuyo.

El tren alcanza su destino y apenas he tenido tiempo de memorizar un par de versículos. Camino del colegio los voy repitiendo con el Rosario en la mano, diez veces. Para que María me ayude.

Paso de nuevo por los jacarandas, pero esta vez no miro sus flores ni sus cápsulas dehiscentes. Contemplo la Palabra de Dios que llevo en la mano y me parece más hermosa, inmensamente más, que todo lo perteneciente al orden natural, por muy hermoso que haya salido de las manos del Creador y sobrevivido en su belleza al pecado del hombre.
Por un momento me asalta la tentación: cuánto me gustaría estar solo, en la celda rendida de oro viejo a la luz de un claustro. Pero no. Por más hermosa y deseable que me parezca la vida contemplativa, sé que Tú, Señor no me has destinado a esos andenes, sé que esos raíles no son para mi tren.
Y mientros camino al colegio y saludo a quien me encuentro, voy dándote gracias por haber dispuesto mi vida hacia la hondura de tu Nombre.
Bendito seas, Señor, porque me has enseñado a vivir no sólo de pan, sino de toda palabra que sale de tu boca (Mateo 4, 4).

1 comentario:

  1. Leí la carta a los Romanos hace 2 meses, justo antes de ir a Fátima. Me ayudó mucho, me puso en el camino para el encuentro que el Señor quería darme, por medio de la Virgen. Al leer la Carta, me sentí movido a la conversión, y además recibí la gracia que antes me faltaba. La Escritura no sólo nos convence; también nos vence. Por medio de ella, Dios nos da la fuerza para cambiar.

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