sábado, 10 de marzo de 2012

De la objetividad escandalosa de la verdad, la descomposición teológica y el monstruo bifronte

Jean Daniélou. "Escandalo de la verdad". Defensa intempestiva de la certeza metafísica. Una obra valiente y precisa en su ataque a los subjetivismos y en su defensa de la objetividad absoluta de lo verdadero. Es llamativo lo bien que entiende el autor a Nietzsche, y cómo se percata de su tesis fundamental: que la moral verdadera está ligada a la religión --porque depende del Pensamiento de Dios y no del pensamiento del hombre. --Que el moralismo es cosa diferente, y que éste es ética e ideología. Que existen éticas e ideologías morales, pero sólo una Moral: la inserta por Dios en la conciencia. --Atacando a Dios se ataca a la moral.

De todo esto deduce la inmoralidad deshumanizante del humanismo ateo, al que ataca, como De Lubac, y sin caer en sombras de subjetivismo.

En el capítulo sobre la verdad y la unidad Daniélou aporta ideas magníficas. Por ejemplo, que nuestra fidelidad al Evangelio no puede devenir en infidelidad a la Iglesia; que debemos humillarnos personalmente, pero que nadie tiene el derecho de humillar a la Iglesia, etc. ( pp. 122-123). En definitiva, que bajo el pretexto de seguir más radicalmente el Evangelio no podemos dejar de seguir a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, porque una y otra cosa son lo mismo.

En sus apreciaciones sobre la técnica, sin embargo, falta profundidad. No se percata del titanismo propio de la misma, aunque sí percibe su antropotropismo. La técnica, sin embargo, no es neutra, y sólo puede ayudar al hombre a través de una depuración de su espíritu antiteísta. No obstante, el libro es muy recomendable, sobre todo porque afirma constantemente la existencia objetiva y absoluta de la verdad, algo que ya comenzó a hacer admirablemente bien en su "Dios y nosotros", y advierte de los graves peligros del subjetivismo y del humanismo ateo. En ocasiones parece confunde los planos natural y sobrenatural, como De Lubac, pero cuando aparece alguna sombra de confusión la disipa pronto y aclara muy acertadamente.

Otras lecturas. Esta vez menos armoniosas. Louis Bouyer: "La descomposición del catolicismo". Libro que desconocía y que he leído esta semana. Desde el comienzo me desagradó el tono presuntuoso e irónico, la mirada desde el suelo, los juicios históricos maximalistas. A esto se unen, sin embargo, grandes iluminaciones y poderosas verdades que sería insensato negar, como por ejemplo el abuso del pseudoespíritu conciliar, que ha fabricado, en contra del Concilio, slóganes anticonciliares en nombre del Concilio mismo. El análisis de las infidelidades postconciliares es agudo y certero, sin duda. Muestra algunas desviaciones teológicas masivas en la opinión pública eclesial tras el Postconcilio anticonciliar. La crisis es evidente, y no se puede negar. Cita un peligro del ecumenismo practicado en ciertos ambientes eclesiales, con una palabras certerísimas de un ecumenista protestante:

"
El mayor peligro para el ecumenismo consiste en que los católicos acaben por entusiasmarse con todo aquello cuya perniciosidad hemos descubierto nosotros y que abandonen en cambio todo aquello cuya importancia hemos descubierto".

Es decir, que muchos católicos se vuelven a lo negativo del protestantismo justo cuando muchos buenos protestantes con deseo verdadero de unidad están descubriendo en la Iglesia aquello que a ellos les faltaba, --y que es precisamente lo que se está abandonando en ciertos ambientes eclesiales.

Me desagradan en especial las afirmaciones totalizantes que realiza el autor, de este tipo: "Los católicos de ayer eran incapaces de recibir ninguna lección del mundo" ¡! Su crítica al monstruo bifronte, integrismo-progresivismo, me parece acertada, y muestra bien cómo se engendran mutuamente. Critica tanto la petrificación tradicionalista como el espíritu de vértigo progresista.

Al final del libro dice: "Pero la Iglesia una, santa, católica y apostólica, en la que Pedro y sus sucesores presiden en la caridad, ella, sí, tiene las promesas de la vida eterna, y su fe no se verá nunca fallida".

Y es que sin duda alguna la fuente de la renovación eclesial que necesitamos no será la felicidad o infelicidad de visiones particulares de la Iglesia,

sino la Iglesia misma en lo que objetivamente es, la Casa del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad ( 1 Tim 3, 15), fuerza sobrenatural que nos enciende en el fervor de la verdad y la gracia de Cristo y nos consagra en santidad y plenitud.

En ella, en la Iglesia, y sólo en ella, ha de residir nuestra esperanza, pues ella es la dadora de la Gracia, por ser Cuerpo de la Gracia, y en ella ponemos todo nuestro esperar (1 Pe 1, 13)

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