sábado, 17 de abril de 2010

Un pequeño lugar del mundo


La enfermería, el claustro, la lavandería, el pequeñito jardín de castaños... un diminuto, pobre lugar del mundo. A muchos hundiría en la rutina. Los malos modos de algunas hermanas, las manchas de humedad que hay que limpiar, los mismos trabajos de todos los días... La pobreza del mundo físico donde vivía Santa Teresa del Niño Jesús sorprende por su poquedad. Pero en este espacio gris lo que se despliega ante nuestros ojos no es una vida rutinaria y gris. Es un vida abierta a horizontes infinitos, derramada en torrentes de Gracia y abismos de Amor, un vida inmensa como un océano de luz, pletórica de gozo interior y luminosa plenitud.

Sorprende el heroísmo de esta pequeña muchacha. Camina entre paredes pequeñas como un gran guerrero entre los muros de una ciudad medieval, dispuesta a conquistar nuesvos espacios para Cristo, allende los mares. En un diminuto jardín conventual, entre las plantas humildes de verde rutinario, se entreabren al Cielo catedrales de Caridad.

Hay mucho que aprender de esta Doctora de la Iglesia. No es un sabio catedrático de teología, ni un erudito políglota, ni un sabio de los que el mundo honra en las actas de los Congresos y las Academias. Es una simple muchacha que lava la ropa en un pequeño lugar del mundo.
Pero es Doctora de la Iglesia, porque quería ser como un niño.
En la finitud del espacio que nos rodea. Aquí es donde debemos alcanzar esa pletórica vida interior. Abiertos a horizontes infinitamente dilatados, urgidos por Cristo a lanzarnos más allá de las fronteras de los números y los tonos grises. Allá donde se conciertan todos los acordes, en el abismo de Amor del corazón de Cristo.
Aparentemente, seremos como todos. Estaremos en las mismas colas de los supermercados, los mismos atascos del centro de la ciudad, los mismos escenarios del mundo prosaico. Pero en todos los espcios del gris de este mundo, nuestra voluntad estará movida y orientada por el Verbo y potenciada por su Luz: unidos a Él, allá donde estemos habrá un puente hacia lo Absoluto. Allá donde estemos se abrirán todos los mares a nuestro paso hacia el Costado de Cristo. Y nada será igual.

1 comentario:

  1. Qué maravilla de comentario. Yo también me siento, especialmente en estos últimos días, muy unido a Santa Teresita. Es una maestra espiritual increíble, y no sólo con sus sencillas palabras, sino con su propia vida. Con Jesús no hay rutina, cada pequeña cosa se convierte en aventura. Cada pequeña cosa que ella hacía era como el mandoble de un guerrero, como el asalto a una fortaleza; contenía en sí el descubrimiento, el martirio, el sacerdocio... sólo necesitaba para eso, como tú dices, lavar la ropa o acompañar a una hermana al comedor ¡Cómo huele a Cristo todo eso...!

    Muchas veces me da pena no ser como ella, aun con su pequeñez, parece de una fortaleza increíble. Me acuerdo de sus palabras: "En esa noche [una Navidad] en la que Él se hizo débil y sufriente por mi amor, a mí me hizo fuerte, fuerte y valerosa, me revistió de sus armas. Y desde aquella noche bendita, nunca más fui vencida en ningún combate, sino que marché de victoria en victoria, y comencé a vivir una carrera de gigante".

    Aunque seamos libres, ¿no podríamos pedir a Dios que casi nos obligara a ser como ella a desear es fortaleza, esa santidad como ella la deseaba y se la pedía a Dios? En fin, Él siempre sabe más. Lo importante es luchar, aunque perdamos una y otra vez. Quizá su voluntad es, para vencer nuestro orgullo, permitir que vayamos "de derrota en derrota, hasta la victoria final". Pero que nos dé toda la gracia para casi obligarnos a luchar siempre, y también el impulso de la gracia para querer hacerlo.

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