jueves, 28 de abril de 2011

Sobre el pecado original y la presencia del mal en la naturaleza

El mal en la naturaleza es efecto del pecado original.

No importa que este mal ya existiera, en forma de depredación, muerte, enfermedad, violencia, etc., antes o después de la aparición del hombre. Una causa "posterior en el tiempo" puede producir efectos "anteriores a la causa" en la cronología.

Es lo mismo que, cuando en un plano completamente distinto, decimos que María fue preservada del pecado original en virtud de los méritos de la Pasión de su Hijo. Una Pasión que aún no había sucedido en el tiempo sirvió para preservar del pecado original a la Madre del Señor en su concepción.

Es decir, una causa puede producir un efecto anterior a sí misma.

Hay causas que producen efectos en un sentido no sucesivo espaciotemporalmente.

Como, en otro sentido, la oración retrospectiva, que puede cambiar, por así decir, el pasado.

Por ejemplo. Cuando operaron a mi madre, hace años, a las diez de la mañana, yo quería rezar para que todo saliera bien. Pero no me acordé, distraído por el ajetreo del trabajo en el colegio en que daba clases, y recé a las doce, después de rezar el Ángelus, cuando aún no sabía nada de esa operación.

Tenía mucho sentido que yo rezara a las doce para que hubiera salido bien la operación que se produjo a las diez, porque sabía que el Señor sabía que yo a las doce iba a rezar por lo que sucediera a las diez. El Señor, que lo sabe todo, puede responder a las diez a la oración que yo le dirijo a las doce. Porque Él lo sabe todo, y es independiente del tiempo y del espacio.

Creo que bajo este punto de vista se puede interpretar que exista el mal en la creación anteriormente a la aparición del ser humano en la Tierra.


Un amigo agnóstico hace poco hizo a mi anterior reflexión este contra-argumento:

"Si el pecado original fue causa de un efecto anterior en el tiempo, que vició la creación, cuando Adán y Eva cometieron el pecado, la creación sería ya la creación afectada por el pecado, y no el paraíso. Sin embargo sabemos que Adán y Eva estaban en un Edén".

A esto se puede contrargumentar así:

Ante una presencia sobrenatural muy patente de Gracia, ante una gran irradiación de Gracia, la depredación y la crueldad animal, y todos los males físicos y naturales, se pueden paralizar y suspenderse, produciendo una especie de paraíso por acción de la Gracia.

La creación, por tanto, siendo buena, comienza sin embargo afectada por el pecado original no producido aún, como efecto anterior a la causa. Continúa así hasta la creación del hombre, en que por efusión presente de Gracia se produce una comunión profundísima, extraordinaria, que produce una edén por Gracia.

Sucede el pecado, y con él la pérdida de la Gracia, que afecta al hombre, que "se vuelve al polvo".


El jardín edénico puede contemplarse como obra conjunta de la Gracia y la naturaleza, y no como algo puramente creatural. Esta unión extraordinaria de Gracia y Naturaleza pudo producirse perfectamente en el decurso temporal de una creación ya desordenada por pecado aún no producido, pero que iba a producirse, según conocía la mente omniscente de Dios.


Dios tiene poder suficiente para frenar el mal y por irradiación de Gracia crear al hombre en un edén repleto de milagros de paz y armonía (en un mundo que sin Gracia está desordenado por obra del pecado).

Este lapsus de Gracia, que detiene el mal natural, puede contemplarse en la vida del Señor y de los santos:

es el caso de Jesús deteniendo la tormenta o caminando sobre las aguas, o los leones que no devoran a Daniel, o de Pedro que camina en las aguas mientras tiene fe y confía en el Señor, o del navío que no naufraga porque tiene un santo entre la tripulación, o las fieras que escuchan amansadas la predicación de San Francisco de Asís, o el león que acompaña dulcemente a San Jerónimo, etc., etc..

Es decir, ante la majestad de la Gracia, del poder de Dios Omnipotente, la creación queda suspendida de sus poderes malignos consecuencia temporal del pecado; esto pudo suceder en la Creación del hombre


El pecado original produjo esa pérdida de Gracia que afectó a la Creación, aunque fuese posterior como causa al efecto producido. Fue un mal extendido por el mundo y sus criaturas en previsión de la pérdida futura de Gracia por el pecado.

"Mientras permaneciese en la intimidad divina el hombre no debía ni morir ni sufrir" (Catecismo, 376)

El concepto de edén no se puede separar, por tanto, del de Gracia. Es naturaleza y ser humano en colaboración íntima con Dios.

Por esto, porque paraíso sin Gracia no es paraíso, no podemos entender nada del pecado primigenio y la caída sin entender que Cristo es fuente de la Gracia que se perdió y más aún.

"Es preciso conocer a Cristo como fuente de la Gracia para conocer a Adán como fuente del pecado".
(Catecismo, 388)

En fin, todo esto no son más intentos de explicar el misterio, que subordino absolutamente al Magisterio de la Iglesia y formulo como simples intentos de explicar lo cierto y misterioso.

miércoles, 20 de abril de 2011

Algo nuevo está surgiendo. I

Algo se está renovando en nuestra diócesis. De esto no me cabe duda. Quedan todavía rastros de secularismos, restos fuertes, intensos. Pero entre los fieles y ambientes más dóciles a la Iglesia, Madre y Maestra, la mundanización de estos últimos decenios está cediendo. Tenemos esperanza.

Pero, ¿en dónde o en quiénes hemos de ponerla, cuál es la esperanza de nuestra diócesis? ¿Será una renovación de la catequesis, el empuje de la juventud, nuevos planes pastorales, actividades más creativas y originales, mejor planificación de los recursos, mayor implicación de los laicos, ideas muy buenas y originales...? No, en nada de esto debemos poner nuestra esperanza. No nos engañemos. No serán los jóvenes, ni los matrimonios, ni los nuevos sacerdotes, ni los cursos bíblicos, ni nada de esto. ¿En qué o quiénes, entonces, debemos poner nuestra esperanza los fieles de esta Iglesia local?

La Sagrada Escritura nos dice en 1 Pedro 1, 13 algo muy importante:

"pongan toda su esperanza en la Gracia".

A continuación se dirige a nosotros, los cristianos que hemos dejado de confiar en nuestras fuerzas humanas (carnales, corruptibles), y nos llama de una forma sorprendente: hijos de la obediencia. Pues en la medida en que seamos hijos obedientes a la Gracia, podremos poner toda nuestra confianza en el camino que emprendamos, sea cual sea.

Y es que hay una relación muy estrecha entre la acción de la Gracia, en que hemos de tener puesta toda nuestra esperanza, y la obediencia, que proporciona esa ductilidad y docilidad a la Gracia divina que es el camino seguro de toda renovación auténtica.
Nuestra diócesis va a renovarse en el Espíritu por la obediencia.

Y lo será de forma inmerecida, gratuita, por pura misericordia, si lo pedimos. Sólo hemos de ser hijos obedientes de la Iglesia y hacer cuanto el Señor nos diga que hagamos, donde quiera y como quiera y cuando quiera que lo hagamos. Y hemos de abandonar todos los viejos deseos antiguos de ser el centro de la renovación y el progreso de nuestra Iglesia. Hemos de dejar de desear ser nosotros, en nuestra humanidad, los protagonistas, y dejar paso al Señor y su Gracia, permitirle al Señor que sea su Vida Sobrenatural la auténtica protagonista. Pues sólo Él da el crecimiento, el querer y el obrar. Sólo en Él damos fruto.

13 Por lo tanto, manténganse con el espíritu alerta, vivan sobriamente y pongan toda su esperanza en la gracia que recibirán cuando se manifieste Jesucristo. 14 Como hijos obedientes, no procedan de acuerdo con los malos deseos que tenían antes (1 Pe 1)

Voy a deciros cuáles eran algunos de esos malos deseos (malos por ser únicamente carnales, antropocéntricos, vacíamente humanos):
*Desear ser nosotros, y no el Señor, quien arregle las cosas. *Desear ser nosotros, y no el Señor, quien determine lo bueno y lo malo.*Desear ser nosotros, y no el Señor, quien dirija la Iglesia y nuestra vida cristiana. Etc. etc.

Nosotros, nosotros, nosotros...Nuestra confianza la teníamos depositada en nosotros, en nuestro compromiso, en nuestros valores, en nuestras actitudes, en nuestras lecturas, en nuestra realidad, en nuestras necesidades, en nuestro entendimiento, en nuestros deseos...

La Santa Escritura, que no pasa, porque es eterna, nos enseña en 1 Pe 2 algo bien distinto:2 Como niños recién nacidos, deseen la leche pura de la Palabra, que los hará crecer para la salvación, 3 ya que han gustado qué bueno es el Señor. 4 Al acercarse a él, la piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y preciosa a los ojos de Dios

Fijaos lo que dice: la Palabra hace crecer en salvación, y esa Palabra Divina es rechazada por los hombres. Porque pensar a lo humano, desear a lo humano, vivir a lo humano es contrario a la Palabra. Por esto, mientras queramos mejorar el ambiente que nos rodea a lo humano vamos mal, muy mal. Porque pensar a lo humano implica rechazo del pensamiento divino, tal como se expresa en la Palabra.

En aquellos sectores de nuestra diócesis en que se propaguen ideas morales contrarias a la ley Moral (por ejemplo, donde se difunde la anticoncepción, y no la moral cristiana verdadera), no se producirá esa renovación.

En los sectores y ambientes en que se minusvalore el sacerdocio, la vida religiosa, la castidad, la predicación bíblica y tradicional (salvación, santidad, posibilidad real de condenarse, penitencia, ayuno...etc.); en los sectores en que se continúe ajeno a las mociones y maravillas de la Gracia divina, y se continúe hablando en términos de compromiso inmanentista, de humanismo autónomo y pelagiano; no se producirá esa renovación.

En esos sectores la crisis de fe y de fervor, la esterilidad continuará... la renovación pasará de largo por ahí, se continuará la petrificación humano-centrista, y el apostolado quedará en palabras secas, ideologizadas, moralistas y muertas.

Seguirán hablando de que el cristiano tiene que encarnarse, ignorando que lo que sale de la carne es carne y no aprovecha para nada, y que es el Espíritu y no la carne Quien da la Vida. Pensar según los hombres (Mt 16, 23), "vivir a lo humano" (1 Cor 3, 3) es visto en la Palabra de Dios como algo malo: es carnal, diabólico (Mt 16, 23). Lo que nace de la carne es carne (Jn 3, 6) Solamente la Palabra de Dios nos hace pensar a la manera de Cristo.

El Kempis nos enseña donde poner toda nuestra confianza: "Deposita en Dios TODA tu confianza" (Cap. 1, 11).
No dice la parte, o mucha, sino toda.Y este todo de confianza enlaza con ese todo de esperanza de que nos habla la Escritura en 1 Pe 1, 13: pon toda tu esperanza en la Gracia.
La renovación en espíritu y verdad de nuestra diócesis, que tanto deseamos, vendrá por pura misericordia del Señor, si la pedimos humilde y confiadamente como hijos obedientes de la Iglesia.

No vendrá por una humanidad sin Gracia, por un compromiso fraterno sin Gracia, por nada que emane de nosotros sin Gracia. Porque sin Gracia nada fructifica.

La renovación vendrá del Señor, de su Vida, que nos transformará por los sacramentos, por la oración, por la Caridad, nos dará amor por los hermanos, energías espirituales y morales para hacer el bien, espíritu y visión sobrenatural. Cristo es el Señor y Salvador.

16 Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la Gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. (He 4, 16)

Pongámonos manos a la obra. Tenemos mucho que hacer, como instrumentos dóciles, alegres y obedientes del Señor, para renovar nuestra diócesis en espíritu y verdad.

sábado, 16 de abril de 2011

Vivos en la Palabra

La Palabra de Dios. De aquí brota el Logos, la comprensión verdadera de las tinieblas en que vivimos. Abre la puerta de la Luz, que es estrecha, pero conduce a la Vida.

No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4, 4). Fíjate lo que el Señor te dice a ti y a mí. Que vivimos de la Palabra, como del sustento corporal. Que vivimos de todo cuanto Él nos dice.


Ama mucho la Escritura y la Tradición. Vive en ellas. Memoriza la Palabra, haz oración con ella, tenla dentro de tu mente todo el día y medita día y noche en su sentido y en la ley del Señor, escrita para siempre.

Pensar según los hombres (Mt 16, 23), "vivir a lo humano" (1 Cor 3, 3) es visto en la Palabra de Dios como algo malo: es carnal, diabólico (Mt 16, 23). Lo que nace de la carne es carne (Jn 3, 6) La Palabra de Dios nos hace pensar a la manera de Cristo. Las palabras humanas nos enquistan en modos humanos de pensar y de vivir.


Es el Espíritu el que da la Vida, la carne no aprovecha para nada(Jn 6, 63) Glorifica la Palabra del Señor con tu vida y el Señor de la Gracia te hará vivir para siempre. No hagas lo que tú quieras (Gal 5, 17) sino lo que quiere el Señor.

Y volverás de la tinieblas a la luz y viviras en gozo indestructible del Espíritu.

Todo es basura comparado con Cristo.

Por eso toda palabra humana es nada si no refleja y brota como un afluente de la Palabra de Cristo. Su Palabra nos da la ganancia en que crecemos, la ganacia de Gracia que nos hace vivir del todo.


Hermanos: lo que para mí era ganancia, por Cristo lo he estimado como pérdida.Más todavía: todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía –la de la ley- sino con la que viene de la fe en Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe... No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo... Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba me llama en Cristo Jesús (Filipenses 3, 7:14)

miércoles, 13 de abril de 2011

Siempre fervientes, siempre hablando del Señor

Los laicos estamos llamados al apostolado. Hasta tal punto, que el Magisterio de la Iglesia dice: "el apostolado de los laicos, que surge de su misma vocación cristiana, nunca puede faltar en la Iglesia" (Apostolicam Actuositatem, 1)

Nunca puede faltar en la Iglesia.

Y si falta, o contiene graves deficiencias, produce daños que es necesario reparar con oración, ayuno, limosna, obediencia sobrenatural, una profunda humildad y un apostolado más ferviente en el espíritu cristiano, bíblico, tradicional, obediente al Magisterio de la Iglesia.

Pero no puede faltar. Porque amamos tanto al Señor que queremos proclamar a los cuatro vientos que Cristo es la única salud, la única paz, la verdadera estabilidad, la única fuente de perfección y de bondad, el equilibrio sobrenatural, el gozo celestial, la profunda y verdadera luminosidad de toda inteligencia, la más perfecta y tierna sencillez, el única camino de vida ordenada a lo imperecedero y luminosa por la Gracia. Estamos tan llenos de Cristo que nos aburre no hablar de Cristo. Pero, ¿desde cuándo es tan importante el apostolado de nosotros, los laicos? Desde el principio de la Iglesia.

Así nos lo dice el mismo documento del Magisterio en el mismo punto 1:

"Cuán espontánea y cuán fructuosa fuera esta actividad en los orígenes de la Iglesia lo demuestran abundantemente las mismas Sagradas Escrituras (Cf. Act., 11,19-21; 18,26; Rom., 16,1-16; Fil., 4,3)"

Lo que ocurre es que, hoy día, debido a la mundanización, secularización, descristianización de Occidente, se hace urgentísimo este apostolado. Se hace urgente porque la doctrina de Cristo es urgente. Pues cuando vives a oscuras necesitas de la luz. Cuando queda escindida la vida moral de la vida espiritual se producen graves daños en el orden interior de la persona y la conciencia queda oscurecida, relativizada.

Así nos lo enseña este mismo Decreto Conciliar:

"Y este apostolado se hace más urgente porque ha crecido muchísimo, como es justo, la autonomía de muchos sectores de la vida humana, y a veces con cierta separación del orden ético y religioso y con gran peligro de la vida cristiana"

Nos dice la Iglesia que Dios nos llama al apostolado, que los laicos, concretamente, "son llamados por Dios para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento" (Apostolicam Actuositatem 2)

Quiere la Iglesia que seamos fervorosos en el espiritu cristiano, que es urgente, debido, entre otras causas, a la escisión entre ética y fe, gran peligro para la vida cristiana. No podemos separar moral y fe cristiana, porque seguimos a Cristo.

Nuestro apostolado, pues, no consiste sólo en hacer el bien, en testimoniar la Gracia y comunicarla con nuestra buenas obras, o en hablar únicamente de moral, como si fuera posible separar la ley Moral del Autor de la misma; sino que "el verdadero apóstol busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe; ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa:

"la caridad de Cristo nos urge" (2 Cor., 5,14), y en el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol: "¡Ay de mí si no evangelizare"! (1 Cor., 9,16)." (Apost. Actuos. 6)

Es tan alta la misión apostólica de los laicos, que el Concilio enseña como parte de la misma la de reanimar el ejercicio pastoral de la Iglesia:

"Pues los laicos de verdadero espíritu apostólico, a la manera de aquellos hombres y mujeres que ayudaban a Pablo en el Evangelio (Cf. Act., 18,18-26; Rom., 16,3), suplen lo que falta a sus hermanos y reaniman el espíritu tanto de los pastores como del resto del pueblo fiel (Cf. 1 Cor., 16,17-18).

"Porque nutridos ellos mismos con la participación activa en la vida litúrgica de su comunidad, cumplen solícitamente su cometido en las obras apostólicas de la misma; conducen hacia la Iglesia a los que quizá andaban alejados; cooperan resueltamente en la comunicación de la palabra de Dios, sobre todo con la instrucción catequética; con la ayuda de su pericia hacen más eficaz el cuidado de las almas e incluso la administración de los bienes de la Iglesia. (Apostolicam. Actuositatem, 10)

También nos enseña el Concilio a hacer apostolado directo de Cristo, sea con creyentes como con no creyentes: "Con relación al apostolado de evangelizar y santificar a los hombres, los laicos han de formarse especialmente para entablar diálogo con los otros, creyentes o no creyentes, para manifestar directamente a todos el mensaje de Cristo.

"Pero como en estos tiempos se difunde ampliamente y en todas partes el materialismo de toda especie, incluso entre los católicos, los laicos no sólo deben aprender con más cuidado la doctrina católica, sobre todo en aquellos puntos en que se la ataca, sino que han de dar testimonio de la vida evangélica contra cualquiera de las formas del materialismo." (Apostólicam Actuositatem, 31)


Y deja claro que el objetivo de toda formación ordenada a la acción apostólica es: " lograr un conocimiento más profundo de la Sagrada Escritura y de la doctrina católica"

Hay que grabarse bien en la cabeza que el único lenguaje provechoso para el apostolado de la fe es el bíblico y tradicional. Y que existe un error gravísimo: la secularización del apostolado, que así no es capaz de cumplir satisfactoriamente la misión que la Iglesia nos confiere a los laicos: el lenguaje, los conceptos, las categorías de un mundo sin Cristo, sin Luz, penetra en el apostolado de los que son de Cristo, secularizándolo, mundanizándolo, oscureciéndolo, callando a Cristo para que hable el mundo. Al final se deja de ser de Cristo, y como el lenguaje del mundo no puede iluminar el mundo, el apostolado se vuelve inoperante, sal sosa, letra humana.

Porque el que vence y arrebata es Cristo y su palabra bíblica y tradicional. Ninguna reflexión cultural, filosófica, sirve para nada. Porque el que sirve es Cristo.

Es infructuoso, poco bíblico, sin Tradición, ese frecuentísimo apostolado pelagiano-sincretista a la manera de los libros pseudosanadores new age, de estilo Paulo Coelho, Bucay, etc., etc, que tanto encontramos hoy en día entre el Pueblo de Dios, apostolado en que tanto vale un cuento sufí, como otro budista, como otro confuciano, indigenista, ecologista, psicologista, taoísta.... Este apostolado new age se prodiga en libros, homilias, reuniones... Cambian el apostolado de la Palabra del Señor por el apostolado de palabras humanas.


El apostolado secularizado tan abundante y frecuente de hoy, profundamente pelagiano, sincrético y culturalista, es complicado, sofisticado, artificial, infecundo.

El apostolado bíblico y tradicional es sencillo, hermoso, cautivador. Porque se basa en la Palabra de Cristo, y si es fiel a la doctrina del Señor, será fecundo y fructífero, porque dará Gracia.

Será Luz de Vida.

El justo vive de la fe (Rom 1, 17) La fe es por la predicación, y la predicación por la Palabra de Cristo (Rom 10, 17)

El Apostolado de los laicos, pues, debe comenzar con el anuncio del Evangelio de Jesucristo, que "es el mismo ayer y hoy y siempre" (Heb 13, 8).

Es el único mensaje verdadero que puede transformar el mundo. Porque dá la Gracia y sirve al Padre, para que por el Espíritu nos santifique en la verdad.

Si no pedimos al Señor la fuerza para predicar el Evangelio en toda su integridad, y somos débiles, ante el mundo, para predicarlo como la iglesia quiere y nos enseña a través de su Magisterio, caeremos en falseamientos, en eticismos, moralismos, naturalismos, culturalismos, sincretismos new age donde todo parece tener valor... un valor que no tiene.

Porque lo único que vale es Cristo. Pues sin Él no podemos hacer nada (Jn 15, 5)


Termino con las bellas palabras del Concilio sobre el apostolado seglar:

Es preciso que los seglares avancen en la santidad decididos y animosos por este camino, esforzándose en superar las dificultades con prudencia y paciencia. Nada en su vida debe ser ajeno a la orientación espiritual, ni las preocupaciones familiares, ni otros negocios temporales, según las palabras del Apóstol: "Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por El" (Col., 3,17).

domingo, 3 de abril de 2011

Sin miedo a la Palabra, sin miedo a la Cruz, para que hable el Señor por nosotros

Longinos ha publicado una importante entrada en su blog acerca de la secularización del apostolado y la necesidad de superar una autocensura/ paralizante que hace infecunda nuestra actividad evangelizadora.

Es un tema importante, porque la secularización o mundanización del apostolado es un grave mal que hemos de extirpar de nuestra vida cristiana.

Hay una idea que me parece fundamental del post de Longinos: "Nuestra misión es predicar, sin autocensura: dar a los demás la verdad que nos ha sido dada gratis a nosotros".

"Nuestra misión es predicar". Exacto.

Así nos lo enseña la Santa Escritura de Dios: "El justo vive de la fe" (Rom 1, 17) y "la fe es por la predicación, y la predicación por la Palabra de Cristo" (Rom 10,17).

¿Qué consecuencias tiene esto para nuestro apostolado? Pues, entre otras, que si en nuestro apostolado no está presente la Palabra de Cristo, no habrá talmente predicación, y sin predicación, no podremos suscitar la Gracia de la fe para otros. Nuestro apostolado quedará en palabras humanas inútiles para suscitar la conversión.


Tengamos esto claro: No hay lenguaje que traspase el corazón como el lenguaje bíblico y tradicional.

¿Por qué? Porque procede del mismo Dios que da Vida a nuestro corazón y nos lo inquieta de deseo de su Palabra. Tenemos necesidad del Logos Divino, que sólo es transmitido por el propio Logos, el Verbo, cuyo Espíritu nos habla por la Escritura y la Tradición, según el Magisterio de la Iglesia.

Por esta razón, nuestro apostolado, para iluminar con el Logos divino, debe ser bíblico y tradicional, conforme al Magisterio. Sólo así el Padre atraeará a nuestros semejantes a Sí mismo, llamándolos a través de la Palabra que pronuncia.

Una Palabra que nos la da el Santo Señor Jesús, por la que nos consagra en la Verdad. Y que al consagrarnos en la verdad: 1) nos separa por la Gracia del mundo, haciéndonos ciudadanos de la ciudad celestial, 2) nos santifica en ella, y 3) nos manda a la misión de santificar e iluminar el mundo en su Nombre por su Palabra. Cristo nos hace apóstoles de la Palabra Divina, como Él mismo fue apóstol de la Palabra, y para ellos nos hace sagrados, nos separa del mundo del maligno, nos sacraliza, nos hace suyos. Nos proporciona una nueva forma de hablar, que sólo Él puede darnos, porque es sagrada, divina, y no pertenece al mundo. Así nos lo enseña el Señor en su oración al Padre:

Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos (Juan 17, 6)

Cristo nos comunica la Palabra que el Padre le da para nosotros (Jn 17, 8)

14 Yo les comuniqué tu Palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 15 No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. 16 Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 17 Conságralos en la verdad: tu Palabra es verdad. 18 Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. 19 Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad (Jn 17, 14,19)


De este pasaje de la Escritura, según la enseñanza misma del Señor, se desprenden unas consecuencias clarísimas para nuestro apostolado personal. Jesús nos comunica la palabra del Padre y el mundo puede odiarnos por ello, como odió a Nuestro Señor, por Quien hablamos de Dios. Aceptemos este martirio y no busquemos el aplauso mundano. Nos odiarán. Pero los que no nos odien, los que el Padre llame por nuestra predicación y escuchen su Verbo de Conversión, que es Cristo, se convertirán.

A nadie dejará indiferente así nuestro apostolado. Unos nos rechazarán, pero otros recibirán en su corazón la palabra Divina, a través de nosotros. "Yo les he dado tu Palabra y el mundo los ha odiado porque no son del mundo como yo no soy del mundo". (Jn 17, 14)


Y esta aceptación, este inicio de conversión, sólo es posible de suscitar en nuestros semejantes si predicamos como el Señor quiere. Si nuestras palabras no brotan de sus enseñanzas no podrán suscitar conversiones. No podremos iluminar el mundo. El mundo no nos odiará, tal vez nos aplaudirá, dirá que somos muy listos, que hablamos o escribimos muy bien, que somos muy cultos, que han reflexionado mucho o poco y que han pensado en lo que decimos, pero todo quedará ahí.

¿Por qué? Porque la conversión no procede de nosotros mismos, de nuestras reflexiones o pensamientos humanos.

Así nos lo enseña el Catecismo Romano, 1010: "Creer no significa aquí pensar, juzgar, opinar "

Y más adelante nos enseña con qué actitud hemos de hablar de Cristo: "Y adviertan los cristianos que el que dice creo no puede conformarse sólo con el asentimiento íntimo de su espíritu a la verdad revelada (), sino que debe manifestar externamente la fe que lleva en el corazón, confesándola explícitamente y con valentía (acto externo de la fe).

"Todo discípulo de Cristo debe sentir y poder decir con el profeta: Creí y por esto hablé (Ps 115,10); y debe poseer el espíritu de los apóstoles cuando valientemente hablaron ante la autoridad:

"Porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído (Ac 4,20); y debe enardecerse ante el ejemplo y las palabras de Pablo: Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es poder de Dios para la salud de todo el que cree (Rm 1,16).

"Y como última y más explícita confirmación de esta verdad, recordemos las palabras del mismo Apóstol: Porque con el corazón se cree para la justicia y con la boca se confiesa para la salud (Rm 10,10).

Con impresionantes palabras, el Magisterio de la Iglesia nos enseña, en Qui Pluribus, de Pio IX, evitar palabras mundanas, brillantes, de humana elocuencia, y a proclamar a Cristo crucificado y la su doctrina salvadora:


"Para que la palabra de Dios, viva y eficaz y más penetrante que espada de dos filos (He 4,12), instituida para la salvación de las almas no resulte infructuosa (...), no ceséis de inculcarles a esos predicadores de la palabra divina, y de obligarles, Venerables Hermanos, a que, cayendo en la cuenta de lo gravísimo de su cargo,

"no pongan el ministerio evangélico en formas elegantes de humana sabiduría, ni en el aparato y encanto profanos de vana y ambiciosa elocuencia, sino en la manifestación del espíritu y de la virtud con fervor religioso,

"para que, exponiendo la palabra de la verdad y no predicándose a sí mismos, sino a Cristo Crucificado, anuncien con claridad y abiertamente los dogmas de nuestra santísima Religión, los preceptos según las normas de la Iglesia y la doctrina de los Santos Padres con gravedad y dignidad de estilo;

"expliquen con exactitud las obligaciones de cada oficio; aparten a todos de los vicios; induzcan a la piedad de tal manera, que, imbuidos los fieles saludablemente de la palabra de Dios, se alejen de los vicios, practiquen las virtudes, y así eviten las penas eternas y consigan la gloria celestial.


Es decir, el celo por la salvación de las almas nos debe empujar, con la Caridad de Cristo, a suscitar la conversión que aparte del mal a nuestros semejantes y los conduzca al Señor.

No nos callemos la Palabra Divina.

No tengamos miedo, tan sólo creamos. Recuperemos las grandes certezas de nuestra fe, entre ellas, la eficacia de la palabra de Dios, que traspasa los corazones como espada de dos filos, y "penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y es capaz de juzgar los sentimientos y los pensamientos" (Hb 4, 12)


No tengamos miedo a la cruz y dispongámonos alegremente para el martirio, que es la suma felicidad de esta vida.


LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

domingo, 27 de marzo de 2011

El Via Crucis por la Vida, un momento de Gracia para nuestra Iglesia local

En nuestra diócesis ha habido un momento de Gracia. Y es que hemos actuado, este sábado, en un fervoroso Vía crucis por la Vida, como hijos de Dios, conscientes de que la salvación de los males que padece nuestra sociedad procede de la Gracia divina; hemos dejado de confiar en la efectividad puramente natural de movilizaciones neutrales y laicas donde no se pronuncia el nombre del Santo Señor Jesús, y hemos hecho lo que el Señor quiere que hagamos, es decir, que acudamos a Él buscando salvación y ayuda para los males que nos afligen.

Jeremías 17, 5:

5 Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor! 6 Él es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. 7 ¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza!

El Via crucis de este sábado por las calles del Pópulo, con la cruz del Papa, ha sido un momento de Gracia para nuestra Iglesia, porque hemos comprendido que sólo el Señor nos puede ayudar.


Ha sido un momento de Gracia porque hemos dejado atrás una forma de luchar por buenas causas que estaba llamada a la esterilidad. Esta falsa idea: las causas de la ley natural se pueden combatir con medios puramente naturales, nos tenía confundidos.


Hemos comprendido la necesidad radical de poner toda nuestra confianza en el Señor, y no en cuanto podamos hacer, promover, concienciar, manifestar o programar con medios puramente humanos y naturales.


Y es que la victoria es siempre de Cristo, que es el que vence. No nuestra. Sólo venceremos en Cristo vencedor.


Debemos creer absolutamente que el Señor y sólo Él puede salvar nuestra sociedad, que Su fuerza sana, libera, purifica, humaniza verdaderamente. Debemos creer que desde planteamientos naturalistas, neutros, profanos, humanocentristas, no podremos humanizar nada, y que sin la ayuda del Señor y su Gracia todo seguirá igual y empeorará. Porque no hay humanismo sin Gracia. Porque ningun humanismo puede salvar lo humano. Sólo Cristo es Salvador. Sólo Cristo humaniza y libera. El hombre adámico reside en las tinieblas de su enfermedad congénita. Sólo Cristo es Luz. Sólo Cristo sana.


Por esto el Via Crucis del sábado marcará un hito en nuestra diócesis. Porque hemos puesto nuestra confianza en el Señor de la Vida para la causa de la vida y todas las causas que emprendamos en Su nombre, por Él, con Él y en Él.

«Bendito el Señor, que escuchó mi voz suplicante; el Señor es mi fuerza y mi escudo: en él confió mi corazón; me socorrió, y mi corazón se alegra y le canta agradecido» (Sal 27,6-9).

miércoles, 23 de marzo de 2011

Arrepiéntete y no peques más, y vive en el Señor

Arrepiéntete y vive. La doctrina sacramental de Cristo te hace Vivir en Gracia por la fe. Te proporciona el gozo curativo del arrepentimiento. Sanas y comienzas de nuevo en esperanza de salvación.

La doctrina del mundo, sin embargo, es deprimente. Porque pecar y vivir alejado de Cristo es deprimente. Empecinarte en pecar es deprimente. No estés tranquilo. Cuestiona la doctrina del príncipe de este mundo, que te dice que peques y confíes, a la vez, en una hipotética salvación, por más que las sombras te dominen por dentro. De la alegría perfecta de la penitencia a las tinieblas del pecado hay un abismo.

Hay muchos que quieren encajar la doctrina de este mundo en la doctrina de Cristo. Pero, ¿acaso este mundo -dicen- tiene doctrina?
Sí que la tiene. La elabora su oscuro príncipe, y consiste en afirmar el bien como mal y el mal como bien, creando en las almas la falsa tranquilidad de una salvación segura por más que se haga el mal sin arrepentimiento: No me va a pasar nada, sólo existe esta vida, no hay nada después de la muerte, en el último momento Dios me inyectará el arrepentimiento de urgencia y no me condenará....

El príncipe de este mundo te dice: "tranquilo" No puedes condenarte, relájate. Pero Cristo dice: estad en vela, orad sin cesar, estad vigilantes... que Dios es misericordioso, pero tú eres libre y puedes pecar contra el Espíritu de Dios y rechazar esa misericordia y eso no se te podrá perdonar, porque es irremisible. Dios no te va salvar sin tu consentimiento.

Es escandaloso para muchos que muchos se puedan condenar. ¿Cómo, si Dios es misericordioso? Pero, ¡qué más quisiera el Señor que perdonarles! El padre no abraza al hijo hasta que vuelve y dice he pecado contra el Cielo y contra Ti. Si el hijo no vuelve, si permanece en tierra extraña dilapidando la herencia; si el hijo no quiere volver, ¿cómo podrá abrazarlo el Padre?

¿Qué dice la Escritura?

"Dichosos los muertos que mueren en el Señor" (Apoc 14, 13)

Mira, la Escritura no dice: dichosos todos los muertos. No. Sé que esto hiere tus oídos. Pero lo dice la Escritura: dichosos los muertos que mueren en el Señor.

Los que no mueren en el Señor, sino en sus pecados, esto es, en el príncipe de este mundo, no serán dichosos. ¿Vas a apelar a la paciencia del Señor para poder seguir pecando sin arrepentirte hasta que mueras? Así no puedes morir en el Señor.

Es en el día de la muerte cuando el Señor te pagará según tus obras en Él, es decir, en su Gracia. Después de muerto pasó el tiempo, sólo te queda la noche, la noche terrible y oscura. Noche en que ya no podrás trabajar para salvarte, porque tu tiempo habrá pasado y no se trabaja de noche, sino de día.

"Tengo que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar" (Jn 9, 4)

Mira qué claro lo dice el Espíritu por la Escritura Santa:

"Porque es necesario que todos seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo durate su vida mortal, el bien o el mal" ( 2 Cor 5, 10)

¿Cómo es que se ha extendido entre muchos buenos cristianos la vana tranquilidad en la propia salvación y la ajena? ¿Dónde está el fervoroso celo por las almas, el empuje misional celoso y ardiente, para que ningún alma se pueda perder?

Mira lo que dice el Señor: no te dice: relájate, no te preocupes.

Dice: "Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del Hombre" (Mt 24, 44)

No puedo comprender que no nos preocupe la salvación o perdición de las almas de tantos que nos rodean, tantos que viven, hoy día, abandonados a vidas tenebrosas y pecados de toda índole: abortos, infidelidades, fornicaciones, corrupciones, adulterios... ¿Cómo podemos quedarnos tan tranquilos?

Mira, por muchas cosas malas que hayas hecho, te espera una bendición insospechada. Sólo necesitas arrepentirte. Por el sacramento, Dios se reconclia contigo. Su misericordia es grande. Te abraza. Tu vida cambia y se transforma. Te incendia su Caridad luminosa y tu vida se purifica y amas verdaderamente.

Ardes de amor al Señor y ya nada te inquieta, porque el sacramento te ha reinstaurado en la Gracia, y te ha hecho ciudadano de la Ciudad celestial. Caminarás, entonces, de puro gozo en puro gozo, y aun en medio de las penalidades de esta vida no te abandonará la dicha de la Vida del Señor, si permaneces firme, sujeto a la la verdad, revestido de la armadura de la justicia (Ef 6, 14)

Pero si nos perdemos en una vana seguridad de salvación universal la vida espiritual y el celo apostólico se detiene. Perdemos ansias de apostolado. Sin celo por salvar almas la misión de la Iglesia se detiene. Tanto da una cosa que otra. Terminaremos pensando que sólo importa este mundo y estar tranquilo. No seamos tan negativos, nos diremos. Es esta la doctrina del mundo: hay que estar tranquilos y despreocuparse del más allá. No nos merecemos el infierno.

Pero a nosotros la caridad de Cristo nos urge, nos empuja a la salvación de las almas. Porque sabemos que existen pecados de muerte para el que no se arrepiente y cae la noche sobre él.

Nosotros aprendemos de los apóstoles a substituir esa falsa tranquilidad por la virtud teologal de la esperanza, que hace brotar la alegre confianza en el Señor.

"esperanza de vida eterna, prometida desde toda la eternidad por Dios que no miente" (Tit 1, 2)

Pero date cuenta de esto: esa esperanza tiene un Nombre, el Nombre del Santo Señor Jesús:

"Pablo, apóstol de Cristo Jesús, por mandato de Dios nuestro Salvador y de Cristo Jesús nuestra esperanza" (1 Tim 1, 1)

Abandona la doctrina del mundo que te dice que lo malo que haces es bueno. Pareces feliz, pero no lo eres. No te basta ser bueno a tu manera humana, desmasiado humana, porque sin Gracia, (por la fe que opera en Caridad), no puedes salvarte por bueno que seas.

Sólo serás feliz siendo ciudadano del Reino de Dios, anticipado por la Gracia en esta ciudad del mundo, del que no somos ciudadanos, pues somos de Cristo y su Ciudad Celeste.

Acude a Cristo y vive por su sacramento penitencial.

No te confíes, no te pierdas los frutos del Espíritu ni te cierres a la salvación. Espera en Cristo, que si le buscas y le amas arrepentido y en Gracia, no te abandonará, pues siempre cumple sus promesas. Y que esa esperanza destruya tu vana tranquilidad. Vuelve al Padre a ser dichoso y no peques más.

Dios te busca para abrazarte. Arrepiéntete y vive.

jueves, 17 de marzo de 2011

Que sólo Cristo y no otro es Agua de Vida, y que sólo a Él debemos nuestro apostolado

En oración se me presentaba Jesús pidiéndome de beber, sediento, crucificado, martirizado. No podía dejar de mirarlo, cubierto de llagas por mí. Y Él no dejaba de mirarme a mí. Porque Jesús nunca deja de mirarnos.

--Dame de beber--volvía a decirme.

--Mi vida entera te daría, Señor, pero, agua, ¿qué agua puedo darte que te sacie, Amado Jesús mío, si Tú y no otro eres el Agua de Vida? Dámela Tú a mí, dame de tu Agua Divina, Señor, yo no tengo agua, yo no soy fuente de agua viva, eres tú, yo no soy manantial que salta hasta lo eterno y limpia y purifica todo cuanto existe, eres Tú-.

Y entonces el Señor me abrazaba y me decía:
--Ven a Mí, así es como me das de beber, reconociéndome a Mí como Agua Viva de tu ser, reconociéndote desierto, sequedad, cisterna rota; reconociéndome a Mí, tu Salvador, tu Río de Agua Eterna.

37 El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, poniéndose de pie, exclamó:
«El que tenga sed, venga a mí; y beba.
38 quien que cree en mí», como dice la Escritura:
de su seno brotarán manantiales de agua viva.
(Juan 7)

A continuación, se me representaba junto al pozo, hablando a la samaritana, sentado, sereno, enseñando con palabras más bellas que cualquier palabra humana.

"Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
7 Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber»." (Juan 4)

Jesús está fatigado y dice: dame de beber.

¿Cómo damos de beber a Jesús, si Él es agua de Vida?.

Jesús nos responde en sus palabras a la samaritana:

«10 Jesús le respondió:
Si conocieras el don de Dios
y quién es el que te dice:
“Dame de beber”,
tú misma se lo hubieras pedido,
y él te habría dado agua viva». (Juan 4)

Es decir, si reconocemos el don de Dios, sabremos reconocer en Aquel que nos pide de beber al Dios Vivo, y entonces le pediremos de beber a Él PORQUE HABREMOS COMPRENDIDO QUE DE NOSOTROS MISMOS NO PUEDE BROTAR SINO AGUA MUERTA. Que el Agua de Vida nos es dada por Dios, que es un don.

Jesús nos pide de beber para que le reconozcamos como el Agua de Salvación, la frescura eterna, la pureza cristalina que transforma nuestra vida. Jesús nos pide de beber para que le reconozcamos y pidamos a Él de su agua reconociendo la nada de nuestra propia agua.

¿Y cómo nos pide de beber? Suscitando en nosotros ansias de apostolado, celo por la salvación de las almas, ánimo incansable de corrección fraterna en la caridad a todos cuantos no conocen su doctrina.

No somos nada, Señor, no tenemos agua que pueda satisfacerte, eres Tú el agua de vida y por tanto somos nosotros los que hemos de pedirte de beber a Ti.

Si creemos en Él, de nuestro seno brotarán manantiales de Agua Viva, y con ese Agua, que es su misma Agua, su propio Espíritu, podremos dar de lo suyo, no de lo nuestro; podremos darle de beber con su misma Agua al dar de beber a todo aquel que tenga sed de verdad, sed del Señor.

Damos de beber al Señor cuando damos de Su Divina Agua a todo aquel que tiene sed de verdad. Saciendo la sed de verdad del prójimo, con nuestro apostolado, saciamos la sed del propio Jesús.
Demos el Agua que brota de nosotros por la Gracia, dando testimonio saciamos la sed del Señor.

Y es que el Santo Señor Jesús crucificado nos quiere suyos, nos quiere de Él, crucificados con Él. Jesús quiere el Agua Viva de nuestro testimonio, de nuestro martirio.

Tiene sed de su propio Espíritu en nosotros, llevándonos a la cruz como atraídos, empujados por una gran ola martirial de apostolado auténtico, pobre, casto y obediente. Quiere que le reconozcamos como Dueño y Señor y comprendamos que somos nosotros los que tenemos que pedirle el Agua a Él, pedirle Su Agua de Eternidad. Reconocerle de forma que sacie nuestra sed es ser suyos y ser de su cruz.

Cristo tiene sed del reconocimiento martirial, apostólico de sus hijos; quiere que compartamos su misma suerte, que le confesemos en pobreza voluntaria, castidad fulgurante y perfecta, obedencia sobrenatural a su Gracia y a su Palabra; ¡Qué bienaventuraza, que dicha sobrenatural y perfecta!

Porque quiere para nosotros la Vida Eterna y la suprema dicha de la cruz. Quiere atraernos a su Río de Vida y que nos arrastre. ¿No consiste en esto su Divina Liturgia? En que somos arrastrados libremente por su Corriente de Fulgor y nacemos de nuevo cada instante en Cristo.

Cristo nos da el apostolado para que saciemos la sed de un mundo sediento de verdad. Y es que el apostolado no lo fabricamos nosotros con agua humana.

"por medio de Jesucristo nuestro Señor recibimos la gracia del apostolado para predicar la obediencia de la fe, a gloria de su Nombre" (Rm 1,5)


LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

miércoles, 16 de marzo de 2011

Es el Señor Quien nos elige

1. ¿Existen palabras humanas, lecturas, metáforas para propiciar la conversión más eficaces que la propia Palabra de Dios? Sin duda que no, porque su autor es Dios mismo, que quiere, más que nosotros mismos, que nos convirtamos a su Verbo, y sabe mejor que nosotros las palabras que necesitamos oir o leer.

2. No son nuestras lecturas o reflexiones, sino la palabra de Dios, la causa verbal de nuestra conversión, porque es el Señor Quien nos elige y atrae hacia sí por la escucha o lectura de su Palabra.

Juan 15, 16:
No son ustedes los que me eligieron a mí,
sino yo el que los elegí a ustedes,
y los destiné para que vayan y den fruto,
y ese fruto sea duradero.

3. ¿Cuál es la imagen bíblica y tradicional del cristiano? La de una persona diferenciada por la Gracia del resto de las personas del mundo. El hombre, la mujer, el Pueblo de Cristo son sagrados, han sido sacralizados por el Espíritu del Señor, sellados por la irradiación transformante de la divina Santidad de Dios. De hombre carnal que habla palabras carnales pasa por la Gracia a ser hombre de unción que habla palabras sagradas, palabras espirituales, propias del que es habitante, ya en la tierra, de la Ciudad celeste
4. No es posible para el cristiano secularizar su vida sin perder su esencia sacra, que no es sino su ciudadanía celestial por la Gracia. Por eso estar inmerso en las realidades seculares nunca puede suponer ser mundanos.

5. Si necesitas alimentarte de la Escritura y de la Tradición, y tu lenguaje toma de ellas sus expresiones, su vocabulario, sus giros conceptuales, no te quepa duda de que vas por buen camino, el Camino del Señor.

6. Dios nos "santifica en la verdad
" (Jn 17, 17). No nos santifica en las doctrinas de tal o cual teólogo de moda o de la cultura secular. La verdad nos posiciona frente a esa puerta estrecha que es el Umbral de la Gloria.

7. La fe - dice el Apóstol - es por la predicación, y la predicación por la Palabra de Cristo (Rm 10,17). Es la Palabra Divina (no cualquier palabra humana) la que nos proporciona el Verbo necesario para propiciar la conversión, el descubrimiento de la Verdad, de la cual da testimonio Cristo y de la cual nosotros, que somos de Cristo, y no del mundo, debemos dar testimonio.

8. Ningún otro Nombre nos ha sido dado bajo el cielo por el que podamos ser salvos que el Nombre del Santo Señor Jesús. El objetivo del diálogo ecuménico es siempre propiciar la conversión a Cristo el Salvador. Sólo Cristo es Verdad.

domingo, 13 de marzo de 2011

Ser pobres según el mundo

En Juan 4, 42, la Santa Escritura nos dice:

"Estamos convencidos de que Éste es de verdad el Salvador del mundo".

Esto lo dicen los samaritanos después que el Señor se quedara con ellos dos días (Jn 4, 40),
porque se lo rogaron (4:40)
y creyeron en Él (4:39).

De este pasaje deducimos que el mundo es algo que necesita un Salvador, que ese Salvador es Cristo, y que hay que creer en Él para estar convencido de la indigencia del mundo.
Pero, ¿por qué el mundo necesita de un Salvador? La Escritura Santa nos responde en 1 Juan 5, 19:

"Nosotros sabemos que somos de Dios, y que todo el mundo está bajo el poder del maligno".

Hay cristianos que han basado su apostolado en avisar a los que admiran la ciudad terrenal de los peligros de poner su corazón en ella, y no darse cuenta del por qué de sus terribles sucesos internos y sus malignas estructuras de pecado.

"Todo en este mundo es inexplicable sin la intervención del demonio. Los que tienen en cuenta habitualmente a este enemigo pueden entrever" el por qué de las cosas (León Bloy, agosto 1894)

Al decir que el mundo entero está bajo el poder del demonio, no nos referimos sólo al mundo pecador, constituído por el reino del pecado y los hombres que viven apegados a él, cometiéndolos y moviendo a otros a cometerlos.

Nos referimos también al mundo natural, víctima del pecado primigenio, sacudido por las fuerzas del mal, y que espera también su restauración en Cristo. Pues aunque la creación es buena, por haber sido creada por Dios, está enferma de muerte, por el pecado humano.

No, no somos como todo el mundo, no podemos serlo. "Nosotros sabemos que somos de Dios" (1 Jn 5:19).

Así pues, hemos de responder a quienes nos pregunten si el mundo es bueno o malo, que el mundo es malo porque está todo él bajo el poder del maligno.

Y a la pregunta, ¿quién es bueno?
Respondemos "sólo Dios es bueno" (Marcos 10, 18)

Santo Tomás enseña que somos buenos por participación de la bondad de Dios, del cual procede todo bien:

"Así, cada cosa puede ser llamada buena por bondad divina como principio primero, ejemplar,
efectivo y final de toda bondad" (Suma, Ia, 6)

Y dice Boecio en el libro De hebdomad.:

"Todo lo que proviene de Dios es bueno por participación". Por lo tanto, no por esencia propia.

Sólo Dios es bueno, dice el Señor. Nosotros, los cristianos, en la medida en que seamos del mundo seremos malos,

y en la medida en que seamos de Dios seremos buenos por participación, (es decir, por Gracia y libertad en sinergia).

Por esto hemos de independizarnos del mundo visible, tanto del mundo pecador, como del mundo creatural herido, no depender de él, y la forma de no depender de él es no querer tener nada del mundo, y tenerlo todo de Dios. Sólo así podremos impregnar de la luz del Evangelio las realidad temporales, como quiere el CVII.

Es decir, querer ser pobres de mundo es necesario para ser perfectos, estar alegres, ser dichosos en el Señor, y en virtud de esta perfección salvar el mundo por el Evangelio. No querer gozar en exceso del mundo: espectáculos, diversiones, televisión, lujos, placeres vanos, riquezas...seducciones hedonistas en general, que apartan del camino del Señor y nos vuelven al pecado.

La pobreza voluntaria de mundo es aconsejada por Jesús para ser santos, y Él mismo la pone en práctica. Pues Jesús mismo se declara más pobre aun que los animales:

Las raposas tienen madrigueras y las aves del cielo tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tienen donde reclinar su cabeza (Mateo 8, 20)

La pobreza voluntaria, el espíritu de pobre es bienaventuranza de perfección. Puede ser que debamos tener cosas, para cumplir nuestra misión en el mundo. Pero hemos de tenerlas como si no fueran nuestras, y tenerlas únicamente en tanto en cuanto nos conduzcan al fin verdadero, que es la santidad, como enseña San Ignacio.

En resumen, acerca de lo anterior podemos decir:

El espíritu de pobreza evangélico es un medio de independizarnos del mundo para ser más y más de Cristo. No un fin, sino un medio de independencia de lo mundano, que nos permite abrirnos más a la bondad de Dios, de forma que no apetezcamos nada del mundo visible de la ciudad terrenal cuyo príncipe es el malo, y todo del mundo invisible de la Gracia de la Ciudad De Dios, cuyo príncipe es Cristo.

De esta fuente procede la alegría perfecta, la serenidad, la paz del corazón, el gozo profundo de las cosas de Dios.

La separación del mundo pecador es realizada por la Gracia, que nos hace de Cristo. La separación del mundo creatural es realizada por la pobreza evangélica.

Renunciamos a poseer con el corazón, no porque los bienes creados sean malos, sino porque no tener nada del mundo en el corazón nos hace libres y perfectos. Si tenemos cosas, tengámosla en cuanto nos sirven para ser santos, como si no fueran nuestras, con responsabilidad, pensando siempre en la limosna heroica y la urgente caridad, en el ayuno feliz y gozoso; como si no las tuviéramos. La posesión de las riquezas aparta el corazón de Dios, pues vuelve el corazón a los tesoros del mundo. Y ya sabemos que donde está tu corazón está tu tesoro:

Lc. 12:
19 No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban.
20 Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben.
21 Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.

Terminemos con unas palabras del Doctor de la Gracia:
San Agustín, en De sermone Domini, 2, 13:
"Debe despreciar todas las cosas del mundo aquél que atesore para sí tesoros en el cielo. Pues cielo y la tierra pasarán.
"No debemos, pues, colocar nuestro tesoro en lo que puede pasar, sino en lo que permanece siempre.

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

miércoles, 9 de marzo de 2011

Anotaciones sobre León Bloy

León Bloy es el anti-Nietzche. El defensor de Dios, en un mundo que quiere olvidar a Dios. En el tren me dedico a estudiar sus Diarios, un testimonio carismático del que siempre se obtienen enseñanzas.

Impresiona la pobreza extrema en que vivió. En una anotación, su esposa Juana sale a buscar desesperadamente alguna ayuda económica para poder comprar alimento para sus hijas. Están desesperados. No encuentran nada. Va a pedirle ayuda al Señor a la iglesia. Al llegar a casa cuenta a su marido esta visión:

"Martes de Carnaval. Juana regresando de la iglesia: recordándole a Jesús nuestra extrema indigencia, le decía: Dadme lo que hay en vuestra Mano, abrid vuestra Mano. Entonces, Él ha abierto SU MANO y he visto que estaba perforada".


Bloy critica el cristianismo mundano y liberal de la sociedad burguesa. Parece un calco de hoy. Critica la fuerza destructiva de los lugares comunes teólgicos alejados del Magisterio, la perversidad de las ideologías, los ambientes sin fervor, sin deseo de santidad.

El mundo cristiano "tópico" de hoy, en multitud de ambientes, como en la época de Bloy, (aunque en mayor medida, sin duda), está muy alejado de los sacramentos, y por ello sufre delirio de pequeñez, de mediocridad, de normalidad. Un ansia de no distinguirse, un deseo vulgar y mundano de ser como todo el mundo. No es más que ese horror al martirio y complicidad con el mundo que él tanto denuncia en sus escritos.

Frente a esto, sin embargo, despuntan hijos y movimientos de la Iglesia con verdadero fervor de santidad, con heroísmo sobrenatural, conscientes del papel decisivo de la Gracia. Esos ambientes donde reinan aún los clichés teológicos liberales y mundanos, con todo su pelagianismo crónico y soberbio, me resultan sofocantes, me ahogan, busco en ellos, desesperado, el olor sacramental de Cristo y la Tradición siempre nueva y joven de la Iglesia.

Síntomas de regeneración eclesial: amor a María, a la penitencia, a la pobreza voluntaria, al ayuno, a la oración contínua, en la centralidad del Santo Sacrificio.

Otra idea que le he leído: Nuestros muchos pecados nos dejan a la intemperie, desnudos, avergonzados y ateridos. Pero he aquí que llega la cálida Gracia de Nuestro Señor Jesús y nos cubre, nos viste y nos ampara. Y nos proporciona, finalmente, la armadura de Dios.

Hay muchos, "muchos que viven de lugares comunes y de burradas", como dice Bloy. Y muchos de estos muchos mueren sin haber sido capaces de liberarse de tópicos y disparates. ¿Cómo podrían sin el Logos? Y es que solamente el Espíritu de la Iglesia, es decir, el Espíritu Santo, nos proporciona inteligencia para las cosas espirituales y la verdadera percepción del orden moral.

Meditado luego, en el tren, sobre la felicidad. Escribe en sus Diarios:
La felicidad es el Martirio, la dicha suprema de este mundo, el solo bien envidiable y deseable. ¡Ser cortado a trozos, ser quemado vivo, tragar plomo derretido POR AMOR A JESUCRISTO! (Septiembre de 1905)

Esto se conecta con otro pensamiento suyo, de 1902:

No queda nada, excepto lo que hemos hecho o sufrido por Dios.

También me impresiona cuando afirma que él, lo único que quiere, es tomarse en serio el cristianismo, y todo le hastía excepto la santidad.

En 1895, enero, escribe sobre la acción de la Gracia:

"En general, estoy sobre todo expuesto a asquearme de mis propios esfuerzos, tan seguro estoy de que Dios obra todo (lo bueno) en mí".

Llega el tren a mi destino. Guardo el libro en el maletín y comienzo a rezar el Rosario mientras camino hacia el colegio. Pido a la Santísima Virgen me libere de mí mismo y me haga gritar, como gritaba Bloy, que Jesús debe ser amado sin tasa y sin medida.

Alabado sea por los siglos de los siglos

lunes, 28 de febrero de 2011

Sobre caminos de sanación para los males que afligen al Pueblo de Dios

1. MUCHOS MALES AFLIGEN AL PUEBLO DE DIOS

Los males que afectan a muchos sectores y fieles de la Iglesia de hoy son muchos. ¿Cuántos bautizados han dejado de alimentarse de la Santa Eucaristía, de hacer oración y ayuno, de vivir en pobreza voluntaria, de purificarse de sus pecados por el sacramento de la confesión? Abortos, adulterios, anticoncepción masiva, promiscuidad juvenil...apostasías...son el pan cotidiano. Es de ciegos no verlo.
A riesgo de que nos llamen negativos o pesimistas, creemos necesario diagnosticarlos. Porque amamos a la Iglesia. Porque queremos la salvación de las almas. Porque queremos que los obispos, los sacerdotes, los catequistas, los fieles se den cuenta de la necesidad que tenemos de sanación. De salud en el orden de la verdad (doctrina) y en el orden de la Gracia (vida cristiana).

¡Debemos ser valientes y darnos cuenta de esto! No vivamos alejados de la realidad, como si en el Pueblo de Dios no se hubieran extendido perversas enfermedades que piden sanación.

Una sanación que, digámoslo claro, sólo puede venir de Cristo y de su Iglesia. Por esto decimos desde aquí, fuerte y claro, que los males que sufre la Iglesia de hoy reclaman un nuevo cristocentrismo, una primacia total de la Gracia y de la libertad humana en sinergia con ella, y el abandono inmediato de todo error y desviación.

Vamos a expresarlo de forma contundente: sin Cristo y su doctrina verdadera, la criatura humana queda en tinieblas. Sin la doctrina cristiana verdadera, bíblica, tradicional, según el Magisterio Apostólico, quedamos entenebrecidos. Los graves errores que se difunden masivamente en las iglesias particulares conducen, no nos engañemos, al olvido de Dios.

Porque las desviaciones doctrinales graves generan graves deficiencias en la vida cristiana, que degeneran en el olvido de la primacia absoluta de la Gracia, es decir, en el olvido de Dios.

Así nos Lo enseña, con voz solitaria y profética, el Magisterio de la Iglesia:

"por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida" (Gaudium et Spes 36).

Queda oscurecida. Y quedar a oscuras en plena batalla contra el poder de las tinieblas es cosa bien dramática.

2. EL DEMONIO UTILIZA LA ESCRITURA (Y LA FALSA EXÉGESIS) PARA DIFUNDIR SUS ENGAÑOS Y PERDER A LOS FIELES

El príncipe de la mentira usa la Escritura para sembrar el olvido de Dios y de su fuerza, que es Cristo, y deja profundamente debilitadas a las iglesias particulares (y a los fieles que caen en sus seducciones al dejarse guiar por falsos profetas.

No olvidemos esto: el demonio, príncipe de la mentira, conoce muy bien la Escritura.

Ya intentó engañar a Nuestro Señor con ella. Hemos de saber que el diablo utiliza las Letras Sagradas para engañar al Pueblo de Dios. Así, hemos estar precavidos y vigilantes en aquellas ideas que se transmiten en los cursos y aulas bíblicos, en los talleres telógicos, desde donde el maligno difunde sus errores y tienta (especialmente con el humano-centrismo y su materialismo práctico, pelagiano y arriano) a los fieles con la soberbia humano-céntrica y la devaluación de la necesidad absoluta de la Gracia.

Algunos dudan de que estemos en guerra contra los demonios y sus potestades. Pero es el propio Concilio Vaticano II quien, proféticamente, nos lo recuerda:

"A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo". (GS 37)

3. PARA DARNOS CUENTA DE LOS ENGAÑOS DEL MALIGNO HEMOS DE CENTRARNOS EN CRISTO Y NO EN EL HOMBRE

La vida espiritual de los católicos debe dejar de estar centrada en el hombre, en los valores del hombre, en los esfuerzos del hombre, en las ideas, lecturas, estudios, ideaciones del hombre. Sólo Cristo puede salvarnos y traer una nueva salud a la Iglesia de hoy. Sólo así descubriremos qué es y qué necesita el ser humano.

Necesitamos de forma absoluta a Cristo. La sociedad enferma de hoy necesita absolutamente de la Gracia sacramerntal, de la oración, de los consejos evangélicos.
Necesitamos, especialmente los laicos, vivir en pobreza voluntaria y dichosa, en castidad celeste, en obediencia abnegada y fervorosa. Hasta que no nos demos cuenta de esto, seguiremos dando palos de ciego y perdiendo el tiempo miserablemente. Vivamos alabando al Señor, en una constante petición de Gracias, firmes en la fe y la paciencia sobrenatural.

El Concilio Vaticano II nos dice fuerte y claro qué es lo único que puede aportarnos luz y fuerza:

"
Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre" (GS 10)

Luz y fuerza. Es decir, doctrina verdadera (la apostólica) y Gracia.

Esta enfermedad del antropocentrismo que olvida a Dios (y al olvidar a Dios pierde la esperanza, que es recuerdo de sus promesas) fue diagnosticada certeramente por el CVII:

"como enfermo y pecador, (el hombre) no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad. Son muchísimos los que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara percepción de este dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Otros esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad y abrigan el convencimiento de que el futuro del hombre sobre la tierra saciará plenamente todos sus deseos " (GS 10)

Es un materialismo práctico que deja al hombre tarado en su vida. La expresión durísima, y certera del Concilio, hará pensar a muchos. El hombre, seducido por el mundo material, efímero, terrestre, sin Cristo, queda tarado en su vida espiritual: ciego, oscurecido, sin inteligencia sobrenatural ni fuerza divina, a la espera del solo esfuerzo humano una liberación imposible en orden a la satisfacción de sus deseos.

Esta mundanización extrema, o materialismo práctico, es responsabilidad de cada cual (GS 19) y efecto, asimismo, de dos males gravísimos que afectan a muchas iglesias locales:

la doctrina errónea o defectuosa, y la vida cristiana deteriorada por los males del pelagianismo, semipelagianismo y demás imperfecciones de toda vida espiritual centrada en lo humano, impidiendo la perfección, frenando las vocaciones, y obstaculizando el camino del Señor.

Así nos lo enseña, de nuevo, Gaudium et Spes, dando en el clavo de lo que ocurre hoy, decenios después de su promulgación:

Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión (GS 19).

4. POR ESTO NECESITAMOS DE LA VERDAD DE LA DOCTRINA APOSTÓLICA Y DE LA ACCIÓN TRANSFORMADORA DE LA GRACIA

El remedio del ateísmo hay que buscarlo en la exposición adecuada de la doctrina y en la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros (GS 21)

Así de claro lo afirma el Concilio: necesitamos una exposición correcta de la doctrina e integridad en el orden de la Gracia (es decir, en la vida de la Iglesia) para vencer el ateísmo y sus derivados.

1.- Los males del Pueblo de Dios necesitan sanación, y esta sanación sólo puede venir de Cristo: de su Magisterio y de sus Sacramentos de Salud.

2.-Hay que desterrar de las catequesis, publicaciones, y medios de formación de las iglesias locales, la idea de que con un simple humanismo antropocéntrico podemos sanar al ser humano o a las sociedades

3.-La perfección en la vida de la Gracia (santidad) y la perfección en la doctrina (obediencia plena al Magisterio apostólico) son los medios por los que Cristo puede actuar a través de nosotros y propiciar la conversión de los alejados, renovar las vocaciones y atraer hacia el Señor la vida de los pueblos.

5. PRIMERAS CONCLUSIONES A MODO DE COMIENZO

Graves desviaciones doctrinales producen graves deficiencia en la vida cristiana.

Queremos que los obispos usen de su autoridad e impidan los sacrilegios en los sacramentos y la extensión masiva de los errores en las homilias, catequesis y publicaciones diocesanas.

El príncipe de la mentira usa de la Escritura y su exégesis, a través de la actividad teológica o catequéticas de fieles o pastores extraviados, para perder a la gente:

"herirá al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño" (MT 26, 31)

Es necesario, por esto, usar de la autoridad apostólica para reunir el rebaño disperso, fomentar la unidad en la verdad por la caridad, e impedir que el demonio se sirva de la sabiduría mundana de los ilustrados para confundir al Pueblo de Dios.

Si con humildad miramos hacia lo alto y nos centramos en Cristo, recuperaremos la verdadera noción del hombre y haremos posible que el Señor nos sane.

Aprendamos el papel de la Gracia divina en nuestra vida, en nuestra vocación. Nuestra vocación a la santidad, seamos laicos o sacerdotes, o religiosos, no consiste en una altruísta acción del hombre, no es fruto de que seamos o no generosos con el Señor. Es fruto gozoso y feliz de su llamada, de su Gracia, de su elección, a la que hemos de decir sí movidos por la Gracia misma.

Hagamos penitencia, ayunos, mortificaciones corporales y espirituales, practiquemos la limosna heroica y vivamos en pobreza voluntaria. Sólo así podremos comunicar a Cristo, atraer a los demás a Cristo, renovar nuestras iglesias con nuestra santidad de vida.

Afirmemos pues la primacía absoluta de la Gracia, y de la libertad humana en sinergía con ella, subordinada (que no coordinada, sino subordinada a la Gracia del Señor). Porque:

"no me elegísteis vosotros a Mí, sino que yo os elegí a vosotros" (Jn 15, 16)


LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

sábado, 26 de febrero de 2011

Pensamientos acerca del verdadero humanismo.

Hay un humanismo verdadero y otro falso. El primero es cristocéntrico, bíblico, tradicional, centrado en la Gracia. El segundo es pelagiano, mundano hasta el tuétano, falso e inútil.

Sobre el humanismo humano-céntrico: el hombre por encima de Dios mismo. El hombre se hace a sí mismo columna y fundamento de sí mismo, como si pudiera sanarse él solo a base de esfuerzo, valores humanos, lecturas, programas pedagógicos, terapias de autoayuda y objetivos didácticos...
Es la soberbia primigenia institucionalizada. El hombre quiere suplantar a Dios.

El humanista antropocéntrico no cree que es la Iglesia, y no la humana criatura, "la columna y el fundamento de la verdad" (1 Timoteo 3, 15)

No sabe el hombre centrado en sí mismo que está enfermo y que sin Cristo todo es mentira.

Impresiona que, salvo algunas voces aisladas, sea el Magisterio maternal de la Iglesia la única voz solitaria que clama en el desierto contra los males del humanismo humano-céntrico, es decir, del humanismo liberal y sus valores pelagianos. La Iglesia es Luz, ciudad en lo alto del monte.

Una sociedad sin Dios es un mundo aberrante. Esta es la certeza clásica, bíblica, tradicional.

Tengamos a Dios y nada temamos del mundo. Omnia possum in eo qui me confortat.

Un mundo sin Dios no es más que la Morada del Leviatán. Sus leyes son leyes de muerte: abortos, adulterios, promiscuidades, perversiones, explotación de los pobres, lujos, vanidades y culto al sexo.

Nosotros no somos del mundo, somos de Cristo, y por la Gracia poseemos la alegría perfecta de la castidad y el gozo vivificador de la Palabra.

El Nihilismo y su humanismo vacío se expanden como la sombra calcinante de Mordor sobre la Tierra Media, y no ven que existe una batalla contra el poder de las tinieblas. Pero muchos, aun así, no creen que estemos necesitados de héroes santos que se sacrifiquen como corderos. Nosotros sin embargo nos encaminamos valientes hacia el peligro, armados sobrenaturalmente, al mando de Cristo, nuestro Capitán, que siempre vence.

Hay cristianos mundanos que viven como si no estuviéramos en guerra contra el demonio, el mundo y la carne. Ellos están a gusto disfrutando: vacaciones lujosas, deportes, comidas en restaurantes de lujo... en el mundo no pasa nada. Todo va bien.

No mencionan nunca a Cristo para no molestar a los que no soportan a Cristo, ni defienden los derechos sociales y públicos de Dios. Sólo cuentan para ellos los derechos humanos. Están desarmados en la batalla, no saben ni siquiera que estamos en guerra y que nuestra armas luminosas, mansas y perfectas son la pobreza, la obediencia y la castidad.

Los derechos del Creador, que se explicitan en la Ley Natural, deben ser respetados. Nosotros afirmamos la Majestad y Soberanía del Señor sobre todo lo creado: individuos y sociedades.

Queremos que Cristo reine. Que Cristo nos salve. La sociedad esta perdida sin la Gracia.

Cristo es Señor Soberano y Salud no sólo de los individuos, sino también de las sociedades, de los pueblos, de las familias, de las empresas, de los colegios, de los hogares... Un mundo sin Dios es un mundo entregado al mal.

Hablemos al mundo de hoy como se habla en la Escritura y en la Tradición. No con el lenguaje del mundo secular. Con el lenguaje del Magisterio apostólico. Que nuestras palabras sean las de Cristo, la de los apostóles, la de los santos, la del pueblo cristiano.

No olvidemos que el mundo es enemigo de Cristo, y que para salvar al mundo debemos liberarnos previamente de sus seducciones. "Quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios" (Sant 4, 4)

Amar al mundo es traspasarlo del Evangelio de Cristo, y no abandonarlo a su suerte.

El Magisterio apostólico habla claro en estos tiempos. Concilio Vaticano II:

"si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombre pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras" (GS 36, c)

No seguir el juego al humanismo humano-céntrico. No utilizar sus esquemas mentales, sus conceptos, sus valoraciones.

No son los grandes hombres, ni los partidos, ni los programas, ni los valores humanos, ni las estrategias políticas o sociológicas, ni la introducción de cristianos en el mundo de la cultura... lo único que puede salvar esta sociedad es Cristo y su Gracia.

Urge recuperar, vivir, asimilar, predicar la doctrina apostólica sobre la Gracia.

Darnos cuenta de su primacía absoluta y de la necesidad radical de los sacramentos, de la oración, del ayuno... de la pobreza voluntaria y ejemplar. Cristianos voluntariamente pobres, orantes, fervorosos, marianos hasta la médula, que ayudan y dan limosna heroica, son los cristianos que necesita nuestra Iglesia y nuestra sociedad.

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI