martes, 9 de noviembre de 2010

De transformar nuestro querer en el querer de Cristo

Quien ama a Cristo sólo tiene un deseo: imitar a Cristo. Tanto, que el Espíritu realice en Él otro Cristo. Ipse Christus, alter Christus.

La acción principal de Cristo fue obedecer en todo a su Padre. Nosotros, para imitarle, para transformarnos en otro Cristo, obedezcamos en todo al Padre.
¿Cómo? Haciendo aquello que el Señor quiera que hagamos.
Yendo adonde el Señor quiere que vayamos.
Diciendo lo que el Señor quiere que digamos.
Dejando de hacer lo que el Señor quiere que dejemos de hacer.

Ama y haz lo que quieras, dice San Agustín. Que es lo mismo que decir: Ama a Cristo, y haz lo que Él quiera. Porque si amas a Cristo, querrás, por su Gracia libremente aceptada, hacer lo que Él quiera, que será lo que quieras tú.

La conformidad con el divino querer es el remedio de todos nuestros males decía San Vicente de Paúl. Como en un círculo de Gracia, para hacer la voluntad del Padre nos identificamos con Cristo, y asumiendo el querer de Cristo queremos lo que el Padre quiere, que es lo que en verdad, en la hondura de nuestro ser, quiere nuestra alma --pues sólo en ese querer se halla a sí misma.

Tenemos deseos, amamos cosas, queremos cosas.

Pero he aquí que no sabemos lo que nos conviene desear, amar, querer.

Dice San Hilario que todos los honores que el mundo proporciona son favores del diablo. Nosotros no deseemos sino el honor de Dios. Pues si queremos lo que es favor del enemigo, sólo nos queremos a nosotros mismos, no a Dios.

¿Cómo queremos el honor de Dios? Amando a Cristo.

El enemigo trata nuestra perdición cuando nos incita a desear glorias del mundo, glorias nuestras, sólo y exclusivamente nuestras: lo que yo quiero, lo que me apetece, lo que opino, lo que me gustaría, lo que sueño y anhelo ...

Desear que mis amigos me estimen, me tengan en cuenta, me honren, me pongan el primero...no son más que deseos del mundo. Pero si amo a Cristo más que al mundo, querré estimar a Cristo, honrar a Cristo, tenerle en cuenta en todo lo que hago.

Ama a Cristo, y haz lo que quieras, es decir, como quieres a Cristo, harás lo que Él quiera.

Este lo que quieras se transmuta en otro: haz lo que Él quiera.

Lo que Cristo quiere es que hagamos la voluntad del Padre. Ama a Cristo, y haz lo que el Padre quiere que hagas.

¿Cómo se produce esta transformación de voluntades?

Imposible sería para nosotros por nosotros identificar nuestra voluntad con la voluntad de Cristo en orden a la voluntad el Padre. ¿Con qué fuerzas hacemos esto?

Escucha esto: el mérito de Cristo crucificado fue suficientísimo para merecerte el Espíritu.

Romanos 8:
26: El Espíritu acude en ayuda de nuestra flaqueza.

El Espíritu acude. El viene. La iniciativa es suya.

Sabemos que acude a nosotros en virtud de los méritos de Cristo. Es Cristo quien nos trae el Espíritu, quien nos lo manda; Él acude a nosotros porque Cristo nos lo envía. Date cuenta de esto. Lo sabemos por la fe.
Este saber que es la fe, y que es el principio de la transformación unitiva de voluntades, nos conduce a la Fuente.
Porque el Espíritu acude y nosotros acudimos a Él, porque queremos querer lo que quiere Cristo.
No te quepa duda.
Así que ama, y haz lo que quieras.

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