miércoles, 24 de noviembre de 2010

Sobre la fe. Doctrina de la Iglesia explicada por el Cardenal Cayetano, 1532

Sobre la Fe
Capítulo Primero
Postura de los luteranos sobre la Fe


Positio Lutheranorum de fide
Cuando los luteranos ensalzan la doctrina evangélica sobre la salvación eterna de los hombres por medio de la fe en el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, enseñan que los hombres consiguen la remisión de los pecados por la fe en Jesucristo, extendiendo el nombre de fe a la credulidad con la que el pecador que se acerca al sacramento cree que es justificado por la misericordia divina, intercediendo Jesucristo.

Y a tal punto le dan valor a esta credulidad que dicen que nos alcanza la remisión de los pecados por la promesa divina. Dicen también que si el hombre no tiene esta firme credulidad en la Palabra de Dios, le hace una injuria, no creyendo en la promesa divina; y si cree firmemente que es justificado, al recibir el sacramento realmente se justifica. De otro modo no sería verdadera ni eficaz la promesa divina.

También algunos luteranos a tal punto exaltan esta fe que enserian que alcanza la remisión de los pecados antes de que el pecador tenga la caridad, en razón de que el Apóstol San Pablo distingue con un largo sermón la fe que justifica en contraposición a la ley. Ahora bien, en la ley se sobreentiende la caridad, porque amar a Dios con todo el corazón, etc. es el primero y mayor mandamiento de la ley, como dice el Señor en el Evangelio (Mat. 22, 38). En esto consiste el núcleo de la doctrina luterana sobre la fe.

Capítulo Segundo
Primer error en lo antedicho: se comete equivocidad en el uso de la palabra fe
Primus in praerecitatis error, quod incidit aequivocatio in nomine Fidei
Una cosa significa la palabra; «fe» cuando de ella dice la Sagrada Escritura que justifica a los hombres, y otra distinta cuando significa la credulidad por la que el hombre cree que es justificado por medio de Cristo y los sacramentos.

Pues la fe que justifica es la que significa lo que se señala con su definición en Hebreos 11, 1 cuando se dice que la fe es la sustancia de lo que hay que esperar y el argumento de lo que no se ve. Entendida así, es una de las tres virtudes teologales, como dice San Pablo: ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad.

La fe tomada en este sentido es un don de Dios, pues en Efesios 2, 8 se dice que por ella somos salvados y que sin ella es imposible agradar a Dios [Heb. 11, 6]. Por ella creernos todos los artículos de la fe y todo lo que hay que creer de necesidad para salvarse.

Mientras que la fe que significa credulidad es aquella con la que tal hombre cree ser justificado en tal situación concreta recibiendo el sacramento por el mérito de Cristo. Esta dista mucho de la fe entendida en el sentido anterior.

Lo podernos ver, por un lado por parte de lo que se cree, pues la fe no puede ser de lo falso, mientras que esa credulidad puede equivocarse. Y la razón está en que esta credulidad recae sobre un efecto singular en una situación concreta, y así proviene en parte de la fe necesaria para la salvación y en parte de la conjetura humana.

En cuanto a lo que le viene del mérito de Cristo y de los sacramentos, es imperada por la fe; y en cuanto a lo que tiene de efecto concreto, en sí mismo es producto de la conjetura humana. Porque en la fe cristiana se contiene que cualquiera que confía en el mérito de Cristo y que de modo correcto recibe interior y exteriormente el sacramento, es justificado por la gracia divina; pero la fe cristiana no se extiende a creer que yo estoy recibiendo ahora el sacramento de modo correcto interior y exteriormente.

Del mismo modo, por la fe cristiana estoy obligado a creer que en la hostia correctamente consagrada está el verdadero cuerpo de Cristo; pero la fe cristiana no se extiende a creer que en tal hostia de éste que ahora celebra en tal altar está el cuerpo de Cristo, pues eso podría ser falso por algún otro motivo.

Por otro lado, la fe de los cristianos es una sola, según lo dicho en Efes. 4, 5: Un solo Señor y una sola fe. Es evidente que yo no estoy obligado a creer por la fe que tengo que tal persona que recibe el sacramento en tal situación concreta esté justificada, o que en tal hostia en concreto esté el cuerpo de Cristo. En la fe de ninguna persona se incluye que crea en tal efecto singular de tal sacramento en concreto. Así, como segunda razón, queda claro por la unidad de la fe la diferencia de esta credulidad en relación a la fe.

Por esta razón, el primer error de los luteranos sobre este tema es el de atribuir a la credulidad lo que la Sagrada Escritura atribuye a la fe, pues siempre que enseñan esta credulidad citan textos de la Sagrada Escritura que tratan de la fe. Como por ejemplo: [Rom. 5, 1:] justificados por la fe, tengamos paz con Dios y [Act. 15, 9: ] con la fe que purifica sus corazones y muchísimos textos semejantes.

Capítulo Tercero
Segundo error: que la mencionada credulidad alcanza la remisión de los pecados
2º in praerecitatis error, quod dicta credulitas apprehendit remissionem peccatorum
Cuando dicen que esa credulidad alcanza la remisión de los pecados puede decirse y entenderse bien y mal. Si se dice y se entiende que esa credulidad consigue la remisión de los pecados informada por la fe y la caridad, es verdad. Pero si se excluye que esté informada por la caridad es falso, porque, como dice San Agustín (Tratado de la Trinidad, Lib. 15, cap. 18) nada hay más excelente que este don de Dios, pues es el único qué divide a los hijos del rey eterno de los hijos de la eterna perdición.

Hay que saber que esta credulidad es común a todos los que se acercan devotamente a los sacramentos, pues cualquiera que se acerca devotamente a un sacramento, cree que al recibirlo se justifica por el mérito de la Pasión y de la muerte de Cristo; de otro modo, no se acercaría. Esta credulidad, sin embargo, no es igual en todos, pues uno cree ser justificado más que otro; y normalmente esta credulidad está en la mente con la duda de lo contrario, pues no hay ningún texto en la Sagrada Escritura ni nos enseña ningún documento de la Iglesia que es preciso tener tal credulidad sin vacilación alguna.

El motivo de la duda es que comúnmente nadie sabe si por parte de uno hay algún impedimento para poder recibir el don de la remisión de los pecados, y normalmente nadie sabe si carece de la gracia de Dios. Por este motivo, al vacilar no se le hace ninguna injuria a la promesa divina, porque la duda no es sobre el sacramento sino sobre sí mismo, pues está escrito [Sal. 18, 13]: ¿quién entenderá los pecados?

Esta duda común sobre el efecto particular de la divina misericordia, es decir sobre la remisión de los pecados de tal persona en concreto que devotamente se convierte a Dios, está atestiguada en el libro del Profeta Joel 2, 12-14. Ahí, tras mencionar la excelencia de la divina misericordia sobre los pecados de aquellos que se tenían que convertir a Dios de todo corazón, en el ayuno, en el llanto y lágrimas, añade: ¿Quién sabe si Dios cambiará de parecer y perdonará? De modo que ninguno de los que se convertían estaba seguro, sino que manifiesta que todos dudaban si Dios les iba a perdonar.

Vamos a confirmarlo. La vacilación de la credulidad no cesa razonablemente sino por alguna de estas tres causas: -O por divina revelación, lo que aquí no viene al caso, pues aunque Dios haya revelado que todos los que correctamente conflan conseguir interior y exteriormente la remisión de los pecados por medio de los méritos de Cristo la consiguen, sin embargo no ha revelado que tal persona en concreto se convierta correctamente interior y exteriormente, pues este efecto particular no está comprendido en la revelación sobre la que. apoya la fe cristiana. -O por la suficiencia de los testimonios convincentes para creer algo singular, del mismo modo que los testimonios suficientes convencen a quien nunca ha salido de Roma a que crea que existe la isla de Ceilán o Sri Lanka.

Pero está claro que en la credulidad con la que tal persona cree que se justifica no intervienen estos testimonios que convencen al entendimiento para que crea que tal efecto se realiza en este momento en él. -O por la calidad de los testigos, por ejemplo si están más allá de toda reserva, según lo que dijo el Apóstol, Rom. 8, 16 que el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Mas esta atestación supone que ya ha tenido lugar la remisión de los pecados, pues presupone que aquel de quien se atestigua es hijo de Dios, como de modo claro se entiende literalmente; mientras que la credulidad que ponen los luteranos no presupone en uno la remisión de los pecados, sino que la logra, como lo que precede logra lo que sigue.

Decir que tal credulidad en la palabra de Cristo y en el mérito de su pasión, etc., da infaliblemente la remisión de los pecados, es una opinión infundada. Por eso entre los artículos de Lutero condenados por León X [Denzinger 741 ss] figuran los artículos que dicen: A nadie le son perdonados los pecados si, cuando el sacerdote le perdona, no cree que le son perdonados, es más, el pecado permanecería si no se creyese perdonado; porque no basta la remisión de los pecados y la donación de la gracia, sino que es preciso creer también que se está perdonado.

En modo alguno confíes en ser absuelto por tu contrición, sino por la palabra de Cristo: Cuanto desatares, etc. Confia pues en esto si obtienes la absolución del sacerdote y cree con fuerza que eres absuelto, y así serás absuelto verdaderamente sea lo que sea de tu contrición. Si por un imposible el que se ha confesado no está contrito o el sacerdote no absuelve de modo serio sino sólo en broma, pero él cree que queda absuelto, lo queda muy ciertamente.

Capítulo Cuarto
Tercer error: a los arrepentidos se les perdonan los pecados antes de la infusión de la caridad
3º in praerec error, quod ante charitatis adventum remittuntur peccata paenitentium
Es más intolerable aún decir que los pecados son perdonados antes de la infusión de la caridad en aquel a quien se le perdonan. Esto se demuestra muy claramente así. -Es imposible que alguien pase de enemigo a amigo sin la amistad, puesto que «amigo» no se puede ni entender sin la amistad, así como lo blanco no se puede entender sin la blancura.

Cuando el hombre pasa de injusto a justo por Cristo, de enemigo de Dios se hace amigo de Dios, según lo que dice el Apóstol, enemigo de Dios se hace amigo de Dios, según lo que dice el Apóstol, Rom. 5, 10: Siendo enemigos, hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de Hijo.

La reconciliación es la que hace al amigo reconciliado. No es posible ni inteligible que un pecador sea justificado sin la amistad de Dios; ahora bien, la caridad es la misma amistad entre el hombre y Dios, es un amor de amistad del hombre a Dios, y además -según aquello: Dios es caridad, y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en él; y lo que también se dice ahí mismo (1 Jn. 4,19): amemos a Dios porque El nos amó primero- la amistad consiste en un amor mutuo; por lo tanto, la remisión de los pecados se hace formalmente por la caridad.

De modo que una misma cosa es la que se llama ‘justicia de la fe’ y caridad: se llama justicia de la fe en cuanto que el Hombre es justo ante Dios según las razones de las cosas y obras divinas en las que creernos, estando debidamente sometido el apetito sensible a la voluntad, la voluntad correctamente a la razón y la recta razón a Dios según las razones de las cosas que sostenemos por la fe acerca de El y de la patria del cielo.

Y se llama caridad en cuanto que es amor de amistad a Dios que nos comunica la ciudadanía de la patria celestial, según aquello a los Filipenses 3, 20: nuestra ciudadanía está en los cielos; y a los Efesios 2, 19: ya no sois huéspedes ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios; y en el Cantar de los Cantares 2, 16: mi amado para mí y yo para El.

Esta sola razón, corno convence al entendimiento, basta, y se apoya nada menos que en la autoridad de Cristo, San Pedro, San Juan y San Pablo, pues todos estos atribuyen la remisión de los pecados a la fe junto con la caridad. -Cristo le dijo a la pecadora (Luc. 7, 50): tu fe te ha salvado, y dijo de ella: se le perdonan muchos pecados porque ha amado mucho; en estas palabras, el vínculo entre ellas atestigua que el amor es la causa próxima dé la remisión de los pecados, pues cuando se dice: porque ha amado, la fe es causa de la remisión de los pecados incoativamente y la caridad completivamente. San Pedro Apóstol dijo (Act. 10, 43): de El dan testimonio todos los profetas que todos los que creen en su nombre reciben la remisión de los pecados, y en su la epístola 4, 8 dice: la caridad cubre una multitud de pecados.

De modo parecido, San Juan Apóstol en su l a epístola 5, 1 dice: todo el que cree que Jesús es Cristo ha nacido de Dios, y en 3, 14 dice: nosotros sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida porque amarnos a los hermanos; el que no ama, permanece en la muerte.

Nada se opone a esto argüir que literalmente San Juan habla del amor al prójimo, pues está claro que es una misma la caridad con la que amamos a Dios por sí mismo y al prójimo por amor a Dios, como está marcado en la epístola de San Juan, capítulo 4, y sólo con ese amor entre hermanos tiene lugar el paso de la muerte a la vida.

Finalmente, San Pablo Apóstol en su epístola a los Romanos (5, 1) dice: justificados por la fe tenemos paz con Dios. Y la Cor. 13, 2: si tengo toda la fe de modo que mueva las montañas, pero no tengo la caridad, no soy nada en el ser espiritual en el que somos constituidos hijos de Dios.

Y a los Gálatas 5, 6: en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo ni el prepucio, sino la fe que obra por el amor. Aquí se ve claramente que le atribuye valor en Cristo no a cualquier fe sino a la que obra por el amor. Por consiguiente, está claro que es certísima la doctrina común de la Iglesia según la cual la remisión de los pecados no se realiza por una fe informe sino por la fe informaddad. Por consiguiente, los textos auténticos que explican que somos justificados por la fe, se entienden literalmente de la fe formada por la amistad divina que llamamos caridad.

En cuanto a la objeción según la cual la fe se distingue en contraposición a la ley, y que la ley supone el amor, hay que responder que de un modo emplea Cristo la palabra ‘ley’ cuando dice: este el primero y mayor mandamiento de le ley, y de otro el Apóstol cuando distingue la fe en contraposición a la ley. Cristo emplea la palabra ley en cuanto encierra todos los mandamientos divinos escritos en los libros de Moisés; mientras que el Apóstol emplea la palabra ley más estrictamente, en cuanto se divide en preceptos morales, ceremoniales y judiciales.

No soy yo quien se inventa este amor, sino que así lo saco de la misma Sagrada Escritura. Los mismos adversarios tienen que estar de acuerdo conmigo. Se prueba que Cristo emplea esta palabra «ley» en sentido amplio porque inmediatamente antes del mismo texto del Deuteronomio 6, 5 con el que se cita el precepto del amor a Dios, se pone el precepto de la fe, diciendo: escucha Israel: el Señor nuestro Dios es un solo Dios.

Bajo el mismo contexto de la ley se ponen el precepto de la fe -para creer en un solo Dios- y el precepto del amor al mismo Dios, para que entendamos que en la ley no se encierra más el precepto de la caridad que el de la fe, hablando de la ley en sentido lato, y de aquí quede claro que, así como el Apóstol distingue la fe en contraposición a la ley, se entiende también que la caridad se distingue en contraposición a la misma ley.

Está claro que el Apóstol habla de la ley dejando de lado lo que se refiere a la fe y a la caridad, pues llama a esta ley ‘ley, de los hechos’ y dice que naturalmente la observan los gentiles, pues dice en Rom. 2, 14: los gentiles, que no tienen ley, naturalmente hacen las cosas que son de la ley, y está claro que naturalmente no hacen las cosas que pertenecen a la caridad. En esta objeción, pues, el nombre de «ley» se usa de modo equívoco.

Por eso no vale nada: porque en la ‘ley de los hechos’, que se contrapone a la fe, está también encerrado el amor de Dios; y en esa misma ley se encierra la fe, como se ve en Deut. 6, en donde se dan al mismo tiempo los preceptos de la fe y del amor a Dios. La respuesta a las otras objeciones de los luteranos queda clara con lo ya dicho. Baste esto en lo referente a la fe.

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