domingo, 7 de noviembre de 2010

Los frutos de la Gracia

¿Nuestras obras en Gracia son fructificadoras (meritorias, se dice en teología clásica) de vida eterna?
Sí, en cuanto que proceden de la Gracia, del Espíritu Santo que habita en nosotros por la fe, fundamento y raíz de la justificación (Concilio de Trento, VI)

¿Las obras humanas son meritorias en sí mismas, por esencia y naturaleza?
No, de ninguna manera,
son meritorias de vida eterna en virtud de los méritos del Sacrificio del Señor, Fuente absoluta y única de todo mérito.

¿Cómo pueden entonces fructificar en nosotros de alguna manera la Gloria?
Sólo en cuanto proceden del Espíritu Santo que vive en el hombre por la gracia y la caridad. La gracia es como la semilla de Dios (1 Juan 3, 9) cuya virtud se extiende a generar el fruto.

El fruto (mérito) de la vida eterna no es una acción nuestra sino una acción de Cristo Cabeza , pues hay que apreciar (Rom. 12, 5; Efes. 4,16; Col. 2, 9-19) que los hombres constituidos en gracia son miembros vivos de Cristo cabeza:

Los sufrimientos y acciones de los miembros vivos de Cristo
son sufrimientos y acciones de Cristo Cabeza.

Lo atestigua el mismo Cristo en Hechos 9, 4:

Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

Jesús identifica la persecución a los cristianos con la persecución a Él mismo.

Galatas. 2:
20 Vivo, pero no yo, sino Cristo que vive en mí.

Nuestras obras sobrenaturales y libres son fruto de la gracia de Cristo , son nuestras porque las realizamos nosotros en Cristo, es decir, en Gracia, pero son de Cristo, y como Cristo nos da de lo suyo, son nuestras en cuanto Cristo nos las da en el ser y el operar y nosotros las realizamos en el libre aceptar. Gracia y libertad humana se interconexan en la máxima agustiniana: Todo es Gracia.
La corona de la vida eterna es fruto de la Gracia aceptada libre y sobrenaturalmente. En esto se distingue el mérito para la vida eterna en los niños bautizados: a ellos se les regala la vida eterna tan sólo por el mérito de Cristo.

La más divina de todas las cosas, dice Dionisio en "Jerarquía Celestial" 3, es hacerse cooperador de Dios.

De aquí también se sigue que no es superfluo que recibamos como recompensa la vida eterna, entregada por misericordia en base a nuestra identificación libre con Cristo por la caridad, por la cual su mérito totalmente suficiente y sobreabundante se hace nuestro como por herencia.

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