sábado, 19 de febrero de 2011

Acerca del santo desprendimiento de todo lo caduco y terreno

1. Hemos de desprendernos de todo lo terreno que vive en nosotros para identificarnos completamente con Cristo, comenzando por desprendernos de nuestro viejo yo, de nuestra propia parte. Morir a uno mismo y morir al mundo forman parte de la misma muerte. Hemos de desprendernos de nosotros mismos y del mundo. Porque el mundo vive en nuestra parte, en nuestra carnalidad, que es participación del mundo y no de Cristo. Apegos, aficiones, sueños y anhelos personales, tendencias naturales, fruiciones intelectuales y propios gustos.... forman parte de nuestro yo caduco y terrenal.

2. Hemos de mantener nuestra atención en la gloria de Dios, y no pensar en lo que sentimos, queremos, deseamos. Des-atendernos. No prestarnos atención, y que nos sea indiferente el gusto o dis-gusto con que hacemos las cosas. Nuestro propio yo vive del mundo, y el mundo está en él. No seamos terrenos, aborrezcamos nuestra parte, como dice Santa Catalina de Siena, de forma que por el desprecio de nuestra egoísta carnalidad caduca brille en nosotros la gloria de lo eterno.

3. Permanezcamos en combate diario contra nuestras tendencias naturales. Aprovechemos las pequeñas ocasiones del día para vencernos y ganar autodominio. Conocerse bien uno mismo es más importante que saber mucho o ser un erudito en cualquier ciencia, incluída la teológica.

4. Conocamos los propios vicios y debilidades y erradiquémoslos con la Gracia sacramental, practicando la virtud contraria. No es posible adelantar en virtud si mantenemos apegos desordenados que nos esclavizan, o si no procuramos con la Gracia de Cristo desarraigar pequeños errores, defectos, gustillos que infectan nuestra vida espiritual porque nos mantienen atados al mundo.

5. La mejor manera de practicar la libertad interior es desprenderse interiormemente por completo de todos los bienes de la tierra y renunciar totalmente a todo cuanto no sea vivir para glorificar a Dios en todo y amarle sin medida en todo. Para combatir estos vicios propios y defectos el arma más útil es el examen particular de San Ignacio. Y no querer ni desear absolutamente nada salvo el aumento de caridad en todo lo que hacemos y un mejor servicio del Señor en todos nuestros movimientos.

5. Tengamos por escoria todos los bienes de este mundo. Para identificarnos con Cristo sólo debemos desear identificarnos con Cristo, de modo que sea Él quien viva en nosotros. Hagamos nada la parte nuestra, para que sea todo la parte del Señor. Digamos como en Lamentaciones 3, 24, que el Señor es nuestra parte. La parte propiamente nuestra debe desaparecer como quiere el Santo Señor Jesús: niégate a ti mismo, niega tu parte, para que sea Yo quien viva en ti, para que tu parte no sea la tuya sino la Mía.

6. San Roberto Bellarmino explica así la negación de uno mismo:
"Hay muchos que se preocupan a sí mismos por sí mismos, y actúan como animales privados de razón. Buscan las cosas de este mundo, estiman solo aquellas cosas que complacen los sentidos, alimentan sus deseos carnales, y son avaros, impuros, glotones e intemperados.
"Otros llevan una vida puramente humana, y se mantienen encerrados en sí mismos, como aquellos que se esfuerzan por escudriñar los secretos de la naturaleza, o descansan satisfechos dando preceptos de moral.
"Otros, se alzan sobre sí mismos, y con la especial ayuda y asistencia de Dios llevan una vida que es más angelical que humana. Estos abandonan todo lo que poseen en este mundo, y negando su propia voluntad, pueden decir con el Apóstol: "Somos ciudadanos del cielo" (Ph 3,20).
"Emulando la pureza, la contemplación, y la obediencia de los ángeles, llevan una vida de ángeles en este mundo. Los ángeles nunca son ensuciados con la mancha del pecado,
"ven continuamente el rostro de mí Padre que está en los cielos" (Mt 18,10),
y liberados de todo lo demás, son enteramente absortos en cumplir la voluntad de Dios.

7. El Catecismo Romano nos explica este desprendimiento total de todo lo terreno:
Las cosas de la tierra distan tanto de la verdadera felicidad, que quien quiera alcanzar la eterna bienaventuranza debe necesariamente apartar de ellas su deseo y amor. Está escrito:
No améis al mundo ni a lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él la caridad del Padre. El mundo pasa, y también sus concupiscencias (1Jn 2,15-17).
"Aprendamos, pues, a despreciar las cosas caducas y convenzámonos de que es imposible conseguir la felicidad en esta vida, donde estamos, no como ciudadanos, sino como peregrinos y forasteros (1P 2,11).
"Aunque también aquí, en la tierra, podemos poseer la felicidad negándonos a la impiedad y a los deseos del mundo y viviendo sobria, justa y piadosamente en este siglo, con la bienaventurada esperanza en la vida gloriosa del gran Dios y de nuestro Salvador, Cristo Jesús (Tt 2,12-13).
"Por no querer entender este lenguaje, muchos, alardeando de sabios, pensaron que la felicidad se ha de buscar en las cosas de la tierra; se hicieron necios y cayeron en gravísimas miserias, trocando la gloría del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen del hombre corruptible (Rm 1,21-22).

8. Nuestros vicios y defectos nos separan de la vida unitiva porque forman parte del mundo en nosotros. Dios no nos quiere tal como somos, sino perfectos como Él lo es. Liberarnos interiormente de todo apego y deseo mundano es abrir la puerta a nuestro anonadamiento. En nuestra nada propia puede el Señor hacer su todo, su parte, su heredad, y hacernos santos para mayor gloria suya.


LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

No hay comentarios:

Publicar un comentario