lunes, 24 de octubre de 2011

HOMILIA DE D. RAFAEL ZORNOZA EN CEUTA

23 de octubre 2011

Queridos hermanos

“La caridad y sólo la caridad salvará al mundo”, decía el Beato D. Orione. Y añadía J. Maritain: “si, hace falta un diluvio de caridad”. Esta es precisamente la gran revelación que escuchamos este domingo de boca del mismo Señor en este día en que inicio aquí mi ministerio episcopal entre vosotros.

Os SALUDO a todos los aquí presentes
- Al Sr. Vicario General, Cabildo de la catedral, sacerdotes presentes
- A los Religiosos y religiosas, consagrados,
- A las autoridades civiles, Excmo. Sr. Presidente Alcalde de Ceuta, autoridades militares…
- Etc

El ministerio del obispo
He sido enviado a vosotros representando a Cristo, el Buen Pastor, para enseñar la fe, santificar y guiar al pueblo santo de Dios. Cristo resucitado, que vive para siempre y está presente en su Iglesia por la acción del Espíritu Santo, constituye al obispo para hacerse presente como Padre y Pastor. Me presento a vosotros confiado en el Señor para un oficio que ha sido llamado “oficio de amor” (San Agustin).

Mi agradecimiento al Santo Padre, Benedicto XVI, por su confianza, a quien expreso aquí mi obediencia y afecto, pues el preside en la caridad a todas las iglesias.
Os abrazo a todos. Quiero hacer mías vuestras preocupaciones y problemas, vuestras satisfacciones y gozos, vuestras esperanzas y luchas.

Dice Santo Tomás de Aquino que “nadie es pastor digno más que si llega a hacerse uno con Cristo por la caridad”. Ruego, por esto, vuestra oración. Yo le pido al Señor ser humilde y cercano para transparentarle a El, único obispo y pastor de nuestras almas, a quien se dirigen los pasos de nuestra peregrinación en esta vida. Pedidle que sea fiel a su Iglesia, que no es nuestra sino suya, no para atar a los hombres, ni buscar poder o prestigio personal sino para conduciros hacia el Dios vivo, para transmitir la fe, que nos ha sido entregada no sólo para nosotros, sino para los demás, para este mundo y nuestro tiempo. Orad para que me conceda la prudencia humilde y vigilante para buscar la verdad con y lucidez y mirar al mundo y a los hombres con libertad de espíritu y sin prejuicios. Que sepa transmitir la bondad de Dios que nos llega por una relación viva con Jesucristo, dialogando con El, asociándonos a El en sus sacramentos, y en su liturgia, hasta ser verdaderos discípulos.

Fidelidad a la vida y misión de la Iglesia

Puedo decir con San Pablo (cf 1Tes 1,5ss) que conozco vuestra fe que “ha resonado en todas partes”, que servís al Dios vivo y verdadero aguardando la venida de su Hijo Jesús
desde el cielo. Habéis seguido también el ejemplo del Señor acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así “llegasteis a ser un modelo entre los creyentes”. Esto es, que queréis ser fieles viviendo la vida cristiana con esfuerzo y la predicáis el evangelio, y celebráis con gozos la vida de Dios en los sacramentos, en la liturgia, que os llena su caridad.

El evangelio de hoy nos relata la pregunta de aquellos interesados en hacer la voluntad de Dios. Es, ciertamente, la pregunta constante de quienes nos interesamos por Dios. Continuamente nos preguntamos ¿qué quiere Dios, cual es su voluntad? ¿qué quiere de mi? Jesus responde: “Amarás al Señor con toda tu alma y todo tu ser”, y, con la misma fuerza, “amarás al prójimo como a ti mismo”. Quiere decir con ello que Dios me ama y que es el amor de Dios lo que explica nuestra vida, toda nuestra existencia. Está mostrando lo esencial de nuestra vida está en el diálogo de amor que establece Dios con el hombre, al que creó por amor y para amar, a su imagen y semejanza, y que toda la existencia, la esencial relación con Dios y la relación entre nosotros se desarrolla en este campo, y es en el donde se realiza la vida, o, de lo contrario, queda frustrada.

La predicación y vida de la Iglesia entera responde, por tanto, a los deseos más íntimos del corazón del hombre, a su verdad más plena, y nunca nos deja indiferente, siempre “conecta” con nosotros. En Cristo Jesús, Nuestro Señor, vemos realizada la respuesta mejor, porque toda su vida está movida por el amor al Padre y por su amor a los hombres, hasta el extremo de entregarla por completo, hasta morir por nosotros por amor.

Verdaderamente podemos comprender ---conociéndole, escuchándole, y siguiéndole---, que nuestra perfección moral va unida a esta aspiración y a su ejemplo, algo que, por otra parte, es ciertamente imposible de conseguir por nuestras propias fuerzas, si somos conscientes de nuestro pecado y confusión, pero que se hace posible si somos sostenidos por El con su gracia salvadora, con esa fuerza divina que gratuitamente concede a quienes confían el El, a quienes entran en su vida, reciben el bautismo y viven injertados en El.

“Al atardecer de la vida te examinarán sobre el amor”, dice San Juan de la Cruz. No basta, por tanto, cumplir los preceptos (y menos aún enredarse en disquisiciones bizantinas sobre ellos, como hacían aquellos fariseos). Es necesario por consiguiente que entremos en el “alma” de Cristo, en su estilo, allí donde se nos ofrece unidad a ser, donde la persona humana recupera su aspiración más alta y puede ver cumplidos sus deseos más profundos, en aquel lugar donde se ensamblan la mente y el corazón, los deseos y las obras, la mejor intención y su realización.

Un mundo necesitado del amor de Dios

Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social, a nivel político, económico, en la cultura, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción. El amor es la forma más alta y más noble de relación de los seres humanos entre sí. Por eso debe animar todos los ámbitos de la vida, debe estar presente en todas las relaciones sociales. Sólo la caridad puede cambiar completamente al hombre y, al mismo tiempo, representa el mayor mandamiento social, que espeta al otro y sus derechos, exige la justicia y promueve simultáneamente la misericordia, promueve la solidaridad.

Por todo ello, este mandato del Señor Jesús cuyo ejercicio constituye propiamente la identidad del cristiano nos presenta la gran ayuda de la Iglesia al hombre contemporáneo. La sociedad contemporánea, que advierte y vive profundamente una nueva necesidad de sentido y desea conocer del sentido de su vida, de su acción y de su muerte, puede encontrar en Dios el sentido último de su existencia. La caridad es el signo distintivo de los discípulos del Señor (cf. Jn 13, 35), y somos los cristianos quienes debemos ayudarles a hacerlo si vivimos nuestra misión, tal y como se expresa en el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes 41). Jesús nos invita a vivir fundamentados en su amor, a ser testigos de su amor en el mundo, a ordenar en el amor todas las cosas para conducir nuestras vidas a la perfección personal y social, a conducir la historia hacia el bien.

Un anuncio renovado de la Buena Noticia del evangelio

Comienzo mi pontificado celebrando esta Eucaristía, un acto de culto cristiano, cuya referencia imprescindible es la entrega de Cristo en la cruz. No puede separarse la liturgia cristiana del culto de la vida, pues una entrega supone y exige la otra.

Dios nos pide que amemos a los demás con un amor concreto y verdadero, no interesado; superar el interés, la utilización del otro, el racismo, el desprecio. Quiere que seamos capaces de compartir los dolores y los gozos de la vida cristiana (cf. 1Tes). Ahora bien, para poder para amar y servir a Dios hemos de adquirir la libertad que supone abandonar los ídolos ---como pedía Moisés a su pueblo en el Sinaí (cf Ex 22,20ss)--- .

Este es mi mayor deseo: me gustaría que viviésemos dando gloria a Cristo de modo eminente, dispuestos a vivir la civilización del amor, ---de la que el hombre contemporáneo se aleja con el laicismo, el relativismo moral, el secularismo, infectado hoy por una pandemia de egoísmo que en su origen prescinde de Dios porque piensa que sobra en su vida---. Una vez más el amor al prójimo, el bien del hombre y la sociedad se enfrenta a la idolatría. Los ídolos nos subyugan siempre. Valorar al otro como a uno mismo, respetar su vida, su persona y sus derechos sin distinción de lengua, raza o religión, supone servir al amor que nos eleva, y aceptar la locura escandalosa del amor de Dios, hacerla nuestra y contagiarla a los demás.

Esta es la nuestra misión más noble: evangelizar. Para eso, con la palanca del amor más acuciante, debemos entregarnos superando la mediocridad y ---cada uno en su vida y responsabilidad personal---, mostrar al mundo la sabia experiencia de los santos, cómplices del amor de Dios al servicio de una nueva sociedad.

Pero he aquí que se necesita un anuncio renovado de Cristo, incluso para los bautizados. Algunos viven como si Cristo no existiese, y otros incluso repiten los gestos y los signos de fe, especialmente a través de las prácticas de culto, sin que se corresponda con ellos una acogida del contenido de la fe y una adhesión a la persona de Jesús. Nuestra existencia personal no puede construirse prescindiendo del horizonte de la fe, sin incidencia en las relaciones interpersonales, sociales y civiles, o relegada al ámbito privado.

Ha de intervenir en el juicio y en los comportamientos de modo patente, puesto que, si Dios ha perdido la centralidad que le corresponde en el hombre, en consecuencia, el hombre mismo ha perdido su lugar. Es cada vez más urgente hacer entender al mundo que silenciar el deseo de Dios arraigado en lo más íntimo no puede ayudar a la verdadera autonomía del hombre.

La nueva evangelización debe sostener en nosotros el deseo de progresar hacia una pastoral que se haga cargo de los problemas que están presentes en la sociedad y por tanto, que afecten a la comunidad cristiana. Tenemos la gran oportunidad de interpretar nuestro presente y actuar en este momento histórico para hacer extraordinaria lo que es cualquier actividad ordinaria de la Iglesia.

Este debe ser nuestro compromiso de amor, un compromiso que será eficaz, teniendo a la vista vuestras experiencias pastorales que son expresión de una dinámica en constante crecimiento: las parroquias, los movimientos antiguos y los nuevos, las diversas órdenes religiosas, las asociaciones, codo a codo, sin caer en la trampa de la fragmentación o la división.

La eucaristía que celebramos nos une en el amor que es fuente de comunión para vivir como una familia, en armonía de todos los carismas y en la fuerza de la donación, para ser testigos ante el mundo de que “Dios es amor” (1Jn 4,8) y tiende su mano a todos, a los más necesitados, para que lleguen a experimentar el consuelo de la caridad y la luz de la fe.

Ofrecimiento final


Me pongo a disposición de todos vosotros. Suplico vuestra oración, vuestra ayuda y consejo para guiar a la Iglesia de Cristo como el Buen Pastor, para que sea siempre vínculo de unidad y de comunión como ejercicio de amor (servitium amoris), recuerdo y referencia del criterio del evangelio, que es la Buena Noticia de Dios.
San Daniel y sus compañeros mártires fueron testigos del amor de Dios entregando su vida. Me encomiendo a su intercesión y pido a María, la Virgen, Nuestra Señora de Africa, nuestra patrona, que ha hecho vida con su humilde docilidad a la gracia la encarnación del Hijo de Dios, que guíe mis pasos y fortalezca mi corazón para serviros con prudencia, hasta dar la vida por vosotros. AMEN

sábado, 22 de octubre de 2011

Homilía del nuevo Obispo de Cádiz, Mons. Rafael Zornoza Boy, en su toma de posesión en la Catedral de Cádiz

Hoy ha sido un día de gracia. En un emocionante acto eucarístico nuestro nuevo obispo, don Rafael Zornoza, ha llenado el corazón de todos los que estábamos en la Catedral de Cádiz acompañándole a él y a nuestro anterior obispo, d. Antonio.

Ha sido una homilía maravillosa, extraordinaria. Resalto con negrita o cursiva algunas cosas que me parecen muy especialmente importantes de ella.

Homilía del nuevo Obispo de Cádiz, Mons. Rafael Zornoza Boy, en su toma de posesión en la Catedral de Cádiz

He aprendido nada más llegar esa copla vuestra, que canta:
A Cái no le llaman Cái
que le llaman relicario,
porque tiene por patrona
a la Virgen del Rosario

Quiero que sea para ella mi primer saludo poniéndome bajo su amparo y protección y ofreciéndole mi persona y ministerio. La visité nada más llegar y esta tarde, con la Salve, le ofreceré la bula papal de mi nombramiento y, con ella, mi persona y ministerio. Os encomiendo también a vosotros, al maternal cuidado de la Virgen María.

1 Saludo al Sr. Nuncio Apostólico de Su Santidad en España, al Sr. Arzobispo Metropolitano de Sevilla, a los Sres. Arzobispos y Obispos.

Saludo con especial gratitud a D. Antonio Ceballos, pastor de esta diócesis durante los últimos dieciocho años, queridísimo de todos, de bondad ejemplar, que ha dejado aquí su vida y su corazón, gobernando con acierto, con celo y mansedumbre. Esta será siempre su casa, D. Antonio, porque también la tiene en los corazones de todos y, aunque se aleje un tiempo de aquí, deseamos tenerle siempre cerca para gozar de su amistad y consejo.

Saludo cordialmente a las autoridades civiles, militares y académicas; A las autoridades autonómicas, a la Sra. Alcaldesa y la corporación municipal. etc. Gracias por su presencia.

Os saludo afectuosamente a todos los diocesanos de Cádiz y Ceuta: al C. Consultores, al Cabildo de la Catedral, a todos los sacerdotes, consagrados, religiosos y religiosas, seminaristas, laicos, asociaciones, movimientos, hermandades. También a los medios de comunicación y a quienes participan en esta retransmisión, especialmente a mi madre enferma y a los monasterios de clausura.

Bienvenidos también cuantos habéis viajado desde Getafe y Madrid para acompañarme, vicarios, sacerdotes, familias, jóvenes, seminaristas. Muchas gracias. Mi saludo para vosotros con especial cariño.

2 Me presento ante vosotros como el que viene en el Nombre del Señor. No tengo más credenciales. Dios me ha conducido hasta aquí después de una intensa y gozosa vida sacerdotal y unos años de obispo. He dicho “sí” al Señor cuando El me lo ha propuesto por medio del Santo Padre, a quien corresponde el cuidado de todas las Iglesias, como dije “sí” cuando me llamó al sacerdocio, y cada vez que me ha pedido otros servicios ministeriales. Así he caminado en mi vida dejándome conducir por Dios en la docilidad que prometí –como todos vosotros, sacerdotes y consagrados— al comienzo de mi ministerio, con la satisfacción contínua y la experiencia de que El nunca defrauda, que llena de gozo el corazón de los que le sirven.

3 Gracias, por tanto, en primer lugar, al Santo Padre que ha puesto su confianza en mi humilde persona. Transmita, Sr. Nuncio, a Su Santidad Benedicto XVI mi agradecimiento y fidelidad. Espero, con la ayuda de Dios, no defraudar a la Santa Iglesia, y servirla como el Señor espera de mí.

4 Hemos escuchado en el evangelio un diálogo cautivador entre Jesús Resucitado y el apóstol San Pedro, una conversación realista en la que Pedro se entrega humildemente al Señor, a pesar de su amor deficiente, y Cristo le pide que apaciente sus ovejas. El apóstol deja la vida sus manos y se pone enteramente al servicio de Dios. Me parece una escena especialmente elocuente en esta celebración eucarística, donde se dice que celebramos mi “toma de posesión”. Esta expresión canónica a mí personalmente me lleva a pensar en la toma de posesión más importante de mi vida, la que la determina hasta el día de hoy. Fue aquel momento en que, con el gesto de las manos extendidas, el obispo que me ordenaba me impuso las manos invocando sobre mí la fuerza del Espíritu Santo.

El Señor puso su mano sobre quienes recibíamos las sagradas órdenes, como diciendo: este es mío; y somos suyos. Desde entonces, sencillamente la vida ya no me pertenece. Dios, que me la dio, la tomó para una misión universal, eclesial. Y ahora me entrega a vosotros, Me parece que más que tomar esta diócesis en propiedad para mí, soy yo quien se entrega a vosotros y sois vosotros quienes tomáis posesión de mí.

Quiero, por tanto, renovar hoy –como lo hace San Pedro—, mi amor a Cristo, que nos hace capaces porque El es la fuente del amor. El es quien “nos amó primero”. El me pone a vuestro servicio y me vincula a vosotros, a quienes ya quiero servir abnegadamente con el corazón del Buen Pastor. Confío plenamente en El pues, quien me toma entre sus manos, también, con ternura, “me cubre con la palma de su mano”, que es lo que hacemos cuando bendecimos. Yo se que de su amor incondicional nos podemos fiar.

Pedidle al Señor por mi para que sea fiel a su Iglesia, que no es nuestra sino suya. Que sepa conduciros hacia el Dios vivo, y os transmitir la fe, que es el gran tesoro para este mundo y para nuestro tiempo. Rogadle que me conceda ser prudente y vigilante, que busque la verdad para mirar a cada uno con libertad de espíritu y sin prejuicios. Yo le pido ser humilde y cercano, para transmitir la bondad de Dios, la relación viva con Jesus, el dialogo con El, y la gracia de sus sacramentos.

5 Esta iglesia de Cádiz y Ceuta tiene una antiquísima historia llena de frutos de santidad, con profundas raíces cristianas que están patentes en sus santos, en su espléndida piedad popular y en su patrimonio artístico. En ella encuentro una fuerte llamada para imitar a sus pastores santos, y a la responsabilidad de profundizar en la fe de los apóstoles y de los mártires que nos han precedido —como San Germán y San Servando— para acrecentar nuestra vida cristiana y responder con fidelidad a la misión que el Señor nos confía hoy.

Desde la era apostólica en que llega a nosotros la fe hasta el Beato Juan Pablo II,contemporáneo nuestro cuya fiesta celebramos hoy, podemos contemplarla unidad de la Iglesia en su historia, que constituye ese “nosotros” de la fe por el que nos reconocemos como “un solo cuerpo” (Rom 1,3), y participamos en el “yo” de la Iglesia que es sacramento de Cristo vivo en el mundo, con su misma vida administrada en sus misterios por los pastores, con la misma verdad. Aun parece que escuchamos al Papa Beato que nos dice, Duc in altum, “rema mar adentro”, y que nos sigue invitando a ser santos, a ser amigos de Cristo, quien camina a nuestro lado y guía a la Iglesia hacia la plenitud de la verdad y de la vida.

La voz de nuestro querido Juan Pablo II es acorde con los santos patronos del siglo II, y con San Daniel y sus compañeros mártires, y con la del Beato José Diego de Cádiz, y San Francisco Javier y San Juan de Ávila, apóstol de Andalucía y próximo doctor de la Iglesia. Nuestra vida, nuestro corazón y nuestras palabras están en continuidad armónica con todos ellos para mostrar a Cristo Redentor del hombre, siempre actual, el mismo “ayer, hoy y siempre”, y que responde con su eterna novedad a quien busca la vida para siempre.

6 No soy capaz de decir en este momento qué caminos pastorales concretos haremos juntos, que objetivos debemos compartir, pero es evidente que debemos profundizar en nuestro seguimiento de Cristo.

Por tanto creo que acierto si os propongo ya desde ahora, como nuestra gran meta, evangelizar.

La Iglesia entera renueva hoy su esfuerzo por una nueva evangelización promovida por el Santo Padre y esperada con ilusión por todos, para una sociedad que pierde la esperanza cuando olvida sus raíces cristianas. Por lo que sé, coincide con vuestros recientes planes pastorales y el impulso del Sínodo Diocesano de hace diez años.

“¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz!” (Is 52,7). Una sociedad herida por el nihilismo posmoderno no puede ser esperanzada. Donde reina la nada no puede haber alegría por algo, no hay futuro, ni eternidad ni gozo. La vieja Europa devastada por las trágicas guerras del s.XX recuperó sus bienes, pero no sus coordenadas para vivir. Ni siquiera la sociedad del bienestar ha podido ocultar su vacío. La agobiante crisis económica ha puesto de manifiesto otra, la más profunda y determinante: la falta de valores, el imperio del egoísmo y, en suma, la pérdida de Dios.

A nosotros, cristianos de este pueblo, nos pueden faltar recursos, medios, etc,…; cualquier cosa menos esperanza. Ser cristianos nos impide caer en el desánimo, si estamos “arraigados en Cristo, y firmes en la fe” (Col 2,2). Lo nuestro, lo típicamente cristiano, es la esperanza, y con ella, el ánimo (virtus), el gozo, no sólo de vivir y de experimentar que tenemos futuro, que Dios nos ama y espera —(¡El sí que cree en nosotros!)—, sino de ser portadores de la Buena Noticia para el mundo, la que saca de las crisis, la que crea una nueva humanidad, la que necesita el mundo abatido y menesteroso que nos rodea. Y de esta misión no podemos desertar. Quisiera, por tanto, desde ahora, renovar y alentar la esperanza cristiana, porque el mensaje del evangelio es el mensaje del futuro, la respuesta de Dios a la búsqueda del hombre de hoy. Nada tan oportuno y necesario, nada tan verdadero.

En la cultura secularizada del mundo occidental se tiende a hacer desaparecer a Dios de la conciencia pública, se desvanece el carácter singular de la persona de Cristo y se duda de los valores predicados por la Iglesia. Este es hoy nuestro desafío, un reto providencial que debe hacernos reaccionar con ilusión, lejos de la resignación y del desaliento. El mundo nos pide hoy más que antes que seamos testigos, que demos razón de nuestra fe, que mostremos nuestro gozo por ser seguidores de Jesucristo, que vive resucitado, que nos ha robado el corazón y que nos enseña en la Iglesia la razón última de las cosas, puesto que es la Verdad y la Vida.

Hermanos: “Que la esperanza os tenga alegres” (Rm, 1,14). Es urgente comunicar la alegría que nace de la fe y de la experiencia del amor de Dios. “¡Grita jubiloso, porque Dios ha visitado a su pueblo!” escuchábamos al profeta Isaías. Las personas necesitan hoy ser llamadas de nuevo al objetivo último de su existencia; en su interior hay una profunda sed que sólo Dios puede saciar con su amor infinito. Sin Dios, que nos da lo que nosotros por nosotros mismos no podemos alcanzar (cf. Spe salvi, 31), nuestras vidas están realmente vacías. Cada persona necesita cultivar una relación con Cristo, que ha venido para que tengamos la vida en abundancia (cf. Jn 10,10). La meta de toda nuestra actividad pastoral y catequética, el objeto de nuestra predicación, el centro mismo de nuestro ministerio sacramental ha de ser ayudar a las personas a establecer y alimentar semejante relación vital con “Jesucristo nuestra esperanza” (1 Tm 1,1).

7 Pero ¿qué debemos hacer? Lo primero, a mi entender, es “ser”: ser lo que somos, vivir a fondo lo que el Señor nos ha concedido ya. Es preciso restablecer la primacía del ser sobre el hacer, más aún, la primacía de la gracia, que es principio esencial para una programación pastoral (Cf. Past Greg 12). Seamos verdaderamente creyentes, amigos del Señor, coherentes, fieles de Cristo, cristianos. Queridos sacerdotes, religiosos, laicos; jóvenes, adultos, ancianos o niños; casados, consagrados o solteros; vivamos nuestra vocación con santidad. Es decir, vivamos intensamente nuestra fe, ahora que comenzaremos este “año dedicado a la fe” que acaba de proponer el Santo Padre para “recordar la belleza y la centralidad de la fe, la exigencia de reforzarla y profundizarla a nivel personal y comunitario”(Benedicto XVI, Angelus 17.10.2011). Seamos hombres nuevos y testigos del Señor, “amigos del Hijo de Dios que nos da la vida y la vida en plenitud” (id., Porta fidei, 2).

Ser cristianos es compartir una relación con Dios que transforma la vida, y nos proporciona una profunda fraternidad, una nueva humanidad, una la voluntad firme de servir a Dios a favor del hombre, una vida que es apertura a todos y que transforma el mundo o quiere transformar al mundo según las ideas del Creador. Y quien se deja transformar por Cristo, abre su corazón a la universalidad, a la preocupación por todos, a un amor que no tiene barreras.

8 En cualquier situación social, política, o económica, tendremos que luchar por mostrar la presencia de Dios en el mundo, que hace crecer lo humano cuando acepta que el hombre es imagen de Dios. Podemos expresar con nuestro ejemplo, fácilmente visible en una cultura que se deshumaniza, que vivir cristianamente nos hace más humanos, más libres, si estamos anclados en la verdad, aunque contradiga la moda del momento, o la confusión del relativismo. Por eso, con una firme conciencia cristiana, debemos ser promotores de una caridad generosa, capaces de compartir los bienes, los trabajos, y hasta la vida con los necesitados, los que no tienen trabajo, los emigrantes, los enfermos… y ser defensores de los derechos de todos. Debo decir, por tanto, que me alegran sobremanera las noticias de vuestra caridad y la atención a los necesitados, en especial a los emigrantes, porque muestran la calidad de vuestra vida cristiana.

9 Hay que continuar haciendo todo lo que se pueda para aliviar las dimensiones humanas, morales y espirituales de la actual crisis económica. Cuando hablamos de desempleo recordamos enseguida el número de los parados, pero ellos no son un número, sino gente que sufre y que está herida en su dignidad humana (cf. Car inVer n.25).

Nuestra Iglesia está al lado de los pobres, sirve a los que no tienen trabajo y les ayuda a superar sus necesidades; hace ya grandes esfuerzos por alimentar a los hambrientos y dar refugio a los sin techo. Y debemos seguir haciéndolos, pues no podemos desfallecer, porque es un escándalo la pobreza general y la gran falta de trabajo de nuestra sociedad, que debe exigirnos a todos colaborar para encontrar modos eficaces para promover el bien común en la vida social y económica. Es el momento de cada uno asuma su propia responsabilidad personal o institucional para crear puestos de trabajo y vencer la pobreza que hace estragos. Y reconozcamos a la luz de Dios —como lo hace la Doctrina Social católica—. que para construir una sociedad más justa, el hombre de hoy debe salir se su relativismo moral y superar la cultura del egoísmo y de la muerte. Que la pobreza haga brillar más en nosotros la riqueza del amor de Dios. Recordemos, además, –con palabras de la Beata Teresa de Calcuta— que nadie tiene mayor pobreza que quien no saber amar.

Os invito a vivir la “fantasía de la caridad” –como indicaba el Beato Juan Pablo II— para hacernos profetas del amor de Dios y mostrar a todos la belleza de la vida cristiana —también a los alejados de la Iglesia—, porque la felicidad que buscamos tiene un nombre y un rostro: el de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre que nos ama y nos busca.

10 Celebremos por tanto nuestra fe. Cristo el Señor, que resucitado vive para siempre, se hace presente en esta santa liturgia que nos une en comunión con Dios y con toda la Iglesia, presidida por este indigno siervo suyo, pero que por la sacramentalidad de la Iglesia, por la fuerza del Espíritu, es sucesor de los apóstoles y representante del Señor. Pidamos por intercesión del Beato Juan Pablo II quepueda gastar mi vida y serviros como Aquel que “no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Pues mi oficio y autoridad es un servicio a la unidad y a la comunión que solo se concibe como un servicio de amor (cfr. Chr Dom 16), al servicio de Dios y al servicio de los hombres. AMEN.

+ Rafael Zornoza
Obispo de Cádiz
Catedral, 22 de octubre de 2011

miércoles, 19 de octubre de 2011

Qué aceptar y qué no

Piensas qué hacer, qué decisión tomar, qué camino escoger...

Dudas sobre qué aceptar, qué rechazar, qué elegir para ti o tu familia....

A qué decir sí, a qué decir no...

¿Qué debes hacer?

En la Escritura viene el criterio decisivo.

El criterio de elección .

Nos lo dice en Jn 3, 27:

"No debe el hombre aceptar para sí nada que no le haya sido dado de lo alto"

martes, 18 de octubre de 2011

De estrellas y torrentes

Por la mañana muy temprano, camino de la estación, iba rezando el Rosario bajo las hojas de la pequeña fila de árboles, muy consolado y con tremendo fervor, y parecíame que el Señor me estaba golpeando el corazón con toda su fuerza divina como si pretendiera arrancármelo para ponerme el suyo, como diciéndome:

"Doy mis gracias a los que la mendigan con sus lágrimas"

Bajo la gran hilera de acacias, hacia el andén, pasaba las cuentas de ébano con verdadera pasión.

Luego, en el tren, lectura de san Alfonso María de Ligorio: "Práctica del amor a Jesucristo". De pronto, al salir en mi estación, como un torrente de devoción y vida. Lágrimas por Cristo. Mis pecados. Cristo en la cruz. Sus llagas abiertas como grandes flores, como volcanes, como estrellas.

Una confianza muy grande, de pronto, traspasó todas mis miserias, mis vanidades, mis apegos y mis carencias; traspasó todo el bronce, todo el durísimo espesor del pecado, y deshizo los temores y las viejas cortezas de carnalidad como rompiéndose en luz, desde una fuente antigua, muy nueva, siempre fresca y limpísima.

Un alegría fontal, como llegada de un venero inmarcesible, se derramaba sobre mi vida como una fuente de esperanza inquebrantable, y se abría bajo mis pies a medida que me aproximaba al trabajo.

Y ya no me dejó el Señor hasta infundirme una enorme gratitud por todas las antiguas humillaciones.

viernes, 14 de octubre de 2011

Y no por esfuerzo

Nuestra debilidad y flaqueza nos abruma.

Quisiéramos ser distintos y vencer los miedos, cobardías, imperfecciones.

Sabemos que la santidad es la obra de Cristo en el ser humano, a través de su Cuerpo, que es la Iglesia.

Por eso, pedimos a Dios que haga en nosotros su obra.

Y ¿cómo será su obra? ¿De qué depende?.

Jesucristo el Salvador nos lo dice.

"Hágase en vosotros según vuestra fe" (Mt 9, 29)

Qué sería de mí si el Señor hubiera dicho:

"Hágase en vosotros según vuestra voluntad".

Porque yo tengo mi voluntad herida por el pecado. Y el bien me cuesta más que me cuesta el mal. Aunque no quiera.

Pero el Señor conoce mi debilidad, y por eso me dice y nos dice:

"Hágase en vosotros según vuestra fe".

La fe que Él mismo me ha dado por su Cuerpo, que es la Iglesia.

La fe que es don, regalo inmerecido, gratuito.

La fe que tenemos porque el Señor nos la ha traído por la cruz.

Y no por esfuerzo, sino por Gracia.

Y cuando tu Gracia nos inunde, Señor, con ella podremos esforzarnos hasta lo indecible, con ella vendrán los mil trabajos luminosos y las proezas sin cuento. Entonces sí que habremos de esforzarnos en Ti, Señor.

Pero esforzarnos con la fuerza de Dios que es Cristo Jesús, que rehabilita nuestra voluntad perdida y la fortalece como sólo Él sabe.

¿Quedarnos quietos entonces?

No, Señor, sino moviendonos cuanto tú nos muevas, y no negando la potencia de tu brazo en nuestra alma.

LAUS DEO

miércoles, 12 de octubre de 2011

Toda nuestra esperanza

Una y otra vez caemos en la misma sima y tropezamos con la misma piedra. Y nos desanimamos.

Pero hemos de tener esperanza.

¿En qué?

La Imitatio Christi nos dice en qué no hemos de ponerla:

"No debe poner su esperanza en cosa alguna de la tierra" (L I, c 12,1 )

En cosa alguna de la tierra:

es decir,
...ni en el amor, ni en el dinero, ni en la salud, ni en la familia, ni en los jóvenes,

...ni en la lotería, ni en un nuevo gobierno, ni en un partido político nuevo,

...ni en unos fabulosos y atractivos programas pastorales, ni en una nueva titulación, ni en los viejos planes ni en las nuevas ideas, ni en los teólogos de fama ni en grandes manifestaciones, ni en la naturaleza humana ni en una nueva declaración de intenciones...

En cosa alguna de la tierra.

Hemos de poner toda nuestra esperanza en UNA SOLA COSA, y esa cosa apropiárnosla y aferrarnos a ella.

Una sóla cosa que no viene de cosa alguna de la tierra, sino que viene de lo alto.

Es lo único que debemos apropiarnos, de forma que apoyemos toda nuestra existencia en ella, y construyamos nuestra casa en su roca.

TODA nuestra esperanza.

Ya nos lo dice el Bautista:

"No debe el hombre apropiarse nada que no le venga de lo Alto" (Jn 3, 27)

Sólo debemos pues hacer propiamente nuestra una cosa. Una cosa que viene de lo alto.

Veamos cuál es.

La Palabra Divina nos lo dice con claridad.

"Poned toda vuestra esperanza en la Gracia de la Revelación de Jesucristo". (1 Pe 1:13)

En la gracia, en la vida sobrenatural que trae la Palabra de Cristo, la Verdad de Cristo.

No hay nada en la faz de la tierra ni en la propia naturaleza del ser humano que nos traiga la gracia, salvo Cristo Salvador por su Palabra .

Mas, ¿dónde encontramos la Palabra de Jesucristo, nuestro Salvador, la Palabra en que hemos de poner toda nuestra esperanza y edificar sobre ella nuestra vida, nuestra familia, nuestros planes, nuestros caminos y saberes y quehaceres?

En aquella que la guarda en su corazón y la custodia, y con amor la distribuye.

Aquella que a imagen de la Madre de Cristo conserva el Misterio de toda esperanza en su seno:

la Iglesia, Madre de Gracia a imagen de María.

La Iglesia de Cristo, maternal Sacramento de Esperanza para el mundo.

Por esto, porque sólo en la Gracia de Cristo hemos de poner nuestra esperanza para no caer en la mismas simas y no tropezar con las mismas piedras una y otra vez, ya sabemos dónde depositar toda nuestra confianza.

Sabiendo esto, hemos de dedicarnos a todo aquello que aumenta en nosotros la Vida de Cristo.

A la oración continua. A la contínua oración de alabanza, petición y adoración. A la vida sacramental. Al estudio de la Palabra. Al santo apostolado de la Palabra de Dios. A la Santa Eucaristía, que es la fuente misma de nuestra salvación por gracia.

Y no busques más en qué poner tu confianza.

Porque lo has encontrado.

domingo, 2 de octubre de 2011

No nos preocupemos

Nos preocupa cómo hablar de Jesús y de su Iglesia sin que nos rechacen.

Qué hemos de decir para que nuestro oyente

no se asuste, ni se moleste, ni se indigne, ni se escandalice,
ni nos llame intransigentes, radicales, intolerantes...

sino que

nuestra palabra interese, nos acepten, les cautive nuestro mensaje, les convenza....

Pero primero hemos de tener en cuenta que no hemos de pretender crear nosotros el discurso, como si fueran nuestras palabras, nuestro discurso, o su brillantez lo decisivo,

ni cuanto ideemos, inventemos y programemos sea lo determinante.

Porque no, no es así.
Aceptemos lo que nos dice Jesús acerca de esto:

"no os preocupéis de cómo habéis de hablar o qué váis a decir: lo que debáis decir se os dará a conocer en ese momento, porque no seréis vosotros los que hablarán, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará en vosotros. (Mt 10, 19:20)

En segundo lugar hemos de comprender que el mundo odia a Cristo, su Salvador. ¿Por qué? El mismo Jesús nos lo explica en Jn 7, 7:

"el mundo me odia a Mí porque declaro que sus obras son malas"

Por esto, Jesús nos dice:

"Os odiarán a vosotros por causa de mi Nombre" (Mt 10)

Nos odiarán por ser de Cristo y no del mundo.

Pero algunos no nos odiarán, sino que se convertirán por la palabra de Cristo y el poder de Dios a través nuestra.

Por tanto, despreocupémonos de lo que hemos de decir por nosotros mismos, y de que nos acepten o no.

Y sólo entonces seremos instrumentos de Cristo.

No nos preocupemos. La Palabra Divina así nos lo dice en Filipenses 4, 6:

" No os preocupéis por nada".

Si predicamos a Cristo como Él quiere, nada debe inquietarnos. La paz de Dios será derramada sobre tu corazón y el mío. ¿Cómo es posible, si nos odian, si no nos comprenden, que nos inunde la paz de Dios? ¿Así podemos estar en paz?

Nosotros no lo comprendemos, porque no comprendemos del todo la misteriosa paz de Dios, que alegra y serena nuestras almas sobrenaturalmente como sólo el Señor sabe y puede. Porque

" la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado vuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús" (Flp 4, 7)

Así pues, hablemos de Cristo como Cristo quiere y nada temamos. ¡El Señor es fuerte!

sábado, 24 de septiembre de 2011

"Déjame hacer ahora"

¿De qué santo podríamos decir que ha sido más grande que Juan el Bautista, el precursor del Logos viviente? Creo que de ninguno. ¿Podrías encontrar alguien más santo, valiente, piadoso, mortificado, que Juan?
Fíjate qué honesto era, que a sus discípulos decía: "Haced penitencia" (Mt 3, 2)

Y he aquí que él la hacía primero y más que ninguno, y tanta penitencia hacía y tanto se mortificaba que "usaba un vestido de pelo de camello y una correa de cuero a la cintura, y su comida eran langostas y miel silvestre" (Mt 3, 4)

¿Eres tú, que tanta voluntad crees que tienes, capaz de alimentarte sólo de insectos y vestir piel basta sin curtir que atormenta tu cuerpo, en un desierto en que escasea el agua y la intemperie desgasta tu cuerpo?

Juan, además, era un hombre de Dios que vivía para Dios desde su más tierna infancia, cuando se estremeció en el vientre materno ante la presencia del Verbo Divino en María. Pues ya en el vientre de su Madre adoraba a Dios. Era hombre, pues, fervoroso y amante del Señor hasta el extremo. Tanto, que no había ni rastro de mundanidad en él. Tanto era así que él mismo nos dice en Jn 3, 27:

"No debe el hombre apropiarse de nada que no le haya sido dado de lo alto"

Pues bien, a este hombre ejemplar, a este hombre modelo de virtudes y de piedad, a este hombre en extremo sabio, amable y bondadoso, a este hombre santo dice Jesús unas palabras que si te las hubiera dicho a ti, que tan sabio y voluntarioso eres, no habrían dejado de irritar tu orgullo.

He aquí lo que el Señor le dice a Juan:


"Déjame hacer" (Mt 3, 15)

Déjame hacer.

Porque Juan, "el mayor de entre los nacidos de mujer" (Lc 7, 48) , se resistía a dejar hacer a Cristo, y quería hacer él según su entender. Y si Jesús decía a Juan "déjame hacer",

¡¡Cuánto más ha de decírtelo a ti, a mí, a todos nosotros, que no somos ni sombra de Juan el Bautista, el mejor de entre los nacidos de mujer!!

Y es que, date cuenta, no eres tú quien tiene que hacer en ti, es Jesús. Lo que tú has de hacer es HACERLE CASO. Hacer única y exclusivamente lo que Él quiera que hagas, lo entiendas o no, sea mucho o poco, heroico o sencillo, fácil o difícil, cueste lo que cueste y aunque se hunda el mundo.

Deja hacer a Jesús en ti, y haz tú únicamente lo que él te dé hacer con su gracia. Es el Señor el que tiene que hacer, ahora, su obra en ti.

¿Acaso nos creemos mejores que Juan?

No quieres ser tú el protagonista de tu camino de perfección. Deja que el protagonista sea Jesucristo, que hará en ti lo que Él quiera y tú le dejes, a través de la Iglesia, que es el sacramento de su acción en ti.

Y actúa como aquellos que se dejaron hacer santos por Él. Como te cuenta la Escritura : Mateo 21, 6:

"los discípulos fueron a hacer lo que Jesús les había mandado"

lunes, 19 de septiembre de 2011

Tú solo no puedes

¿Crees que puedes encaminarte tú solo hacia tu objetivo,

superar las pruebas que te asalten por el camino, respetar la Palabra de Dios y obedecer su Santa Ley, purificarte y sanarte tú mismo y tú solo tus propias heridas?

¿Crees que puedes ser feliz a tu manera?

¿Salvarte tu solo?

¿Santificarte por ti mismo, por tus propios planes, programas, acciones, deseos?

¿Crees que puedes, por ti mismo, ser buen esposo, buena esposa, sacerdote ejemplar, religiosa feliz, adolescente estudiante, teólogo fiel, trabajador honesto y padre leal de tus hijos?

¿Crees que puedes descubrir tú solo cómo alcanzar una absoluta verdad y salvarte por ella?

¿Crees que puedes?

Pregúntale al Señor.

Abre la Escritura. Evangelio de Juan, capítulo 15, versículo 5.

Date cuenta de esto. Si lees atentamente el Evangelio, comprobarás que los discípulos del Señor, en cuanto humanos, se plantearon más de una vez lo mismo que tú. Fíjate en Pedro: le aseguró al Señor su lealtad: --"yo nunca te negaré Señor...", "Daré la vida por Ti..." ¡¡Y le negó tres veces y más que nadie le negó, excepto Judas!

Cuánta soberbia en nuestra carne: creemos que podemos, creemos que querer es poder...

Me imagino que más de una vez los discípulos de Jesús habrían alardeado de cuánto iban a hacer por él: dar la vida en su Nombre, por ejemplo.

Y alardeando alardeando se encontraron con la Palabra de Nuestro Señor. Esta que yo mismo te recomiendo.

No lo olvides: Juan 15, 5.

Memorízala, que se te quede grabada muy dentro. Te la dice el Señor.

Para que nunca más confíes en ti mismo por ti mismo y con tus fuerzas naturales, ni en tu voluntad de hijo de Adán, ni en lo esforzado y estupendo que crees que eres sin el auxilio permanente y constante de Cristo.

Mira, nos la dice a nosotros, hoy mismo. A ti, que crees que si quieres puedes tú solo contigo y por ti mismo, escucha lo que te dice Jesucristo el Señor:

"Sin Mí, no podéis hacer nada".

Nada.

Así de tajante. Sin el Señor, sin su Gracia,

no podemos en orden a nuestra salvación hacer nada. Juan 15, 5. Nada saludable, sanante, salvífico y dichoso, permanente, seguro, verdadero y estable, gozoso, profundo y feliz... nada.

Por eso, no lo dudes: acude a la Santa Misa. Aliméntate del Señor. Comúlgale. Lee Escritura y Tradición (Padres y Doctores de las Iglesia) de día y de noche.

Vive de la oración. Confiésate.

Y vive. Vive en Cristo.

Que Cristo-Liturgo (Cabeza viva de la Iglesia orante por ti)

viva en ti más que tú mismo. Y así podrás hacer tuyas las palabras del apóstol, Filipenses 4, 13:


Todo lo puedo en Aquel que me conforta


Bendito sea Dios y su santa Gracia.


¡¡Laus Deo Virginique Matri!!

domingo, 18 de septiembre de 2011

Toda la bondad

"Toda la bondad que pueda haber en el ser humano es por participación de Dios" Santa Catalina de Génova.

El Señor la comunica al alma racional más o menos densamente, según la halla purificada y limpia del impedimento y suciedad del pecado.

El pensamiento pelagiano que nos rodea, al menos en diócesis afectadas por la pseudoteología humanotrópica: su error consiste en creer que la naturaleza humana esta más o menos sana y no necesita purificación ni limpieza, sino desarrollo y valores humanitarios.

Pero si la naturaleza humana está sana: ¿para qué sacramentos, para que oración?

Mentalízate: querer no es poder. Es necesario el auxilio sobrenatural para conocer la verdad y practicarla, es decir, hacer el bien saludable.

La Iglesia declara en bien de las almas la incapacidad absoluta del hombre para sanarse a sí mismo, y la necesidad absoluta de la misericordia de Dios.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Como cedros del Líbano, por la savia de la Palabra

Mi vida es la exégesis bíblica y tradicional. De la Escritura extraigo toda mi fuerza.

Esta mañana en el tren me sentía muy desolado. Todo fue abrir la carta a los Romanos y comenzar a pensar en el Señor Jesus con un amor devorador.

No perdí en toda la jornada de clase la presencia del Señor. Me sentía muy inspirado. Mientras explicaba la morfología básica de una bacteria a los alumnos, mi corazón ardía en deseos de unirme a Dios Todopoderoso, me inundaba un emocionante misericordia por aquellos jóvenes, y las miserias del mundo se me presentaban con toda su vanidad carnal, como sombrías construcciones de paja y de papel.

Luego, tras la jornada, camino de la estación, memorizaba pasajes de los salmos.

Movido por el Espíritu, nos dice el salmista que el justo "crecerá como una palmera, se alzará como cedro del Líbano " (Sal 91). Pero no en cualquier suelo, sino en la casa del Señor, que es la Iglesia.

Así presenta el Templo del Espíritu como el huerto fértil donde la Vida florece, como el nuevo edén. Un paraíso de virtud sacramental, donde el Árbol de la Vida es la cruz gloriosa de Cristo.

La Vida del Señor es la Gracia, esa savia fértil que nos alza como cedros del Líbano, la fuerza que nos hace erguir la cabeza hacia el cielo como árboles repletos de dignidad sobrenatural.


Laus Deo

sábado, 10 de septiembre de 2011

Rosa Vidriera

Todos los tonos del mundo se funden en ella. Rojo cereza y celeste metal, naranja atardecer y verde oliva, negro pizarra y amarillo oro...

Muchos más tonos, muchos más. De todas las cadencias y matices. Se agitan suavemente sobre la luz del altar mayor, y como estambres plateados, guardan la Gracia de Cristo en pequeñas corolas, abiertas sobre el que ora.

La enorme rosa transparenta tanta luz, en tantos e infinitos tonos, que se despliega en el espacio un prisma imaginario y puro, como un espejo para arcángeles, en cuyo azogue misterioso fulges Tú, latido y fulgor de todas las vidrieras, hasta el confín del mundo.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Gracias de hoy

Hoy ha sido un día duro. Que un buen amigo, un gran amigo, diga que quiere quitar el crucifijo de su lugar de trabajo, es duro y doloroso. Hoy he rezado y pedido gracias por él.

Ha sido un día, también, de risas, de testimonio, de martirio, de Escritura.

En el tren he rezado intensamente. Camino de casa he rezado intensamente. Durante toda la tarde he estado diciéndole a Jesús que le amo, y pidiéndole mucho amor, para que yo sea más santo. Invocando al Espíritu, le pedía a través de su Esposa, la Inmaculada Concepción, que me hiciera mártir por los caminos que sólo Él conoce.

Estudiado, luego, el salmo segundo, el Canto de Ana, y la Imitatio Christi. Escribí varios comentarios sobre la gracia en la bella entrada de hoy de don Javier :http://corazoneucaristicodejesus.blogspot.com/2011/09/y-por-que-nos-quiere-Dios-


He meditado luego sobre la predestinación. San Roberto Belarmino:

""Pero puede preguntarse, ¿por qué Dios ha dado la gracia de la conversión a uno y se la ha negado al otro? Contesto que a ambos se le dio gracia suficiente para su conversión, y que si uno pereció, pereció por su propia culpa, y que si el otro se convirtió, fue convertido por la gracia de Dios, pero no sin la cooperación de su propia libre voluntad (movida igualmente por la gracia).


Santo Tomás explica este misterio: Dios elige, y al elegir activa por gracia inmerecida y gratuita la libertad del elegido:


"La voluntad se mueve por sí misma, pero es movida por Dios a moverse por sí misma" (S.T. I., q. 105)

Es decir, si una persona tiene voluntad de fe y obra en Gracia para salvarse, la tiene libremente. Pero la tiene libremente PORQUE la gracia de Dios LE MUEVE a ello DEBIDO a una decisión divina, por la que Dios mismo ha "elegido elegir" de antemano, desde toda la eternidad, salvar a esa persona.
¡Qué sorprendente!, ¿verdad?


Te salvas libremente porque Dios ha decidido que te salves LIBREMENTE. Pero te condenas por tu culpa, no porque Dios haya destinado tu condenación. Es un misterio. Como diría Longinos, si no lo entienes del todo, mejor, porque es un misterio supra-inteligible. Si lo entendieras, no sería un misterio.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Debate sobre el misticismo. - Presentación


En el blog de opinión del Obispado de Cádiz y Ceuta, http://diocesisopinion.wordpress.com/ d. Luis Miguel Romero Fernández, en uno de sus interesantes artículos, publicaba no hace mucho un post en que opinaba sobre cómo había de ser el místico del siglo XXI. A raíz de esta sugerente entrada surgieron algunos comentarios no menos interesantes.

Lo que sigue es la reconstrucción de un intenso y largo debate oral y escrito que he mantenido con un amigo que se autoconsidera creyente no católico y al que pongo el sobrenombre de Máximo.

DEBATE SOBRE EL MISTICISMO, I

Máximo
: ¿Usted está de acuerdo con que la Iglesia de este siglo necesita de místicos?

Alonso Gracián: Creo que más bien es al contrario, los místicos necesitan de la Iglesia para ser verdaderamente místicos.

Máximo: ¿Los místicos necesitan de la Iglesia? Pero, ¿acaso los místicos budistas, o los yogas, o los místicos protestantes, necesitan de la Iglesia para ser místicos? No, no, hay muchas formas de misticismo.

Alonso Gracián: Según lo que entendamos por misticismo, o místicos.

Máximo: Para mí un místico es alguien que sondea las profundidades de lo Divino y adquiere un estado superior de conocimiento espiritual. Hay muchas espiritualidades místicas, tantas místicas como espiritualidades.

Alonso Gracián: No comparto esa definición. Siga, y ahora le explico.

Máximo: Entiendo por místico alguien con una gran voluntad y clara inteligencia, capaz de penetrar en lo Absoluto, y que se eleva a lo divino.

Alonso Gracián: Discúlpeme que le interrumpa. La Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo, nos enseña otra cosa acerca de lo que es la mística.

Máximo: ¿A qué nos referimos, entonces, cuando hablamos de místicos? ¿Usted ha leído a Meister Eckhart? Comprobará que el místico se anonada en el todo divino, como Empédocles en el Etna, y que...

Alonso Gracián: Permítame que deje a un lado, por ahora, a Eckhart y a Empédocles, y que centremos el tema.

Máximo: ¿Cuál es entonces su definición de místico? ¿No está de acuerdo con que el místico es aquel que sabe penetrar con todo su ser en lo absoluto?

Alonso Gracián: La Iglesia lo expresa de otra manera, de forma que queda claro que en toda experiencia mística el protagonista principal es Dios Uno y Trino, y el protagonista subordinado es el propio místico. El estado místico es un estado al que todos los fieles están llamados, porque todos los fieles están llamados a la santidad. Fíjese cómo lo dice el Catecismo:

”2014 El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama ‘mística’, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos -‘los santos misterios’- y, en El, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con El”

Máximo: Me temo que tiene usted una visión demasiado sesgada. ¿Usted me quiere decir que un místico budista, Dogen, por ejemplo, no es un místico? ¨¿Sólo son místicos los místicos católicos?

Alonso Gracián: Pues sí, es exactamente así. Existen muchas formas de espiritualidad natural, como la espiritualidad budista que usted cita, pero son sólo espiritualidades naturales, fruto de creencias naturales. Espiritualidades heridas por la naturaleza adámica del ser humano. La mística cristiana tiene un elemento que la distingue absolutamente de todas las espiritualidades, y este elemento sobrenatural que sólo está presente en el cristianismo es la Gracia. De hecho, me atrevería a decirle que sólo existe una auténtica espiritualidad, que procede del espíritu Santo, comienza con el bautismo, y es alimentada por los sacramentos y la oración. Lo demás son sólo creencias.


CONTINUARÁ

domingo, 4 de septiembre de 2011

Cosas heroicas y pequeñas

Cosas pequeñas, Señor, son las que Tú tenías destinadas para mí. Creí estar llamado a cosas grandes y heroicas, pero era otro el camino que ideaste para mí.

La voz que en la mañana se despide con ternura; esa voz querías para mí. La dulce flor que un pequeño tiesto brota, esa flor querías para mí. La tierna mirada a unos niños que sufren y que anhelan... Esa mirada querías para mí.

Cosas que nunca se entienden ni se aceptan si no es con tu Gracia. Esas cosas querías para mí.

Las largas esperas de nueve meses y los largos sueños del bebé que duerme. Las suaves palabras de una madre que en su corazón todo lo tiene y se abre. Esas palabras, esas esperas querías para mí.

Cosas pequeñas, Señor, son las que Tú tenías destinadas para mí. Creí que estaba destinado a cosas grandes y heroicas, y ¡así ha sido! Tus cosas, Señor, tus cosas. Con ellas me has complacido, grandes cosas me has dado, Señor, pequeñas rosas en su tiesto azul, que riegas Tú, que eres su savia y su Luz.


Pequeñas cosas heroicas con ojos de niña que llora, con ojos de esposa que adora, cosas grandes y heroicas bajo este sol del hogar, que todo lo alumbra y lo dora. Una empresa muy grande, ¡grandiosa!


Pues quiero seguirte. Adonde Tú vayas quisiera ir yo. Otros irán delante de mí, más cerca de Ti. Yo me conformo con seguirte, a paso lento, enredado en estas cosas, pequeñas, difíciles, heroicas. No puedo aspirar a otras. A lo mejor, en un descuido, alcanzo a tocarte, a rozar tu vestido y a mirarte, o a decirte: aquí estoy, mira, he intentado realizarlas aquí, detrás de Ti, en esta casa y a esta hora.

Cosas pequeñas y heroicas, Señor, que hago por Ti.

¡Teselas de tu mosaico infinito, inconmensurable, sin fin!

lunes, 29 de agosto de 2011

De cómo el Padre nos atrae hacia Sí por medio de su Hijo, con el Espíritu del Amor de ambos

Recordemos cómo estábamos antes.

Pero antes... ¿de qué?

De convertirnos.

¿En qué situación estábamos antes de convertirnos?

Nos lo dice la Escritura al reflejar la tremenda desolación de Jerusalén:

3 Estamos huérfanos, sin padre (Lam 5, 3)

Es la orfandad en que nos sitúa el pecado.

De pequeños nos bautizaron. Poco a poco fuimos creciendo en cuerpo, conocimiento y facultades. Poco a poco nos fuimos alejando más de Dios. Hasta que nos alejamos totalmente y pasamos a encontrarnos en la situación que nos advierte la Escritura:

Estábamos huérfanos, sin padre (Lam 5, 3)

O acaso tal vez hemos tenido la suerte de unos padres cristianos, que nos llevaban a Misa, que nos llevaban a confesar, que nos enseñaban las oraciones de siempre, de siglos de adoración... un día el mundo nos sedujo definitivamente y nosotros nos dejamos seducir,

rechamos la gracia de Dios y decidimos el pecado mortal. Basta con uno. A éste vinieron otros, y a esos otros otros más y así nos situamos en un estado de pecado habitual, muertos a la gracia, con la conciencia oscurecida por los engaños del mundo.

Y no nos acordamos de Dios hasta que un amigo, o tal vez un suceso providencial, nos hizo darnos cuenta de la voz de Dios, que nos llamaba desde la puerta de su Casa:

--¡¡Volved! ¡Venid a Mí, que soy vuestro Padre! Daos cuenta, hijos míos, de que estáis muertos por vuestros delitos, y que os envío a mi Hijo amado para que os traiga de vuelta a mi Morada.

Estábamos huérfanos, sin Padre.

No es que Dios dejara de ser Padre. Es que nosotros por el pecado expulsamos su gracia. Y si somos hijos de Dios, es por ella. Cuando perdemos la gracia nos situamos en un plano de orfandad, de soledad, de oscuridad, a solas con nuestras fuerzas naturales. Lo primero que el pecado ataca es la conciencia de la filiación divina. El maligno se hace dueño de nosotros y quiere que nos sintamos solos, huérfanos, desamparados, desatendidos, sin Padre, sin Madre, sin Hermano, sin el Amor de ambos que es su Espíritu. Es el comienzo de las depresiones, las tristezas, las vaciedades, las preocupaciones.

Así lo explica el beato Juan Pablo II:

""El pecado original no es sólo la violación de una voluntad positiva de Dios, sino que también (...) tiende a abolir la paternidad (divina)" (Cruzando el umbral de la esperanza)

Pero el Padre quiere ser Padre. No quiere abandonarnos. Y habla una Palabra que nos llama,


una Palabra maravillosa que nos habilita para volver,


y esa Palabra es su Hijo. Por Quien volvemos y regresamos a Dios. Alabado sea. ¡No nos desampara! ¡No nos abandona! Es la más grande dicha del mundo: no somos huérfanos.

"" Porque el benignísimo Señor excita y ayuda con su gracia a los errantes, para que puedan llegar al conocimiento de la verdad, y a los que trasladó de las tinieblas a su luz admirable (1Tm 1), los confirma con su gracia para que perseveren en esa misma luz, no abandonándolos, si no es abandonado (Denz 3014)

Dios no nos abandona. Vamos errantes. Pero nos llama, nos convierte, si se lo pedimos, para hacernos volver.

Fíjate como nos ama: si le abandonamos, y vagamos perdidos y sin padre por el mundo, sabe que para nosotros es imposible volver a Él. Tan perdidos estamos. Tan solos estamos. Pero no nos desampara. Nos induce con su gracia a desear ser buenos hijos suyos, a volver a su Morada,

nos mueve a amar a su Hijo para poder ser nosotros hijos.

Que nos convirtamos de nuevo, que dejemos la deprimente orfandad del pecado y tengamos de nuevo un Padre, no depende en primer lugar de nosotros sus hijos adoptivos, sino del Padre, que nos llama constantemente a través de palabras y hechos providenciales, y en segundo lugar, subordinadamente, de nosotros sus hijos, de que nos dejemos ser movidos por la Gracia de su Hijo, que nos manda con el poder del Amor de ambos, que es su Espíritu, por el cual nos convertimos. Así nos lo explica el Doctor Universal:

""que el hombre se convierta (se vuelva) a Dios no puede ocurrir sino bajo el impulso del mismo Dios que lo convierte"

Que volvamos no puede ocurrir sino bajo el impulso mismo del Padre que nos atrae a su Hijo, por el que volvemos a ser hijos.

Es triste el pecado. Pero es infinitamente luminosa y plena, y perfecta la virtud que procede de Dios. Y esa Virtud es Cristo.

RECAPITULEMOS

Cuando pecamos nos volvemos hacia el Maligno. Nos convertimos a él. Salimos de la Casa del Padre y tomamos una dirección contraria a Dios: la dirección del mal. --No hablo de pecados leves, sino de pecados que dan muerte, pecados que alejan en dirección contraria de Dios, que nos vuelven al Maligno y nos hacen de él, según lo dicho en la Escritura:

"quien comete pecado es del Diablo" (1 Jn 3, 8)

Dios nuestro Señor, sin embargo, cuando nos ve caídos y perdidos, y marchándonos de su Casa, nos atrae hacia Él llamándonos al arrepentimiento, a la conversión, a volver a Él; como buen Padre que es, sale a la puerta de su Casa, y nos manda a su Hijo que pronuncia su palabra: ¡Volved! ¡Volved!

Mas sabe también que aunque le escuchemos, y queramos volver, no vamos a tener fuerzas para darnos la vuelta, resistir la atracción del nuevo imán que nos atrae, que es el Demonio, del que nos hemos hecho suyos.

Sabe que aunque queramos volvernos y regresar no vamos a poder, POR LA INCAPACIDAD NATURAL DE NUESTRA VOLUNTAD HUMANA, DE HIJOS DE ADÁN, según lo dicho por el apóstol en Romanos 7:

18 porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo.

19 Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.

Así que nos manda su fuerza, que es Cristo Jesús, Nuevo Adán, por cuya gracia de cruz nos hacemos hijos de Dios.. Y con Él sí que podemos.

Ya no estamos huérfanos, sin Padre.

Jesus, su Hijo, viene a nuestro encuentro, nos alcanza, nos convence por medio de su Cuerpo de Gracia, de su Sacramento de Conversión, que es la Iglesia de su Espíritu, nos convoca, nos congrega, nos llama de parte del Padre, nos convierte, nos incorpora a su Iglesia, que es Morada de Filiación, Fuerza en Cristo, Receptáculo sacramental de la Divina Paternidad,

Casa del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15) y ahora sí que podemos libremente volvernos a Dios. Porque de andar errantes, sin padre, pasamos a morar en la Casa del Dios vivo, que está fundada sobre roca.

Sé humilde.

Si pecas, andas perdido, errante, sin fundamento, sin Padre. Tú sólo no puedes, ha de llamarte el Padre.

Así nos lo enseña el propio Jesús en el Evangelio de Juan, capítulo 6:

44 Nadie puede venir a Mí,
si no lo atrae el Padre que me envió

Y el Padre te llama por medio del Cuerpo Crucificado de su Hijo, que es la Iglesia, tu Madre, POR CUYO SACRAMENTO EL PADRE REALIZA EN NOSOTROS SU PATERNIDAD EN CRISTO JESÚS.


Somos hijos de Dios al incorporarnos POR PURA GRACIA al cuerpo de su Hijo. Y si el Padre es Padre de su Hijo, es Padre nuestro, que somos


miembros sacramentalmente vivos de su Hijo Amado


por la incorporación a su Cuerpo, que es la Iglesia.


La Iglesia es, pues, el Sacramento de la Paternidad Divina. El Padre nos atrae hacia Sí por medio de ella.

Alegrémonos, hermanos, profundamente, para siempre. Somos hijos de Dios, no estamos solos.


A Él toda la gloria en Cristo, con la virtud del Santo Espíritu que nos pronuncia la llamada del Padre, por su Hijo:

¡Volved a Mí!


Ya nunca más habrá noche en tu vida. Tienes Padre.

sábado, 20 de agosto de 2011

Con Cristo y como Cristo

Lectura de la bella Homilia del Santo Padre en la Almudena. Muchas gracias vendrán por las palabras del Papa en España. Sin duda, lo que la Iglesia necesita, sobre todo nuestra Iglesia: el giro teotrópico radical, a la raíz que es Cristo, en que nos enraizamos para dar fruto eterno.

"os preparáis para ser apóstoles con Cristo y como Cristo, para ser compañeros de viaje y servidores de los hombres"

Apóstoles como Cristo, a su Imagen de Hombre Celestial (1 Cor 15, 47)

Dice el Santo Padre que aprendamos, para configurarnos con Cristo, a desprendernos del mundo.

"aprended de Aquel que se definió a sí mismo como manso y humilde de corazón, despojándoos para ello de todo deseo mundano"

Configuración con Cristo, liberación de las sugestiones del mundo para salvarlo... la espiritualidad bíblica y tradicional que ha de restaurarse, tras decenios de secularismo.

Después me he dedicado a releer algunos pasajes del Diario de León Bloy.


Contempla el alejamiento de Dios de la sociedad occidental y anuncia lo que vendrá sobre esta sociedad por el desprecio de Cristo:

"Ríos de sangre, miserias infinitas..."

Ríos de sangre... de sangre de inocentes nonatos en el vientre de sus madres...

A menudo observa como distintivo de la apostasía occidental, el que el mal y el maligno se presenten con apariencia buena, trastoquen el bien por mal, y lo malo se disfrace de pseudobelleza. Y cómo uno de los actos primeros del mal es atacar a los indefensos, a los niños, a los tullidos, a los enfermos, a los que hace aparecer como enemigos y culpables.

La apostasía, pues, lo que hace es transmutar los valores: la inocencia deviene en culpabilidad, en problema, en obstáculo que hay que salvar. Para el mundo apóstata, la muchacha que quiere preservar su virginidad es una idiota a la que hay que dejar de lado o ensuciar cuanto antes; el tullido, el síndrome de dawn, el nonato, son signos del Mundo de lo Indeseado, que hay que borrar del mapa para seguir siendo felices.

En diciembre de 1913 hace un diagnóstico certero en pocas palabras de la falsedad de la

literatura burguesa:
"El fondo de la literatura moderna se halla en esta blasfemia: el espíritu mata y la letra vivifica.

De nuevo me impresiona la maravillosa y gran Misión que se propone con sus libros:

"Me propongo practicar una especie de apostolado, demostrando la miseria sorprendente y el ridículo infinito de todo lo que se opone a Dios".

Y a un amigo que le habla de sus tristezas y vacíos , le dice lo que desea para él:

"Yo quisiera que usted se fundiese en lágrimas a los pies de Jesús" Le dice que Dios es Quien alivia los sufrimientos, a través del arrepentimiento, de forma que:

"Déjese encontrar por Él. Entonces, le hará llorar de tal modo que usted ya no podrá sufrir más"

Y nuestras lágrimas por Jesús nos guiarán hacia la dicha eterna.

***

Tras León Bloy he repasado algunas cosas de De Lubac, tal y como me recomendó el buen D. Javier Sánchez.

No me resisto a copiar este párrafo sobre la obediencia sobrenatural en la vida del cristiano:

“Pero, en toda ocasión, sea que el hombre que manda en nombre de Dios tenga razón o esté equivocado, esté ciego o sea clarividente, lo mismo si sus intenciones son puras o embrolladas, tenga o no en su interior afán por la justicia,

"desde el mismo momento en que este hombre está investido de legítima autoridad y no obliga a nada malo, sabe (el cristiano) que siempre obrará mal si le desobedece”;

“No hay sofisma, ni apariencia de bien, ni convencimiento de poseer la razón que pueda velar a sus ojos el resplandor de las dos palabras con las que San Pablo propone a nuestra imitación a Cristo: factus obediens.

A continuación de este rato de lectura y meditación hube de cumplir con mis obligaciones familiares, recordando en Cristo y como Cristo que la alegria sobrenatural es un don de Dios que hay que pedir. Así que a eso me atuve, sin dejar que nada me perturbase sino las risas de mis hijas o las palabras de mi esposa, dándole gracias a Dios por haberme convertido, para que yo me convirtiese (Lamentaciones 6, 21)

Luego, medito sobre el voluntarismo.
Qué difícil lo ve todo, en el camino de la santidad, el cristiano voluntarista.

Suelen ser personas con deseo sincero de perfección, buenos cristianos, que se encuentran con el escollo de un exceso de confianza en su propia voluntad.

Cuánto cuesta esto... qué difícil es aquello.. qué esfuerzo más grande supone lo otro...

La sobrevaloración de la voluntad es un problema. Porque no es sino un desplazamiento del centro de gravedad de la vida espiritual. Hubo un tiempo en que yo entendía que cuanto más cuesta un acto, más meritorio es. Ahora veo claro que es un error.

La vida del cristiano no es sino la obra de la Gracia en la persona que libremente, movido precisamente por Vida de Cristo, deja hacer a Dios en su vida y hace lo que Dios mismo quiere que haga, cueste lo que cueste, sea fácil, difícil, heroico o simplemente cotidiano


La vida cristiana no es sino la obra sacramental de la Gracia. Porque todo es Liturgia viva.


Laus Deo Virginique Matri

martes, 16 de agosto de 2011

Contemplación

Se me presentaba el Señor en la mente como sufriendo mucho, recién herido. Me decía las palabras de Juan 15, 5, sin Mí no puedes hacer nada, y lo veía en la cruz haciéndome sitio junto a él, en otra cruz, pero mohosa, infecta, llena de pus. Me pareció una cruz horrible, espantosa, pero sentía un impulso irresistible de alzarme a ella y darle besos y crucificarme a Su lado.

Entonces la cruz cambió, como si se transfigurara, la vi como inundada de azul marino, pura claridad, como si resonara dentro de ella el mar por donde anduvo Jesús.

Por la mañana he estado pensando en esa espantosa cruz mohosa y virulenta, y cómo se transformó en completa frescura y luminosidad, cuando quise abrazarla. El maligno nos infunde miedo a la cruz, pero sabemos que aunque en el mundo existen sufrimientos, dolores, temores, todo es fácil de sufrir por amor a Jesucristo.

Y pienso que con su Gracia no es lo más esforzado lo más meritorio, sino lo que contiene más Amor de Caridad, más fervor y sobrenaturalidad. Más obediencia.

Lo más obediente a la Gracia es lo más meritorio, por misericordia.

Cuando paso mucho tiempo en oración desaparece el esfuerzo. Todo es suave, el yugo ligero.

Hace años pensaba que lo más costoso es lo más meritorio. Ahora comprendo mi error. Lo que contiene más caridad es lo más meritorio, sea costoso o suave.

Esta mañana, por la calle, ayudando a un familiar. Plaza de Abastos, supermercados, compras de cada día. Pero el prosaísmo del mundo no me afectaba. Yo iba todo el tiempo en oración. Con un deseo impetuoso de abrazar a Jesús, de amarle, de besarle los pies, de llorar de dicha, de incontenible ternura...

Comprendí que el Señor me estaba agasajando y confortando. El otro día le pedí un poco de sufrimiento. Ahora comprendo que quiere agasajarme, y que lo que yo quiera, por creer más meritorio, no es lo que Él quiere...

Sólo importan los planes que Él tenga, lo que Él quiera hacer con nuestra vida.



Laus Deo Virginique Matri








jueves, 11 de agosto de 2011

¡Conviértenos, Señor, y nos convertiremos!

En el capítulo 5 de las Lamentaciones, ante el pecado, abandono y calamidad del Pueblo de Dios, exclama el profeta:

21 ¡Vuélvenos hacia ti, Señor, y volveremos!

No dice el autor sagrado, a secas: "volveremos a Ti". Sino: Vuélvenos a Ti, Señor, y volveremos.

En la Vulgata dice:

21 converte nos Domine ad te et convertemur

Es decir, conviértenos, Señor, y nos convertiremos a Ti.

Pide al Señor que les convierta. ¿Es que acaso ellos no pueden convertirse por sí mismos, ellos solos? ¿Tiene el Señor que convertirles primero a ellos, para que puedan convertirse a continuación?

Así es. La iniciativa y el poder son siempre del Señor.

Por eso piden que les vuelva a Él. Que cambie la dirección de sus pasos. Están perdidos, desolados por sus pecados. Alejados del Señor. Y no dicen: nos volveremos a Ti, sino:

Vuélvenos a Ti, y entonces, una vez que Tú, Señor, nos conviertas, nos vuelvas a tu seno, a tu abrazo misericordioso, a tu Poder, nos tomes del brazo, cambies la dirección torcida de nuestros pasos, y nos vuelvas hacia tu Divino Rostro, entonces, y sólo entonces podremos volver a Ti.

Piden al Señor les haga desear la conversión.

Lo mismo hace la Iglesia. Pues si nos convertimos, es porque la Iglesia, Nuestra Madre, por nosotros, pide al Señor que nos convierta.

Esto mismo hace la Iglesia. De hecho, estas palabras de las Lamentaciones son palabras de la Iglesia. El profeta habla por ella, por nosotros. Pedimos al Señor nos haga desear convertirnos para poder convertirnos. Porque el deseo de volver a Él es obra suya en nosotros, por la Iglesia.

En la Divina Liturgia de Pascua de Resurrección, por ejemplo, pedimos a Dios Todopoderoso atienda los deseos santos que Él mismo ha infundido en nosotros con su gracia:

""Oh Dios que en el día de hoy, por medio de vuestro Unigenito Hijo, vencida la muerte, nos habéis abierto las puertas de la eternidad, oid favorablemente nuestros deseos, que Vos mismo habéis inspirado en nosotros con vuestra gracia" (Oración tras el Introito )

Como si dijéramos: Escucha nuestro deseo, Señor: queremos volver a Ti. Hemos pecado. Hemos tomado otra dirección, hacia el Maligno. Pero Tú has hecho que queramos volver libremente nuestros pasos hacia tu Nombre, hacia tu Casa, Señor, de la que nos hemos alejado por el mal que elegimos esclavizados por el Demonio. Ya que nos has infundido este deseo de volver a Ti, escúchalo, y concédenos que podamos volvernos a tu divino Amor.

¡Es Dios Nuestro Señor Quien siempre da el primer paso!

¡Bendito sea y alabado por los siglos de los siglos! Cuánto nos ama, de qué manera, que no espera a que nosotros, mendigos de su gracia y de su palabra, le pidamos lo que sólo Él puede darnos pedir.

Es Él Quien nos desea primero.

Para que nosotros nos convirtamos con esa fuerza teotrópica que Él invierte en nuestra recuperación, en nuestra conversión. Todos nuestros pasos hacia Dios son movidos, sustentados, suscitados y mantenidos en dirección teocéntrica por Él, Y A LA VEZ, gracias a ésta acción teotrópica suya, --o mejor dicho cristocéntrica--, nosotros libremente somos movidos por Él al movernos nosotros: Vuélvenos a Ti, para que podamos volvernos a Ti.

No nos movemos solos hacia Dios Nuestro Señor, ni solos ni autónomamente, sin su impulso divino y amorosísimo, de pura misericordia. Nos movemos hacia él libremente, propiamente, humanamente, pero de forma sobrenatural, auxiliados y animados por Él, libremente por su causa. En un movimiento que es luminosamente nuestro porque Él nos da que así sea: dichosa y hermosamente nuestro lo que es Suyo.

Si somos verdaderamente libres, salvíficamente libres, es por obediencia sobrenatural, que perfecciona nuestra naturaleza. Por ductilidad libre. Por gracia. ¡Paradoja sublime, grande, grandiosa del Amor de Dios!

Por eso pide la Iglesia, por la Escritura: conviértenos, y nos convertiremos.

Como si dijera: danos lo que queremos darte, para que podamos dártelo.

Es decir: convertirse es un acto sacramental, ECLESIAL, profunda y libremente humano, auténticamente humano, razonable aunque misterioso y supra-inteligible, inspirado por Dios mismo, inaccesible a nuestras fuerzas meramente humanas pero humanizante, posible por la gracia y auténticamente humano, en que lo humano llega a plenitud por divinización.

¿Dios lo hace todo, entonces?
No, nosotros hemos de colaborar. Él nos da el poder colaborar. Nos mueve a colaborar.

¿Dios nos obliga a creer en Él con una gracia irresistible? No, habilita nuestra libertad para que podamos elegirle voluntariamente movidos por la gracia. Podemos no querer colaborar y rechazar la gracia. Podemos negarnos a colaborar.

Pero es Dios mismo Quien nos da el poder colaborar libremente:

Así lo enseña de forma inerrante el Magisterio de la Iglesia, recogiendo esta verdad de la Escritura y de la Tradición:

""Confesamos a Dios por autor de todos los buenos efectos y obras y de todos los esfuerzos y virtudes por los que desde el inicio de la fe se tiende a Dios, y no dudamos que todos los merecimientos del hombre son prevenidos por la gracia de Aquel, por quien sucede que empecemos tanto a querer como a hacer algún bien

""Ahora bien, por este auxilio y don de Dios, no se quita el libre albedrío, sino que se libera, a fin de que de tenebroso se convierta en lúcido, de torcido en recto, de enfermo en sano, de imprudente en próvido.

""Porque es tanta la bondad de Dios para con todos los hombres, que quiere que sean méritos nuestros lo que son dones suyos, y por lo mismo que El nos ha dado, nos añadirá recompensas eternas.

""Obra, efectivamente, en nosotros que lo que El quiere, nosotros lo queramos y hagamos, y no consiente que esté ocioso en nosotros lo que nos dio para ser ejercitado, no para ser descuidado, de suerte que seamos también nosotros cooperadores de la gracia de Dios. Y si viéramos que por nuestra flojedad algo languidece en nosotros, acudamos solícitamente al que sana todas nuestras languideces y redime de la ruina nuestra vida (Ps 102,3) y a quien diariamente decimos: No nos lleves a la tentación, mas líbranos del mal (Mt 6,13) (Denzinger, 248)

Conviértenos, Señor, y nos convertiremos día a día, constantemente, en este camino hacia tu Plenitud, de la que recibimos gracia sobre gracia.

Conviértenos para que nos convirtamos a Ti y seamos liberados por tu gracia del poder del maligno, del mundo y de la carne.

Queremos (y este deseo Tú nos lo has infundido) que la Vida de tu Hijo Jesucristo nos transforme por el poder de su Espíritu de Amor, nos santifique, nos haga dichosos. Porque Tú, Señor, sabes hacer felices a tus hijos.

Algo muy grande, ¡muy grande!, pues, ocurre en una conversión.

Algo maravilloso, en que obra el amor de Dios Padre por nosotros, mediante su Palabra de Vida que es su Hijo, con el poder del Espíritu Santo, y a través de su Iglesia, Sacramento de Conversión.

Algo muy grande ocurre, algo por lo que nuestro entendimiento y voluntad, movidos eclesialmente por la Gracia del Logos, Verbo de Dios, hallan su propio esplendor de hijos de Dios.

¡Señor, no nos abandones!

Dios Padre Todopoderoso, Padre nuestro, todo se lo debemos al Cuerpo de tu Hijo. Todo se lo debemos a Cristo. Bendito seas, Señor Dios Todopoderoso, que nos conduces a Ti infundiéndonos este deseo tan grande y ardiente de amar a tu Hijo Jesucristo, con el Amor del Espíritu.

Laus Deo Virginique Matri

martes, 9 de agosto de 2011

Seamos fuertes, porque el Señor es Fuerte

La Sagrada Escritura, en el libro de Josué, nos da una maravillosa lección de parte de Dios de cómo ha de ser nuestra fortaleza. De cómo llegaremos a ser verdaderamente fuertes.

Pero fuertes, ¿para qué?

Para salvarnos y santificarnos, según lo dicho en 1 Pe 1, 5:

"la fuerza de Dios por medio de la fe protege para la salvación"

Con ella afrontamos la batalla diaria contra nuestros tres enemigos: demonio, mundo y carne, y vencerlos y ser santos.

Porque hemos de recordar en primer lugar que nosotros, los cristianos, tenemos un maravilloso mandato del Señor que cumplir: ser santos. ¿Por qué?

Nos lo dice el Señor:

"porque Yo soy santo" (Lev 19, 2)

El libro de Josué nos enseña que hemos de ser firmes y valientes, constantes y audaces para mayor gloria suya, y nos enseña el por qué, enlazado con las palabras del Señor en el levítico llamándonos a santidad.

Sed fuertes, nos dice Nuestro Señor, porque Yo soy Fuerte y Yo estoy con vosotros.

Es decir, si nos manenemos firmes en la fe con la firmeza de Dios, que sobrenaturaliza nuestra propia firmeza natural, seremos verdaderamente fuertes. Si somos fuertes con fortaleza solamente humana, sucumbiremos al demonio, al mundo y a la carne.

Dios no nos dice en el libro de Josué: --sed fuertes, porque dentro de vosotros está la verdadera fortaleza,

sino:

--sed fuertes porque Yo estoy con vosotros y yo soy el Fuerte.

Nos alimenta, por Gracia inmerecida, gratuita y misericordiosa, con su Fortaleza, que es Cristo,
de forma que podamos decir con el apóstol:

"Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Fil 4, 13)

Pero volvamos al libro de Josué, capítulo 1.

Fijaos en qué situación se encuentra. Moisés ha muerto. Él debe hacerse cargo de su Pueblo, y conquistar la Tierra prometida venciendo a temibles enemigos. El Señor le dice que sea fuerte y valiente, pero fijáos cómo se lo dice, no glorificando las cualidades meramente humanas propias de Josué, sino prometiéndole su Divina Asistencia y el auxilio de su Poder:

""2 “Mi servidor Moisés ha muerto. Ahora levántate y cruza el Jordán con todo este pueblo, para ir hacia la tierra que yo daré a los israelitas.

3 Yo les entrego todos los lugares donde ustedes pondrán la planta de sus pies, como se lo prometí a Moisés.

4 El territorio de ustedes se extenderá desde el desierto y desde el Líbano hasta el Gran Río, el río Éufrates, y hasta el Gran Mar, al occidente.

5 Mientras vivas, nadie resistirá delante de ti; yo estaré contigo como estuve
con Moisés: no te dejaré ni te abandonaré.


6 Sé valiente y firme: tú vas a poner a este pueblo en posesión del país que yo les daré, porque así lo juré a sus padres.

7 Basta que seas fuerte y valiente, para obrar en todo según la Ley que
te dio Moisés, mi servidor. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, y así tendrás éxito en todas tus empresas.


8 Que el libro de esta Ley nunca se aparte de ti: medítalo día y noche, para obrar fielmente en todo conforme a lo que está escrito en él. Así harás prosperar tus empresas y tendrás éxito.

9 ¿Acaso no soy yo el que te ordeno que seas fuerte y valiente? No temas ni te
acobardes, porque el Señor, tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas
”.


Vemos que el Señor nos dice que seamos audaces y valientes y no vacilemos ante el mal porque Él está con nosotros, Fuente de todo Bien.

No desprecia nuestra fortaleza humana, sino que la perfecciona y sobrenaturaliza.

Igualmente nos dice que meditemos día y noche su Palabra (como nos dice en el Salmo 1) y que actuemos fielmente (obedeciéndole en todo ) .

Es decir, la meditación de la Palabra de Dios, y la obediencia y ductilidad a la Gracia, son fuente de fortaleza.

Así pues, siendo fieles a las mociones de la Gracia y asiduos a su Palabra, sobre todo en la Liturgia y la oración constante,

venceremos y seremos santos como es Santo nuestro Señor,

no porque seamos muy heroicos por nosotros mismos, sino porque Dios es Fuerte y Santo y está con nosotros por la Gracia de Cristo, que es la potencia santificadora de Dios

«Sólo en Dios se repone de mi alma, de Él viene mi salvación; sólo Él es mi roca, mi salvación, mi ciudadela, no he de vacilar» (Sal 62, 2-3);

«A los que esperan en Yahvéh él les renovará el vigor, subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40, 31).

El Señor nos pone en guardia contra la glorificación de nuestras propias fuerzas:
«Así dice Yahvéh: No se gloríe el sabio por su sabiduría, ni el valiente por su valentía» (Jer 9, 22).

Podemos vencer, pues, porque el mismo Dios Todopoderoso nos manda vencer y nos asegura que está con nosotros, con todo su Poder --que es Cristo--a nuestro servicio para la edificación de su Reino .

Demos gracias al Señor nuestro Dios que nos fortalece y santifica por su Palabra. Y no tengamos miedo. Tan sólo... ¡creamos!

"Porque todo el Plan de Dios se fundamenta en la fe" (1 Tim 1, 4)

Laus Deo Virginique Matri

lunes, 1 de agosto de 2011

Que el humanismo cristiano es el único y verdadero humanismo, en que no prevalece el hombre sino Dios

La Santa Escritura de Dios nos enseña en el Salmo 9, 20 cuál es la esencia del humanismo cristiano:

ne praevaleat homo.
Que no prevalezca el hombre (Sal 9, 20)

Anteriormente, en el mismo versículo, ha dicho:

Exsurge, Domine!
Álzate Señor!


Y luego de pedir al Señor que se alce, dice: ne praevaleat homo.
La Vulgata dice: non confortetur homo. Para significar que el hombre tampoco ha de gloriarse de sus propias fuerzas, ni robustecerse con sus fuerzas humanas, ni confortarse con sus propias energías, que no son sino nada, una falsa fortaleza, una falsa gloria, una falso consuelo que no conforta.

Lo meramente humano no debe prevalecer en el hombre. ¿Para qué? para que no se alce el hombre, sino Dios, y así el ser humano, hombre y mujer, sean humanos, luminosamente humanos, verdaderamente humanos según el Plan de Dios.

Para que Dios se alce en el ser humano y éste encuentre consuelo, sea confortado y verdaderamente fortalecido.

Hemos de saber, pues, una cosa.

Nos la dice el mismo salmo, en el versículo 21: sciant gentes se homines esse: sepan los hombres que son solamente hombres.


Sepamos lo que somos sin Dios. Solamente criaturas contingentes. Solamente briznas de paja, que arrebata el viento. No dioses, solamente hombres inclinados al mal, esclavizados por el Maligno que nos arrebató la Gracia originariamente, dejándonos heridos, débiles, enfermos de muerte. A su merced. No totalmente esclavos, pero esclavos. No totalmente muertos, pero enfermos de muerte.
Solamente somos hombres. Mortales, débiles, aquejados de fragilidad, inclinados al mal, heridos originariamente, es decir, de forma radical; muertos por nuestros pecados....


¿Cómo sentirnos fuertes, poderosos, consolados, confortados, autoglorificados, si sólo somos... humanos?

¡Dios es el Fuerte, Dios es el Consolador, Dios es Quien conforta, Dios es Quien ha de ser glorificado, Dios es Quien ha de PREVALECER en nosotros!

ne praevaleat homo. ¡Exsurge, Domine! ¡Álzate, Señor, en nosotros!

Así y sólo así seremos consolados, confortados, glorificados. Si Tú, Señor, prevaleces, no nosotros. ¡Alabado seas, Señor de cielo y tierra, Redentor y Salvador nuestro! ¡Bendito seas! Porque sólo en Ti somos verdaderamente humanos y es humano cuanto hacemos e ideamos en tu Nombre.

Esta es la esencia del humanismo cristiano.

Pero alguno preguntará:


¿Cómo se alza Dios en nosotros, para que podamos ser verdaderamente nosotros?
Dios se alza en nosotros por Cristo y solamente por Él. Por la Gracia de Cristo Dios se hace fuerte en nosotros, nos conforta, nos hace nacer de nuevo, nos consuela, nos hace ser lo que hemos de ser. Por esta razón que el Magisterio de la Iglesia dice acerca del misterio de lo que somos:

""El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado...
En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado" (Gaudium et Spes, 22).

Dios, para prevalecer en nosotros, se hace verdaderamente uno de nosotros
, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado.

De esta forma, cuando decirmos a Dios Todopoderoso que prevalezca en nuestra vida, que se alce en nosotros, lo que le estamos diciendo es que sea su Hijo Quien lo haga. Y lo hace por la Iglesia, por su Cuerpo. Sacramentalmente.

Queremos, pues, que Cristo prevalezca sacramentalmente en nosotros, para que en nosotros se esclarezca el misterio de lo que verdadermente somos.


Porque si Cristo trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, nosotros, si estamos en Él, con Sus fuerzas, podremos trabajar con Sus manos, pensar con Su inteligencia, obrar con Su voluntad identificándonos plenamente con él por la Gracia, de forma que se cumpla en nosotros la Palabra de Dios y digamos con el apóstol:

20 y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Gál 2)

Observa cómo es el ser humano en que lo solamente humano prevalece: una criatura muerta por sus pecados, enferma por el pecado original, terriblemente esclavizada por los deseos de su carne y combatida por el mundo, el demonio y su concupiscencia.


Observa sin embargo qué es el ser humano en que lo divino (Cristo) prevalece: una nueva criatura luminosa y eternamente viva por la Gracia de Dios, en la que Dios prevalece para gloria Suya, y que es lo que debe ser: imagen del Hombre celestial que es el Hijo de Dios (1 Cor 15, 47)

Imagen, icono del Hombre Nuevo.

Hombres y mujeres nuevos en su propia esencia por la Vida Nueva de Cristo, que hace nuevas todas las cosas. Él mismo, que es el Alfa y Omega, el principio y fin de todo, se lo dice al ser humano:

"Mira, yo hago nuevas todas las cosas" (Ap 21, 5)

Cristo, el Hijo del Hombre, que es fuerza por la que Dios prevalece y se alza, hace nuevas todas las cosas, y también hace nuevo al hombre, hombre y mujer.

Cristo hace nuevo al ser humano con la fuerza de Dios
. Cristo es pues la esencia del humanismo cristiano, que es un humanismo nuevo. Distinto. Radicalmente distinto. Tan distinto que es NUEVO. Porque Cristo hace al hombre y la mujer, en su masculinidad y femineidad concretas y renovadas por la Gracia, nacer de nuevo. Gratuitamente, inmerecidamente.

Por esto mismo el humanismo cristiano habla, ante todo, de Cristo, para esclarecer el misterio del ser humano. El humanismo cristiano no se apoya, no se conforta, no se complace en el estudio del hombre viejo. No quiere que prevalezca el hombre.


Mira lo nuevo. Mira a Cristo. Mira al hombre nuevo, imagen del Hombre celestial. Mira que todos los hombres descubran a Cristo para que todos los hombres puedan ser hombres nuevos en que Dios prevalece.


Fíjate cómo nos enseña esto la Escritura:

Isaías 43, 18-19:

18 No se acuerden de las cosas pasadas,
no piensen en las cosas antiguas;
19 yo estoy por hacer algo nuevo:
ya está germinando, ¿no se dan cuenta?

No nos acordemos del hombre viejo. Cristo nos hacer nacer de nuevo cada día con su Gracia y así y sólo así somos verdaderamente humanos.


Una cultura nueva, un arte nuevo, un pensamiento nuevo es posible en Cristo. Una cultura en que no prevalece el hombre. Una cultura en la que Dios prevalece en Cristo, por Él y en Él, y que precisamene por ello es verdaderamente humana.


Este es el humanismo en que creemos los cristianos. Por el cual cantamos, a pleno pulmón, y con toda nuestra alma:


Non nobis, Dominem, non nobis, sed Nomine tuo da gloriam.


¡Señor, no a nosotros, no a nosotros, sino a tu Nombre sea dada la Gloria! (Sal 113 b, 1)





LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI