domingo, 7 de noviembre de 2010

El mérito de Cristo fue suficiente...y más que suficiente.

¿Cómo explicar que Dios tenga en cuenta lo que hacemos, y valore lo que hacemos con nuestra vida en Gracia?

No tenemos con que pagar al Señorlo que debemos por nuestros pecados. Esta es la verdad. El Señor, entonces, hace algo sorprendente.

Nos da con qué pagarle. Como si nos diera el capital que necesitamos para pagar. El nos da el capital para satisfacer la deuda que tenemos por nuestras iniquidades. Y nos da ese capital de forma que dice: es tuyo, de lo mío te doy. Ahora queda que nosotros aceptemos ese capital y digamos fiat!

Debemos aceptar ese ofrecimiento, ser humildes, y afirmar:

no tengo con lo mío para pagarte, Señor, acepto de lo tuyo.
El Señor no nos obliga a aceptar ese capital. Nos mueve a aceptarlo. Y si lo aceptamos voluntariamente, es por Él. Todo es Gracia

¿De aquí se desprende que tengamos, nosotros, que "sentir" la deuda como saldada? Por supuesto que no.

Nosotros lo unico que debemos sentir es una infinita gratitud al Señor por su misericordia. Deo omnis gloria.

Y saber que Él lo pone todo excepto lo que debemos poner nosotros: nuestro fiat.

El mérito de Cristo fue suficientísimo. No fue sólo el mérito justo para satisfacer por nuestros pecados originales, mortales y veniales, según 1 Juan 2, 2. Sin duda excedió lo justo: fue sobreabundante.

De esta sobreabundancia se da el que el mérito de Cristo inunda nuestras obras en Gracia, de forma que nos reparte de lo suyo y nos permite por herencia adoptar su mérito y hacerlo nuestro, no por derecho retributivo, sino por misericordia.

¿Cómo atribuir como nuestro el mérito de Cristo?

No nos lo atribuye el Señor de modo que es propio nuestro. De ninguna manera esto es así. Se nos atribuye por comunicación, de manera que Cristo Cabeza puede comunicar a sus miembros su Vida, que no es propia de sus miembros, sino de Él.

El Cardenal Cayetano lo explica con palabras hermosísimas en este texto del año 1532:


A todos los textos que expresan que no merecemos por nuestras obras la remisión de los pecados, no es preciso responder porque todos estamos de acuerdo con esta conclusión;

pero hay que responder a las citas aducidas para probar que no merecemos la vida eterna a través de nuestras obras. Cuando se argumenta con aquello de San Pablo a los romanos: el don de Dios es la vida eterna, se responde que también nosotros decimos y enseñamos esto, puesto que es don de Dios de la gracia santificante el que, por una parte, seamos miembros de Cristo; y por otra, que por la virtud de Cristo cabeza en nosotros merezcamos la vida eterna.

No decimos, pues, que merecemos la vida eterna por nuestras obras en cuanto son hechas por nosotros, sino en cuanto son hechas por Cristo en nosotros y por nosotros.

A lo que se objeta del testimonio de Cristo: decid que somos siervos inútiles, se responde con la misma distinción. Por mucho que cumplamos todas las obras mandadas por Cristo, en cuanto las cumplimos por nuestro libre albedrío somos hallados siervos inútiles para lo que se refiere a la casa del Padre celestial, inútiles para lo que se refiere a nuestra ciudad que está en los cielos, como son la remisión de los pecados, la gracia del Espíritu Santo, la caridad, etc., cosas propias de los hijos de Dios.


El motivo primero de esto es porque en cuanto obramos por nosotros mismos somos tan débiles que no podemos elevarnos a contribuir en nada al orden supremo de los bienes propios de los hijos de Dios.

Pero junto a esta verdad sigue en pie que nosotros mismos, en cuanto que obramos por Cristo cabeza en nosotros, como miembros vivos suyos, podemos contribuir mucho por nuestras obras a nuestra ciudad celestial y a la casa paterna, pues de este modo somos elevados al orden de hijos de Dios y así no somos inútiles sino miembros útiles para la casa paterna y la ciudad celestial.

La divina bondad ha provisto que alcancemos muchas cosas que nunca merecimos.


La divina bondad (como lo atestiguan Cristo, Isaías, Ezequiel y el Apóstol a los Hebreos) ha dado a las obras de los que vuelven a Dios una fuerza impetratoria para la remisión de los pecados por la divina misericordia a través del mérito de Cristo.

2 comentarios:

  1. Es una maravilla lo que has escrito, Alonso, y los textos del Cardenal Cayetano. Has dado en eol clavo: lo único que tenemos que poner nosotros es nuestro "fiat!", que a su vez está movido por Dios mediante la gracia.

    "La divina bondad ha provisto que alcancemos muchas cosas que nunca merecimos". ¡Qué preciosa verdad es esa, y qué bien expresada!

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  2. Es una pena que, yo creo que por culpa del racionalismo y el modernismo, estas cosas se enseñen tan poco en muchas iglesias de hoy en día. Parece que es una pérdida de tiempo hablar de la redención, cómo si sólo tuviera sentido hablar de que tenemos que hacer esto, y lo otro... como si haciendo cosas nos volviéramos buenos. ¿Y lo que ha hecho Cristo por nosotros? Porque sólo Él nos hace buenos. Los primeros cristianos daban tanta importancia a esto, que tú sabes lo mucho que luchó San Agustín contra el pelagianismo, que decía que nos hacemos buenos por nuestras propias fuerzas, haciendo el bien. Estas discusiones generaban tensiones en todos, y generaban tensiones porque aquellos cristianos estaban vivos. Creían en Cristo liberador, y no soportaban que nadie hiciera de menos el don que habían recibido.

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