viernes, 11 de febrero de 2011

En la hora de la ignominia

Hoy he estado muchísimo tiempo en oración, y me ha sabido a muy poco. El Señor se me presentaba a la mente con toda su Humanidad, y me decía, con tristeza:

Estoy triste porque muchos no quieren acompañarme a la Cruz. Quieren venir a Cenar conmigo, a estar en mi fiesta, pero cuando llega la hora de la ignominia se van.

Entonces sentí una fuerza muy grande que me empujaba a abrazarme a mi Jesús, y le decía en la oración, como en lágrimas, que yo iba a seguirle por todas las callejuelas espantosas del Via Crucis, y le acompañaría, día a día, momento a momento, hasta el Calvario.

Esta semana el Señor me ha hecho padecer mucho por los que no le aman. Me lo repetía una y otra vez en la oración: Ámame sólo a Mí, y comparte conmigo todo lo que me hacen sufrir los que no me aman.

Si no quieres la cruz, es que no me amas, y te amas únicamente a ti.

En los momentos libres del trabajo he estado meditando sobre esto: si amo a Jesús no puedo dejar de identificarme con Él por la Gracia de la mortificación y los padecimientos por los que no creen en Él, ni le adoran, ni le esperan, ni le aman,

y la forma de estar a su lado es padeciendo como propias las ofensas que recibió y recibe, y hacerme víctima por Él, con Él y en Él.

Por esto lo que quiero es desaparecer, para que Él aparezca en mí y se quede y me llene todo. Y yo no sea sino el cuenco de su Agua, y pueda dar a tantos de beber, que tantos hay sedientos y sin esperanza.

Quiero despedirme de todo apego a criatura o afición visible, y quedarme a secas en perfecta pobreza, sin nada para mí salvo ese todo que es su Gracia y el Amor invisible del Señor.


Alabado sea por los siglos de los siglos.

1 comentario:

  1. que dios te bendiga y te guarde, ilumine su rostro sobre ti y te conceda la paz.

    ResponderEliminar