martes, 8 de noviembre de 2011

Con el poder de Dios

No nos creamos poderosos ni invencibles.

Antes bien supliquemos al Señor, especialmente a través de la Divina Liturgia y la oración impetratoria, su auxilio para derrotar al poder de las tinieblas y vivir en gozo y alegría sobrenaturales, venciendo sólo en Aquel que vence y no por nuestras solas fuerzas naturales.

Pues cuando conseguimos algo bueno, no es por nuestro poder, sino por el poder de Dios.Pues, como dice el proto-magníficat, es decir, el canto de Ana (1 Samuel 2, 9):

"el hombre no triunfa por su propia fuerza."

No triunfa por sí solo.

No triunfa sólo por su propio y humano poder.

Sino por el poder de Dios de los ejércitos, que es Cristo el Señor.

Ha de poner, movido por la gracia, sus pocas fuerzas al servicio del poder de Dios.

En 2 Crónicas 14, 8:10 la Santa Escritura canta a través de la impresionante invocación de Asá el poder de Dios, que da la victoria contra un enemigo terrible del Pueblo de Dios, y grita que no prevalezca el hombre, que lo humano no sea considerado fuente de poder, sino Dios, que es Quien da la victoria:




Un pequeño pueblo se entrenta con el poder de Dios a un enjambre de un millón de hombres y trescientos carros de guerra.Es también el mensaje del proto-magníficat, del Canto de Ana.
Leamos este pasaje extraordinario de la Palabra de Dios (en que resuenan las palabras de la Santísima Virgen en el Magníficat):

2 1 Entonces Ana oró, diciendo: “Mi corazón se regocija en el Señor,tengo la frente erguida gracias a mi Dios. Mi boca no calla ante mis enemigos, porque tu salvación me ha llenado de alegría.










Un canto de júbilo brota del corazón del que pone toda su confianza en la Gracia (1 Pe 1, 13) y no en sí mismo o en sus propias fuerzas puramente humanas.

Eso aprendió María de la Escritura, como Ana. Así nos lo recuerda Juan Pablo II en una preciosa audiencia:

"Siempre según la narración de Lucas, del alma de María brota un canto de júbilo, el Magnificat, en el que también ella expresa su alegría: “Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (Lc 1,47). Educada como estaba en el culto de la palabra de Dios, conocida mediante la lectura y la meditación de la Sagrada Escritura, María en aquel momento sintió que subían de lo más hondo de su alma los versos del cántico de Ana, madre de Samuel (cf. 1S 2,1-10)"

Muy claro nos lo dice el beato Juan Pablo II: María sintió que la Escritura subía a su boca desde lo más hondo del ama, como a Ana su Canto.

La lectura constante de la Escritura nos impulsa a elevar un canto de esperanza en el poder de Dios

Pero el poder de Dios es la Gracia. María y Ana elevan un canto de esperanza en la Gracia de Cristo, en que dice el Príncipe de los Apóstoles que hemos de poner TODA nuestra esperanza (1 Pe 1, 13)
No en nosotros, no en nuestras fuerzas naturales, sino en el poder de Dios

Y para recibir esta esperanza, para que suba a nuestra boca y la proclamemos en Magnificat, hemos de tener muy dentro, en lo hondo del alma, la Santa Escritura.
Amemos la Escritura con toda nuestra alma y meditemos en ella día y noche (Salmo 1,2),

tengámosla siempre en la boca, que brote desde lo más hondo de nuestra alma,


seamos mendigos de la Palabra de Dios para poder ser mendigos de la Gracia,


y encontremos en la Escritura y en la Santa Tradición el aliento para nuestro apostolado, para nuestra vida cristiana, para nuestro camino de perfección.

Porque es en la Escritura, que guarda las promesas de Dios, donde la Virgen Santísima, a imagen de Ana en su protomagníficat, encuentra la voz divina que pronunciar con su boca, que no calla el poder de Dios ante sus enemigos (1 Sam 2, 1) sino antes bien lo proclama y confiesa explícitamente, para que sea Él Quien triunfe por nosotros..

¡Para mayor Gloria suya!

2 comentarios:

  1. Me ha gusta la entrada. La sagrada escritura es un sacramento que tenemos disponible cada vez que necesitemos que Cristo nos alimente.

    Un abrazo en el Señor :)

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  2. Muchas gracias, Miserere, gracias por leer mi entrada y por tu comentario.

    Como bien dices, la Escritura es sacramento de la Palabra, y alimento de Gracia.

    Un abrazo en el Señor, desde el seno de su Madre Santísima.

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