jueves, 18 de marzo de 2010

En el jardín botánico

Camino del colegio, temprano, hice un alto junto al jardín botánico. Me senté junto a un gran matorral de lentisco. Estuve observando un hermoso camaleón; acerqué la mano y prosiguió su camino parsimonioso sobre mi brazo. Luego lo deposité en lugar seguro, sobre la rama de un pino negral. Continué la meditación de Jeremías, cuya voz resuena con la misma fuerza desde entonces, atravesando los muros del tiempo. Ahora, en casa, escucho la música de sobrehumana belleza que Orlando de Lassus puso a sus Lamentaciones hace más de cuatrocientos años En el colegio, una vez más, tuve que ejercer la autoridad de forma muy determinante, segundo a segundo. También, entrelazada, la alegría, la humanidad. Así, tengo que estar pendiente del más mínimo gesto de indisciplina para que no salte la chispa. La tarea no la hacen en sus casas, por supuesto, por lo que yo les pongo el doble de trabajo: quien no hace los deberes trabaja el doble, les digo.
Rezo por mi alumno B. , que sólo piensa en pornografía, que acostumbra a ver en casa. Le pillé haciendo dibujos obscenos. Le descubrí cuando me di la vuelta para escribir algo en la pizarra. Yo nunca me doy la vuelta del todo, siempre estoy vigilante. Este chaval pretendía avergonzar con esos dibujos a una alumna, pero le intercepté a tiempo. Le pongo un trabajo y una sanción. En mi clase no permito estas cosas repugnantes. Le digo.
Al salir del centro deseaba volver a cruzar por el jardín botánico. Abrí mi Diario, y estuve un rato relajándome. Dibujé con lápiz un bello haz de hojas de Acanthus mollis, la planta grecolatina por excelencia, el acanto. Sobre ella, un reluciente bupréstido. Lo estuve observando un rato, lo tomé en mi mano y lo dejé volar.
Mientras escribo esto, me estremezco una vez más con la música de Orlando de Lassus. Las palabras de Jeremías van fluyendo lentamente en una atmósfera crepuscular. Las voces intercambian consonancias sutiles, sorprendentes, en un equilibrio etéreo y maravilloso.

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