jueves, 25 de marzo de 2010

En el tren he estudiado un rato los bupréstidos. Me apasiona su belleza. Los dibujo y estudio su cromatismo una y otra vez. El pronoto pulido, los élitros surcados de tonos metálicos azulados, la discreción de las antenas, que apenas se ven y contribuyen a crear esa imagen compacta, de piedra preciosa engastada en oro verde. La belleza de esta criatura es deslumbradora. No me canso de observar estos animales de belleza exquisita. Ahora me doy cuenta la delicadeza extrema con que los dos élitros terminan uniéndose al final del abdomen, protegiendo las alas secundarias, que están debajo.

En el colegio, día agotador. En las primeras horas, silencio, tranquilidad. Hago trabajar a los alumnos sin descanso, y les exijo un nivel muy por encima del mínimo obligatorio. Yo también me agoto con ellos.

A lo largo del día he estado luchando por estar muy unido a Cristo. Me he propuesto una comunión espiritual intensa al dar cada hora. Quisiera estar sumergido en Él. Entonces perdería todo temor. Sería inconmovible. Rezado mucho con los salmos, en latín. La traducción que tengo al lado, de la BAC, bilateral, no me gusta. No tiene unción. Recurro a Biblias antiguas.

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